Conservar o destruir
Recuerdo haber discutido m¨¢s de una vez con mi padre sobre la conveniencia o inconveniencia de publicar las cartas de los escritores, una vez muertos. ?l era enemigo declarado de esta pr¨¢ctica. Juzgaba que nadie deb¨ªa conocer lo que estaba destinado a una sola persona, en una fecha determinada, bajo un estado de ¨¢nimo concreto. A veces, en confianza, se dicen cosas exageradas o poco meditadas acerca de terceros; o provisionales, que responden a un enfado moment¨¢neo sin mayor trascendencia, o al mero mal humor del d¨ªa en que se cogi¨® la pluma y se habl¨® con un amigo, tal vez para desahogarse y despu¨¦s olvidarse. Esos prontos, sin embargo, cuando aparecen impresos al cabo del tiempo, adquieren una gravedad que jam¨¢s tuvieron, y el escritor en cuesti¨®n queda como un mal¨¦volo o incluso un mal bicho, o un antip¨¢tico, o un cruel, o un hip¨®crita, cuando en conjunto no era nada de eso. Por no hablar de las cartas amorosas, que a ojos de un espectador tard¨ªo resultan f¨¢cilmente rid¨ªculas y aun grotescas, o salaces, o cursis, u obsesivas. Hace treinta a?os yo le escrib¨ª una largu¨ªsima carta -en forma de diario, a lo largo de d¨ªas- a una novia muy querida que me hab¨ªa dejado. Sin duda intentaba darle pena -o dicho m¨¢s noblemente: que conociera mi sufrimiento- y tambi¨¦n crearle mala conciencia, si es que ambas cosas no son la misma. Seguro que si hoy tuviera oportunidad de leerla, me dar¨ªa mucha verg¨¹enza y me reprochar¨ªa hab¨¦rsela escrito, y sobre todo hab¨¦rsela enviado. No hace falta imaginar la que sentir¨ªa si esa carta la pudieran leer otros, digamos cualquier cotilla con quince euros en el bolsillo para comprar el libro en que se incluyera.
Mi padre se indignaba ante los argumentos de los estudiosos o cr¨ªticos y de los herederos, los primeros para publicar las correspondencias privadas, los segundos para permitirlo y venderlas. "Tenemos derecho a conocer cualquier texto de tal o cual autor, aunque sea privado y as¨ª fuera concebido, porque arrojar¨¢ luz sobre su obra". Nadie tiene derecho a asomarse a la intimidad de una persona, dec¨ªa ¨¦l, por muy p¨²blica que ¨¦sta fuera y mucha curiosidad que suscite su vida. Que alguien publique libros no es raz¨®n para que tras su muerte se ense?e cuanto no escribi¨® para la imprenta. La obra ah¨ª est¨¢, y arroja luz por s¨ª sola. Yo estaba bastante de acuerdo con ¨¦l en esencia, pero siempre le preguntaba lo mismo: "Si aparecieran hoy cartas de Cervantes o de Shakespeare" (del primero no quedan y del segundo alguna insignificante tan s¨®lo, si no me equivoco), "?t¨² no querr¨ªas leerlas? ?Acaso no te interesar¨ªan?" A lo cual me respond¨ªa que s¨ª, claro, pero que ellos estaban muy lejanos en el tiempo. Y yo le contestaba: "Todos lo estar¨¢n, un d¨ªa. Y si tanto te molesta esta pr¨¢ctica, ?por qu¨¦ no destruyes las que tienes de escritores importantes? De Guill¨¦n, de Salinas, de tu maestro Ortega". A eso no sol¨ªa tener respuesta, o al menos no convincente.
Me temo que la postura general de mi padre tiene hoy la batalla perdida. Cuanto pervive se saca a la luz, y ¨¦l mismo le¨ªa, cuando se publicaban, las correspondencias de los autores que le interesaban, lo mismo que sus diarios y memorias. Bien es verdad que a menudo con desagrado, como si, tras caer en la tentaci¨®n, hubiera preferido ignorarlos. Las memorias de su idolatrado Simenon, por ejemplo, le resultaron profundamente antip¨¢ticas. Yo tambi¨¦n leo ese tipo de material: tengo los ocho gruesos tomos de las Cartas de Stevenson, los nueve de las de Conrad, y he comprado los dos primeros de los ?ciento cuarenta! que se anuncian con las de Henry James. Y las de muchos otros. Cuando escrib¨ª mi libro Vidas escritas, me divert¨ª sobremanera leyendo lo m¨¢s personal de y sobre los literatos cuyas semblanzas trac¨¦ en breves piezas. S¨®lo tres, de los veintis¨¦is retratados, me cayeron mal y me parecieron fatuos y sin gracia: Joyce, Mann y Mishima, que se tomaban demasiado en serio a s¨ª mismos y estaban convencidos -o quiz¨¢ inseguros- de su extremada importancia. Dado que aquel volumen no se ocupaba de las obras, sino de los personajes -casi como si fueran ficticios-, los trat¨¦ con algo m¨¢s que guasa.Hoy proliferan las an¨¦cdotas ap¨®crifas sobre los escritores vivos y muertos, y poco de lo que se encuentra en Internet es fiable. Cualquier "bloguero" idiota o megal¨®mano cuenta lo que le viene en gana, y la falacia ya no hay quien la pare. En ese sentido, las cartas, al menos, ofrecen la ventaja de su autenticidad incuestionable. Ahora empiezo a verme en la situaci¨®n inc¨®moda de tener yo que decidir, en alg¨²n que otro caso. Se me van pidiendo las cartas que me escribi¨® Juan Benet, por ejemplo, y mis hermanos y yo hemos encontrado la correspondencia de Ortega y Gasset no s¨®lo con nuestro padre, sino -y es tal vez la m¨¢s curiosa- con nuestra madre. Ni ¨¦l ni ella la destruyeron, evidentemente, y ahora nos tocar¨ªa decidir a nosotros si la hacemos desaparecer para siempre o s¨®lo durante un tiempo. Si la quemamos o la conservamos. Si la guardamos para nosotros o la damos a conocer a los estudiosos, con los riesgos que eso implica. Y nos damos cuenta, los cuatro, de que no lo tenemos claro. No es f¨¢cil esa decisi¨®n, que nuestra ¨¦poca sin escr¨²pulos suele tomar alegremente. Mala suerte la nuestra, por no pertenecer del todo a nuestro tiempo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.