Los internos de un centro de extranjeros se rebelan por maltrato
Entre 30 y 40 internos, en huelga de hambre por las deficiencias del centro
Inmigrantes recluidos en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche iniciaron el domingo una huelga de hambre contra las supuestas malas condiciones en las que viven. Son "entre 30 y 40" internos, seg¨²n familiares y miembros de la ONG Ferrocarril Clandestino, que lleva meses protestando por la situaci¨®n del centro. La versi¨®n policial habla de dos internos que protagonizaron "un conato de rebeli¨®n" el lunes por la tarde. Ocho agentes antidisturbios "calmaron los ¨¢nimos", dice la polic¨ªa, que niega el uso de la fuerza. Los familiares y la ONG sostienen que s¨ª hubo heridos. "A un senegal¨¦s le golpearon en los test¨ªculos", seg¨²n relat¨® ayer la esposa de un interno.
No es la primera queja contra el CIE de Aluche. A finales de diciembre pasado, un grupo de internas denunci¨® en una carta dirigida a la Comisi¨®n Europea las condiciones de fr¨ªo, hambre e insalubridad a las que supuestamente estaban sometidas en el centro junto a la vieja c¨¢rcel de Carabanchel. En la misiva explicaban que en sus alimentos se pod¨ªan encontrar "pelos, gusanos, excrementos de ratas y restos de cucarachas". Las mujeres a?ad¨ªan que se hab¨ªan dado casos "de maltrato y vejaciones" y que el m¨¦dico del centro "s¨®lo receta Paracetamol". EL PA?S ha solicitado desde entonces acceder al recinto en tres ocasiones, la ¨²ltima ayer. Las autoridades nunca han dado permiso. En la calle, familiares y ex internos coinciden en denunciar un calvario.Ana nunca entra al CIE en el que su esposo Alfonso lleva varios d¨ªas retenido. No puede hacerlo, porque, igual que ¨¦l, no tiene papeles. Su caso, su miedo, es la historia de cada d¨ªa en Aluche. Tanto miedo que ni ella se llama Ana, ni ¨¦l Alfonso. La mujer se las apa?a para hacerle llegar mantas, ropa y dinero a su marido, uno de los que mantienen la huelga de hambre desde el domingo. Un amigo, legal en Espa?a, entrega las bolsas por ella. Ambos esperan en la cola, en los bajos de la antigua c¨¢rcel de Carabanchel, frente al CIE. Las filas son constantes, principalmente los fines de semana.
A finales del a?o pasado, Mar¨ªa se desesperaba en esa misma fila. Dentro, su novio Javier esperaba su expulsi¨®n. Ella accedi¨® a que este peri¨®dico le visitara, con la promesa de no contar nada hasta que ambos estuvieran seguros en su pa¨ªs, Bolivia. Esto es as¨ª desde hace unas semanas. Veinte euros en monedas para comprar s¨¢ndwiches en una m¨¢quina, unas zapatillas nuevas y dos tarjetas telef¨®nicas prepago eran el encargo. Eso y decirle, en s¨®lo cinco minutos de visita, que su chica le daba ¨¢nimos, que la abogada intentaba arreglar su salida y preguntarle si ten¨ªa problemas por una pelea que tuvo lugar el d¨ªa antes.
Al entrar al recinto uno siente qu¨¦ es ser extranjero en Espa?a. Porque uno recibe ¨®rdenes cortantes, cercanas al desprecio. "?El siguiente!", espetaba un agente para entrar a una sala de visitas reluciente. All¨ª, tras unos pocos minutos, apareci¨® Javier. ?Qu¨¦ tal? Su cara lo dec¨ªa todo. Javier hablaba de suciedad ("nada que ver" con la limpieza de la sala), de comida "incomible" y de fr¨ªo. Era un hombre desubicado, alguien que se ve¨ªa en una especie de c¨¢rcel sin haber cometido nunca un delito.
Sin tiempo para nada, el periodista le dio un n¨²mero de tel¨¦fono. A los pocos d¨ªas, dos internos llamaron para repetir lo mismo. En el CIE se malvive. Su ¨²nico delito fue tener necesidad. De la noche a la ma?ana se convirtieron en eso tan feo llamado inmigrante irregular.
Explotados por una miseria, con suerte. Sorteando el miedo de ser detenidos. Como quien camina a tientas por un terreno minado con el tembleque de saltar por los aires. Porque eso le pasa al inmigrante irregular, a la persona, que sabe que no le pueden pillar. Porque tiene una familia a la que mantener. Porque tiene una deuda que pagar. Porque no lleg¨® gratis a Espa?a. Ana, la que no entra al CIE y a¨²n conf¨ªa en que su marido no sea expulsado, gana 400 euros al mes.
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