La novela de Hawking
Cuando una va a entrar en el despacho de Stephen Hawking por primera vez no puede evitar sentir cierta ansiedad. ?C¨®mo es el gran cient¨ªfico? ?C¨®mo encarar el encuentro con alguien que padece una dur¨ªsima enfermedad? ?C¨®mo saludarle para facilitar su respuesta, si es que puede responder de alguna manera? ?Detr¨¢s de esa puerta hay un despacho de un cosm¨®logo, de un f¨ªsico te¨®rico, o una sala hospitalaria con todos los equipos imprescindibles para mantenerle con vida? ?Por qu¨¦ tarda tanto la secretaria en abrir esta puerta?
Por fin, la jovial secretaria te invita a pasar, cuando Hawking (Oxford, Reino Unido, 1942) ha sido atendido y dispuesto para recibir a una visita. Dos ventanales, pizarras en las paredes, muchas fotos, un sof¨¢, una mesa con un ordenador... Es un despacho normal, de tama?o medio, en una esquina del Centro de Ciencias Matem¨¢ticas de la Universidad de Cambridge, a las afueras de la ciudad. Hawking, sentado en una aparatosa silla de ruedas que sujeta todo su cuerpo maltrecho, incluso la cabeza ladeada en su postura ya caracter¨ªstica, te mira. Sus ojos, pr¨¢cticamente lo ¨²nico que puede mover a voluntad, son una mezcla de dolor y de inmensa curiosidad, como los ojos de un cr¨ªo muy enfermo que no por ello deja de sentir atracci¨®n insaciable por cualquier novedad que detecte a su alrededor.
"Descubrir algo nuevo que nadie sab¨ªa hasta ese momento. No hay nada m¨¢s emocionante que eso"
"Cuando George viaja por el sistema solar, se da cuenta de que el planeta Tierra es ¨²nico, precioso, ?y tan fr¨¢gil!", dice Lucy
"Tengo la esperanza de que la ciencia tenga en la sociedad m¨¢s importancia que los prejuicios "
Su hija, Lucy Hawking, le atusa el flequillo y le da un beso. La secretaria recoge y ordena papeles. Un humidificador, encima de la mesa, produce a borbotones el vapor que inunda la habitaci¨®n, imprescindible para que Stephen pueda respirar.
Casi inmediatamente, tal vez porque es inquieto, tal vez porque tiene mucho trabajo que hacer y poco tiempo que perder, Hawking pone sus ojos a funcionar y se oye el bip bip bip del ordenador acoplado a la silla de ruedas, cuando ¨¦l va eligiendo palabras en una pantalla con la mirada y compone la frase. Poco despu¨¦s se oye su voz artificial: "Hola, ?c¨®mo est¨¢?".
Sentada a su lado, casi se agota una presenciando el enorme esfuerzo que hace para comunicarse. Bip bip bip durante un rato que se hace interminable y se oye otra vez su voz: "He podido contestar sus cinco primeras preguntas, no he tenido tiempo para m¨¢s". Es perfectamente comprensible: ha tardado algo m¨¢s de cuatro minutos en componer la frase. ?C¨®mo puede desarrollar tanta actividad un hombre as¨ª, con una enfermedad degenerativa que en 45 a?os le ha ido devorando toda capacidad de movimiento del cuerpo hasta dejarle s¨®lo el parpadeo? Hawking est¨¢ inmerso diariamente en sus investigaciones cosmol¨®gicas, se ocupa de sus alumnos, da conferencias, viaja y escribe libros. Su ¨²ltima obra es, por primera vez, una novela infantil, La clave secreta del universo (Montena), que ha escrito en colaboraci¨®n con su hija Lucy.
