Historia de un secreto terrible
El 'monstruo de Amstetten' pudo esconder durante 24 a?os su crimen incestuoso gracias a los h¨¢bitos de respeto y confianza mutua del pueblo donde viv¨ªa
Dec¨ªa G. K. Chesterton que el aut¨¦ntico aventurero no es quien da la vuelta al mundo, sino el que es capaz de saltar por encima del muro del jard¨ªn de su vecino. Y una vez saltado, entablar una relaci¨®n. En su ensayo La aventura de la familia el escritor brit¨¢nico esgrime la tesis de que el hombre es la m¨¢s terrible de todas las bestias. Y la persona que puede confrontar de igual a igual nuestros principios es precisamente la gente que m¨¢s cerca tenemos. El hombre moderno, escribi¨® Chesterton, viaja a lugares ex¨®ticos para huir de la calle donde naci¨®. Las mujeres que masajeaban al electricista jubilado Josef Fritzl, cuando ¨¦ste viajaba desde Austria a Tailandia, nunca le preguntar¨ªan nada inc¨®modo, ni se iban a mofar en su cara por verle en tanga. Sin embargo, el panadero Funther Prarreiter, de 38 a?os, que vive al lado de su portal s¨ª que pod¨ªa preguntarle al viejo Josef, de 73 a?os, por su hijo Josef, de 50, soltero, t¨ªmido, solitario, introvertido. La prensa no ha hablado apenas de ese hijo que viv¨ªa hasta esta semana bajo el mismo techo que sus padres, al lado de la panader¨ªa. "Aqu¨ª ven¨ªa el viejo Josef Fritzl a comprar todos los viernes y s¨¢bados. Se llevaba 10 panecillos peque?os y un kilo de panes grandes. El resto de los d¨ªas sol¨ªa venir Rosemarie, su esposa", cuenta Prarreiter.
Fritzl baj¨® a su hija al s¨®tano en 1984 con la excusa de subir una carga
Los ni?os vieron las violaciones durante nueve a?os, cuando s¨®lo ten¨ªan un cuarto
Era una c¨¢rcel infantil, de 1,70 de altura y sesenta metros cuadrados
"Cuando entraba en una habitaci¨®n, los hijos se callaban y se quedaban quietos"
La entrada a la casa estaba vetada a los amigos de sus hijos conocidos
Josef Fritzl, el monstruo de Amstetten, levant¨® muros invisibles entre ¨¦l y sus vecinos. Muros que a nadie en este pueblo de 23.000 almas llamaban la atenci¨®n, porque est¨¢n acostumbrados bien a no verlos o bien a respetarlos. En Amstetten nadie sab¨ªa que Fritzl hab¨ªa intentado violar a una mujer de 21 a?os en septiembre de 1967 en la ciudad vecina de Linz. Nadie sab¨ªa tampoco que hab¨ªa pasado 18 meses en la c¨¢rcel por violar a otra de 24 a?os en Linz tambi¨¦n. La v¨ªctima de entonces, ahora una enfermera jubilada, ha rememorado c¨®mo se despert¨® aquella noche de octubre cuando alguien tiraba de la colcha de su cama. "Pens¨¦ que se trataba de mi marido, que hab¨ªa vuelto". Pero era Fritzl, que hab¨ªa penetrado en la casa por la ventana de la cocina y empu?aba un cuchillo. "Me dijo que si gritaba me matar¨ªa".
En Austria, los antecedentes por delitos sexuales desaparecen de los archivos judiciales al cabo de 10 ¨® 15 a?os, seg¨²n los casos. ?sa puede ser la raz¨®n por la que en 1994, cuando la polic¨ªa investig¨® los antecedentes de Fritzl antes de permitirle adoptar un beb¨¦, no encontraron ninguna mancha en su historial.
En Amstetten el viejo electricista estaba considerado como una persona afable. Los vecinos lo ve¨ªan pasar con su Mercedes gris plateado. Algunos sab¨ªan que fue electricista antes de jubilarse, que ten¨ªa siete hijos con su esposa Rosemarie, a la que conoci¨® cuando ella frisaba los 17 y ¨¦l los 22. Pero poco m¨¢s sab¨ªan.
