Qu¨¦ verde era mi h¨¢bitat
Un constructor me cont¨® hace a?os un caso que le ocurri¨® durante unas obras de consolidaci¨®n de la muralla de Lugo. Los trabajos consist¨ªan en inyectar resinas a presi¨®n, y un hombre los segu¨ªa con m¨¢s atenci¨®n de la habitual en los practicantes de workspotting (como una amiga califica a los mirones de obras) y con nerviosismo creciente. Cuando iban a proceder en un punto determinado, el mir¨®n se acerc¨® al capataz y le pregunt¨® si no pod¨ªan hacerlo algo m¨¢s all¨¢ o ac¨¢. No, porque segu¨ªan un preciso sistema de triangulaci¨®n, pero el hombre insisti¨® e insisti¨®, sugiri¨® incluso un soborno hasta que al final, desesperado, se sincer¨®: exactamente al otro lado, adosada al monumento bimilenario, ten¨ªa su casa y la hab¨ªa dotado de un cuarto de ba?o excavando en la muralla. Si inyectaban all¨ª, la resina le pondr¨ªa los azulejos en la puerta de entrada.
Castelao dec¨ªa que en Galicia no se protesta, se emigra. Quiz¨¢ la patronal puede hacer las dos cosas
Galicia es un pa¨ªs construido mediante la ocupaci¨®n exhaustiva del territorio y quiz¨¢ por eso el habitante considera que tiene total autonom¨ªa para construir d¨®nde y como quiera. Esa debe ser la explicaci¨®n psicosocial y amable de por qu¨¦ esta es la zona costera m¨¢s arrasada urban¨ªsticamente de todo el litoral atl¨¢ntico, de Trondheim a Sagres. Ese arrase se produjo en dos momentos de fuerte demanda. El desarrollismo y la emigraci¨®n del campo a la ciudad desfiguraron las ciudades. En la d¨¦cada actual, el cemento como inversi¨®n m¨¢s rentable alicat¨® la costa y despersonaliz¨® por completo pueblos y villas. Cuando John Malkovich preparaba la ¨²nica pel¨ªcula que ha dirigido, Pasos de baile (The dancer upstairs, 2002) arrib¨® a Galicia con la localizaci¨®n ideal, una foto de Malpica en los a?os 50. Su contacto gallego tuvo que llevarlo all¨ª para convencerlo de que el sitio s¨ª hab¨ªa cambiado tanto. M¨¢s all¨¢ de cantos nost¨¢lgicos a para¨ªsos perdidos, ambos procesos ocasionaron la p¨¦rdida de un enorme patrimonio, incluso econ¨®mico. En el m¨¢s reciente, la marea de cemento parad¨®jicamente ha hecho inaccesible para las nuevas generaciones tener una vivienda en el lugar donde nacieron.
Los dos fen¨®menos se han dado con unos m¨¢s que considerables beneficios para los promotores, ante la resignaci¨®n o el aplauso inocente de la mayor¨ªa de la poblaci¨®n y, desde luego, con la complicidad necesaria de los gobiernos locales. En los casos m¨¢s ben¨¦volos por omisi¨®n, porque la corporaci¨®n no se iba a enfrentar a un vecino constructor. O por acci¨®n semipasiva, porque al alcalde que poco m¨¢s programa ten¨ªa que construir un par de rotondas y dudaba si con chafariz o sin ¨¦l, se le present¨® un emprendedor con un proyecto bajo el brazo que traer¨ªa progreso, modernidad y riqueza para todos. Si hay alg¨²n peque?o inconveniente, como que el proyecto est¨¢ dentro de la franja de protecci¨®n del litoral, el ayuntamiento se compromete noblemente por escrito a liquidar el obst¨¢culo, como firm¨® el anterior gobierno local de Mux¨ªa con una urbanizaci¨®n que se construir¨ªa en terrenos de familiares y que multiplicar¨ªa por dos el n¨²mero de viviendas existentes. En otros casos, la complicidad roza la lealtad legionaria, como cuando el ayuntamiento de A Coru?a recurri¨® una sentencia que obligaba a una superficie comercial a compensarlo con m¨¢s de 200 millones de las entonces pesetas. Claro que hay de todo, gestores buenos, malos y regulares, pero cada d¨ªa son m¨¢s dif¨ªciles de distinguir.
En resumen, es l¨®gico que promotores y constructores protesten contra las normas de la Conseller¨ªa de Vivenda para la mejora del h¨¢bitat. Incluso con advertencias tan chocantes como la del sector lucense, que amenaz¨® con mudarse (?qu¨¦ y a d¨®nde?). Castelao dec¨ªa que en Galicia no se protesta, se emigra, aunque quiz¨¢ la patronal puede hacer las dos cosas. Pero los ayuntamientos estar¨ªan m¨¢s cargados de raz¨®n en reivindicar su competencia para acu?ar moneda o gestionar las relaciones exteriores que en reclamar una autonom¨ªa urban¨ªstica cuyos resultados est¨¢n -y tanto- a la vista. Supongo que cuando se promulg¨® la ley que obligaba a dotar de ascensor a los edificios de m¨¢s de cinco pisos no protestaron porque entonces (mediados de los a?os 40) no se pod¨ªa. Pero cuando el Gobierno realiz¨® en 1921 la declaraci¨®n la Muralla romana como monumento nacional, no fue sin una notable oposici¨®n de las fuerzas vivas de la ciudad, que la consideraban un cors¨¦ para el desarrollo. Que se lo digan al que excav¨® el cuarto de ba?o.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.