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Reportaje:LOS NI?OS QUE HITLER ROB?

Hu¨¦rfanos de la barbarie nazi

De la mano de la Cruz Roja internacional, 200 ni?os polacos robados por los nazis durante la II Guerra llegaron a Barcelona en 1946 procedentes del campo de refugiados de Salzburgo (Austria). Algunos hab¨ªan sido seleccionados por culpa de sus rasgos f¨ªsicos pretendidamente arios y arrancados de sus padres, otros eran hijos de los trabajadores esclavos utilizados hasta la extenuaci¨®n en la industria alemana de guerra. Tambi¨¦n hab¨ªa peque?os engendrados en el diab¨®lico proyecto eugen¨¦sico de los Lebensborn, (la fuente de vida), las granjas de procreaci¨®n y educaci¨®n nazi destinadas a crear la superraza, en las que se forzaba a las mujeres seleccionadas a acostarse con los oficiales alemanes.

Los seis hermanos Wieczorek fueron arrancados brutalmente de los brazos de sus padres por los nazis
Muchos perdieron toda posibilidad de rescatar su identidad a causa de la quema de archivos por parte de los nazis
Recuerdos que son se?as de identidad: "Mam¨¢ ten¨ªa una chaqueta marr¨®n, nos separaba una alambrada, lloraba"
El verdadero drama era la b¨²squeda de identidad. Preguntaban: "?Qui¨¦nes son mis padres?". "?Est¨¢ viva mi madre?"
Aleksandra Gruzinska: "Barcelona es nuestro para¨ªso perdido". Lo repiten todos los ni?os robados
Josef Szpaczkek: "Perfeccion¨¦ mi espa?ol para seducir a una pamplonesa, pero nos llevaron a EE UU"
M¨¢s informaci¨®n
Homenaje a los ni?os polacos de Vallcarca

Desconocida hasta ahora, la historia de estos ni?os polacos hurga cruelmente en la herida moral de la humanidad porque fueron despojados de su nombre, su memoria y su lengua, germanizados y, en ocasiones, entregados a familias alemanas y nuevamente desgajados de estos hogares al t¨¦rmino de la contienda.

Muchos perdieron irremisiblemente la posibilidad de recuperar su identidad y su familia en la hoguera con la que los nazis en retirada destruyeron los archivos que daban cuenta del delirio de recreaci¨®n de la raza aria. Tal y como ha constatado este peri¨®dico, seis d¨¦cadas m¨¢s tarde, la herida del limbo identitario sigue supurando en el alma de los supervivientes, "espa?oles de coraz¨®n", y palpita dolorosamente con el recuerdo de las traum¨¢ticas experiencias vividas. Tuvieron que resignarse a no saber de sus padres y hermanos, a descontar para siempre esos besos y abrazos y a vivir con ese vac¨ªo lacerante, algunos, en la sospecha de que su progenitor pudo muy bien haber sido un soldado alem¨¢n.

Todos llegaron a Barcelona con el enigma de su origen, pero s¨®lo los que hab¨ªan guardado en su memoria un recuerdo n¨ªtido -"Mam¨¢ ten¨ªa una chaqueta marr¨®n, lloraba, pero nos separaba la alambrada"- o hab¨ªan salvado un objeto -la fotograf¨ªa doblada que la madre le dio a hurtadillas en la despedida, la medallita de la Virgen...- dispon¨ªan de la prueba de una identidad perdida.

Escuchar sus padecimientos durante la guerra es asomarse a un abismo de angustias y terrores, de hambre y violencia. Se comprende que los desnutridos o enfermos hu¨¦rfanos polacos encontraran en la pobre Espa?a de la posguerra el para¨ªso inesperado que a?oran todav¨ªa 62 a?os m¨¢s tarde.

El tiempo hab¨ªa acabado por sepultar aquellos hechos bajo una capa de olvido tan compacta, que la mera confirmaci¨®n period¨ªstica de la llegada de esos ni?os a Barcelona pareci¨® una empresa imposible. Los datos transmitidos en su d¨ªa por personas ya fallecidas se revelaron pronto insuficientes o inexactos. Y rebuscar en los archivos de la Cruz Roja en Madrid y Barcelona, consultar a la Embajada y los consulados de Varsovia e indagar en la comunidad polaca result¨® un ejercicio infructuoso. Nadie ten¨ªa noticia de estos ni?os.

