Y el Prado sorte¨® su fatal destino
Reconstrucci¨®n del viaje que el tesoro art¨ªstico emprendi¨® en la Guerra Civil
16 de noviembre de 1936. Los Junkers alemanes de la Legi¨®n C¨®ndor se ceban con Madrid. Las bombas alcanzan al Museo del Prado. El presidente de la Rep¨²blica, Manuel Aza?a, decide que ha llegado el momento de completar la evacuaci¨®n de las obras iniciada t¨ªmidamente bajo la direcci¨®n de Rafael Alberti. Puede haber m¨¢s rep¨²blicas o incluso regresar la Monarqu¨ªa, pero un tesoro como ¨¦ste s¨®lo hay uno. A los pocos d¨ªas comienza el largo viaje que acabar¨ªa con la llegada a Ginebra en febrero de 1939 de m¨¢s de 20.000 obras maestras.
Esta formidable aventura, que cont¨® con involuntarios protagonistas de la talla de Rembrandt, Vel¨¢zquez, Goya, Tiziano o Rubens, podr¨ªa haber sido escrita por el mejor guionista del m¨¢s insuperable thriller.
Los fascistas dec¨ªan que los cuadros ser¨ªan cambiados por armas
71 camiones trasladaron a Valencia las joyas del museo
Pese a haber transcurrido casi setenta a?os de aquello, lo ocurrido con los fondos del Prado durante la guerra ha sido poco tratado por los historiadores. Como en un extra?o pacto de silencio de todas las partes implicadas. Hasta ahora. El historiador Arturo Colorado Castellary (Huelva, 1950) reconstruye el relato en ?xodo y exilio del arte. La odisea del Museo del Prado durante la Guerra Civil (C¨¢tedra), al tiempo que un documental, Salvemos el Prado, realizado por Alfonso Arteseros, a?ade luz sobre el periodo con declaraciones de testigos y protagonistas de la aventura.
La historia, desde luego, cuenta con todos los ingredientes. Un total de 71 camiones trasladaron a Valencia las joyas del Prado (a las que se sumaron otras de El Escorial, la Academia de San Fernando, el Palacio Real o el palacio de Liria). De ah¨ª, a Barcelona. Y Figueras. Al fin, el tesoro qued¨® a salvo al otro lado de la frontera junto con los miles de espa?oles ateridos por el fr¨ªo y confundidos por el hambre en 1939, en aquel despiadado invierno del exilio.
El destino de los cuadros corri¨® paralelo al del Gobierno de la II Rep¨²blica. Y siempre estuvo bajo control directo del presidente. "Debajo de nuestro comedor estaban los Vel¨¢zquez", escribe Aza?a en el castillo de Peralada ya en los d¨ªas finales de la ca¨ªda de la Catalu?a republicana. "Cada vez que bombardeaban en las cercan¨ªas me desesperaba. Tem¨ª que mi destino me hubiera tra¨ªdo a ver el museo hecho una hoguera. Era m¨¢s de cuanto pod¨ªa soportarse".
Todo hab¨ªa empezado en realidad en agosto de 1936, cuando el Museo del Prado hubo de cerrar sus puertas al p¨²blico. Las obras m¨¢s importantes fueron descolgadas. Cubiertas con mantas y pl¨¢sticos, ocuparon la parte baja del edificio, junto a otras requisadas por la Junta de Incautaci¨®n y Protecci¨®n del Tesoro Art¨ªstico, que presid¨ªa Timoteo P¨¦rez Rubio, protagonista tambi¨¦n inesperado de la operaci¨®n de salvamento del museo.