Uno de aquellos siete hijos era la peque?a Elisabeth, que ven¨ªa siendo violada por su padre desde la ni?ez. El martes 28 de agosto de 1984, Fritz le pidi¨® que le ayudara a subir una carga del s¨®tano. Y ya no volvi¨® a ver la luz del d¨ªa hasta esta semana. Elisabeth ten¨ªa entonces 18 a?os. En su declaraci¨®n a la polic¨ªa, Elisabeth coment¨® c¨®mo el padre la mantuvo esposada a un poste los dos primeros d¨ªas, y durante los seis o nueve meses siguientes -Elisabeth no recuerda bien- permaneci¨® atada con una cuerda que s¨®lo le permit¨ªa llegar al ba?o. Fritzl, que ha reconocido la paternidad de todos los hijos de Elisabeth, ha negado que la mantuviera atada.
Fritzl le hizo escribir una carta dirigida a la madre en la que Elisabeth le anunciaba que hab¨ªa ingresado en una secta y le ped¨ªa que no la buscase. Los primeros cinco a?os Elisabeth los pas¨® sola en el s¨®tano, sin m¨¢s visita que cuando el padre llegaba para abusar de ella. Ocho a?os m¨¢s tarde, en 1992, cuando ning¨²n vecino se acordaba apenas de ella, apareci¨® en la puerta de Fritzl una ni?a beb¨¦ como ca¨ªda del cielo. Le pusieron Lisa. Al a?o siguiente, en 1993, otro beb¨¦ lleg¨® a la puerta. Y le pusieron Monika. Hace 12 a?os, un ni?o. Y le pusieron Alexander. Los beb¨¦s llegaban acompa?ados o bien de alguna carta que el padre hab¨ªa obligado a escribir a Elisabeth en las que ped¨ªa a Rosemarie que adoptaran a sus hijos porque ella no pod¨ªa hacerse cargo de ellos; o bien al cabo de unos d¨ªas sonaba el tel¨¦fono cuando se encontraba en casa Rosemarie, y Fritz desde otro lugar colocaba una cinta que hab¨ªa obligado a grabar a la hija en la que ¨¦sta volv¨ªa a decir que se encontraba bien y que no la buscasen.
Tres hijos de Elisabeth se criaron abajo sin conocer el sol, la primavera, los amigos, los novios o las nubes; y los otros tres, arriba sin saber que la madre de ellos estaba presa debajo de donde ellos correteaban. La primera hija de Elisabeth naci¨® en 1988. Se llama Kerstin. Dos a?os despu¨¦s naci¨® Stefan. Ninguno de los dos salieron del b¨²nker. Despu¨¦s llegaron Lisa (16 a?os), M¨®nika (15) y Alexander (12), quien naci¨® junto a otro gemelo. Pero el gemelo s¨®lo vivi¨® unos d¨ªas. Para deshacerse del cad¨¢ver, Fritzl meti¨® al ni?o en el horno, de la misma forma que en 1945, cuando Josef Fritzl, ten¨ªa 10 a?os, gaseaban e incineraban a los jud¨ªos en el campo de concentraci¨®n de Mauthausen, a s¨®lo media hora en coche desde Amstetten. Los hijos de arriba corrieron mejor suerte que los de abajo. Pero Fritzl ejerc¨ªa una disciplina feroz sobre todos ellos.
"Era un d¨¦spota. Cuando entraba en una habitaci¨®n todos los ni?os se callaban y se quedaban quietos, incluso si estaban jugando. Se sent¨ªa el miedo que todos ten¨ªan a los castigos", comenta Christine R., hermana de la esposa de Fritzl.
Con su esposa Rosemarie, seg¨²n Christine R., hac¨ªa tiempo que Fritzl dej¨® de acostarse. Pero con Elisabeth tuvo un ¨²ltimo hijo hace s¨®lo cinco a?os. Le pusieron F¨¦lix y qued¨® condenado a vivir en el s¨®tano. La explicaci¨®n que Fritzl dio a la polic¨ªa es que su esposa Rosemarie ya no pod¨ªa hacerse cargo de m¨¢s ni?os.
Durante los nueve primeros a?os de cautiverio, desde 1984 a 1993, el s¨®tano s¨®lo dispon¨ªa de una habitaci¨®n. As¨ª que, seg¨²n la declaraci¨®n que Elisabeth ha efectuado a la polic¨ªa, Kerstin y Stefan presenciaban las violaciones de Josef Fritzl a su madre, al menos hasta que Kerstin cumpli¨® cinco a?os y Stefan cuatro.
