El diablo en la canci¨®n
S¨®lo el tiempo cuenta, el tiempo de verdad, el martillo de las ilusiones, el que pulveriza los ritmos y las melod¨ªas de la canci¨®n. Porque siempre hablamos de "canciones para el recuerdo" como si fu¨¦ramos Julie Andrews como una p¨ªdola en lo alto de las monta?as berreando The sound of music. Pero ?qu¨¦ fue de nuestras canciones? ?Por qu¨¦ no puedo ver el documental sobre Joe Strummer si s¨¦ que cada minuto va a lijarme el alma con el recuerdo de todo lo que en realidad no fui, de lo que en realidad no hice, de lo que en realidad no sucedi¨® en esta ciudad donde entonces y ahora se pod¨ªa y se puede oler mierda bajo las calles? No, no puedo ver el documental sobre Strummer y pienso, contra lo que se suele suponer, que los nost¨¢lgicos -mis antagonistas- son en realidad gente dura, monolitos que pueden escuchar las canciones sin que les evoquen resacas, desamores, s¨¢banas sucias, muertos, cenizas
... Y veo a los protagonistas del asunto, a John Lydon, alias Johnny Rotten, llorando al final de La mugre y la furia, el documental sobre los Sex Pistols, todo aquel cinismo, toda aquella provocaci¨®n, ahora s¨®lo l¨¢grimas amargas... Y leo en Por favor, m¨¢tame la tristeza oce¨¢nica que subyace en el relato de Jerry Nolan sobre su primer concierto -Elvis en Hawai, nada menos- y el futuro bater¨ªa de los New York Dolls y de los Heartbreakers s¨®lo se puede fijar -en medio de una extra?a fascinaci¨®n- en el agujero que Elvis tiene en la suela de uno de sus zapatos. Y veo al mismo Strummer en el documental sobre la historia de The Clash tambi¨¦n llorando -y amargamente-, no por lo que pudo haber sido y no fue, sino por lo que nunca pudo ser ni ser¨¢. Es el tiempo y el diablo en las canciones.
Los grupos buenos: ?qui¨¦n puede o¨ªr a los Ramones, a Television, a Eddie and the Hot Rots, a los Jam, a Brinsley Schwarz, a los Modern Lovers, a los Fleshtones o a, ?premonici¨®n!, Richard Hell, sin dejar de pensar: ?esas canciones son yo mismo ahora, esa coliflor que te mira en el espejo son aquellas canciones y quiz¨¢ la culpa no s¨®lo sea m¨ªa? Y aunque la culpa s¨®lo es m¨ªa quiero creer que los predicadores sure?os ten¨ªan raz¨®n: es la m¨²sica del infierno.
Y de pronto, est¨¢s en una barra, o en una estaci¨®n de metro, o en un taxi, y por la estridente radio emiten una melod¨ªa de hace treinta a?os que nunca te llam¨® la atenci¨®n, algo banal, sin historia, sin halo, sin recuerdo - Stevie Nicks cantando Dreams, por ejemplo-, y esa canci¨®n que qued¨® en el limbo de lo inocuo llega a las entra?as como un punz¨®n y, misteriosamente, cura y susurra que hubo una vez algo tan fascinante como el agujero en la suela de Elvis en medio de toda esa autocompasi¨®n que ahora te acosa, est¨²pida y retorcida como un sacacorchos.
Y entonces te consuelas porque todo sigue del rev¨¦s en un mundo que puede ser pr¨®spero para extravagantes m¨¢s j¨®venes, y las l¨¢grimas salen sin duelo, sin amargura, corriendo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.