Philipp von Boecelager, uno de los conspiradores para matar a Hitler
Era el ¨²ltimo superviviente de la Operaci¨®n Walkiria contra el dictador
Ya nunca podr¨¦ devolverle las fotos a Philipp von Boecelager. El pasado d¨ªa 19 de abril entrevistaba al ¨²ltimo superviviente de la conspiraci¨®n para matar a Hitler el 20 de julio de 1944 para El Pa¨ªs Semanal, y ni se me hubiera pasado por la cabeza que dos semanas despu¨¦s ese hombre corajudo y notable estar¨ªa muerto.
A sus 91 a?os, el bar¨®n alem¨¢n parec¨ªa indestructible. De hecho, aguant¨® cosas que a cualquiera nos hubieran matado: cinco heridas, algunas atroces, durante la II Guerra Mundial, y el espanto de no saber cu¨¢ndo le alcanzar¨ªa la venganza de Hitler. "Matarle era una cuesti¨®n de honor", me dijo. Le recuerdo despidi¨¦ndose en el umbral de su casa en Kreuzberg, en Renania, bajo el castillo de la familia, altivo como la torre de la fortaleza, duro y estirado como un proyectil de artiller¨ªa. "Devu¨¦lvame las fotos". Sin duda. Era un hombre acostumbrado a mandar.
Veo uno de los retratos, le muestra en el frente ruso a caballo -la montura es Moritz, su semental semi¨¢rabe, que, me asegur¨® ol¨ªa a los rusos-. Un tipo de una pieza con uniforme de la Werhmacht, la gorra aristocr¨¢ticamente chulesca, con la Cruz de Caballero al cuello: "Me hirieron pero me qued¨¦ con mis soldados. Destru¨ª algunos tanques y se mantuvo la posici¨®n".
Von Boecelager (Heimerzheim, 1917) era el ¨²nico que quedaba de la Operaci¨®n Walkiria, el compl¨® para matar a Hitler y cuya mano ejecutora fue Claus von Stauffenberg. Fallaron. Insisti¨® en que si Stauffenberg, al que admiraba, hubiera seguido lo previsto y hubiera introducido en la sala del cuartel general de Hitler en Rastenberg las dos bombas que llevaba, el F¨¹hrer y todos los que estaban con ¨¦l habr¨ªan muerto sin duda. Pero el valiente Stauffenberg estaba mutilado y no pudo armar ambos artefactos.
Durante un rato permanecimos en silencio. ?l parec¨ªa o¨ªr a¨²n el eco de aquella explosi¨®n, evaluar el peso de aquel fracaso y lo distinto que el destino pod¨ªa haber sido. Hitler no muri¨®, por supuesto, y su venganza fue terrible. Von Boecelager estaba seguro de que a ¨¦l tambi¨¦n le alcanzar¨ªa. Hasta el final de la guerra llev¨® en el bolsillo de la chaqueta del uniforme -se tocaba el lugar en el pecho- una c¨¢psula de cianuro para evitar la tortura y una muerte ignominiosa.
Tuvo mucha suerte porque el d¨ªa del atentado se hizo muy visible. Su misi¨®n consist¨ªa en llevar un millar de soldados de caballer¨ªa de su regimiento desde el frente ruso hasta Berl¨ªn para sumarse al golpe de oficiales antinazis y neutralizar dos cuarteles de las SS. Al enterarse de que el atentado hab¨ªa fallado, Von Boecelager volvi¨® sobre sus pasos con toda su unidad y, aunque parezca imposible, pas¨® desapercibido para la escrutadora mirada de Hitler. Ninguno de sus camaradas detenido y torturado dio su nombre. As¨ª, aunque pas¨® un infierno esperando cada d¨ªa a la Gestapo, sobrevivi¨®.
Como lo hizo y era desde hace a?os el ¨²ltimo de Walkiria, consideraba su deber dar testimonio, recordar al mundo que un pu?ado de valientes trataron de detener al tirano. Hac¨ªa falta mucho coraje. Von Boecelager lo ten¨ªa. Con su hermano Georg, al que admiraba, se unieron a los conspiradores del Grupo de Ej¨¦rcitos Centro en Rusia que orquestaba el general Von Tresckow. Varios intentos de matar a Hitler fracasaron. En uno de ellos, los hermanos, junto a otros oficiales, deb¨ªan disparar sus pistolas durante una visita de Hitler.
Von Boecelager consideraba un asunto de decencia cargarse al F¨¹hrer. Desde el momento en que tuvo conocimiento del genocidio, le qued¨® claro que era obligatorio actuar. Como otros conspiradores, fue la suya una decisi¨®n moral, aunque no dej¨® de contar en ella el aristocr¨¢tico desagrado que le provocaba la vulgaridad del advenedizo cabo y sus secuaces. Manten¨ªa ese desprecio hace dos semanas: "Si le hubiera visto comer con los codos sobre la mesa... Hab¨ªa pocos gentleman entre los nazis".
Von Boecelager, del que en breve aparecer¨¢n en castellano unas memorias editadas por Ariel, dedic¨® su vida a dar testimonio de lo que hicieron ¨¦l y sus camaradas. No era un hombre simp¨¢tico, y su entusiasmo de cazador y de guerrero, su obvio orgullo por haber vestido el uniforme de la Wehrmacht, imped¨ªan sentir una gran afinidad con ¨¦l.
Pero nadie podr¨¢ dudar de que tuvo arrestos. Se lo jug¨® todo, incluso su nombre, que para ¨¦l contaba m¨¢s que su propia vida, para tratar de librar al mundo del peor criminal que ha existido. Era un valiente, sin ning¨²n g¨¦nero de dudas. No pudieron doblegarle las balas rusas ni la mano ensangrentada de Adolf Hitler, tan s¨®lo el tiempo. Valga como epitafio el lema de su familia: "Etiam si omnes ego non". "Aunque los dem¨¢s lo hagan -o consientan- yo, no".
El Pa¨ªs Semanal publicar¨¢ el domingo 11 de mayo esta entrevista, que estaba ya en imprenta tres d¨ªas antes de la muerte de Von Boecelager.
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