A merced de una corriente salvaje
Cuando Henry Roth, el escritor norteamericano de origen jud¨ªo-oriental, sinti¨® la necesidad de escribir la novela de su vida, rompiendo m¨¢s de 30 a?os de silencio literario, recurri¨® para titularla a la figura que William Shakespeare hab¨ªa puesto en boca del obispo Moesly en el acto III de su Henry VIII: mercy of a Rude Stream. Su vida hab¨ªa transcurrido a merced de una corriente salvaje que no hab¨ªa sido capaz de dominar, arrastrado violentamente, sin remedio, y de cuyas consecuencias nunca pudo liberarse.
Esa misma figura expresar¨ªa de forma certera el desarrollo vital de ETA y de esa izquierda abertzale que, social y pol¨ªticamente, comparte vida con ella, con la que ha nacido y se ha desarrollado y de la que, muy mayoritariamente, ha sido incapaz de desligarse. La utilizaci¨®n del terrorismo como forma de intervenci¨®n pol¨ªtica es vergonzosa moralmente y arrastra de forma irremisible a quien pretende navegar en sus aguas, dificultando hasta la imposibilidad cualquier traves¨ªa pol¨ªtica. Quien as¨ª lo hace, antes o despu¨¦s, casi sin remisi¨®n, acabar¨¢ golpeado contra las rocas. La ilegalizaci¨®n de Batasuna y sus suced¨¢neos y los procesos penales contra la llamada trama civil son su manifestaci¨®n m¨¢s llamativa.
Cierta izquierda 'abertzale' necesita tanto que ETA viva como que muera
Se corre el riesgo de un exceso de derecho penal contra la izquierda 'abertzale'
Ese mundo pol¨ªtico lleva mucho tiempo siendo incapaz de resolver el gran dilema entre dos necesidades contrapuestas: la de que ETA perviva y la de que desaparezca para siempre. Encuentra en la organizaci¨®n terrorista, al mismo tiempo, su fortaleza y su debilidad. Le debe lo que es y gracias a ella multiplica su fuerza, m¨¢s all¨¢ de sus apoyos electorales. Pero, en la medida en que el rechazo al terrorismo se ha ido fortaleciendo, especialmente en la propia sociedad vasca, la pervivencia de la actividad terrorista ahuyenta a parte de su electorado, rest¨¢ndole importancia cualitativa, y anula su capacidad para protagonizar el cambio que propugna. Necesita prescindir de ETA, pero no est¨¢ dispuesto a renunciar a lo que le aporta.
Esa izquierda abertzale es responsable de su propio periplo vital; pero algunas circunstancias han facilitado su desbordamiento. Las visiones irredentistas han seguido seduciendo, en mayor o menor medida, especialmente en el nacionalismo y en alguna izquierda. La aceptaci¨®n de una motivaci¨®n pol¨ªtica en la base del terrorismo a la que abocan ha transmitido una suerte de atenuante, aun cuando fuese acompa?ada de su condena m¨¢s radical. Y ha llevado a eludir la constataci¨®n de Orhan Pamuk (Me llamo Rojo): "Al contrario de lo que se piensa, los asesinos no surgen de entre los descre¨ªdos, sino de entre los que creen demasiado". Se ha facilitado la justificaci¨®n del fanatismo ase-sino. Se ha permitido que ese mundo perciba que la existencia de una motivaci¨®n espiritual hace disculpable la violencia, en lugar de obligarle a asumir que la violencia es m¨¢s perversa cuanto m¨¢s espiritual sea la motivaci¨®n que la impulsa, menos disculpable cuanto m¨¢s consciente, como nos ense?a Friedrich D¨¹rrenmatt en Justicia. En definitiva, ha permitido a sus integrantes eludir la necesidad de afrontar, sin lugar a escapatoria, la m¨¢s absoluta deslegitimaci¨®n de la violencia, tanto desde un punto de vista moral como pol¨ªtico.
