Un viaje de Semana Santa
Entre las m¨²ltiples propuestas viajeras que se ofrecen por Semana Santa, tan ex¨®ticas muchas que parecen agotar toda posibilidad de la imaginaci¨®n, hay una que nunca se plantea pese a ser la m¨¢s prodigiosa y econ¨®mica. Es un viaje que dura tres d¨ªas -rememoraci¨®n de otro viaje que tambi¨¦n dur¨® tres d¨ªas- con la particularidad de que no hace falta salir de casa ni sufrir las aglomeraciones tan inevitables en ese periodo. Se lo cuento porque un a?o yo realic¨¦ este viaje del que volv¨ª muy satisfecho, lo cual quiz¨¢ anime a alguno.
Se trata de imitar a Dante, de la ¨²nica forma en que es posible imitarlo: ley¨¦ndolo. Dante cont¨® a un confidente que la entera traves¨ªa de la Divina Comedia dur¨® tres d¨ªas, del Viernes Santo al Domingo de Resurrecci¨®n del a?o 1300. Al confesar esto el poeta, naturalmente, quer¨ªa dejar claro que su modelo era otro viajero, Cristo, que tras morir en la cruz el viernes recorri¨® el ultramundo antes de resucitar el domingo. Deducimos, por tanto, que si bien, al decir de los estudiosos, la composici¨®n de la obra se extender¨ªa de 1304 a 1321, fecha en la que se produce el fallecimiento de Dante, ¨¦ste invitaba a creer que el aut¨¦ntico viaje hab¨ªa durado ¨²nicamente tres d¨ªas, una visi¨®n recuperada luego en los versos de la Comedia.
La aventura de leer la 'Divina Comedia' en tres d¨ªas exige un cierto esp¨ªritu viajero
Ning¨²n lector puede sentir terror ante las descripciones del 'Inferno' de Dante
Cierta o no la confidencia a m¨ª me parece sugerente seguirle el juego a Dante y buscar tras el texto la visi¨®n de aquella Semana Santa de 1300. Lo mejor, en consecuencia, es leer la Divina Comedia durante tres d¨ªas seguidos, a poder ser Viernes Santo, S¨¢bado Santo y Domingo de Resurrecci¨®n: Inferno, Purgatorio y Paradiso, un mundo cada d¨ªa. Y al leer, adem¨¢s, no quedarse ¨²nicamente con la letra sino, de acuerdo con aquel juego, tratar de establecer la orilla visionaria de los versos, que l¨®gicamente aparecer¨¢ distinta a cada lector. No es necesario en absoluto ser creyente o erudito; basta con tener un cierto esp¨ªritu viajero. Tengo la impresi¨®n de que el verdadero viajero, incluso desde la inmovilidad, es capaz de ver donde los otros, sometidos al v¨¦rtigo y al ajetreo, no ven.
Como quiera que sea al empezar a leer la Divina Comedia pronto llegamos muy lejos. Que el protagonista y el cronista coincidan en la misma persona facilita las cosas pues da verosimilitud a nuestra posici¨®n. Si logramos sortear los escollos de las interpretaciones aleg¨®ricas nos sentimos muy cerca de Dante al principio de la aventura. No hay que leer por tanto ninguna nota a pie de p¨¢gina, al menos en este tipo de desaf¨ªo. La "selva oscura" es, en efecto, una selva y las temibles fieras que acechan al protagonista, fieras de verdad. En el juego sobran las alegor¨ªas: Virgilio es un maestro admirado en el que se puede confiar y Beatriz, una mujer deseable.
Ninguna gu¨ªa de viaje tiene la sabidur¨ªa y el encanto de la que se va desplegando ante nuestros ojos en el Inferno. Pintores y grabadores han intentado captarla, siempre, insuficientemente, por m¨¢s que se llamen Botticelli o Gustavo Dor¨¦. La visi¨®n que el viajero puede extraer del subsuelo del poema tiene mayor riqueza. Al seguir a Dante y Virgilio en su descenso al infierno nos transformamos en espele¨®logos que nos dirigimos a un tenebroso centro de la Tierra. La geograf¨ªa es maravillosamente concreta: los r¨ªos Aqueronte y Flegetonte, la laguna Estigia, el Pozo de los Gigantes, la ciudad de Dite. Y al descender vamos atravesando los sucesivos c¨ªrculos del infierno hasta llegar al noveno, sede de Lucifer.
