Un espejo roto
Y un d¨ªa m¨¢s despert¨¦ sola en estas sillas blancas". Fin de la historia. En 10 palabras comienza y termina todo. O no. Porque s¨®lo se trata de una transici¨®n hacia otra historia. Un instante entre muchos. Esta especie de microrrelato acompa?a una imagen en blanco y negro captada por Francesca Woodman en 1979: una mujer encorvada sobre la mesa, un plato, una cuchara, una taza vac¨ªa y, sentado enfrente, un hombre inmerso en la lectura de un peri¨®dico. ?Qui¨¦n es esa mujer que aparece en la foto en camis¨®n y con el pelo recogido en una trenza? Y el hombre, cuya cabeza se encuentra fuera de campo, ?est¨¢ realmente leyendo el peri¨®dico, como parece, o de soslayo mira a su compa?era de desayuno? Lo ¨²nico que sabemos es que alguien se despierta solo en una silla blanca. Un d¨ªa m¨¢s. Nos lo promete Francesca con una frase. Todo lo dem¨¢s es un universo sugerido. Un cuento misterioso y evocador. Los conservadores del MOMA, del Metropolitan Museum de Nueva York o de la Fondation Cartier pour l'Art Contemporain de Par¨ªs lo definen con una palabra clave, la m¨¢s importante para un creador: arte.
Para repasar su trabajo, los historiadores se han servido de la memoria de los padres y de su peque?o diario rosa
"Los pasteles son mi forma de arte favorita. Yo preparo unos magn¨ªficos panecillos de jengibre"
La libertad ten¨ªa, para Francesca, un sentido primordial: hacer, fotografiar y escribir s¨®lo lo que le apetec¨ªa
De la misma manera, una de las pocas cosas que sabemos a ciencia cierta de esta fot¨®grafa estadounidense es que naci¨® el 3 de abril de 1958 en Denver (Colorado) y que en enero de 1981 decidi¨® poner fin a su vida lanz¨¢ndose desde una ventana en el Lower East Side de Manhattan. En medio quedan menos de 23 a?os, centenares de instant¨¢neas y una producci¨®n art¨ªstica tan intensa que la sit¨²an ya entre los mitos de la fotograf¨ªa del siglo XX y al mismo tiempo dan fe de su sensibilidad particular. Porque su visi¨®n no tiene nada que ver con la fotograf¨ªa de guerra de Robert Capa, el esp¨ªritu documental de Cartier-Bresson o las inquietudes de Diane Arbus. Lo suyo, como apunta el cr¨ªtico franc¨¦s David Levi-Strauss, es un "deseo revolucionario de romper los c¨®digos de las apariencias y mirarlas a trav¨¦s de un espejo".
Pero ?qui¨¦n fue realmente Francesca Wood?man? Para intentar recorrer su vida y repasar ese trabajo, los historiadores se han servido de la viva memoria de sus padres, los artistas pl¨¢sticos George y Betty Woodman (que ahora gestionan un archivo de m¨¢s de 800 im¨¢genes, 120 de las cuales han sido expuestas o publicadas), algunos testimonios directos de la autora -cartas, postales, reflexiones escritas en un peque?o diario rosa- y, por supuesto, fotograf¨ªas que rezuman una especie de vida propia. Ese camino empez¨® con un autorretrato en 1972, cuando, a los 13 a?os, Francesca decidi¨® inmortalizarse con una c¨¢mara Rolleiflex de medio formato. Despu¨¦s vendr¨ªan los primeros desnudos: mujeres perdidas en los bosques de Massachusetts o en una habitaci¨®n anodina, una especie de ninfa contempor¨¢nea en la orilla de un r¨ªo, personajes misteriosos tapados tan s¨®lo con una m¨¢scara de conejo, instant¨¢neas realizadas con exposiciones largas y ejercicios de estilo. Experimentaci¨®n. Porque la trayectoria de esta joven fot¨®grafa result¨® muy marcada por los estudios y la influencia de sus padres. Empezando por los viajes.
La infancia de Francesca transcurri¨® entre Boulder, un pueblo de Colorado, y Antella, una aldea de la campi?a toscana frecuentada por artistas y exponentes de la alta sociedad de Florencia. M¨¢s tarde, sus padres la inscribieron en un instituto privado de Massachusetts, donde empez¨® a desarrollar su particular visi¨®n de la fotograf¨ªa, y despu¨¦s en la Escuela de Dise?o de Rhode Island, en Providence, donde aprovech¨® la oportunidad de un intercambio de un a?o con la Academia de Bellas Artes de Roma. La joven Woodman nunca lleg¨® a ganarse la vida como fot¨®grafa. Su universo estaba hecho de estudios y crecimiento, art¨ªstico o personal. Y en muchos casos, dudas y tribulaciones. Para intentar comprender qu¨¦ le pasaba por la cabeza durante la adolescencia, sirvan estos pasajes de su diario, escritos en el oto?o de 1975, en los que habla de s¨ª misma tanto en primera como en tercera persona: "[?] Una parte de este libro contiene ideas que quiero organizar en series. Intento seguir la huella del cambio de la moral de Francesca y contar lo que he hecho. La lista de alimentos que he comido, por ejemplo [?]. Los pasteles son mi forma de arte favorita; yo preparo magn¨ªficos panecillos de jengibre, trufas de chocolate, pasteles de melocot¨®n y flanes de zarzamora. No hay nada m¨¢s relajante que quedarse a solas con un buen libro de cocina y las palabras!". Meses m¨¢s tarde, Francesca ten¨ªa una actitud m¨¢s negativa: "Esta noche no estoy contenta. Pienso y hablo a menudo de mi detestable tendencia al romanticismo. Creo que el esfuerzo de deshacerme de esta actitud en mi trabajo ha tenido un extra?o efecto en mi vida? La fotograf¨ªa es tambi¨¦n una manera de conectar con la vida. Hago fotos de la realidad filtradas a trav¨¦s de mi mente", cuenta unas p¨¢ginas antes de explicar con toda naturalidad las "seis formas de comer naranjas".