Cuando el panorama invitaba al abandono y la historia parec¨ªa abocada a engrosar la carpeta de iniciativas fallidas, un diligente archivero de la Cruz Roja en Ginebra, tan dispuesto como para buscar m¨¢s all¨¢ de las fechas convenidas, exhum¨® el listado de uno de los grupos que llegaron a la Ciudad Condal. ?Era verdad! La consulta a las hemerotecas, ahora s¨ª, en el a?o y las fechas correctas, mostr¨® que esos ni?os de entre 2 y 12 a?os ten¨ªan tambi¨¦n rostro y saludaban disciplinados con vivas a Espa?a desde la cubierta del mercante JJ Sister, que el 24 de abril de 1946 atrac¨® en Barcelona.

Fueron alojados, inicialmente, en el n¨²mero 49 de la calle Angli, una antigua checa (centro de detenci¨®n) del Frente Popular que el Auxilio Social franquista (organizaci¨®n de beneficencia) hab¨ªa habilitado como residencia infantil, y luego en la residencia Vallcarca, tambi¨¦n en el barrio de la Bonanova. Los peri¨®dicos espa?oles de la ¨¦poca presentaron la llegada de los "hu¨¦rfanos de guerra polacos" como prueba del car¨¢cter humanitario del r¨¦gimen, cuando aquel gesto respondi¨® a la necesidad del Gobierno de Franco de congraciarse con los aliados victoriosos y hacerles olvidar sus simpat¨ªas por los derrotados alemanes. En las negociaciones diplom¨¢ticas, auspiciadas por el Vaticano, la dictadura franquista asumi¨® el compromiso de facilitar el alojamiento y los cuidados necesarios, mientras que el Gobierno polaco en el exilio establecido en Londres, que no reconoc¨ªa al poder comunista establecido en Varsovia, se encargar¨ªa de la educaci¨®n-polaquizaci¨®n de los ni?os.

La experiencia se prolong¨® durante diez a?os, periodo en el que la mayor¨ªa de los ni?os, ya adolescentes o j¨®venes, fueron devueltos a Polonia, a menudo contra su voluntad, y entregados a parientes que hab¨ªan sobrevivido. ?Qu¨¦ pas¨® con aqu¨¦llos cuyos or¨ªgenes no pudieron ser establecidos? ?Y qu¨¦ habr¨¢ sido de esa chica rubia, de ojos azules, Teresa Lindner, que seg¨²n el diario Pueblo se hab¨ªa prometido a un espa?ol estudiante de Ingenieros?

Seguir el rastro de los hu¨¦rfanos polacos no devueltos a su pa¨ªs era como perseguir la sombra de unas nubes caprichosas que lo mismo se dirig¨ªan a Polonia, que a Francia, a Estados Unidos o al Reino Unido. Del listado de nombres puestos a b¨²squeda sistem¨¢tica en Internet, ¨²nicamente el de Aleksandra Gruzinska obtuvo una respuesta positiva en Google. Hab¨ªa una Aleksandra Gruzinska profesora de franc¨¦s en la Universidad del Estado de Arizona (Estados Unidos), y en la p¨¢gina figuraba la direcci¨®n de su correo electr¨®nico. Era la ¨²ltima oportunidad y hab¨ªa que apurar la suerte, por improbable que pareciera que una persona de 75 a?os continuara profesionalmente activa. Que conservara su apellido de soltera en Estados Unidos significaba, adem¨¢s, que no se hab¨ªa casado, supuesto que reduc¨ªa a¨²n m¨¢s las probabilidades.

"?Es usted la Aleksandra Gruzinska que lleg¨® a Barcelona en 1946 por mediaci¨®n de la Cruz Roja?" Como ocurrir¨ªa despu¨¦s con el resto de los receptores, el mensaje produjo el devastador efecto de un torbellino emocional. Rememorar el pasado en estos casos es destapar la caja de Pandora de los dolores y traumas padecidos, dar rienda suelta a recuerdos amargos y secretos que hab¨ªan sido convenientemente dome?ados y guardados bajo siete llaves. Ella se tom¨® su tiempo, sopesando si estaba dispuesta a dejarse envolver por el oleaje desatado en su interior, pero cinco d¨ªas m¨¢s tarde contest¨®: "S¨ª, soy una de las chicas de Vallcarca". Y hay que decir que pocas veces en el ejercicio de este oficio se reacciona a un mensaje con una exclamaci¨®n de j¨²bilo.