Cuando los polic¨ªas entraron en aquel b¨²nker de unos sesenta metros cuadrados y 1,70 de altura lo describieron como una c¨¢rcel pensada para ni?os. Dispone de lavadora, lavavajillas, ba?o, retrete y cocina. Tiene dos puertas de acero y hormig¨®n; una de ellas al menos, escondida detr¨¢s de una estanter¨ªa. Fritzl hab¨ªa ideado un mecanismo para abrirlas con un mando a distancia con un c¨®digo secreto. ?Pero qu¨¦ les hubiese ocurrido a Elisabeth y sus tres hijos si Fritzl hubiera muerto de forma repentina? ?Habr¨ªan agonizado lentamente por desnutrici¨®n? Fritzl declar¨® a la polic¨ªa que hab¨ªa ideado un mecanismo para que en caso de extrema urgencia se pudiese abrir desde dentro. La polic¨ªa investiga ahora si eso es cierto.
En el s¨®tano nunca entr¨® un m¨¦dico. Kerstin, la que naci¨® hace 20 a?os, iba perdiendo poco a poco su dentadura. Sin embargo, los tres hermanos de arriba disfrutaban de todas las ventajas de la educaci¨®n en un pueblo como Amstetten. "Lisa [la que tiene 16 a?os] es inteligent¨ªsima", relata su compa?ero de clase y amigo, Sascha Robb. "Y adem¨¢s, buena persona. Siempre ayudaba a los dem¨¢s. De su madre Elisabeth no hablaba y nosotros no le pregunt¨¢bamos. Eso era tab¨². Y el padre, el que nosotros cre¨ªamos que era su abuelo, tambi¨¦n parec¨ªa buena persona. Pero no nos dejaba ir a su casa, eso nos estaba prohibido".
La vida en Amstetten, como en tantas partes de este pa¨ªs de 8,2 millones de habitantes, se basa en el respeto y la confianza mutua. Los peri¨®dicos est¨¢n disponibles desde primera hora de la ma?ana en unas bolsas de pl¨¢stico que cuelgan de las farolas. Nadie vigila. Pero todo el mundo paga. Por la noche, los chavales de la edad de Kerstin salen a tomar una copa y a la entrada de los bares cuelgan sus chaquetas. Nadie cobra por vigilarlas. Cada uno sabe cu¨¢l es la suya. Los pasos de cebra son sagrados para el automovilista. Las adolescentes como Lisa Fritzl y los viejos como su padre-abuelo circulan por el carril bici tarareando canciones. En la rueda de prensa que ofrecen las autoridades de la comarca, uno de los polic¨ªas lee su declaraci¨®n en ingl¨¦s, en deferencia a los periodistas extranjeros; y hay aparatos de traducci¨®n simult¨¢nea, con una se?ora que vierte al ingl¨¦s cada frase que se pronuncia en alem¨¢n. En el restaurante del hotel Axel no est¨¢ permitido al batall¨®n de periodistas que ha aterrizado en el pueblo trabajar con sus ordenadores. Para eso est¨¢ la cafeter¨ªa o el vest¨ªbulo. Todo en Amstetten lleva el aroma inconfundible de la civilizaci¨®n.
El pueblo no tiene nada de especial. Viena queda a una hora y cuarto en tren o en autov¨ªa. Linz, la ciudad donde se cri¨® Hitler queda a otra media hora. Salzburgo, la ciudad de Mozart, a dos horas. A 10 minutos en coche hay un lago precioso y a 35 minutos, una estaci¨®n de esqu¨ª. Las casas son robustas y las paredes altas protegen la independencia de sus habitantes. Pero eso mismo es lo que hace a veces casi imposible saltar la tapia del vecino, como quer¨ªa Chesterton. La propia casa de Fritzl parece hecha a prueba de cotillas. En la parte frontal de la vivienda se aprecia un bloque gris de dos plantas con ocho ventanas y tres buhardillas, un portal desvencijado con ocho buzones de correos y poco m¨¢s. A un lado, la panader¨ªa de Funther Prarreiter; y al otro, una tienda de techos de escayola. En la parte de atr¨¢s, ocho ventanas, una azotea con ¨¢rboles plantados en ella, y abajo el famoso jard¨ªn en el que Josef pasaba tantas horas.
Fritzl bajaba cada ma?ana al s¨®tano a las nueve. "Dec¨ªa que estaba trabajando en planos de m¨¢quinas que vend¨ªa a una empresa", comenta Christine R. "A mi hermana Rosi le ten¨ªa prohibido bajar all¨ª. Ni siquiera le estaba permitido llevarle caf¨¦. A veces tambi¨¦n pasaba la noche en el s¨®tano. Ahora sabemos por qu¨¦".
