Obama y el peso de la historia
Si los dem¨®cratas desperdician una posibilidad de victoria que esta vez es a¨²n mayor que en 2004, la decepci¨®n y la p¨¦rdida de energ¨ªa pueden apagar la cultura y la sociedad estadounidenses durante a?os.
Si la senadora Clinton prolonga su campa?a hasta la convenci¨®n del partido en agosto, el futuro de los dem¨®cratas estar¨¢ en peligro. Si las divisiones entre los grupos que la apoyan a ella y los que respaldan a Obama no se supeditan a la necesidad de una victoria electoral en noviembre, no s¨®lo es probable que el candidato, sea el que sea, caiga derrotado, sino que es posible que los dem¨®cratas no ampl¨ªen sus mayor¨ªas en la C¨¢mara de Representantes y el Senado. Si, como hicieron en 2004, los dem¨®cratas desperdician una posibilidad de victoria que esta vez es a¨²n mayor, la decepci¨®n y la consiguiente p¨¦rdida de energ¨ªa pol¨ªtica (sobre todo entre los j¨®venes) pueden deformar y apagar la cultura y la sociedad estadounidenses durante muchos a?os.
Si Clinton prolonga su campa?a hasta agosto, la victoria dem¨®crata en oto?o estar¨¢ en entredicho
La crisis actual de EE UU es m¨¢s compleja incluso que la que llev¨® a Roosevelt a la Casa Blanca
?sa es la raz¨®n por la que, tras las elecciones del pasado martes, muchos dirigentes del Partido Dem¨®crata le est¨¢n pidiendo a Hillary Clinton que se retire. Es comprensible que ella se mantenga en sus trece. Est¨¢ pr¨®xima al senador Obama en n¨²mero de votos en las primarias, y el argumento para preferirla a ella (el apoyo de la clase trabajadora blanca) es razonable. Pero no estamos ante un dilema pol¨ªtico corriente. Estamos ante un conflicto de generaciones y tambi¨¦n ante una lucha sobre las posibilidades de la historia de Estados Unidos. Muchos partidarios de Obama est¨¢n de acuerdo en que la candidatura de un intelectual negro es una apuesta sobre la racionalidad del electorado y su voluntad de aceptar el final simb¨®lico del dominio social de la poblaci¨®n blanca. Atra¨ªdos por la visible inteligencia de Obama y su programa, creen necesario aceptar el reto.
El llamamiento de Obama a la renovaci¨®n moviliza a los votantes j¨®venes educados y a muchos que ¨²ltimamente hab¨ªan votado a los republicanos. Los negros se alinean con ¨¦l como garante de su integraci¨®n en el pa¨ªs. Por el contrario, hay muchos que, aunque reconocen las virtudes de la senadora Clinton, la consideran una figura demasiado conocida y a la que fue una joven reformista y apasionada la ven hoy resignada a una pol¨ªtica rutinaria. Es verdad que ha obtenido m¨¢s apoyo que Obama entre los votantes de m¨¢s edad y de la clase trabajadora blanca, en otro tiempo las bases dem¨®cratas por excelencia, pero que desde 1968 han votado habitualmente a los republicanos. Clinton se presenta ante ellos como defensora de sus intereses econ¨®micos y como una presidenta que tendr¨¢ la ferocidad necesaria para "borrar" Ir¨¢n. La antigua opositora estudiantil a la guerra de Vietnam ha cambiado, sin duda. Los votantes que se oponen a la guerra de Irak, horrorizados por su facilidad para prescindir de la reflexi¨®n y la contenci¨®n, prefieren a Obama. ?ste, en cambio, no ha convencido a muchos que est¨¢n preocupados ante todo por la econom¨ªa y que, por consiguiente, han votado a Clinton en las primarias. Es imposible medir el papel del prejuicio racial que influye en los ciudadanos de m¨¢s edad y menos educados. Pero, sin duda, no es peque?o.
Obama hace pleno uso de las nuevas tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n: no pasa un d¨ªa sin el equivalente electr¨®nico de una reuni¨®n ciudadana. Recibe dinero de millones de peque?os donantes. Sus organizaciones locales cuentan con gran n¨²mero de voluntarios. ?Son suficientes sus innovaciones pol¨ªticas para las incertidumbres del enfrentamiento con unos republicanos que dominan los medios de comunicaci¨®n y muestran una infinita falta de misericordia pol¨ªtica?