Es una aventura trepidante de un ni?o y una ni?a que viajan por el sistema solar subidos en un cometa, que ven desde el espacio la Tierra, tan bonita y tan fr¨¢gil, que disfrutan de un ordenador prodigioso, que van al colegio, que desobedecen a sus padres, que vencen a los malos. Y a la vez, el ¨²ltimo libro de Hawking es un espl¨¦ndido libro lleno de explicaciones sencill¨ªsimas sobre el Big Bang, sobre los agujeros negros, sobre el universo, sobre la f¨ªsica que lo rige y que Hawking ha ayudado a desvelar. Adem¨¢s, es un canto a favor de la alianza entre la ciencia y la ecolog¨ªa para salvar este planeta. El libro sali¨® el a?o pasado en el Reino Unido y se publica ahora en Espa?a.
Todas las sociedades han tenido su cosmolog¨ªa, su visi¨®n e interpretaci¨®n del mundo. ?Es la teor¨ªa del Big Bang la cosmolog¨ªa de nuestra sociedad contempor¨¢nea? ?Y si lo es, est¨¢ al alcance de la comprensi¨®n de la gente o es demasiado dif¨ªcil?
"La especie humana siempre ha intentado comprender el universo en que se encuentra", responde Hawking. "En el pasado construimos teor¨ªas basadas en pocas pruebas, pero nuestra imagen moderna est¨¢ bien fundamentada por las observaciones, y la idea de un universo en expansi¨®n que empez¨® con una gran explosi¨®n es f¨¢cil de comprender".
Pidi¨® las preguntas por adelantado y ha preparado las respuestas, contestado cinco de ellas, como ha dicho, con una econom¨ªa de palabras m¨¢s que justificada.
?La aventura de George y Annie en La clave secreta del universo pretende comunicar esa visi¨®n cient¨ªfica del cosmos a las nuevas generaciones o es una manera de llegar a todos explotando al ni?o que llevamos dentro? "Tenemos ese doble objetivo, es un libro apto para todas las edades".
Lo m¨¢s asombroso de Hawking, lo que admira y conmueve, es su pasi¨®n por vivir superando todos sus impedimentos, su terrible enfermedad, casi como intentando hacer que no le pasa nada. Y la ciencia debe ser uno de sus motores secretos. ?Qu¨¦ le produce m¨¢s satisfacci¨®n en la ciencia, qu¨¦ es lo que m¨¢s le divierte? "El descubrir algo nuevo que nadie sab¨ªa hasta ese momento. No hay nada m¨¢s emocionante que eso", contesta.
?Deber¨ªa tener m¨¢s peso el conocimiento cient¨ªfico en nuestra cultura contempor¨¢nea? "Por supuesto, tengo la esperanza de que la ciencia tenga en la sociedad m¨¢s importancia que los prejuicios y las supersticiones, de lo contrario la perspectiva que tiene el mundo es muy pobre", dice.
Hawking es un pozo de sorpresas. Cuando todo el mundo le hace flotando con el pensamiento en alg¨²n lejano recoveco del cosmos, resulta que tambi¨¦n est¨¢ pendiente, y mucho, de los problemas medioambientales. En su nuevo libro la preocupaci¨®n por el entorno es casi tan protagonista argumental como la ciencia. ?Es su mensaje para los ni?os y no tan ni?os? Su respuesta es contundente: "Estoy realmente preocupado por la forma temeraria en que estamos tratando nuestro planeta. A menos que cambiemos de orientaci¨®n ya mismo, tendremos el azote del desastre en los pr¨®ximos cien a?os. No podemos esperar a que las cosas empeoren m¨¢s a¨²n antes de actuar, porque entonces ser¨¢ demasiado tarde".
Delgad¨ªsimo, vestido impecable -"le gusta ir elegante", comentar¨¢ luego Lucy-, con un traje marr¨®n de pana fina, camisa marr¨®n y zapatos de ante del mismo color que tiene colocados inertes en los soportes de la silla, el f¨ªsico brit¨¢nico sigue afan¨¢ndose por escribir con su mirada y el bip bip bip es constante. Un sensor colocado delante de sus gafas capta la direcci¨®n de sus ojos sobre una lista de palabras distribuidas en columnas en la pantalla que est¨¢ acoplada a la silla de ruedas. As¨ª, con los ojos, mueve filas y columnas de vocablos, elige cada palabra y va componiendo la frase, que al final un sintetizador de voz artificial pronuncia por un altavoz. Y no por el esfuerzo que tiene que hacer parece que quiera ahorrarse ni un comentario que se le ocurra.
