A vueltas con el sistema electoral
La estabilidad de los partidos pol¨ªticos y la cohesi¨®n interna de los gobiernos son los logros del actual sistema electoral. Por contra, la falta de proporcionalidad y las listas cerradas resultan aspectos negativos
Nunca en nuestra reciente historia democr¨¢tica hab¨ªamos asistido a un debate tan intenso sobre nuestro sistema electoral como el que hemos presenciado antes, durante y despu¨¦s de las ¨²ltimas elecciones generales. El pen¨²ltimo ejemplo lo hemos visto en la primera sesi¨®n del debate de investidura. All¨ª, el l¨ªder de Izquierda Unida (IU), Gaspar Llamazares, exigi¨® al candidato a la Presidencia del Gobierno, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, una reforma del actual sistema electoral y el l¨ªder socialista, por su parte, se comprometi¨® a crear una comisi¨®n para estudiar esta posibilidad.
El inter¨¦s de todo el debate generado en torno al sistema electoral est¨¢ m¨¢s que justificado, pues estamos hablando del conjunto de reglas que organizan el aspecto m¨¢s esencial de la democracia: las elecciones peri¨®dicas y competitivas por las cuales elegimos a nuestros representantes pol¨ªticos. Sin embargo, cuando hablamos y discutimos sobre el sistema electoral solemos centrarnos en los aspectos m¨¢s negativos olvidando, creo que injustamente, los importantes logros que ha generado. Convendr¨ªa, por tanto, hacer una peque?a reflexi¨®n sobre las luces producidas por una de nuestras instituciones pol¨ªticas que ha permanecido intacta desde el inicio de nuestra democracia.
Los gabinetes formados a partir de octubre de 1982 se han caracterizado por su longevidad
Al actual sistema se le podr¨ªan a?adir 50 diputados para reducir la desproporcionalidad
El sistema electoral espa?ol se ha empleado en diez ocasiones desde 1977, y dos han sido sus principales consecuencias positivas. En primer lugar, hay que destacar la escasa fragmentaci¨®n del sistema de partidos. As¨ª, el Congreso de los Diputados ha estado fundamentalmente dominado por dos grandes partidos que se han alternado en el poder, el Partido Socialista Obrero Espa?ol (PSOE) y el Partido Popular (PP), y una serie de partidos menores, fundamentalmente nacionalistas y regionalistas, que han jugado papeles importantes en determinados momentos.
En segundo lugar, y gracias en parte a nuestro sistema de partidos, Espa?a ha disfrutado de una relativa calma institucional que ha tenido su mejor reflejo en la duraci¨®n de los distintos equipos de gobierno. Como es bien sabido, la ley electoral establece que las elecciones se celebren cada cuatro a?os y, si observamos la duraci¨®n de todos los gobiernos desde 1977, el valor medio ha sido de aproximadamente cuarenta meses, algo m¨¢s de tres a?os. Hay que mencionar, por excepcionales, los tres primeros gobiernos bajo el mandato de la Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico (UCD). Con una duraci¨®n media de unos veinte meses, estos tres gobiernos estuvieron adem¨¢s sometidos a una grave crisis en el propio partido que origin¨® la existencia de gobiernos dirigidos por distintos responsables. Exceptuando estos equipos, que se pueden considerar de transici¨®n, los gabinetes formados a partir de octubre de 1982 se han caracterizado por su longevidad. Es m¨¢s, desde las elecciones de 1996, todos los gobiernos resultantes han cumplido escrupulosamente el plazo legalmente establecido.
Junto a esta longevidad, la cohesi¨®n interna de los equipos de gobierno es otro rasgo positivo que ha definido a nuestro Poder Ejecutivo desde 1977. De hecho, la escasa conflictividad en los diferentes gobiernos es uno de los elementos fundamentales para comprender el asentamiento de la democracia en Espa?a. En tan s¨®lo treinta a?os, Espa?a ha pasado de ser una dictadura a una democracia cuyo funcionamiento se puede equiparar perfectamente a las del resto de democracias europeas. Nuestro sistema electoral ha permitido la creaci¨®n de cuatro gobiernos donde un partido ha ganado la mayor¨ªa absoluta de esca?os en el Congreso de los Diputados y seis donde el partido vencedor ha estado en minor¨ªa parlamentaria. En estos ¨²ltimos casos, hay que se?alar que los gobiernos han sobrevivido gracias a apoyos parlamentarios con otras formaciones pol¨ªticas y, curiosamente, no se han producido gobiernos de coalici¨®n. La ausencia de coaliciones en circunstancias que habr¨ªan favorecido su aparici¨®n es una particularidad del sistema pol¨ªtico espa?ol. Si se observan datos de otras democracias occidentales, e Italia es un buen ejemplo, se aprecia que la forma de gobierno de coalici¨®n, esto es, un gabinete formado por miembros pertenecientes a dos o m¨¢s partidos pol¨ªticos, ha sido y es muy frecuente. Sin embargo, en Espa?a ha predominado la idea de que el partido ganador de las elecciones es el partido que controla el gobierno, a pesar de haberse dado las condiciones para generar gobiernos de coalici¨®n.
