Nos amaremos despu¨¦s de la muerte
En 'Carta a D.', el pensador Andr¨¦ Gorz anticipa su suicidio junto a su esposa, Dorine - El libro retrata al te¨®rico del ecologismo pol¨ªtico y fundador de 'Le Nouvel Observateur'
"Acabas de cumplir 82 a?os. Has encogido seis cent¨ªmetros, no pesas m¨¢s de 45 kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace 58 a?os que vivimos juntos y te amo m¨¢s que nunca". As¨ª comienza la maravillosa carta en forma de libro que el fil¨®sofo y periodista Andr¨¦ Gorz escribe a su mujer, Dorine, pocos meses antes de que los dos apareciesen muertos en su casita de Vosnon, en Francia. No hubo dudas de que se trat¨® de un suicidio compartido: ante la enfermedad terminal y los sufrimientos de ella, decidieron poner punto final a sus vidas.
Carta a D. (que acaba de publicar Paid¨®s en su nueva colecci¨®n El arco de Ulises) es la historia de un amor que dur¨® casi seis d¨¦cadas entre el precursor de la ecolog¨ªa pol¨ªtica Andr¨¦ Gorz y su principal c¨®mplice personal e intelectual durante este recorrido, su mujer Dorine. Ahora que se conmemoran los primeros 40 a?os de Mayo del 68, conviene no olvidar a uno de los hombres que con su pensamiento precedi¨® a estos acontecimientos y estableci¨® una relaci¨®n dial¨¦ctica con esa revoluci¨®n que muchos miembros de una generaci¨®n quisieron tanto.
El 'corpus' te¨®rico de Gorz anticipa algunas de las ideas de Mayo del 68
Fue compa?ero de viaje de Sartre en la revista 'Les Temps Modernes'
"Me sent¨ªa c¨®modo en la estrategia del fracaso y de la aniquilaci¨®n", escribe
"Acabas de cumplir 82 a?os (...) y sigues siendo bella, elegante y deseable"
La larga ep¨ªstola se refiere a una historia de amor de 60 a?os de duraci¨®n
Jud¨ªo austriaco, nacido en 1923, Gorz perteneci¨® a la cultura francesa, primero desde Lausana (donde conoci¨® a la inglesita que ser¨¢ su amor toda la vida) y sobre todo desde Par¨ªs, donde cofund¨® (con Jean Daniel) el semanario Le Nouvel Observateur y frecuent¨® la familia filos¨®fica de Les Temps Modernes, con Sartre y Simone de Beauvoir -El Castor- al frente.
Su vida intelectual se dividi¨® en dos partes; en la primera, m¨¢s periodista que fil¨®sofo, dedicaba todas sus esfuerzos al primer oficio, y s¨®lo las noches y los fines de semana al ensayo. Comenz¨® haciendo la revista de prensa internacional de un vespertino de la capital francesa, Paris-Presse; a partir de ese momento y durante las siguientes tres d¨¦cadas, toda la documentaci¨®n de sus art¨ªculos se la prepar¨® Dorine, generando un fort¨ªsimo grado de dependencia de ella.
A los 60 a?os, detectada ya la espantosa enfermedad degenerativa de su mujer, que conllevaba unas terribles y progresivas migra?as para las que no hab¨ªa soluci¨®n m¨¦dica, Gorz decide jubilarse y atenderla. ?sta es una de las partes m¨¢s bellas del libro: "Me pregunt¨¦ qu¨¦ era lo accidental a lo que deb¨ªa renunciar para concentrarme en lo esencial". Adem¨¢s, hab¨ªa llegado a la conclusi¨®n de que para entender con la profundidad del ensayista el alcance de las conmociones que se anunciaban en todos los ¨¢mbitos (faltaba poco tiempo para que cayera el muro de Berl¨ªn), necesitaba m¨¢s espacio y tiempo de reflexi¨®n del que permite el ejercicio del periodismo con dedicaci¨®n exclusiva.
Gorz pas¨® los ¨²ltimos 23 a?os de su vida trabajando fuera de Le Nouvel Observateur ("Me sorprendi¨® que mi salida de la revista no fuera penosa ni para m¨ª ni para los otros", dice en una excelente cura de humildad), acompa?ando a D. en su enfermedad.
En ese tiempo public¨® seis libros y centenares de art¨ªculos (muchos de ellos en EL PA?S, sobre todo en el suplemento Temas de nuestra ¨¦poca), en los que est¨¢ reunido su principal corpus te¨®rico: las formas y los objetivos cl¨¢sicos de la lucha de clases no pod¨ªan cambiar la sociedad, luego la l¨®gica sindical ha de desplazarse hacia otros territorios; la carrera del crecimiento econ¨®mico implica multitud de cat¨¢strofes que pondr¨¢n en peligro la vida humana; la producci¨®n no est¨¢ a nuestro servicio, sino que nosotros estamos al servicio de la producci¨®n.
