Tu vecino es maltratador. ?Todav¨ªa le saludas?
Aislar al que pega a su compa?era es la receta para combatirlo - Los expertos creen que la sociedad debe aplicar la misma dureza que contra el terrorismo
Un maltratador que cumpl¨ªa condena en una c¨¢rcel gallega le dijo un d¨ªa a la psic¨®loga que conduc¨ªa el programa de reinserci¨®n: "Es que yo a mi mujer no le pegu¨¦ con la palma de la mano, fue con el dorso".
-?Y cu¨¢l es la diferencia? -se asombr¨® ella.
-Que si le doy con la palma, con estas manazas que tengo, le hubiera hecho m¨¢s da?o.
"Los vecinos lo ven como un problema privado", dice la hija de Ana Orantes
Entre 2001 y 2007 hubo 425 v¨ªctimas mortales de violencia machista
Asistir a los programas de rehabilitaci¨®n no es obligatorio
El seguimiento de los reclusos acaba cuando salen de la c¨¢rcel
Es un problema que ataca a las ra¨ªces profundas de la democracia
S¨®lo a un 2% le preocupa la violencia machista, seg¨²n el CIS
As¨ª minimizaba su delito y trataba de justificarlo. Eso mismo suele hacer la mayor¨ªa. No perciben rechazo social por sus delitos. Son capaces de verlo en sus compa?eros de celda, pero no en su caso: a ellos su mujer les provocaba, sal¨ªa a deshoras, no limpiaba como es debido. Tanto les dan las manifestaciones de un pueblo, los lazos negros, los gritos o los minutos de silencio.
El nuevo delegado contra la Violencia de G¨¦nero, Miguel Lorente, lo dibuja en una frase: "Es que mi mujer se empe?a en llevarme la contraria". "Ni siquiera toleran que ellas opinen distinto, porque los maltratadores, como los terroristas, cometen delitos morales, es decir, que encuentran justificaci¨®n para sus cr¨ªmenes en la defensa de unos principios que tratan de imponer porque son los correctos". "Son conscientes de que hacen da?o", sigue Lorente, "pero opinan que la situaci¨®n que pretenden corregir, su causa, es m¨¢s importante".
Son unos delincuentes que creen que su condena es injusta. A la c¨¢rcel hay que sumar, coinciden los expertos, un rechazo social manifiesto que contribuya a la resocializaci¨®n de los maltratadores. Y que, hoy por hoy, no se produce: s¨®lo el 1% de las denuncias proceden de la familia. El director del Instituto de Psicolog¨ªa de la Violencia, Andr¨¦s Montero, recurre de nuevo al terrorismo para reivindicar una actitud social que repudie el maltrato: "La sociedad tiene que hacer el mismo clic que se ha hecho en este pa¨ªs con el terrorismo. Suena fuerte, pero no lo es tanto, porque es un problema que ataca a las ra¨ªces profundas de la democracia, porque parte de una concepci¨®n de desigualdad".
En el Ministerio de Igualdad, una frase parece haberse convertido en el eslogan contra la violencia machista: "Protecci¨®n a la v¨ªctima, aislamiento al agresor". Son conscientes de que la sociedad a¨²n no se hace cargo del problema. S¨®lo un 2% lo ve as¨ª en las ¨²ltimas encuestas del CIS. Montero reivindica una militancia activa. Rechazo entre los amigos, del seno de la familia o del camarero del bar. Se acabaron las gracietas sobre la pareja para buscar las risotadas.
Ana Orantes muri¨® quemada en Granada en 1997 despu¨¦s de una vida de maltrato. Los hijos repudiaron al padre y pidieron para ¨¦l 22 a?os de c¨¢rcel. Varios de ellos cambiaron sus apellidos. Raquel Orantes, hija de la v¨ªctima y del asesino, critica la "permisividad" que se respira hacia los maltratadores. "Mi hermano escuch¨® en un bar, mientras sal¨ªan las im¨¢genes de la muerte de mi madre, este comentario: 'A saber qu¨¦ habr¨ªa hecho para que su marido llegara a eso".
Orantes puede describir con precisi¨®n el entorno que rodea y a veces protege a los maltratadores, condenando, de paso, a la v¨ªctima: "Los vecinos lo perciben como un problema privado. Mi padre nunca tuvo una palabra agria hacia ellos, ni siquiera se cre¨ªan nuestra versi¨®n. ?l siempre fue un hombre amable en la calle". Con ese ambiente, los hijos se criaron creyendo que el horror era algo com¨²n en muchas casas. "Lo normalizas, y tampoco te quedan fuerzas ni valor para plantarle cara. Adem¨¢s, te da verg¨¹enza, y sueles ocultarlo", dice.