Aleksandra no pudo o no quiso entonces ir m¨¢s all¨¢ -"me despido con mucha emoci¨®n", indicaba-, pero luego encamin¨® al periodista hacia un manantial informativo, el tesoro documental de los "hu¨¦rfanos polacos de Barcelona", podr¨ªamos decir, que Cristina Tozer, hija de la canciller del consulado polaco en Barcelona Wanda Tozer, guarda en su casa de Madrid. Activista de la resistencia antinazi perseguida por la Gestapo, Wanda Tozer aloj¨® en su casa de Barcelona a los pilotos polacos derribados en Francia y a los soldados perdidos que trataban de llegar a Gibraltar o a Portugal para desde all¨ª regresar a sus bases en Inglaterra. "A veces me encontraba el sal¨®n tapizado de cuerpos", recuerda su hija Cristina. "Mi madre les daba documentaci¨®n falsificada y dinero para que pudieran atravesar Espa?a". La se?ora Wanda fue la madre espiritual de los ni?os robados por los nazis que llegaron a Espa?a, adem¨¢s de su profesora de literatura y polaco. Era el enlace entre las autoridades espa?olas y el Gobierno polaco en el exilio.

Durante aquellos a?os, la canciller fue anotando las revelaciones que extra¨ªa de sus contactos con los ni?os -"yo tambi¨¦n era muy peque?a y ten¨ªa celos de los cuidados que les prodigaba mi madre", indica Cristina-, hasta descifrar el secreto que guardaban. Descubri¨® que, en su gran mayor¨ªa, aquellos ni?os proced¨ªan de Silesia, regi¨®n que los alemanes consideraban germ¨¢nica y, por tanto, potencialmente susceptible de albergar los genes de la raza aria. Descubri¨® que a muchos de los peque?os les hab¨ªan cambiado sus apellidos por otros, en ocasiones, despectivos e hirientes, como Koziok (cabrito); que les hab¨ªan borrado los recuerdos familiares y prohibido el uso de su lengua; que hab¨ªan sido robados y humillados; que hab¨ªan pasado por sucesivos orfanatos y que los mayores hab¨ªan sido abandonados cuando la contienda tocaba a su fin y forzados a vivir como salvajes en los bosques.

Wanda Tozer intuy¨® entonces lo que los historiadores tardar¨ªan mucho en comprobar: que en la regi¨®n noroccidental de Polonia incorporada al Tercer Reich con el nombre de Wartehegau, a los ni?os de aspecto n¨®rdico se les supuso un origen alem¨¢n y fueron germanizados. En su libro El trauma alem¨¢n, Gitta Sereny cita la orden de las SS n¨²mero 67/1, en la que se alude a la "gran cantidad de ni?os en Polonia que por su aspecto son potenciales portadores de sangre valiosa para Alemania". La periodista austriaca sostiene que en las acciones punitivas contra la resistencia, la norma era ejecutar a todos los hombres y enviar a las mujeres a los campos de concentraci¨®n, mientras que los ni?os de entre seis meses y dos a?os eran enviados a los hogares Lebensborn, y los mayores de doce, enviados a trabajar.

"La Gestapo se llevaba a los ni?os por la fuerza, sobre todo si respond¨ªan claramente a los criterios de raza", escribi¨® ya entonces Wanda Tozer. "Los seis hermanos Wieczorek fueron arrancados brutalmente de los brazos de sus padres. Aleksandra Gruzinska, a la que sus compa?eros llamaban Olga, no tuvo apenas tiempo de abrazar a su madre. Bronislaw Zimmy fue sacado de un orfanato para ser germanizado. Jerzy Kaczynski y su madre fueron llevados a Alemania para trabajar duramente. Jadwiga Bronowicka vio desde su escondite en un pajar c¨®mo los rusos asesinaban a su padre...".