A la polic¨ªa no le consta que abusara de los seis hijos que tuvo con Elisabeth ni de los otros seis que engendr¨® con Rosemarie. "?Por qu¨¦ eligi¨® a Elisabeth?", se preguntaba un responsable policial para contestarse: "La verdad es que no lo sabemos". Fritz no s¨®lo no ha dado muestra de arrepentimiento, sino que en su declaraci¨®n, efectuada con absoluta serenidad, indic¨® a los agentes que meti¨® a su hija en el s¨®tano porque quer¨ªa protegerla de las drogas. La tortura pudo haberse prolongado mucho m¨¢s tiempo si no es porque su hija y nieta Kerstin, de 20 a?os, se encontraba grave de una enfermedad cuya causa se desconoce. Fritzl accedi¨® a llevarla al hospital. Los m¨¦dicos observaron que Kerstin presentaba un cuadro cl¨ªnico propio de quienes han nacido tras una relaci¨®n incestuosa. Las autoridades sanitarias hicieron un llamamiento p¨²blico en un canal local para que la madre de Kerstin se presentase en el hospital de Amstetten. Entonces la polic¨ªa recibi¨® una milagrosa llamada en la que alguien les anunci¨® que Fritzl ir¨ªa al hospital con su hija Elisabeth. All¨ª les detuvieron. ?Qui¨¦n realiz¨® esa llamada? Los jefes policiales mantienen que no proven¨ªa de la casa de Fritzl.
Cuando Stefan y F¨¦lix fueron rescatados, los ni?os apenas pod¨ªan tolerar la luz del sol. Los m¨¦dicos han contado que ambos se comunican entre s¨ª con una especie de gru?idos animales y que el peque?o F¨¦lix, de cinco a?os, prefiere gatear a caminar. Al montarse en el coche de la polic¨ªa dijeron que s¨®lo los hab¨ªan visto en las pel¨ªculas. Les impresionaban las luces del salpicadero y les asustaba la llamarada de los faros que ven¨ªan de frente. Al ver el cielo, F¨¦lix pregunt¨® a los polic¨ªas: "?Dios vive ah¨ª arriba?". Los testigos que presenciaron el reencuentro de Elisabeth con su madre Rosemarie afirman que estuvieron abrazadas durante mucho tiempo y que Elisabeth no se quer¨ªa despegar de la madre. Elisabeth hab¨ªa salido con el cabello completamente blanco y parec¨ªa casi de la misma edad de Rosemarie.
Ahora, Rosemarie, Elisabeth y los hijos de Elisabeth se encuentran en una sala del hospital del pueblo, protegidas de los periodistas por vigilantes de seguridad. Elisabeth y sus hijos Stefan y F¨¦lix presentan problemas de referencia espacial y de adaptaci¨®n a la luz. Los m¨¦dicos les han habilitado una habitaci¨®n oscura para que puedan descansar. Josef Fritz aguarda su juicio en una celda de aislamiento, a resguardo de los presos comunes. Y Kerstin contin¨²a en coma. El n¨²mero 40 de la calle Ybbsstrasse permanece custodiado d¨ªa y noche por polic¨ªas.
Algunos vecinos que se acercan con sus bicicletas ante la casa aseguran, sin permitir revelar sus nombres, que Rosemarie ten¨ªa que saber algo, que no se puede mantener a una familia bajo el propio suelo tantos a?os sin el consentimiento de ella. Pero Elisabeth ha exculpado a la madre en su declaraci¨®n a la polic¨ªa.
El s¨®tano dispon¨ªa de una tele. Mediante ese aparato pudo ver Elisabeth el llamamiento p¨²blico que hac¨ªan los m¨¦dicos del hospital para que acudiese la madre de Kerstin. ?Pudo ver Elisabeth en esa misma televisi¨®n c¨®mo el 23 de agosto de 2006 escapaba la joven vienesa de 18 a?os Natascha Kampusch de su secuestrador despu¨¦s de haber pasado 10 a?os encerrada? ?No intentaron Elisabeth y sus hijos escapar nunca del s¨®tano? El monstruo les advert¨ªa de que si intentaban hacerlo se activar¨ªa un mecanismo por el que morir¨ªan gaseados. La polic¨ªa investiga ahora si exist¨ªa dicho invento.
El terrible secreto que Josef Fritzl guard¨® durante un cuarto de siglo a¨²n puede deparar m¨¢s sorpresas. Pero la propia Natascha Kampusch ha declarado que lo mejor que puede hacer la sociedad por Elisabeth y sus hijos es respetar sus silencios. Si nadie se atrevi¨® en 24 a?os a saltar sobre la tapia del vecino Fritzl, que nadie pretenda ahora saltar los muros del hospital donde se encuentran.
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