No obstante, si bien nos fijamos, es decir, prescindiendo de la mirada teol¨®gica o del arrebato metaf¨ªsico, los c¨ªrculos del infierno son muy poco dantescos. Con el talante del viajero no son comprensibles las terror¨ªficas lecturas de la Divina Comedia que nuestra cultura ha asumido desde el Romanticismo. Es verdad que la inigualable imaginaci¨®n de Dante se pone al servicio de la disecci¨®n de la oscuridad, y tambi¨¦n es cierto que el poeta florentino carga con sus propias fobias y opiniones los hombros de los condenados.
Pero creo que ning¨²n lector, ni del presente ni del pasado, puede sentir terror alguno ante las descripciones de Dante. Demasiado bellas, demasiado ir¨®nicas.
Dante, aunque pueda ser brutal en sus condenas, no es un moralista. En los otros mundos los hombres se comportan como en ¨¦ste. Los avariciosos siguen siendo avariciosos; los aduladores contin¨²an aduladores; los dignos, como el altivo Farinata degli Uberti, no pierden su dignidad.
Esto nos ayuda a los otros viajeros pues tambi¨¦n nosotros, en nuestras vidas, habitamos junto a avariciosos, a aduladores, a gentes dignas, y a contrastarlos con nuestros deseos no nos cuesta comprender las suertes reservadas por Dante para ellos.
En la lectura del S¨¢bado Santo los efectos de la visi¨®n son distintos. Recordamos el Inferno como pict¨®rico, pl¨¢stico, con colores sombr¨ªos que pesan en la retina del lector. Dante y Virgilio atraviesan el submundo con prisas, como si tambi¨¦n ellos temieran quedar aplastados por la pesadez ambiental.
Como contraste el Purgatorio es notablemente m¨¢s ligero. El espele¨®logo es sustituido por el escalador. A medida en que ascendemos por la monta?a en la que purgan los semicondenados Dante y Virgilio aminoran su marcha. El poeta se siente m¨¢s apaciguado, tal vez percibiendo que aquel es el territorio, suma de dolor y de esperanza, que como ser humano le corresponde. El viajero actual que sigue el mismo itinerario siente algo semejante.
El Purgatorio es m¨¢s musical que pict¨®rico. En repetidas ocasiones se escuchan cantos, algunos melanc¨®licos, algunos alegres. A menudo se celebra la amistad. Dante conoce all¨ª, por fin, a sus queridos Guido-Guinizelli y Arnaut Daniel, quien habla en occitano. Tambi¨¦n es el lugar que le sirve para especificar en qu¨¦ consiste el dolce stil nuovo. La m¨²sica parece apropiada para este mundo intermedio. Particularmente emotivo es el momento en que el poeta se topa con su amigo el m¨²sico florentino Casella. El ambiente es tan relajado que ¨¦ste acaba cantando una canci¨®n compuesta por Dante.
En la lectura del tercer d¨ªa, Domingo de Resurrecci¨®n, la m¨²sica contin¨²a pero desliz¨¢ndose hacia la danza y, finalmente, hacia la luz. El Paradiso tiene fama de ser excesivamente especulativo y abstracto, y yo mismo lo recordaba as¨ª de una lectura remota. Sin embargo en aquel viaje de Semana Santa cambi¨¦ de opini¨®n. Me tranquiliz¨® que tambi¨¦n en el cielo, al igual que en los otros dos reinos, los seres humanos se comportaran como en la Tierra. En consecuencia Dante charla tranquilamente con su tatarabuelo Cacciaguida o su amiga Picarda. Tambi¨¦n habla con reyes y papas, y hasta con Ad¨¢n, con quien discute temas estil¨ªsticos. El Paradiso es un ¨¢gora celestial.
Y una danza de amor, aunque sea de ese extra?o amor que Dante sinti¨® por Beatriz y que culmina con la m¨¢s excepcional coreograf¨ªa concebida, la construida al relatar la Rosa de los Bienaventurados. ?Hay alguna opci¨®n a esta altura entre los distintos viajes de Semana Santa?
Rafael Argullol es escritor
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