Son escritos, hasta ahora in¨¦ditos, que Cristina Tozer encontr¨® en su casa a la muerte de su madre, en 1990. En todos ellos late la sensibilidad de una mujer, patriota polaca y cat¨®lica, capaz de comprender el dolor de la "segunda ruptura" que padecieron los ni?os dados en adopci¨®n a familias alemanas y rescatados por los aliados al t¨¦rmino de la guerra. "No quer¨ªan ir con esos polacos de quienes hab¨ªan o¨ªdo decir tantas barbaridades y hab¨ªa que recuperarlos por la fuerza; ellos, a su vez, mord¨ªan o daban puntapi¨¦s a sus liberadores", anotaba Wanda. En ocasiones, s¨®lo la m¨²sica, las canciones polacas de cuna o los cantos navide?os lograban penetrar en los espacios clausurados de la memoria y encender la chispa del recuerdo.

Pese a la imagen que aportan las fotograf¨ªas de prensa de la ¨¦poca, las "cabecitas rubias que se apretujan unas con otras, lucen ropa militar y gorras americanas", que llegaron a Barcelona en sucesivas expediciones, estaban muy lejos de alcanzar el estadio de la felicidad. "Han desarrollado los instintos de supervivencia propios de los entornos hostiles y son desconfiados, hoscos y ego¨ªstas. Las chicas mayores, m¨¢s germanizadas, son exigentes, desobedientes y contestonas, mal ejemplo para las peque?as a las que incitan a la rebeli¨®n", escribi¨® Wanda Tozer.

Su hija recuerda que aquellos ni?os con los que compart¨ªa la clase de polaco ten¨ªan siempre hambre aunque acabaran de comer, el apetito insaciable de los que han conocido el hambre. "Hab¨ªan pasado tanta necesidad, que guardaban los chuscos de pan bajo los colchones para cuando les llegara esa hora negra del est¨®mago aguijoneado. Adem¨¢s, rebuscaban en las basuras de la propia residencia de Vallcarca y de los alrededores y arrasaban los limoneros de la casa y los frutales vecinos", comenta. Sin embargo, como observ¨® con asombro Wanda Tozer, aunque los ni?os no compart¨ªan las cosas, tampoco se robaban entre ellos. A falta de familia, muchos anudaron con algunos de sus compa?eros una relaci¨®n fraternal, que, en ocasiones, ha perdurado hasta hoy.

Las anotaciones de Wanda describen un cuadro psicol¨®gico de pesadillas, angustia y depresi¨®n, a la altura de los traumas y padecimientos vividos. Ni?os desquiciados entregados a la tarea de destrozar, claustrof¨®bicos que se fugan en pijama de la residencia creyendo huir de un bombardeo, peque?os que s¨®lo calman sus nervios haciendo calceta...

Poco a poco, el trato de las cuidadoras espa?olas y de los profesores y curas polacos empieza a dar sus frutos. Barcelona les gusta y disfrutan de la playa y el sol. La vida se abre paso. Nunca olvidar¨¢n la noche del 24 de diciembre. Est¨¢n todos juntos con la mirada fija en el firmamento, a la espera de que aparezca esa primera estrella que, en la tradici¨®n polaca, inaugura la Navidad. Muchos a?os despu¨¦s, ya casados y con hijos, seguir¨¢n telefoneando desde Am¨¦rica, a la hora espa?ola, para felicitar la Nochebuena a la se?ora Wanda.

Aunque la residencia Vallcarca era y sigue siendo un edificio se?orial, su vida estuvo tambi¨¦n marcada por el fr¨ªo y la penuria. Es lo que se desprende de los escuetos informes que Wanda Tozer elaboraba peri¨®dicamente, dominando a duras penas su exasperaci¨®n: "No hay leche en los desayunos por falta de fondos. (...) La rotaci¨®n del personal, por impago, repercute en los ni?os. (...) La falta de ropa y mantas es acuciante. S¨®lo tienen vestiditos de percal y enferman a causa del fr¨ªo. (...) El zapatero remend¨®n reh¨²sa arreglar los zapatos por falta de pago".