Alfonso P¨¦rez S¨¢nchez, que fue director del Prado durante ocho a?os, se pregunta en el pr¨®logo del libro sobre la necesidad de la operaci¨®n vista con la perspectiva del tiempo. Su respuesta es contundente. Los bombazos ca¨ªdos sobre el palacio de Villanueva en los primeros d¨ªas de la guerra ya justificar¨ªan la decisi¨®n. Aunque ¨¦sta tuviese que tomarse en medio de unas condiciones que la desaconsejaban. Y contra la propaganda fascista, que extendi¨® la idea de que si los cuadros sal¨ªan ser¨ªa para ser cambiados por armamento. P¨¦rez S¨¢nchez concluye que el viaje no s¨®lo fue imprescindible, sino que todos los espa?oles tienen una deuda moral pendiente con los responsables de la operaci¨®n.
La precaria salida de las primeras obras, organizada por Alberti, prosigui¨® con las m¨¢ximas garant¨ªas posibles entre abril y mayo de 1937. Las bombas que alcanzaron el Prado en noviembre de 1936 hab¨ªan sonado a estruendoso ultim¨¢tum. El transportista Macarr¨®n se encarg¨® del embalaje de miles de piezas, recubiertas con cart¨®n impermeable y empaquetadas a bordo de camiones que viajaban a 15 kil¨®metros por hora.
En Valencia, las obras se instalan en las Torres de Serrano, una aut¨¦ntica fortaleza. A finales de 1937, el avance de las tropas nacionales fuerza a un nuevo traslado. El Gobierno se muda a Barcelona y Aza?a decide que la caravana art¨ªstica le acompa?e a Catalu?a. El castillo de Peralada, a 10 kil¨®metros de la frontera, y la mina de talco de La Vajol son los ¨²ltimos escondrijos para el tesoro.
Febrero de 1939. Catalu?a est¨¢ a punto de caer ante el empuje de la Legi¨®n C¨®ndor. Hay que organizar la salida bajo la protecci¨®n de los pa¨ªses democr¨¢ticos. El pintor catal¨¢n Jos¨¦ Mar¨ªa Sert se pone a ello. El 2 de febrero se firma el Acuerdo de Figueras. En Francia, las obras son trasladadas en tren. Cuando, tras su entrada en Ginebra el 13 de febrero de 1939, los operarios que abrieron las 572 cajas del tesoro, custodiadas en el palacio de la Sociedad de las Naciones, respiraron aliviados. Los 45 vel¨¢zquez, 138 goyas, 43 grecos segu¨ªan all¨ª con el resto del tesoro.
"Timoteo, di que somos hermanos"
Al poco de comenzar la guerra, el Gobierno de la Rep¨²blica nombr¨® al pintor y cartelista valenciano Josep Renau director general de Bellas Artes. Al frente del Museo del Prado colocaron a un ya c¨¦lebre Pablo Picasso. Alberti qued¨® al cargo del Museo Rom¨¢ntico. Pero el verdadero protagonista de esta historia fue el pintor Timoteo P¨¦rez Rubio, elegido para presidir la Junta de Incautaci¨®n y Protecci¨®n del Tesoro Art¨ªstico. De los tres nombramientos, este ¨²ltimo fue, en realidad, el m¨¢s importante. Renau tuvo una actuaci¨®n relevante durante la etapa en la que las obras estuvieron en Valencia, pero la relaci¨®n de Picasso con el museo fue inexistente. Desde Par¨ªs anim¨® a P¨¦rez Rubio a usar su nombre como aval para las gestiones internacionales que hubiera que emprender. "Puedes hacer ver que somos amigos desde la infancia. O hermanos. Lo que quieras. Util¨ªzame para lo que consideres necesario".
P¨¦rez Rubio, casado con la escritora Rosa Chacel, se preparaba para partir de veraneo cuando estall¨® la guerra. Conduc¨ªa un coche rumbo a la sierra para alquilar unas habitaciones en El Paular. Iba en busca de nuevos paisajes. Les interceptaron el paso. La guerra hab¨ªa estallado. P¨¦rez Rubio, sin adscripci¨®n pol¨ªtica, se ofreci¨® para lo que fuera. Sin ¨¦l, el largo viaje del Prado no hubiera sido posible. Como dijo su mujer, Rosa Chacel, "hizo la guerra defendiendo el tesoro art¨ªstico espa?ol".
Babelia
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