Franklin Roosevelt gan¨® en 1932 porque se apoy¨® tanto en las maquinarias establecidas del Partido Dem¨®crata como en movimientos organizados de agricultores, obreros, ecologistas y mujeres. Uni¨® el esp¨ªritu social de la Norteam¨¦rica laica con nuestro sentido de misi¨®n religiosa. Prometi¨® a los estadounidenses un "nuevo pacto" (new deal). Dio la vuelta a una mayor¨ªa republicana a la que se consideraba responsable de la Gran Depresi¨®n. Desde entonces, los candidatos dem¨®cratas, vencedores o no, han empleado ese mismo modelo de coalici¨®n. Pero la coalici¨®n de Obama sigue siendo un proyecto de futuro. Est¨¢ tratando de lograr la extraordinaria haza?a de construir una base pol¨ªtica y, al mismo tiempo, basar su candidatura en ella. Y lo est¨¢ haciendo en una sociedad en la que muchos miembros de la clase dirigente opinan, como tantos ciudadanos corrientes, que no es posible cambiar gran cosa.
La crisis actual de la sociedad estadounidense es mucho m¨¢s compleja que la de 1932. Sus dimensiones no siempre son visibles y algunos aspectos est¨¢n alejados del debate p¨²blico. Obama pide que se retiren las tropas de Irak, pero no que se revise por completo la pol¨ªtica exterior y militar. Quiere superar los antagonismos raciales mediante proyectos que respondan a los intereses econ¨®micos y sociales comunes de todos los estadounidenses. Critica con energ¨ªa el sistema pol¨ªtico pero se muestra dubitativo sobre las disfunciones de un sistema econ¨®mico que genera cada vez m¨¢s desigualdades.
Su fuerza va unida a una debilidad. Se apoya en un sentimiento agudo y generalizado de ansiedad. No ha elaborado un denominador com¨²n que unifique a los descontentos sobre la educaci¨®n, el empleo, la sanidad, la guerra y la paz. A quienes quieren un cambio fundamental los deja perplejos acerca de c¨®mo conseguirlo.
Es evidente que cuenta con un gran apoyo de los sindicatos, las iglesias, los herederos de los movimientos de los a?os sesenta, los dem¨®cratas que ocupan cargos electos. Lo que hace que no est¨¦ clara su victoria en noviembre es el mensaje que constituye la pieza central de su campa?a. Quienes m¨¢s necesitan el cambio est¨¢n convencidos, muchas veces, de que es imposible. Las decenas de millones de ciudadanos a los que calific¨® de "amargados" no quieren que se les recuerde su amargura.
Tanto Clinton como McCain apelan a las dudas que puede sentir la clase trabajadora blanca a prop¨®sito de un intelectual negro cuyo cerebro es para algunos un inconveniente mayor que sus or¨ªgenes ¨¦tnicos. Y les han ayudado esos publicistas y periodistas que tienen escaso respeto por la inteligencia y racionalidad de sus conciudadanos. Es cierto que Internet ofrece posibilidades de periodismo contracultural y guerrillero. No obstante, los grandes medios, sobre todo la televisi¨®n (de la que depende una mayor¨ªa que ha dejado de leer el peri¨®dico), muestran especial energ¨ªa al propagar una visi¨®n unidimensional de una naci¨®n felizmente libre de conflictos de clases y agresividad imperial.
El mensaje de reconciliaci¨®n racial de Obama se ha visto parcialmente perjudicado por su conflicto con su pastor, el doctor Wright. Se le ha calumniado al decir que estaba de acuerdo con el separatismo negro y la falta de patriotismo del reverendo. Wright es en realidad un personaje mucho m¨¢s admirable y complejo de lo que indica la caricatura. Pero en las elecciones estadounidenses la verdad suele ser una de las primeras v¨ªctimas. Los medios le han criticado de forma salvaje y eso ha supuesto gran parte de la ca¨ªda en la campa?a de Obama, de la que se ha recuperado en Carolina del Norte y, en cierta medida, en Indiana. Esta ¨²ltima recuperaci¨®n parece indicar que hay cierta resistencia p¨²blica a comulgar con los comentaristas televisivos que pretenden arrogarse el t¨ªtulo de sumos sacerdotes del templo.
Obama carga con el peso de la historia de Estados Unidos. El new deal no se complet¨® con la consolidaci¨®n institucional y moral de un Estado de bienestar. Las medidas en favor de los derechos civiles de los a?os cincuenta y sesenta siguen contando con oposici¨®n. El engrandecimiento imperial est¨¢ tan arraigado en la cultura y la sociedad que la oposici¨®n a ¨¦l se considera una patolog¨ªa psicol¨®gica, una herej¨ªa ut¨®pica o una conspiraci¨®n de traidores. Si Obama pierde, servir¨¢ de inspiraci¨®n para un movimiento m¨¢s duradero de reconstrucci¨®n nacional. Si gana, tendr¨¢ que acelerar la formaci¨®n de una coalici¨®n que le ayude a blindarse frente a la previsible contrarrevoluci¨®n de quienes tienen miedo a perder sus privilegios ideol¨®gicos y materiales. En cualquier caso, no s¨®lo habr¨¢ vivido la historia de Estados Unidos: habr¨¢ contribuido a hacerla.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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