Las corrientes torrenciales suelen desbordarse de sus cauces, arrastrando lo que encuentran a su paso. Algo de eso nos est¨¢ ocurriendo. El nacionalismo institucional, consider¨¢ndose inmune a sus efectos destructores, ha quedado seducido por la fuerza de la corriente y por los beneficios que pudiera reportarle. El Pacto de Estella y el Plan Ibarretxe, aun en sus distintos significados, son dos de sus expresiones m¨¢s relevantes. Ha aceptado convivir pol¨ªtica y socialmente con esa izquierda abertzale, sin mostrarle que sus vinculaciones pol¨ªticas no pod¨ªan llevar sino al ostracismo pol¨ªtico. Ha reconocido a ETA como interlocutor pol¨ªtico leg¨ªtimo y le ha permitido constatar que el recurso a la violencia no ha sido bald¨ªo.
En esas circunstancias, ?c¨®mo extra?arse de que esa izquierda abertzale, con ETA a la cabeza, trate por todos los medios de recoger los beneficios? El proceso de negociaci¨®n, permitiendo un espejismo que acab¨® demostr¨¢ndose impracticable, reforz¨® el mismo mensaje. Y permite entender que el sentimiento de derrota con el que ese mundo entr¨® en la tregua se extinguiese tan r¨¢pidamente durante su desarrollo.
Tambi¨¦n el sistema democr¨¢tico corre el riesgo de ser afectado por la corriente si en la lucha contra el terrorismo no es capaz de combinar, con coherencia, firmeza y respeto a sus fundamentos, que son los que le dan sentido y le otorgan mayor fortaleza.
La lucha contra la actividad terrorista no ha tenido cuartel. Pero durante decenios se ha mantenido inmune al entorno civil de la banda, ignorando la facilidad con la que, en la cercan¨ªa de la actividad delictiva, se traspasa la frontera de lo l¨ªcito, casi de forma inconsciente. Tanto m¨¢s cuanto mayor sea la sensaci¨®n de impunidad que se transmita.
Si el expediente de la legislaci¨®n antiterrorista se super¨®, especialmente en los a?os ochenta, con importantes sombras, en los ¨²ltimos tiempos, cuando, finalmente, parecen haberse descubierto las virtudes del cerco a ese entorno civil, se ha entrado en tromba por la v¨ªa penal, como si se necesitase recuperar apresuradamente el tiempo perdido. Pero el Derecho Penal no puede usarse a bulto. Porque no todo lo que se mueve en el entorno de la banda es actividad delictiva. El Derecho Penal no puede sustituir a la pol¨ªtica en el rechazo de quienes juegan en la inmoralidad.
En este proceso, parece que algunos jueces corren el riesgo de dejarse arrastrar por la corriente. Existen hip¨®tesis que son seductoras y, seguramente, ciertas en muchas ocasiones; pero deben ser probadas individualmente y sin forzar la construcci¨®n de la responsabilidad penal realizada en el marco del Estado de derecho. El exceso no puede ser la alternativa a la desidia.
Nuestros jueces supremos han demostrado en numerosas ocasiones reunir aquella condici¨®n de "hombres de Estado" a la que se refer¨ªa Alexis de Tocqueville (De la d¨¦mocratie en Am¨¦rique) cuando hablaba, con tanta admiraci¨®n, de los jueces federales norteamericanos. Necesitamos que, en el filtrado de las decisiones judiciales sobre esa trama civil, vuelvan a demostrar que, como aqu¨¦llos, adem¨¢s de los m¨¦ritos exigibles a cualquier juez, poseen el de saber apartarse de la corriente cuando la riada amenaza con arrastrarles junto a la obediencia debida a las leyes.
Necesitamos que garanticen el imperio de la ley en toda su extensi¨®n, sin ¨¢mbitos de inmunidad, pero sin desbordar los fundamentos de nuestro sistema penal. Porque dotar¨¢n al sistema democr¨¢tico de una fuerza moral y pol¨ªtica superior, que nos permitir¨¢ defendernos mejor de sus enemigos protegi¨¦ndonos, al mismo tiempo, de nosotros mismos.
Alberto L¨®pez Basaguren es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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