La ecuaci¨®n misteriosa de Casas Ros
Desfigurado y escondido, el autor de 'El teorema de Almod¨®var' clama por su identidad
La historia podr¨ªa empezar: "El tortuoso camino de guijarros que lleva a la casa del escritor es triste como un perro sin rumbo y bla, bla, bla...". Pero no se puede. Entonces: "Su voz entre enfermiza y terrible retumba desde el otro lado del tel¨¦fono, etc¨¦tera, etc¨¦tera, etc¨¦tera". Pero tampoco. La ¨²nica forma posible de arranque es la que es: escribir que, veloz cual a?o luz, el correo electr¨®nico llega desde qui¨¦n demonios sabe d¨®nde -supuestamente Roma- con las respuestas del autor de El teorema de Almod¨®var. Son respuestas de un enigma viviente a preguntas de un mundo exterior que, a lo mejor, se pasa de curioso. Respuestas como, "no creo ni en el destino ni en la fatalidad".
El libro, un gran ¨¦xito en Francia, no ahorra detalles sobre la relaci¨®n del protagonista con su amado transexual
Antoni Casas Ros sufri¨® un accidente hace 15 a?os al esquivar a un ciervo: perdi¨® su cara y a su esposa
El confortable territorio de la teor¨ªa sostiene que Antoni Casas Ros se qued¨® sin rostro y sin esposa hace 15 a?os, cuando ten¨ªa 20 y, tras una noche de celebraci¨®n bien regada, empotr¨® su coche contra un ¨¢rbol cerca de Perpi?¨¢n despu¨¦s de esquivar a un ciervo perdido.
No debieron de ser, pues, ni el destino ni la fatalidad quienes pusieron al ciervo en aquella curva, pero el caso es que estar, estaba, y sigue estando en las p¨¢ginas de El teorema de Almod¨®var, novela breve, novela tremebunda y novela misteriosa. Misteriosa porque, frente al confortable territorio de la teor¨ªa, se encuentra el inc¨®modo ¨¢mbito de la pr¨¢ctica. Y si la teor¨ªa sostiene que Antoni Casas Ros no es otro que Antoni Casas Ros, en la pr¨¢ctica subsiste un runr¨²n, una cacofon¨ªa de medias verdades y mentiras arriesgadas: no existe Antoni Casas Ros. Es m¨¢s: a lo mejor detr¨¢s del escritor sin rostro (y sin cara) est¨¢ otro escritor, el ruido del rumor incluso ha dejado caer los nombres de Eduardo Mendoza, Sergi Pami¨¨s y Enrique Vila-Matas, ah¨ª es nada.
En Seix Barral, la editorial espa?ola que ha apostado por esta truculencia literaria de pasi¨®n, sexo, sangre y soledad, aseguran que nada de eso tiene el m¨ªnimo sentido. Que quien firma el libro es quien es y no es nadie m¨¢s. "Este tipo de rumor existe siempre, han circulado rumores de todos los colores hasta con Thomas Pynchon, de modo que... pero est¨¦n tranquilos: podemos garantizar que Elena Ram¨ªrez, la editora, lleva carte¨¢ndose con ¨¦l meses y meses y tenemos la total seguridad sobre el autor. Nos viene corroborada por la editorial francesa Gallimard, y por su agente tambi¨¦n".
Mucho m¨¢s sutil y mucho m¨¢s divertida -tambi¨¦n m¨¢s desconcertante- es la explicaci¨®n del propio Casas Ros, que en su mensaje electr¨®nico de ayer mismo escrib¨ªa: "Le puedo decir que ni soy Vila-Matas ni soy Eduardo Mendoza ni nadie m¨¢s. Ya me esperaba que mi retiro voluntario fuera a suscitar todo tipo de rumores, pero me imagino que de aqu¨ª a tres libros, ya nadie se har¨¢ esas preguntas. ?Por fin me habr¨¦ convertido en m¨ª mismo! Y estoy cada d¨ªa m¨¢s decidido a seguir el consejo del propio Enrique Vila-Matas: que no salga de mi torre de marfil y que dedique toda mi vida y mi energ¨ªa s¨®lo a la escritura".
