?C¨®mo se dan los premios literarios?
En Espa?a abundan los galardones, pero los concedidos por el sector privado tienen razones editoriales y los del sector p¨²blico, criterios funcionariales y pol¨ªticos. Har¨ªan falta fundaciones de solvencia
Qu¨¦ premian los premios? ?Para qu¨¦ sirven los premios? ?Son libres los premios? Cada a?o se conceden en nuestro pa¨ªs centenares de premios a muy diversas actividades art¨ªsticas, la mayor¨ªa de los cuales proceden de toda clase de instituciones p¨²blicas y privadas. ?Vivimos en Jauja? ?Estamos ante una nueva edad de oro de las artes? ?Se han extendido los saraos sociales a los frutos de la creaci¨®n literaria, visual o musical? En medio de todo este aparente esplendor, buscando el origen y sentido de esta proliferaci¨®n, surge en seguida una pregunta: ?es el Estado quien tiene el deber de regular los premios culturales o la cosa es as¨ª porque no existe otra alternativa?
La sensaci¨®n que invade al ciudadano atento es la de que s¨®lo el Estado parece garantizar una valoraci¨®n objetiva de una obra, pues no se siente afectado por las concesiones al beneficio, ya que los suyos (nacionales o auton¨®micos) son premios a fondo perdido en lo econ¨®mico. En otros sectores, como el audiovisual, academias de profesionales o entidades privadas otorgan sus premios a la labor de un a?o o de toda una vida (Goya, Max, Ondas, Fotogramas...) y procuran que prime el reconocimiento profesional. Por el contrario, en el mundo literario apenas existen premios que se otorguen a libros ya publicados. Los premios famosos y reconocidos del mundo de la edici¨®n son casi siempre a originales in¨¦ditos y se han convertido en un lanzamiento editorial de autores bien conocidos. El negocio es el negocio. De manera que los premios-resumen de un a?o de actividad creadora (literarios sobre todo, aunque tambi¨¦n de otros ¨®rdenes art¨ªsticos) en Espa?a los conceden el Estado (Cervantes, Vel¨¢zquez, el conjunto de los Nacionales...) o instituciones paraestatales.
Los grandes premios de resonancia internacional est¨¢n en manos de fundaciones privadas
Los premios nacionales nutren sus jurados por un procedimiento r¨ªgidamente funcionarial
Pero ?es el Estado verdaderamente neutral? Resulta significativo que los grandes premios de resonancia internacional est¨¦n todos en manos de fundaciones y entidades privadas, que suelen ser, cada uno a su estilo, independientes del Estado aunque no sea incierto decir que los interesados (editores, creadores, investigadores...) tratan de meter la nariz en ellos, pues generan ventas o fama extraordinarias que allegan grandes recursos a los ganadores. Sin embargo, lo cierto es que generan venta o fama debido a su credibilidad e independencia.
En Espa?a quiz¨¢ pudiera ponerse el ejemplo del Pr¨ªncipe de Asturias, pero aparte de su vinculaci¨®n nominal con la familia real, es un premio dedicado a premiarse m¨¢s bien a s¨ª mismo. Lo que convendr¨ªa preguntarse es por qu¨¦ el Estado ha tenido que hacerse cargo de reconocer y distinguir a los creadores mientras el resto de la sociedad lo contempla desde la barrera. ?Quiz¨¢ porque en este pa¨ªs el paternalismo del poder y el peso de la religi¨®n nos acercan m¨¢s a lo providencial que al esfuerzo emprendedor del individuo o el colectivo social?
Echando la vista atr¨¢s, vemos que si el cenit de la literatura y las artes en Espa?a se corresponde con el barroco, es decir, con la primera quiebra de la confianza en el papel de paladines de la cristiandad en el mundo bendecido por Dios, desde entonces no han hecho sino decaer, en especial la literatura, hasta extremos muy provincianos salvo las excepciones de rigor, siempre muy minoritarias y alejadas de los intereses dominantes. En consecuencia, y cada una a su manera, el arte y la sociedad se han resentido de ello. La sociedad espa?ola ha sido una sociedad fundamentalmente inculta y sometida a un poder tradicionalmente tan despectivo con el saber como entablerado entre la religi¨®n y la reacci¨®n. La sociedad espa?ola, esa que se despe?a por la Corte de los Milagros de Valle-Incl¨¢n, fundamentalmente inculta, con extraordinaria tasa de analfabetismo aun en la primera mitad del siglo XX y sin una verdadera tradici¨®n civil, ha sido incapaz de generar por s¨ª misma un referente cultural.