Su abuelo paterno, el padre del asesino, ten¨ªa un refr¨¢n para los maltratadores: "Son candil de puerta ajena". "Lo que quer¨ªa decir es que en la calle pasan por personas estupendas, aunque en casa son criminales". Su nieta no recuerda qu¨¦ actitud tom¨® el abuelo hacia su hijo, pero s¨ª reconoce que los abuelos maternos apoyaron a su madre, aunque no mucho m¨¢s all¨¢ de lo que permit¨ªa la mentalidad de la ¨¦poca. No as¨ª la madre del agresor, que le "encubri¨® y mim¨® siempre, era su ¨²nico hijo var¨®n".
No hace dos semanas, una cadena de desprop¨®sitos administrativos y la mano de un asesino llevaron a la tumba a otra mujer y su pareja en Alovera (Guadalajara). Estuvieron bien acompa?ados en el tanatorio. Nadie velaba, sin embargo, el cad¨¢ver del agresor suicidado. La tesis es: no se trata de un conflicto de pareja, sino de un problema social, por tanto, todos deben implicarse en los cambios. Ni risas, ni silencios. S¨®lo desprecio.
Pero la violencia machista ha sido durante tantos siglos un azote que s¨®lo concern¨ªa a los que compart¨ªan alcoba, que la mucha sangre y sufrimiento derramados apenas remueve la conciencia colectiva, aunque las muertes revuelvan los est¨®magos individuales. Entre 2001 y 2007 fallecieron a manos de su pareja o ex pareja 425 mujeres.
Pocas veces la ley va por delante de la realidad, y ¨¦ste parece uno de esos extra?os casos. Cuando un maltrato continuado a la vista de todos no era suficiente para retirar el saludo al agresor, la ley vino a considerarlo delito. "En estos 10 ¨²ltimos a?os hemos avanzado mucho por la acci¨®n de las asociaciones de mujeres, que han llevado la voz cantante, y de un Gobierno que se ha comprometido con la igualdad", dice Montero. "Pero, ?qu¨¦ hemos hecho los hombres mientras tanto? Intentar resistirnos, amoldarnos a las novedades, a lo pol¨ªticamente correcto. Cuando nos reunimos, lo tomamos a chufla. ?Cu¨¢ntos hombres hay en los movimientos por la igualdad? Es esencial que se involucren para que los agresores noten el rechazo entre los suyos. Los hombres deben sentirse parte del problema", afirma.
Sin embargo, en contra de este razonamiento, Montero percibe que "hay algunos hombres, normales y corrientes, que dicen que el sistema est¨¢ favoreciendo la violencia, porque las iniciativas de igualdad est¨¢n soliviantando a los hombres", lamenta.
De nuevo, ellos no son los culpables, cuando quiz¨¢ lo es toda la sociedad. Desde 2002, la psic¨®loga Mar Rodr¨ªguez Villaver trabaja en la c¨¢rcel de Pereiro de Aguiar (Ourense) en los programas de reinserci¨®n de maltratadores. Se trata de cursos voluntarios que duran un a?o. "No es mucho lo que podemos hacer en ese tiempo. Hay que tener en cuenta que son personas que provienen, por lo general, de un entorno que no fue adecuado para su socializaci¨®n. Un maltratador no surge de un d¨ªa para otro. Dicen que el maltrato se da en todas las clases sociales, pero la experiencia aqu¨ª revela que es muy acusado entre las clases desfavorecidas econ¨®micamente. Adem¨¢s, cuando est¨¢n en la c¨¢rcel es que la escalada de maltrato ha llegado a las cotas m¨¢s altas, es decir, que arranc¨® hace muchos a?os".
Pero esta psic¨®loga abre camino al optimismo: "Encontramos diferencias entre los que pasan por el curso y los que no. Los primeros aprenden a cuestionar su comportamiento, lo que ya es mucho, porque, en un principio, son todo excusas, justificaciones. Los que no se apuntan al curso salen incluso peor, enfadados por haber estado all¨ª encerrados de forma injusta, con m¨¢s rabia hacia su mujer, a la que culpan de haber estado en la c¨¢rcel".
Si esto es as¨ª, ?por qu¨¦ no son obligatorios estos cursos? "La anterior ley penitenciaria dec¨ªa que el tratamiento en la c¨¢rcel no era obligatorio, pero en 1996 se elimin¨® esa referencia y se especific¨® que todo interno tiene el deber de colaborar en programas formativos", explica Jos¨¦ Luis D¨ªez Ripoll¨¦s, catedr¨¢tico de Derecho Penal y director del Instituto Andaluz de Criminolog¨ªa. Pero el reglamento permite al interno rechazar cualquier estudio sobre su personalidad. "Hay dos razones para ello. En principio, no se puede obligar a nadie a ser tratado, por respeto a sus derechos, pero es que, por una cuesti¨®n de eficacia, de poco servir¨ªa que alguien est¨¦ en un curso en el que no quiere estar", aclara. "El Estado simplemente puede ofrecer esa posibilidad", a?ade.