La ausencia de gobiernos de coalici¨®n y, sobre todo, las mayor¨ªas absolutas generadas por el sistema electoral han facilitado que los partidos en el gobierno hayan podido llevar a cabo las importantes reformas econ¨®micas y estructurales que han colocado a Espa?a en los vagones de cabeza entre las democracias m¨¢s industrializadas. Es dif¨ªcil imaginar que estos mismos logros se hubieran alcanzado si nuestro sistema electoral hubiera generado gobiernos inestables y poco duraderos. El ejemplo m¨¢s cercano al que podemos recurrir es el sistema electoral empleado durante la II Rep¨²blica. Y sus resultados no son precisamente alentadores. De 1931 a 1939 se celebraron tres elecciones generales que produjeron m¨¢s de veinte gobiernos distintos. Sin duda, esta inestabilidad institucional fue uno de los factores negativos que impidi¨® llevar a cabo las reformas que promov¨ªan los distintos partidos pol¨ªticos y que adem¨¢s contribuy¨® a la polarizaci¨®n pol¨ªtica con el resultado tr¨¢gico que todos conocemos.
Por supuesto, estos efectos positivos generados por el sistema electoral espa?ol deben contraponerse a las consecuencias negativas que son las que han dominado el debate actual. La falta de proporcionalidad es, seguramente, el reproche m¨¢s claro que podamos atribuirle. La desproporcionalidad afecta principalmente a partidos nacionales con apoyos sensiblemente inferiores a las grandes formaciones pol¨ªticas. El ejemplo m¨¢s contundente se encuentra en Izquierda Unida (IU), que en estas ¨²ltimas elecciones ha vuelto a ser la tercera fuerza m¨¢s votada y, sin embargo, se ha convertido en la sexta fuerza parlamentaria llegando incluso a perder su propio grupo en el Congreso de los Diputados. Pero junto a la desproporcionalidad, tambi¨¦n hay que considerar la rigidez con la que los ciudadanos eligen a sus representantes.
El sistema de listas bloqueadas y cerradas puede generar al menos dos restricciones a los electores. Por un lado, restringe la libertad del votante para decidir al representante m¨¢s preferido. El votante ve limitada su capacidad de elecci¨®n a una ¨²nica dimensi¨®n: la ideol¨®gica. Por otro, esa falta de capacidad del votante para elegir a la persona que lo represente tiene la consecuencia m¨¢s grave en la ausencia de mecanismos para premiar o castigar la actuaci¨®n de un diputado durante su mandato. El elector no puede responsabilizar a un representante concreto de la mala gesti¨®n realizada durante el periodo para el que fue elegido sin castigar a la formaci¨®n pol¨ªtica a la que pertenece. El votante no tiene, pues, una opci¨®n para castigar al mal pol¨ªtico y a la vez votar por su fuerza pol¨ªtica preferida. Como consecuencia de ello, el elector puede bien abstenerse o bien votar a su segunda opci¨®n pol¨ªtica preferida. O dicho de otro modo, el propio sistema electoral podr¨ªa estar promoviendo la abstenci¨®n de ciertos votantes.
Estas sombras no son irresolubles y existen propuestas que tratan de solucionar, si no totalmente, al menos parcialmente estos defectos. Por ejemplo, a nuestro sistema actual se le podr¨ªa a?adir un colegio electoral de 50 diputados elegidos a nivel nacional que se repartieran de forma totalmente proporcional para reducir la desproporcionalidad que genera. Sin embargo, es injusto centrar toda la atenci¨®n del debate en estas ¨²ltimas cuestiones sin reconocer que disfrutamos de un sistema electoral que ha contribuido de manera fundamental al lugar que ocupa hoy Espa?a entre las democracias industrializadas.
Rub¨¦n Ruiz-Rufino es polit¨®logo y autor del estudio La reforma del sistema electoral espa?ol en las elecciones al Congreso de los Diputados, publicado por la Fundaci¨®n Alternativas.
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