Sin embargo, el verdadero drama era el interrogante que consum¨ªa vorazmente a los ni?os cuando alcanzaban la adolescencia. "?Qui¨¦nes son mis padres?". "?Sabe si mi madre est¨¢ viva?" Acostumbrada a resolver situaciones comprometidas -ablandaba los corazones de los comerciantes barceloneses o de los integrantes de la comunidad jud¨ªa polaca y obten¨ªa as¨ª dinero para las prendas de abrigo, ¨²tiles de aseo, incluso regalos de Navidad-, Wanda abordaba la depresi¨®n de los adolescentes invit¨¢ndoles a merendar en su casa y tocando el piano para ellos. Con el tiempo, la red polaca APWR de localizaci¨®n de desaparecidos fue obteniendo resultados y comenzaron a llegar las primeras cartas de los familiares supervivientes: "Llevamos 10 a?os busc¨¢ndote, vuelve a casa". El grupo fue poco a poco menguando. Siempre conducidos por Werner, el mayor, que nunca dej¨® de ejercer de padrecito responsable, los hermanos Wieczorek regresaron a Polonia. "Ya s¨®lo queda un centenar. (...) Ela ha encontrado a su madre en Inglaterra, Mietek se va a Francia. (...) Ya s¨®lo quedan 80", escribe Wanda Tozer y empieza a preguntarse qu¨¦ puede hacer con los que quedan, adolescentes y j¨®venes en su mayor¨ªa, que nadie reclama. Sabe que cada camastro desocupado es para ellos una nueva punzada, un agujero que ampl¨ªa su vac¨ªo interior, un nubarr¨®n que les ensombrece el futuro.

La soluci¨®n la encuentra en Estados Unidos, en la gran colonia polaca neoyorquina de Buffalo. Piensa que aunque los chicos est¨¢n aprendiendo un oficio, siempre encontrar¨¢n m¨¢s posibilidades en Am¨¦rica que en la aislada Espa?a franquista que no logra sacudirse la pobreza. La despedida de Barcelona, camino de Madrid, camino de Lisboa, camino de Am¨¦rica, el 6 julio de 1956, es desgarradora. Lloran desconsolados mientras cantan Rozproszone polskie dzieci, la canci¨®n de "los ni?os polacos desperdigados".

Meses y a?os despu¨¦s, algunos todav¨ªa reprochar¨¢n con amargura a Wanda Tozer el haberles arrancado de Espa?a. "Barcelona es nuestro para¨ªso perdido", resume hoy Aleksandra Gruzinska. Lo repiten todos aquellos ni?os robados que, desde Buffalo, Arizona, Virginia, California, o Queensland (Australia), aceptaron el envite de EL PA?S de rebuscar en la memoria a riesgo de alborotar sus corazones. S¨ª, Barcelona es la palabra m¨¢gica, la puerta que cerr¨® el infierno de su traumatizada infancia y les devolvi¨® la sonrisa.

Todos y cada uno de ellos tienen un relato extraordinario que no cabe en las p¨¢ginas de un peri¨®dico. Fij¨¦monos tan s¨®lo en aquella chica rubia, de ojos azules, Teresa Lindner, que estaba prometida a un estudiante espa?ol de Ingenieros. Vive en Manassas (Virginia, Estados Unidos), se cas¨® y ahora se llama Teresa Gilbert, tiene tres hijos y dos nietos. No ha vuelto a Polonia. "?Para qu¨¦ volver si no s¨¦ d¨®nde buscar? Mi drama es que nunca he conocido mis apellidos. Los alemanes me sacaron de casa cuando deb¨ªa tener cuatro o cinco a?os, y a esa edad los padres no tienen m¨¢s nombres que pap¨¢ y mam¨¢. Me pusieron el apellido Lindner y s¨¦ que en el primer orfanato estuve con mi hermana, que luego nos separaron y que ya no la he vuelto a ver. Creo que ¨¦ramos gemelas, porque ten¨ªamos dos vestidos iguales con un lazo azul que mi madre nos pon¨ªa para ir a misa y nunca sab¨ªamos muy bien cu¨¢l era de qui¨¦n hasta que yo manch¨¦ el m¨ªo con una manzana. S¨¦ tambi¨¦n que ten¨ªa un hermano, porque un d¨ªa...".

