Esto es algo muy personal
Me echaron del trabajo por estar embarazada. Esto ocurri¨® en 1985, los socialistas estaban en el poder y yo trabajaba en la radio p¨²blica. Los malos ratos se almacenan, pero no se olvidan. Yo no olvido el d¨ªa en que me llam¨® el jefe a su despacho. Iba avisada, sab¨ªa que un jefazo hab¨ªa comentado que, con dos embarazadas en la redacci¨®n, la cosa se estaba poniendo "antiest¨¦tica". El jefazo en cuesti¨®n no era mal tipo, y su idea de la radio p¨²blica respond¨ªa a un perfil progresista; pero en ese perfil no cab¨ªan asuntos de tan poca monta. As¨ª que cuando me sent¨¦ enfrente del jefe de programas aquella ma?ana, ya sab¨ªa que iba a pasar un mal rato. El hombre, un catolic¨®n bondadoso que era capaz de aceptar a esa turba de melenudos que hab¨ªan invadido la radio, me acerc¨® la silla, como si entendiera que yo ten¨ªa dificultades para sentarme. Pero yo no las ten¨ªa, en absoluto. Mi car¨¢cter, alegre pero con una tendencia innata a la melancol¨ªa, se hab¨ªa visto reforzado por aquel aluvi¨®n explosivo de hormonas, y a las siete de la ma?ana estaba en una parada de la periferia, esperando la camioneta. De siete meses, con el magnetof¨®n al hombro, hac¨ªa reportajes de barrios; de gente rara, postergada, desatendida. San Blas, El Pozo, Entrev¨ªas. Los yonquis me ced¨ªan el asiento y sus madres ("contra la droga") me preparaban la merienda. Con el goloso material grabado sub¨ªa por la calle Huertas, y el camarero del Murillo, antes de que entrara, ya me estaba preparando un vaso de leche con lim¨®n. Para mis compa?eros, aquel embarazo ten¨ªa algo de ex¨®tico, porque en los ochenta las chicas de la radio de 22 a?os hac¨ªan de todo menos quedarse embarazadas. Los recuerdos se aparcan, pero nada se olvida. La palabra "antiest¨¦tica" que precedi¨® a mi despido me sigue hiriendo tanto como los razonamientos paternales con los que mi jefe me puso de patitas en la calle. Deb¨ªa estar tranquila, dijo, prepararme para lo que ven¨ªa. No sirvi¨® de nada que yo me revolviera, que le dijera que estaba cumpliendo, que no quer¨ªa estar en casa, por favor, que no quer¨ªa. Sal¨ª del despacho con la cara colorada. De verg¨¹enza. Las cosas son m¨¢s dif¨ªciles cuando se lidia con sentimientos equivocados, y yo, como les ocurre a los ni?os cuando sufren un abuso, sent¨ªa verg¨¹enza. Nunca pude verbalizar ese sentido latente de culpabilidad: en el pecado llevas la penitencia. Por el pasillo me cruc¨¦ con la chica que esperaba desde hac¨ªa un mes el contrato de un puesto que se quedaba libre, el m¨ªo. Ay, Dios m¨ªo, todo tan grosero, tan ilegal, tan injusto. No s¨®lo por ellos, sino por m¨ª misma, que no sab¨ªa que deb¨ªa sustituir mi sentido de culpa por el de indignaci¨®n. Veintid¨®s a?os. En fin. Y unos derechos laborales de los que poco se hablaba en el grueso de los derechos laborales. Durante aquellos dos meses comenc¨¦ una novela, pint¨¦ todas las sillas de mi casa, baj¨¦ y sub¨ª las escaleras para que el parto no se retrasara, me ca¨ª por las escaleras, casi acabo a hostias con un operario castizo que dijo al verme pasar "?hija m¨ªa, c¨®mo te han puesto!", so?¨¦ muchas noches que al irme a trabajar me dejaba al beb¨¦ olvidado en un caj¨®n, y atraves¨¦ veinte mil veces el descampado que iba del barrio de UGT al de CC OO. Gran descampado, de inmensidad sobrecogedora, como la de los Campos El¨ªseos. Me estoy viendo: pantal¨®n de peto y zapatillas, alegre como nunca, solitaria y mucho m¨¢s joven de lo que yo cre¨ªa entonces que era. El ni?o lleg¨®, extra?o y vengativo. M¨¢s que llorar, gritaba, y parec¨ªa estar proclamando: ?a qu¨¦ viene tanta felicidad por mi llegada? As¨ª que, cuando a los veinte d¨ªas de traer al peque?o Dios al mundo, el jefe me llam¨® para que me reincorporara ya, ya, ya, o me quedaba sin contrato, a punto estuve de tirarme a la carretera y parar un coche que me devolviera a la radio. Pobre ignorante. La angustia de dej¨¢rmelo olvidado en un caj¨®n se acrecent¨®, y durante seis meses la nostalgia invadi¨® todas mis horas laborales. Luego fui aprendiendo a compatibilizar la adoraci¨®n al ni?o Dios con mi vocaci¨®n profesional. Que era mucha. Es una historia muy personal, lo s¨¦, pero la cuento por la parte enternecedoramente com¨²n que tiene. ?Qu¨¦ queda de todo eso? Una particular aversi¨®n a las iron¨ªas que con frecuencia se usan para hablar de las mujeres embarazadas, una convicci¨®n de que en Espa?a no hemos superado el arraigado desprecio por lo femenino. Carme Chac¨®n, embarazada pasando revista. Y qu¨¦. El bombo, se ha llegado a decir. De ese bombo venimos todos. As¨ª que de los bombos habr¨ªa que hablar quit¨¢ndose el sombrero. Un cartel americano antiguo que tengo frente a mi mesa reza: "Ellas traen los votantes al mundo, d¨¦jalas votar".
Un jefazo coment¨® que, con dos embarazadas en la redacci¨®n, la cosa se estaba poniendo "antiest¨¦tica"
Si fuera amiga de Carme Chac¨®n le dir¨ªa: no tengas prisa, disfruta del peque?o Dios
Pero si fuera amiga de esa mujer inteligente que es Carme Chac¨®n le dir¨ªa: no tengas prisa, disfruta del peque?o Dios, el tiempo pasa tan r¨¢pido que no hay ministerio que se le compare. Al presidente le dir¨ªa: tal vez el mensaje est¨¦ equivocado; una embarazada no es una enferma, pero es incomprensible que tenga que visitar un lugar de riesgo, lo que necesitamos es tener la seguridad de que el puesto que merecemos nos estar¨¢ esperando cuando estemos dispuestas a volver. Sin prisa.
A los lectores les dir¨ªa: ¨¦ste no es un art¨ªculo s¨®lo para mujeres. -
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