El para¨ªso de la inflaci¨®n
Las calles de Harare, capital de Zimbabue, est¨¢n repletas de vendedores informales de frusler¨ªas, con fajos de billetes en las manos y los bolsillos. Se necesitan muchos para comprar apenas nada: un cigarrillo suelto cuesta 1,5 millones de d¨®lares zimbabuenses; el autob¨²s para ir a un barrio de la periferia, 15 millones; una barra de pan, 40 millones. El disparatado ritmo de impresi¨®n de dinero en Zimbabue que marca el presidente, Robert Mugabe, para mantenerse en el poder a toda costa ha colocado al pa¨ªs surafricano en una situaci¨®n de colapso, con la mayor inflaci¨®n del mundo: en diciembre la cifra oficial era del 100.500%, aunque esta semana se ha divulgado ya la de febrero: 165.000%. La realidad es posiblemente muy superior.
El Banco Central acaba de poner en circulaci¨®n los billetes de 25 y 50 millones, una nueva huida hacia delante. En enero se hab¨ªa creado el de 10 millones, que supuestamente iba a poner fin a las grotescas im¨¢genes de pobres cargando fajos de billetes in¨²tiles, pero ese billete-salvador ni siquiera alcanza ya para comprar un rollo de papel de v¨¢ter, que cuesta 15 millones en el supermercado. En 2006 a¨²n se emit¨ªan billetes de un d¨®lar zimbabuense, lo que da idea de la velocidad de v¨¦rtigo que lleva esta espiral hacia el colapso. Los salarios no se actualizan al mismo ritmo, claro. Un obrero del campo percibe como salario m¨ªnimo 10 millones al mes, con lo que no puede subirse al autob¨²s para ir al trabajo ni un solo d¨ªa. Resultado: cada vez son m¨¢s los que dejan de ir a trabajar para no perder dinero. La gente aguanta hasta ahora con un estoicismo incre¨ªble.
Nadie puede sacar del banco m¨¢s de 500 millones por d¨ªa, con lo que los ahorros van evapor¨¢ndose. Y sin embargo, todo el mundo aguarda pacientemente horas de cola bajo un sol abrasador a la espera de que le toque el turno en el cajero. Nadie protesta, simplemente espera en esta especie de laboratorio funesto donde se experimenta con los r¨¦cords gal¨¢cticos de inflaci¨®n. El Gobierno prepara otra lluvia de millones para sus bases en las zonas rurales. Millonadas que no sirven para nada, ni siquiera para ganar unas elecciones.
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