Los mamelucos vuelven a la carga
Un 'batalla' musical evoca el sangriento episodio
La plaza Mayor fue en la tarde de ayer escenario de una evocaci¨®n llena de significado para Madrid: la carga de los mamelucos. Hace 200 a?os, el pueblo llano, provisto de armas blancas, se enfrent¨® a los temibles alfanjes de la caballer¨ªa turco-egipcia de Napole¨®n y a los mandobles de los Dragones de la Emperatriz. El combate fue atroz. Muchos jinetes fueron derribados y degollados en el suelo. Decenas de madrile?os pagar¨ªan con sus vidas aquel arrojo contra el usurpador. Goya inmortaliz¨® la escena y Madrid rememor¨® el episodio en su principal plaza.
Tres grupos musicales lo narraron: uno, procedente del Alto Nilo, origen remoto de los jinetes de Napole¨®n; otro, franc¨¦s, La Machine, con abundante aparato andamiado, gr¨²as incluidas, m¨¢s percusi¨®n, cuerda y metal; y al fin, el hispano, formado por 300 m¨²sicos, viento y percusi¨®n, camisa blanca y pantal¨®n azul, llegados de Alcal¨¢, Alcoy, Vinar¨°s, y de Sociedades Musicales de la Comunidad de Madrid.
Doce jinetes menorquines, con sombreros de tres picos, levitas negras, pantal¨®n blanco y relucientes espuelas, cruzaron la plaza entre exclamaciones de admiraci¨®n del numeroso p¨²blico que, expectante, aguardaba desde horas antes y de pie, a 25 grados cent¨ªgrados, para presenciar el espect¨¢culo coordinado por Joan Montany¨¨s. Entre el gent¨ªo, Alberto Ruiz-Gallard¨®n -teba verde, gesto distendido- flanqueado por Alicia Moreno -jersey granate, vaqueros-, concejal de Las Artes, responsable del evento, que comenz¨® puntualmente a las siete de la tarde. Con paso solemne, los 12 negros caballos menorquines, prendidas escarapelas rojigualdas sobre sus crines, evolucionaron por la plaza. Tres damas entre sus jinetes -Irene, Carmen y Margarida-. S¨²bitamente, espolearon a los brutos que, apoyados s¨®lo sobre sus patas y en corveta, irguieron sus bellos cuerpos en un desaf¨ªo sobrecogedor: hasta 20 largos segundos se mantuvieron en tan arriesgada posici¨®n para ellos y sus jinetes, manoteando para no perder el equilibrio. Los ni?os miraban a los caballos tap¨¢ndose la boca, para resoplar luego al recobrar la posici¨®n de marcha. Entonces, surgi¨® la m¨²sica sincopada de los enturbantados del Nilo, con sus chirim¨ªas, mesmar; arcos de cuerda, rabab, y grandes panderos, rek. Con ellos iniciaron un ritmo al que pronto replicar¨ªa el conjunto franc¨¦s que, poco antes, a bordo de gr¨²as, acababa de desplegar un aparato de calderas y tubos en medio de la plaza; a modo de ca?ones, comenzaron a vomitar fogonazos. Se entabl¨® un di¨¢logo de m¨²sicas y de ruidos.
El actor Juan Echanove, desde el balc¨®n de la Casa de la Panader¨ªa, relat¨® con voz firme y pasi¨®n creciente cuanto sobrevendr¨ªa en aquella jornada de sangre y gloria. La emoci¨®n llegaba a su cumbre: un enorme lienzo de Goya fue alzado sobre un andamio y record¨® a todos la feroz geometr¨ªa de pu?ales y alfanjes vivida entre la plaza Mayor y la Puerta del Sol aquel 2 de mayo de 1808. Al final, la lluvia, surgida de un artefacto de La Machine, cay¨® sobre miles de asistentes, alcalde incluido, como una sonrisa de vida frente a tanta, tanta muerte. "Inolvidable", dice Ana S¨¢nchez, llegada de Valencia para verlo.
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