Encima de la mesa tiene una peque?a fotograf¨ªa en la que aparece ¨¦l, muy joven, junto con dos personas m¨¢s. En uno de ellos reconozco a Kip Thorne, un f¨ªsico estadounidense, gran amigo y colega suyo, con el que ha hecho varias apuestas de lo m¨¢s peculiares sobre resultados dif¨ªciles de la f¨ªsica que comparten. "Aqu¨ª est¨¢ usted con Thorne", le digo. Suena el bip bip bip durante un minuto, me mira, y sale la voz: "Y con Roger Penrose". Efectivamente, el tercero es Penrose, con el que hizo algunos de sus descubrimientos cient¨ªficos m¨¢s importantes. ?Y sigue haciendo apuestas con Thorne? "S¨ª, claro".
En la repisa de un ventanal del despacho hay varios marcos con m¨¢s fotos. Una es de Richard Feynman, un grand¨ªsimo f¨ªsico estadounidense ya fallecido. Se lo comento y ni siquiera esta vez ahorra la respuesta, aunque obvia: bip bip... "S¨ª".
Ha llegado el momento de las fotos. La secretaria y Lucy mueven la aparatosa silla hasta la posici¨®n id¨®nea y la hija le vuelve a arreglar el flequillo a su padre. Mientras tanto Hawking no deja de charlar: (bip bip bip) "?Ha visto mi busto? ?Le gusta?". Ante una pared hay un busto de bronce de la cabeza inclinada y la expresi¨®n contra¨ªda de Stephen Hawking. La hija aclara que es del escultor Ian Walters, que tambi¨¦n hizo el de Nelson Mandela.
En la pantalla del ordenador que est¨¢ sobre la mesa, el salvapantallas muestra unas fotograf¨ªas del cient¨ªfico vestido con un mono de color azul¨®n, los brazos sujetos por delante del cuerpo y todo ¨¦l flotando, inclinado hacia un lado, sin sujeci¨®n alguna. Tiene una expresi¨®n feliz. Junto a la puerta de su despacho hay colgadas m¨¢s im¨¢genes de la misma serie. Son el recuerdo de una experiencia que para cualquier ser humano ha de ser impresionante, pero m¨¢s para ¨¦l, condenado desde hace tanto a la silla de ruedas. Hace un a?o, Hawking fue invitado a participar en un vuelo parab¨®lico, uno de esos ejercicios que se hacen en un avi¨®n que sube y baja en picado logrando imitar en su interior las condiciones de microgravedad durante unos pocos minutos en que no se siente el peso del cuerpo y uno flota como si estuviera en el vac¨ªo.
Y el despacho de Hawking tiene m¨¢s y m¨¢s rastros de su pasi¨®n por la vida. Hay, por ejemplo, varios objetos chinos: "Estuvo hace algo m¨¢s de un a?o en Pek¨ªn y le gust¨® mucho, trajo muchos recuerdos", dice Lucy. "La verdad es que no para. Con su actitud es toda una inspiraci¨®n para otras personas discapacitadas".