En un art¨ªculo publicado hace algo m¨¢s de un mes en la edici¨®n catalana de este diario, y titulado El catal¨¢n desfigurado, Vila-Matas aseguraba: "No, no soy Casas Ros. Si queda alguien por ah¨ª que todav¨ªa lo sospecha, ser¨¢ mejor que vaya descartando la idea". Vale que la lista de escritores favoritos esgrimida por el ignoto autor de El teorema de Almod¨®var sea irresistiblemente parecida a la de Vila-Matas (Cort¨¢zar, Murakami, Calders, Bola?o, Fres¨¢n...), pero de ah¨ª a establecer maliciosos juegos de las semejanzas...
Queda claro que, como adelanta el poeta argentino Roberto Ju¨¢rroz en la primera p¨¢gina de este libro (?otra afici¨®n literaria compartida por Casas Ros y Vila-Matas!), "en el centro del vac¨ªo, hay otra fiesta". La que se vive en las p¨¢ginas de El teorema de Almod¨®var est¨¢ hecha de excursiones a las callejuelas traseras de la noche, donde pululan las especies menos recomendables, o qui¨¦n sabe, m¨¢s provistas de im¨¢n maldito. Como Lisa, el/la transexual que, una vez aparcados en el perchero los atav¨ªos de prostituta, lame las heridas de guerra del protagonista de esta historia.
El matem¨¢tico sin rostro, obsesionado con el personaje de Pedro Almod¨®var, vive enclaustrado durante el d¨ªa en su estudio, desde el que se contemplan el puerto y los tejados de G¨¦nova. Mira por la ventana y lee, lee y mira por la ventana, piensa en la improbable fascinaci¨®n de una cirug¨ªa est¨¦tica a tiempo y espera en una mezcla de sopor mediterr¨¢neo y efervescencia animal el advenimiento nocturno que traer¨¢ consigo la presencia de Lisa, el sexo con Lisa... mientras un tal Pedro Almod¨®var prepara una pel¨ªcula sobre su caso.
No ahorra Antoni Casas Ros detalle alguno en el viaje sudoroso y oscuro por la geograf¨ªa prohibida de "esa mujer con polla", y, ya fuera del libro y de vuelta al correo electr¨®nico, explica: "Un cuerpo transexual expresa la magia de lo andr¨®gino y permite comprobar hasta qu¨¦ punto nuestras tendencias sexuales son m¨¢s amplias y m¨¢s misteriosas que lo que nuestra alma quiere hacernos creer. Hay algo de m¨ªtico, la sensaci¨®n de volver a la creaci¨®n del mundo, de explorar una especie de salvajismo refinado, y ese ser, que sobrepasa lo que tenemos de civilizados, nos obliga a explorar sentimientos extremos".
A caballo desbocado entre los universos de David Lynch (El hombre elefante) y Gast¨®n Leroux (El fantasma de la ¨®pera), y bajo el magisterio de Isaac Newton (que marca con una sentencia cada arranque de cap¨ªtulo), el artista conocido como Antoni Casas Ros avanza en su mundo de ausencias, la ausencia de un rostro y de una mujer, de su mujer. No hay sitio, sin embargo, para la dictadura de la desesperanza, porque, como ¨¦l mismo confiesa desde su escondite, "sigo descubriendo con asombro que la vida me ha dado mucho, y comprendo por qu¨¦ nunca me he sentido atra¨ªdo por el suicidio..., siempre supe que algo llegar¨ªa". Ese "algo" es, claro, el monumental ¨¦xito editorial que El teorema de Almod¨®var ha logrado en Francia, donde los linces de la muy grave y muy prestigiosa Gallimard (de la mano del editor Richard Millet) se apresuraron a dar un "s¨ª, quiero" que no admit¨ªa duda posible.
Pero nadie en Gallimard ha visto a Antoni Casas Ros. S¨®lo Millet habla con ¨¦l por tel¨¦fono (sostiene el tal Millet). "No quiere exponer su rostro, y es su derecho; tengo su direcci¨®n en Roma, pero no voy a ir a espiar por debajo de su puerta", explica, para finalmente dejar caer la frase que m¨¢s jaleo puede suscitar entre esc¨¦pticos irredentos y especies afines: "Incluso si todo es una broma, el libro es memorable y eso es lo importante".
Los volcanes se encienden. La ecuaci¨®n permanece sin resolver. Un ciervo se aleja del mundo. Fascinante Casas Ros.
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