Aunque se hab¨ªa preparado an¨ªmicamente para este encuentro, Teresa Gilbert estalla en sollozos, pero prosigue con voz entrecortada. "Porque un d¨ªa, poco antes de que llegaran los alemanes, estuve a punto de cortarle un dedo a mi hermano peque?o, y mi madre se enfad¨® much¨ªsimo. Me peg¨® y me dijo que c¨®mo pod¨ªa estar haciendo diabluras con mi padre muri¨¦ndose. 'Reza para que tu padre no se muera', fueron sus palabras". Teresa recuerda que una vez fue a verlas al orfanato y se despidi¨® diciendo que volver¨ªa "muy pronto".

Termin¨® en Austria, en manos de una familia de habla alemana. "Aquella mujer [Teresa Lindner no utiliza la expresi¨®n 'madre adoptiva'] vino una ma?ana a buscarme al colegio. Me asust¨¦ y pens¨¦ que me iban a castigar, pero por el camino me cont¨® que hab¨ªan llegado a casa unos militares y que ten¨ªa que responderles a todo 'no s¨¦, no s¨¦', en alem¨¢n. No pod¨ªa hacer otra cosa porque ya no sab¨ªa hablar polaco, pero como me parecieron simp¨¢ticos y me ofrecieron una chocolatina, termin¨¦ y¨¦ndome con ellos. Acab¨¦ en el campo de refugiados de Salzburgo, donde hab¨ªa muchos ni?os de todas partes. Fue muy duro. Al final nos llevaron a Italia y de ah¨ª embarcamos rumbo a Barcelona. Vallcarca es la residencia m¨¢s hermosa que he visto en mi vida". Le pregunto qu¨¦ pas¨® con aquel novio espa?ol y me dice que rompieron cuando ella empez¨® a trabajar en Estados Unidos, pero que volvi¨® a verlo 20 a?os m¨¢s tarde y que ¨¦l todav¨ªa debe guardar alg¨²n objeto suyo.

Tampoco Maxsymiljan Jadoch sabe cu¨¢l es su verdadero apellido, s¨®lo que las razones por las que le borraron su nombre pueden ser diferentes a las que intervinieron en el caso de Teresa. No tiene recuerdos anteriores a los de su vida en el orfanato de Silesia, pero nunca olvid¨® que una mujer que le visitaba de vez en cuando le hab¨ªa dicho que ir¨ªa a buscarle cuando acabara la guerra. "En Barcelona, odi¨¦ a esa mujer con todas mis fuerzas", dice. "Viv¨ª la adolescencia angustiado ante el futuro, tortur¨¢ndome con las preguntas: ?D¨®nde est¨¢n mis padres?, ?qui¨¦n soy yo? ?l s¨ª encontr¨® a su supuesta madre, una mujer suiza que todav¨ªa vive, aunque mejor cabr¨ªa decir que lo que Maxsymiljan (Max) encontr¨® fue un fantasma. Hace 22 a?os", prosigue, "recib¨ª una carta de la Cruz Roja alemana con el mensaje de que hab¨ªa una persona que me buscaba. Dos semanas m¨¢s tarde me lleg¨® el telegrama de una mujer que dec¨ªa que me hab¨ªa cuidado en el orfanato y que quer¨ªa verme. Fui a visitarla a Alemania, pero esa bruja no quiso contarme la verdad. Ten¨ªa miedo a que se airease el pasado y ni siquiera quiso admitir que era mi madre. S¨®lo me dijo que me hab¨ªan cambiado el apellido y que jam¨¢s conocer¨ªa a mi padre. S¨¦ que ella tuvo un hijo con un alem¨¢n, y que ese hijo, Hans, se me parece extraordinariamente. No volver¨¦ a verla hasta que me diga qui¨¦n soy".