Lucy no recuerda a su padre sin su silla de ruedas. Ten¨ªa 21 a?os, era un joven f¨ªsico entusiasmado con la cosmolog¨ªa y la relatividad general, cuando se le diagnostic¨® una enfermedad que m¨¢s bien era una condena fatal: esclerosis lateral amiotr¨®fica, o enfermedad de Lou Gehrig, una dolencia neuromotora incurable que le ir¨ªa inutilizando su cuerpo progresivamente hasta una muerte presumiblemente temprana. Pero Stephen Hawking reaccion¨® justo al contrario de como muchos lo habr¨ªan hecho en su caso y decidi¨® vivir a tope el tiempo que le quedase. Se cas¨® con Jane Wilde, obtuvo su doctorado en 1966 y se dedic¨® intensamente a su ciencia, con ¨¦xito m¨¢s que notable. La enfermedad no le mat¨® en unos meses, como le hab¨ªan pronosticado. Tuvo tres hijos y una vida familiar normal, aunque su salud sigui¨® deterior¨¢ndose inexorablemente. Empez¨® ayud¨¢ndose con bastones, luego tuvo que ser la silla de ruedas. Hasta 1974, cuenta ¨¦l mismo, pod¨ªa alimentarse por s¨ª solo, levantarse de la cama sin ayuda e incluso coger en brazos a sus ni?os, pero el curso de la enfermedad avanzaba.
En 1985 sufri¨® una neumon¨ªa que en un momento dado le imped¨ªa respirar y hubo que practicarle de urgencia una traqueotom¨ªa. Investigaci¨®n, conferencias, viajes, congresos... Hawking continu¨® imparable. Unos a?os despu¨¦s se divorci¨® de Jane, se volvi¨® a casar y luego se ha divorciado de nuevo. Cuando ya no pudo hablar recurri¨® a un sistema inform¨¢tico que le permit¨ªa escribir con la mano que a¨²n le respond¨ªa y un sintetizador de voz le¨ªa sus mensajes. Luego la par¨¢lisis sigui¨® ganando terreno y ahora pr¨¢cticamente no tiene movimiento alguno en el cuerpo, excepto los ojos, con los que maneja el sistema avanzado con el que se comunica.
Pero los ojos le dan tambi¨¦n esa mirada intensa y expresiva. Es la hora de hablar con Lucy sobre el libro, sobre la colaboraci¨®n literaria con su padre, sobre su padre. Pero mejor no molestarle en el despacho. Hawking dice un adi¨®s visual dif¨ªcil de olvidar. Adem¨¢s de pensar en f¨ªsica, en ciencia -"todos los d¨ªas, constantemente", dice Lucy-, en el mundo que rodea y que ¨¦l se empe?a en vivir, ?en qu¨¦ m¨¢s piensa Stephen Hawking?
El Centro de Ciencias Matem¨¢ticas est¨¢ en un edificio moderno del King College a las afueras de Cambridge. "A mi padre no le gusta mucho, prefer¨ªa su antiguo despacho en el centro, donde adem¨¢s ten¨ªa cerca los restaurantes, los pubs, las tiendas, pero ya era demasiado peque?o aquello y se ha tenido que mudar", explica Lucy. ?Le gusta salir a comer o de tiendas? "S¨ª, much¨ªsimo, le encanta la comida india, muy picante, y la tailandesa. Y disfruta cuando sale de compras, tiene muy buen gusto y es un excelente asesor para comprar ropa. Tambi¨¦n es muy generoso y siempre est¨¢ haciendo regalos a los dem¨¢s".
El viejo despacho est¨¢ en la planta baja de las hist¨®ricas dependencias del Trinity College, el Gonville and Caius Porter's Lodge, en el centro de Cambridge, y todav¨ªa est¨¢ la placa con su nombre en la puerta, que da a un patio ajardinado con un c¨¦sped impecable y los bellos edificios de piedra alrededor. Dentro quedan papeles del gran cient¨ªfico y sus libros.
La clave secreta del universo es el tercer libro de Lucy Hawking, periodista, 37 a?os. Pero ¨¦ste es el primero que escribe a medias con su padre -m¨¢s la colaboraci¨®n de Christophe Galfard- y el primero de ficci¨®n. Escribir un libro es una tarea muy dura, y casi m¨¢s cuando se hace en colaboraci¨®n. ?De verdad est¨¢ hecho a cuatro manos o lo ha escrito usted incorporando ideas de su padre? "?l ha trabajado realmente en el libro, es un trabajo a medias. Toda la parte cient¨ªfica es suya, como, por ejemplo, cuando Eric, el padre de Annie, explica lo que es un agujero negro, la ha escrito ¨¦l enteramente. Tal vez la idea inicial de este libro fuera m¨ªa, pero lo hemos escrito los dos y muchas cosas son un reflejo de su carrera, de su trabajo".