En tales condiciones, ser¨ªa un verdadero milagro que instituciones o entidades privadas, en tanto que emanaciones de esa misma sociedad, alcanzaran notoriedad e influencia en el pa¨ªs. En el ¨²ltimo cuarto del siglo XX s¨®lo una intervenci¨®n del Estado a favor de las artes, las letras e incluso la investigaci¨®n propici¨® los diversos premios Nacionales en r¨¦gimen de libertad. Pero la pregunta sigue en pie: ?es el Estado suficientemente independiente de los intereses del poder como para generar credibilidad o estamos ante un contrasentido insoluble?
El actual Ministerio de Cultura ha planteado lo que denomina "C¨®digo de buenas pr¨¢cticas", que, en principio, pretende acabar con esa idea de que la capacidad de juicio va unida al cargo. Para ello plantea "incorporar a la sociedad civil a la gesti¨®n de la cultura". Loable intento que si no aleja del todo la sospecha de intervencionismo, en principio puede mejorar y regular sustancialmente la calidad y coherencia de los premios. Centr¨¢ndonos en los premios literarios, para no dispersarnos demasiado, cabe decir que, en principio, se tratar¨ªa de otorgar decisi¨®n a personas realmente capacitadas para juzgar en raz¨®n de su preparaci¨®n intelectual y/o su actividad creadora; pero teniendo en cuenta la baja exigencia de buena parte de la cr¨ªtica espa?ola y la endogamia y rutina de la universidad, precisamente dos de las tres patas en las que se apoyan los premios de estirpe anglosajona (la tercera la nutren creadores de reconocido prestigio en pa¨ªses donde no se confunde el prestigio con la popularidad), no es f¨¢cil establecer una rigurosa selecci¨®n de jurados.
Quiz¨¢ conviniera m¨¢s un toque mediterr¨¢neo, a lo Goncourt, tan ceremonial, tan ritual, pero cuyos diez miembros son intelectuales de indudable prestigio aunque la sospecha de que trabajen en pro de sus respectivos editores es una sombra que a menudo ha oscurecido la concesi¨®n de este premio, que no su acogida por el p¨²blico lector.
Por ahora, los premios Nacionales (sigamos con este ejemplo) nutren sus jurados por un procedimiento r¨ªgidamente funcionarial tanto en la selecci¨®n de candidatos como en la elecci¨®n de sus componentes, que contrasta con la amplitud de criterio, libertad de elecci¨®n, dedicaci¨®n y solvencia de sus pares extranjeros (Pulitzer, Booker, Goncourt, National Book Awards...), incluso si son acusados de defender en ocasiones intereses m¨¢s cercanos a una determinada contingencia pol¨ªtica, como se ha dicho en ocasiones del Premio Nobel. El sistema espa?ol se atiene al criterio de representaci¨®n antes que al de la preparaci¨®n y el conocimiento intelectual y, por lo general, los jurados se componen sobre la marcha con unos candidatos elegidos por el procedimiento antedicho, lo que supone que, junto a personas adecuadas, a menudo figuren otras de dudosa idoneidad o informadas de o¨ªdas, que deciden sin tiempo para conocer a fondo la obra u obras que concursan en cada especialidad. De ah¨ª proviene el car¨¢cter err¨¢tico de nuestros premios Nacionales, que son m¨¢s propensos al partidismo y a la improvisaci¨®n que a la evaluaci¨®n razonada de los candidatos.
El punto de partida de la creaci¨®n de los premios a partir de la democracia procede de un lamentable error: la idea de que el gusto art¨ªstico (el que permite apreciar la calidad de una obra) y el criterio que debe de sustentar las opiniones, son democr¨¢ticos por el hecho de vivir en una sociedad democr¨¢tica. Nada m¨¢s incierto: el gusto y el criterio son producto de una intensa y constante formaci¨®n y confrontaci¨®n personal, no de un status predeterminado por el cargo. La democracia no concede necesariamente conocimiento, que requiere del esfuerzo del individuo, sino que tiende a eliminar las trabas para acceder a ¨¦l.
?Es el Estado quien debe regular los premios o no hay otra alternativa por la falta de una tradici¨®n de independencia y solidez cultural de nuestra sociedad? He ah¨ª el problema. De momento, buena parte de las fundaciones son un sumidero de subvenciones, pero quiz¨¢ llegue el d¨ªa en que las propias necesidades sociales generen las instituciones capaces de fomentar el conocimiento y el arte con independencia del poder pol¨ªtico. La medida ministerial que se anuncia puede ser un paso intermedio y una saludable entrada de aire fresco y buenas costumbres en una situaci¨®n cuya estabilidad, por el momento, presenta unos ¨ªndices de poluci¨®n intelectual muy poco estimulantes.
Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu es escritor.
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