Max sigue sinti¨¦ndose extranjero en Estados Unidos, y eso que vive all¨ª desde hace 52 a?os y que se ha casado y tiene dos hijos. Dice que ¨¦l pertenece a Europa, a Barcelona. "S¨®lo con o¨ªr la palabra Barcelona se me desatan todas las emociones, porque all¨ª pas¨¦ los mejores a?os de mi vida despu¨¦s de mi calvario por Checoslovaquia y Austria. "?Sabe que tuve una novia catalana?" Y este hombre de 72 a?os cita de corrido el nombre, los dos apellidos y la direcci¨®n exacta de aquel primer amor. Tambi¨¦n Josef Szpaczkek, que vive en Queensland (Australia), recuerda a "aquella chica preciosa", Anto?ita, de Pamplona, que conoci¨® en el sanatorio en el que estuvo hospitalizado. "Decid¨ª perfeccionar mi espa?ol para poder seducirla, pero nos llevaron a Am¨¦rica".

Al contrario que otros ni?os robados que optaron por negarse a mirar el pasado, para que la herida no siguiera sangrando, para que la memoria quedara sepultada bajo una losa de olvido tan pesada que ya no pudiera aflorar en la conciencia, Eric Plocica, que ahora reside en Venice (California) ha buscado y contin¨²a buscando respuesta a sus interrogantes. Ha reconstruido el tortuoso y penoso camino que sigui¨® desde su orfanato en Bielsko (Alta Silesia) hasta Barcelona, ha comprobado fechas, ciudades y pa¨ªses, ha anotado los bombardeos que sufrieron cuando los ni?os y sus guardianes escapaban de los rusos. Tampoco le ha negado a su cerebro las barbaridades que sus ojos de ni?o contemplaron. "Los ni?os eran un tesoro nacional y los alemanes hicieron lo imposible para que no pas¨¢ramos a manos de los rusos, hasta que un d¨ªa, al despertarnos, vimos que nuestros cuidadores hab¨ªan desaparecido". Enrolado en la Marina norteamericana, Eric aprovech¨® siempre los atraques de la VI flota en los puertos espa?oles para visitar a la "se?ora Wanda" y rememorar su estancia en Vallcarca. "Al llegar a Barcelona supe que hab¨ªa salvado la vida. No me siento americano al cien por cien, soy m¨¢s espa?ol que otra cosa, y aunque Espa?a se ha americanizado bastante, me encanta el temperamento, el ambiente, el idioma [habla un buen espa?ol], la comida, el sol. Eso fue mi patria".

Eric prefiere no hablar de sus primeros recuerdos. S¨®lo dice que su caso es m¨¢s triste que el de otros y que, adem¨¢s, tampoco sabe muy bien lo que pas¨®. "Yo no ten¨ªa familia". ?Y c¨®mo afecta a la personalidad una infancia tan dura?, le pregunto. Responde que los ni?os se adaptan mejor que los adultos. "Nunca nos faltaron las l¨¢grimas y siempre nos acompa?¨® el miedo a perder la vida, pero, no s¨¦ si por inconsciencia o por qu¨¦, confi¨¢bamos m¨¢s que los mayores en poder sobrevivir". Sobrevivieron, y aprendieron pronto a valorar lo que verdaderamente cuenta en la vida, tras haber conocido las entra?as del infierno humano. Ellos saben de qu¨¦ pasta sucia est¨¢ hecha la humanidad. Que los ni?os sin nombre de Barcelona, heridos de guerra, encuentren sosiego en la fraternidad universal y en el reconocimiento de quienes conocen su historia. -

Hu¨¦rfanos polacos robados por los nazis durante la II Guerra Mundial, algunos de ellos resultado de los siniestros experimentos eugen¨¦sicos para crear una superraza aria, y procedentes de un campo de refugiados en Salzburgo (Austria),
a su llegada al puerto de Barcelona en el barco <b><i>JJ Sister</b></i> en 1946, en una expedici¨®n organizada por la Cruz Roja Internacional.
Hu¨¦rfanos polacos robados por los nazis durante la II Guerra Mundial, algunos de ellos resultado de los siniestros experimentos eugen¨¦sicos para crear una superraza aria, y procedentes de un campo de refugiados en Salzburgo (Austria), a su llegada al puerto de Barcelona en el barco JJ Sister en 1946, en una expedici¨®n organizada por la Cruz Roja Internacional.
Un grupo de ni?as posa tras hacer la primera comuni¨®n.
Un grupo de ni?as posa tras hacer la primera comuni¨®n.

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