Esa realidad filtrada de forma tan personal ha dado pie a un trabajo fascinante, cautivador, en el que sus series de instant¨¢neas, que muchos han calificado de ensayo fotogr¨¢fico, en realidad van m¨¢s all¨¢ del g¨¦nero. Seg¨²n el cr¨ªtico brit¨¢nico Chris Towsend, que hace la introducci¨®n de un volumen antol¨®gico editado por Phaidon en 2006, en el instinto y las intenciones de Woodman yace el fuego del arte surrealista. "Muchas fotograf¨ªas de Woodman le deben algo al trabajo de otro, desde las m¨¢s antiguas tradiciones del arte moderno, como el surrealismo, hasta sus contempor¨¢neos o maestros? Lo que no significa que sus fotograf¨ªas sean necesariamente derivaciones o copias", apunta. La misma Francesca, tal vez consciente de ese proceso, se pregunta en sus notas: "Alguien me dice algo acerca una fotograf¨ªa que no he hecho nunca y, de repente, yo decido fotografiar ese algo. ?Es un plagio?". La respuesta se la dio, m¨¢s de 30 a?os despu¨¦s, el an¨¢lisis de Towsen: "La historia del arte es algo que los artistas descubren y ante la cual intentan reaccionar. Woodman no fue un genio inculto que brot¨® de repente? Su gran capacidad fue transformar su compromiso con la historia del arte y sus influencias en im¨¢genes que eran algo m¨¢s, algo m¨¢s que simples im¨¢genes", explica antes de definir a la artista como una autorretratista consciente de una larga tradici¨®n que va de Durero a Rembrandt, pasando por Caravaggio.
Femeninas, sensuales, intensas, a veces dram¨¢ticas, pero nunca desesperadas. As¨ª, la mayor¨ªa de las im¨¢genes de Francesca parecen tejer un mundo deliberadamente enigm¨¢tico que le ha valido, junto con una turbulenta estancia en Roma y el ep¨ªlogo del suicidio, tambi¨¦n una fama de fot¨®grafa con aura maldita. El escritor Philippe Sollers la sit¨²a, a ese respecto, "en un extra?o mundo de antifotograf¨ªa". "S¨®lo hace falta ver c¨®mo se presenta a s¨ª misma: desnuda, sentada sobre sus rodillas, en Roma, en el rinc¨®n de una pared, vuelta hacia un lirio blanco en primer plano. [?] No me gusta Francesca Woodman, pero la admiro? ?Qu¨¦ ocurre hoy? El sida, el desempleo, Hillary Clinton, los Oscar, Cannes, las madres solteras? El mercado impone la fotograf¨ªa y proh¨ªbe la antifotograf¨ªa, que, en cambio, es la voz de la libertad", escrib¨ªa en 1998. Y la libertad ten¨ªa, para Francesca, un sentido primordial: hacer, fotografiar y escribir s¨®lo lo que le apetec¨ªa. Rechazar lo esperado. Como en su diario, que, a pesar de los viajes y las estancias en lugares fascinantes, nunca menciona las muy fotog¨¦nicas fuentes de Roma ni el ritmo fren¨¦tico de la Gran Manzana. "Francesca escrib¨ªa cosas sobre su mundo personal, que viajaba con ella", apunta el padre, George.
Ese espiritual mundo es exactamente el que evoca Sloan Rankin, un viejo amigo de Francesca: "Durante nuestro primer a?o en el college me apunt¨¦ a un curso de poes¨ªa. Entonces, Francesca escribi¨® en su cuaderno: 'Soy el fantasma po¨¦tico de Sloan? Eso me permite masticar unos pensamientos". Por ejemplo, las ideas reflejadas en los versos de un poema que termina as¨ª: "Y se me hab¨ªa olvidado de c¨®mo se lee m¨²sica". Otra vez, fin de la historia. Sin embargo, tambi¨¦n estas 10 palabras se convirtieron en el t¨ªtulo de una fotograf¨ªa: un pentagrama en el palmo abierto de la mano derecha, unas cortinas colgando junto a una ventana que s¨®lo se intuye, un collar y un vestido primaveral. Y fuera de campo, unos ojos que quiz¨¢ intentan huir. Hacia otra imagen, su en¨¦simo cuento so?ado.
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