En la novela -"para ni?os a partir de los ocho a?os y de ah¨ª en adelante, porque no ponemos l¨ªmite de edad del lector", dice Lucy- se nota la mano del cient¨ªfico. Por ejemplo, el ordenador, Cosmos, es capaz de facilitar viajes maravillosos por el universo saliendo por la ventana de casa. Pero la m¨¢quina no hace los descubrimientos, los hace el ser humano, Eric. "S¨ª, el ordenador, por muy inteligente que sea, no lo es tanto como el cerebro humano, el descubrimiento lo tiene que hacer la persona", dice la hija del cient¨ªfico.
?Es dif¨ªcil colaborar con su padre? Los cient¨ªficos, a veces, exigen unas precisiones que alejan sus escritos de quienes no son expertos. "No, ha sido muy f¨¢cil, mi padre tiene una mente muy clara y tantos conocimientos que es una aut¨¦ntica felicidad trabajar con ¨¦l. Las cosas que pasan en el libro, las cosas que contamos, son cosas que ¨¦l no tiene que buscar, las sabe porque se trata de su trabajo. Adem¨¢s, sabe c¨®mo contarlas con el lenguaje claro y directo. Tambi¨¦n tiene una gran imaginaci¨®n, as¨ª que ha sido un gran placer escribir con ¨¦l". ?Recuerda que su padre les explicara c¨®mo es el universo o los planetas cuando usted y sus hermanos eran ni?os, como hace Eric, el cient¨ªfico de La clave secreta del universo con su hija Annie y el ni?o de los vecinos, George?
"S¨ª, claro que me acuerdo de mi padre explic¨¢ndonos cosas. Tengo dos hermanos mayores, uno es ingeniero de tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n y George se parece mucho a ¨¦l, as¨ª que su relaci¨®n con mi padre era similar a la del protagonista del libro con Eric". ?Y usted se parece m¨¢s a Annie, que est¨¢ interesada en la ciencia como algo habitual aunque sus pasiones sean otras? "S¨ª, soy m¨¢s parecida a Annie, interesada por la m¨²sica, la danza, el teatro... De nuevo aqu¨ª hay un paralelismo con nuestras vidas familiares".
Lucy tiene un hijo de 10 a?os (Hawking tiene otro nieto, de a?o y medio, de su hijo mayor). "Hemos utilizado algunas de las explicaciones de mi padre a mi hijo sobre cosas de ciencia, porque ¨¦l siempre tiene una tendencia hacia los argumentos sencillos, es un divulgador brillante".
La clave secreta del universo, que en Espa?a se publica sin las ilustraciones de la versi¨®n en ingl¨¦s, cuenta la historia de un ni?o que vive en Cambridge con unos padres ecologistas bastante radicales que no le dejan tener ordenador y que le obligan a comer alimentos "naturales" exclusivamente, rechazando las tecnolog¨ªas de la vida moderna. Pero un d¨ªa conoce a la ni?a de la casa de al lado, Annie, hija de un cient¨ªfico, Eric, con su prodigioso ordenador Cosmos. A partir de ah¨ª empieza la aventura de la vida y la ciencia, con malos, acoso escolar, intenciones perversas para utilizar el envidiable ordenador, trampas morales, trajes espaciales para ni?os y viajes por los planetas y los agujeros negros.
