Futurismo de hace 30 a?os
Expectaci¨®n. Ansiedad. Miradas curiosas. El mago de la m¨²sica electr¨®nica no llegaba esta vez flanqueado por efectos visuales mayest¨¢ticos ni exhibiciones de pirotecnia, sino por un arsenal de viejos cacharros anal¨®gicos que habr¨ªan hecho las delicias del se?or Spock. La escenograf¨ªa, austera: unos pocos juegos de luces y un gran espejo gigante sobre las cabezas de los oficiantes. M¨¢s que un concierto al uso, acontec¨ªa anoche un ritual sonoro con el sumo sacerdote y su triunvirato de asistentes accionando teclas, palancas, pulsadores y potenci¨®metros con el ¨²nico fin de procurar el ¨¦xtasis de la parroquia.
La excusa para esta visita del compositor de Ly¨®n la encontramos en la regrabaci¨®n de su ¨¢lbum de cabecera, Oxyg¨¨ne, ahora que se cumplen 30 a?os desde que media humanidad se imaginara flotando por el espacio al son de aquellos impactantes chisporroteos interestelares. Salvando las muchas distancias estil¨ªsticas, a Jarre le ha sucedido algo parecido a lo de Mike Oldfield con su Tubular bells: la sombra de su t¨ªtulo referencial es tan alargada que eclipsa en buena medida toda la producci¨®n posterior (la buena y la manifiestamente mejorable).
Ante tal panorama, los dos podr¨ªan haber renegado de las criaturas que les ensombrecieron hasta casi devorarlos. En su lugar, ambos han optado por ponerse en manos de sus departamentos de mercadotecnia y revisitar la obra m¨ªtica al cumplirse la tercera d¨¦cada desde su aparici¨®n. Es una postura m¨¢s rentable, sin duda, pero admisible: aunque el nuevo Oxyg¨¨ne apenas aporta un sonido m¨¢s limpio que el original de 1977, su reescucha supera con creces la siempre implacable prueba del reloj. Somos todos mucho m¨¢s mayores que cuando descubrimos aquellos sintetizadores planeantes por primera vez, pero el discurso, por alguna extra?a raz¨®n, a¨²n sigue seduciendo.
La sensaci¨®n tal vez encaje con eso que en los pa¨ªses anglosajones denominan "placeres culpables". Cabr¨ªa pensar que una partitura tan rob¨®tica como la de Oxyg¨¨ne, estirada ahora para el directo hasta los 70 minutos, acumula todos los pecados de aquella precoz fascinaci¨®n por los artilugios repletos de cables. Deber¨ªamos no dejarnos atrapar por la vacua artiller¨ªa, por esos ruiditos de guerra de las galaxias en flamante versi¨®n surround. Podr¨ªamos predecir que toda aquella ret¨®rica pomposa ha quedado reducida a la condici¨®n de yermo anacronismo. Epur si muove. Y pasajes como las partes II y IV o la escandalera del therem¨ªn en la parte III conservan un efecto demoledor.
No hab¨ªa m¨¢s que ver las muchas sonrisas embobadas o el enjambre de grabadoras digitales (YouTube va a estar hoy echando humo) para comprender que a esta composici¨®n le acompa?a la buena estrella desde su nacimiento. Mientras casi nadie recuerda ya alg¨²n otro esfuerzo similar de aquellos a?os (como el apreciable Voyage, de Brian Bennett), estos seis movimientos sintetizados se agigantan en la memoria colectiva de un par de generaciones. La obra magna de Jarre cuenta hasta con el insospechado aval de la premonici¨®n: ese emblema de Michel Granger con el planeta Tierra transmut¨¢ndose en calavera se comprende hoy mucho mejor que en una ¨¦poca donde casi nadie sab¨ªa qu¨¦ demonios era la capa de ozono.
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