En todo caso, los profesionales se emplean en la motivaci¨®n para conseguir que los reclusos participen en estos programas. Pero los psic¨®logos no tienen f¨¢cil hacer una propuesta que no puedan rechazar. "Si no hacen el curso no tendr¨¢n ventajas penitenciarias, y si lo hacen, tampoco. Si no hacen el programa, la evaluaci¨®n ser¨¢ negativa, pero si lo hacen no tiene por qu¨¦ ser positiva". A pesar de todo les convencen porque les explican que la ventaja es en su "beneficio personal". Mar Rodr¨ªguez Villaver tiene un grupo de unos 12 y s¨®lo tres o cuatro lo rechazaron. Son los que niegan totalmente el delito.
Cuando el recluso sale a la calle, los psic¨®logos pierden su contacto y el a?o de resocializaci¨®n se da por concluido. "Ser¨ªa deseable un seguimiento. Lo ¨²nico que yo s¨¦ es que los que pasaron por aqu¨ª no han vuelto a entrar...". Pero nadie puede asegurar que no est¨¦n en otra c¨¢rcel o que no est¨¦n maltratando a otra v¨ªctima.
?se es el peligro. Muchos maltratadores son j¨®venes y eso les puede convertir en coleccionistas de v¨ªctimas. "Lo suyo ser¨ªa tratarlos en las primeras fases. No pocos estar¨ªan dispuestos a someterse a programas de prevenci¨®n cuando se detecten esas conductas", asegura Mart¨ªnez Villaver. Pero no siempre es f¨¢cil detectarlas. "Para las v¨ªctimas es dif¨ªcil discernir a veces. Uno de los efectos en ellas es la falta de iniciativa para tomar decisiones, est¨¢n paralizadas. Son dependientes emocionales".
Lo que s¨ª tienen es la posibilidad de seguir cursos de rehabilitaci¨®n en la calle, que tambi¨¦n existen. Algunos jueces conmutan la pena de c¨¢rcel a condici¨®n de que los agresores machistas pasen uno de estos cursos. Pero no hay en todos los sitios. Uno de los ¨²ltimos cr¨ªmenes ocurri¨® en Valencia cuando el agresor andaba suelto y, en lugar de estar en un programa formativo, como prescribi¨® su sentencia, se dedicaba a buscar una pistola. Con ella mat¨® a su ex pareja. Nadie vigil¨® si estaba asistiendo a estos cursos.
Enrique Echebur¨²a, catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa Cl¨ªnica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco, es uno de los grandes defensores de la reinserci¨®n, algo en lo que no coinciden algunas asociaciones feministas. "Al maltratador hay que darle una salida. Ejercer violencia contra la pareja es uno de los mayores indicadores de que se volver¨¢ a hacer. M¨¢s incluso que el haberlo vivido en la infancia. Eso de 'nunca m¨¢s se va a repetir' no es cierto", afirma Echebur¨²a. Y sabe que cuando se abre una grieta, cada vez se hace m¨¢s grande. Por tanto, sostiene que hay que poner el acento en la v¨ªctima y dar una salida al agresor, "especialmente a los que han cometido delitos menos graves, cuando est¨¦n pr¨®ximos a la excarcelaci¨®n".
Las listas p¨²blicas de maltratadores que en alg¨²n momento estuvieron en el hurac¨¢n de la pol¨¦mica no son la soluci¨®n, a juicio de Echebur¨²a. "Estigmatizar no vale. Tambi¨¦n hay hijos por medio". Aunque algunos han aprendido a decir basta. "Hay que se?alar a los agresores", dice Raquel Orantes. Ese se?or del que ha rechazado hasta el apellido era su padre, pero fue el asesino de su madre.
Echebur¨²a dice que entre los agresores que aceptan un tratamiento rehabilitador hay un 60% de ¨¦xito, es decir, que desaparece por completo la violencia f¨ªsica y en muchos tambi¨¦n la ps¨ªquica. "Hacemos un seguimiento de un a?o. Las v¨ªctimas nos dicen que todo ha mejorado, que no hay coacciones, amenazas ni acosos". Pero tambi¨¦n sabe que "muchos se despiden a la francesa antes de acabar la terapia".
La presidenta de la Asociaci¨®n de Mujeres Juristas Themis, Altamira Gonz¨¢lez, considera que los esfuerzos por la reinserci¨®n no son incompatibles con el rechazo absoluto que han de sentir los maltratadores. "Creo que d¨ªa a d¨ªa encuentran mayor desprecio social", dice, y constata que cada vez m¨¢s los hombres que asesinan a sus parejas tienden a acabar con su propia vida. Tambi¨¦n se ha acabado para ellos el objeto de control, la mujer sumisa que ten¨ªan, su causa, y entonces ya no tiene sentido su vida. "Ellos son tan dependientes de sus v¨ªctimas, como ellas de ellos tras a?os de maltrato ps¨ªquico", argumenta Mar Mart¨ªnez Villaver.
-Si no te gustaba nada de ella, si todo lo hac¨ªa mal, ?por qu¨¦ segu¨ªas con la relaci¨®n? -le pregunt¨® un d¨ªa a un condenado.
No supo responder.
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