En toda la primera parte, los ecologistas padres de George aparecen casi rid¨ªculos, exagerados y aburridos, aunque luego congenian con los vecinos cient¨ªficos. "Mi padre y yo compartimos la preocupaci¨®n por las cuestiones medioambientales y la necesidad de defender un planeta que es ¨²nico, porque los dem¨¢s son inh¨®spitos, muy fr¨ªos o muy calientes. Cuando George viaja con sus vecinos por el sistema solar, montados en un cometa, se da cuenta de que el planeta Tierra es ¨²nico, un sitio precioso, ?y tan fr¨¢gil!", explica Lucy. "Sus padres tambi¨¦n quieren defenderlo pero con su rechazo inicial de la ciencia y la tecnolog¨ªa no se dan cuenta de que est¨¢n perdiendo la posibilidad de utilizarlas, pese a que son tan ¨²tiles para proteger la Tierra. La idea final es que todos tienen que trabajar juntos para ayudar al planeta, o ser¨¢ muy dif¨ªcil lograrlo. Esa excursi¨®n por el espacio que hace George con Annie y Eric es lo que le abre a la ciencia".
?Hay algo de Harry Potter y sus personajes en George y los suyos? A Lucy no le gusta mucho la pregunta. "Creo que la mayor¨ªa de los libros de ficci¨®n para ni?os, la literatura infantil cl¨¢sica, incluido Harry Potter, tiene en com¨²n muchas cosas: las aventuras, los protagonistas infantiles con los que los peque?os lectores pueden identificarse...". Lucy y su padre est¨¢n trabajando en la segunda entrega de George, Annie, Cosmos y los dem¨¢s. "Ser¨¢n los mismos personajes, pero con aventuras muy diferentes", adelanta.
Y mientras tanto, Stephen Hawking sigue con su actividad fren¨¦tica. Incluso saca tiempo para hacer algo tan laborioso como seleccionar y editar una colecci¨®n de escritos de Albert Einstein, lejos en este caso de la divulgaci¨®n apta para todos los p¨²blicos. Y lo ha hecho en el volumen La gran ilusi¨®n. Las grandes obras de Albert Einstein. Una mesa junto a una chimenea y unas sillas casi explican por s¨ª solas por qu¨¦ a Hawking le gusta m¨¢s el despacho del antiguo edificio en el centro de Cambridge que el que ahora ocupa, pero estas viejas dependencias deben ser muy inc¨®modas para un hombre que necesita la atenci¨®n constante de un equipo de enfermeras que le ayudan a vivir cada d¨ªa un d¨ªa m¨¢s.
?C¨®mo est¨¢ de salud? "Estacionario", contesta Lucy. "Trabaja mucho, escribe, da conferencias... La verdad es que est¨¢ tremendamente ocupado todo el d¨ªa y hace un enorme esfuerzo para intentar hacer much¨ªsimo m¨¢s de lo que har¨ªa una persona que no tuviera sus problemas. S¨ª, su enfermedad est¨¢ estacionaria, pero est¨¢ haci¨¦ndose mayor, ha cumplido 66 a?os y, l¨®gicamente, esto tambi¨¦n influye. Pero esta bien", dice con una sonrisa cari?osa. Y no pasa por alto las aficiones de su famoso padre: "Escuchar m¨²sica, le gusta mucho la ¨®pera, Wagner, va al cine, sale a cenar...". As¨ª que no debe ser nada raro, en alg¨²n restaurante indio o tailand¨¦s de Cambridge, o¨ªr un bip bip bip entre las conversaciones de los comensales. Ser¨¢ el profesor Stephen Hawking, titular de la C¨¢tedra Lucasiana de Matem¨¢ticas, charlando con unos amigos.
La clave secreta del universo sale a la venta el pr¨®ximo viernes, 28 de marzo. Stephen y Lucy Hawking. Traducci¨®n de Laura Mart¨ªn de Dios. Montena. Barcelona, 2008. 224 p¨¢ginas. 18,95 euros. La clau secreta de l'univers. Traducci¨®n de Anna Jolis Oliv¨¦. Montena. La gran ilusi¨®n: las grandes obras de Albert Einstein. Stephen Hawking. Varios traductores. Cr¨ªtica. Barcelona, 2007. 696 p¨¢ginas. 29,90 euros.
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