Carta a D. es la historia de una complicidad que recorre buena parte del siglo XX, y tambi¨¦n un ajuste de cuentas del autor consigo mismo. Gorz y D. eran conscientes de que les un¨ªa "un v¨ªnculo invisible", basado en la experiencia de la inseguridad: su lugar en el mundo no est¨¢ garantizado y s¨®lo tendr¨¢n lo que logren hacer. Su universo es precario y en este sentido recuerdan un poco a la experiencia de otro jud¨ªo austriaco universal de medio siglo antes, Stefan Zweig, que tambi¨¦n se suicid¨® con su esposa, aunque por otros motivos (desesperados por el avance de la peste parda del nazismo).
"Seremos lo que hagamos juntos", le dice Andr¨¦ a D., que se enfrentan a lo que pasa a su alrededor desde diferentes posiciones: el fil¨®sofo y periodista, desde las grandes construcciones te¨®ricas, que necesitaba para orientarse en el mundo intelectual aunque fuese para cuestionarlas; Dorine no precisa esas pr¨®tesis ps¨ªquicas que son las doctrinas y sistemas de pensamiento, sino que entiende que sin las intuiciones y los afectos no puede haber inteligencia ni sentido. Cabeza y coraz¨®n.
El ajuste de cuentas llega en forma de arrepentimiento, cuando se da cuenta de que entre lo que piensa y practica y su vida personal hay una distancia que no ha recorrido con su compa?era: "?Por qu¨¦ est¨¢s tan poco presente en lo que he escrito si nuestra uni¨®n ha sido lo m¨¢s importante de mi vida?". Gorz cae en el prestigio intelectual del fracaso cuando valora que su enamoramiento de Dorine, su vida en com¨²n y su apoyo intelectual son demasiado banales, demasiado privados, demasiado comunes: no eran temas apropiados para permitirle acceder a lo universal. "Me sent¨ªa c¨®modo en la estrategia del fracaso y la aniquilaci¨®n, no en la de la afirmaci¨®n y el ¨¦xito". S¨®lo un amor naufragado, imposible, conced¨ªa nobleza literaria.
Gorz se consideraba ante todo un escritor. Y a reflexionar sobre la escritura dedica otra parte de este precioso libro, publicado en una cuidados¨ªsima edici¨®n. La primera meta de alguien que no puede vivir sin escribir no es lo que escribe; su verdadera necesidad es escribir. Escribir, o sea, ausentarse del mundo y de s¨ª mismo para convertirlo en materia de elaboraci¨®n literaria. S¨®lo de modo secundario se plantea la cuesti¨®n del tema tratado; el tema es la condici¨®n necesaria, necesariamente contingente, de la producci¨®n del escritor. Cualquier tema es bueno si permite escribir: el escribiente se convierte en escritor cuando su necesidad de escribir se apoya en un tema que permite y exige que esta necesidad se organice como proyecto.
La Carta a D. termina como empez¨®. Como una reivindicaci¨®n del amor. Merece reproducir su ¨²ltimo p¨¢rrafo, de extraordinaria calidad literaria, pleno de una melancol¨ªa a la que el autor est¨¢ dispuesto a poner pronto remedio con la muerte compartida. No le a?adamos ni una coma y le¨¢moslo sin respirar: "Reci¨¦n acabas de cumplir 82 a?os. Y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace 58 que vivimos juntos y te amo m¨¢s que nunca. Hace poco volv¨ª a enamorarme de ti una vez m¨¢s y llevo de nuevo en m¨ª un vac¨ªo devorador que s¨®lo sacia tu cuerpo apretado contra el m¨ªo. Por la noche veo la silueta de un hombre que, en una carretera vac¨ªa y en un paisaje desierto, camina detr¨¢s de un coche f¨²nebre. Es a ti a quien lleva esa carroza. No quiero asistir a tu incineraci¨®n; no quiero recibir un frasco con tus cenizas. Oigo la voz de Kathleen Ferrier que canta Die Welt ist leer, Ich will nicht leben mehr [El mundo est¨¢ vac¨ªo, no quiero vivir m¨¢s] y me despierto. Esp¨ªo tu respiraci¨®n, mi mano te acaricia. A ninguno de los dos nos gustar¨ªa tener que sobrevivir a la muerte del otro. A menudo nos hemos dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustar¨ªa pasarla juntos".
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