Cuidado con los valores
Alguien dijo una vez que cuando un profesor de Oxford se refer¨ªa a la decadencia de Occidente, en realidad estaba pensando en lo malo que era el servicio dom¨¦stico. La apelaci¨®n a los valores sirve para llamar la atenci¨®n sobre realidades valiosas, pero tambi¨¦n para otras muchas cosas, algunas de muy poco valor en s¨ª, pero de gran utilidad para quien lo realiza, como obtener alguna ventaja particular o para esquivar el punto de vista de los derechos, siempre m¨¢s comprometido. La causa principal de que el recurso a los valores sea hoy tan recurrente probablemente haya que buscarla en una huida frente a la complejidad. Quien no se aclara, alivia su incomodidad instal¨¢ndose en alguna evidencia que sea poco discutible. La queja moral apunta a una situaci¨®n general de p¨¦rdida de valores, relativismo, consumismo, desorientaci¨®n, insolidaridad, hedonismo, deslealtad, tradiciones que se abandonan. En todas partes parecen quebrarse estructuras, consensos y autoridades. Las clases sociales se difuminan y la sociedad pierde cohesi¨®n, las empresas se volatilizan en tramas virtuales, el poder del Estado se debilita, los electores son de poco fiar.
El lenguaje de los valores no se usa para fundar los derechos, sino para cuestionarlos
Los valores suelen ser conservadores: familia, patria, orden, seguridad, autoridad
Ahora bien, el p¨²blico que escucha con agrado los diagn¨®sticos sobre la crisis de valores suele estar afectado de una carencia de conciencia hist¨®rica. Una opini¨®n bastante extendida tiende a suponer que vivimos en un tiempo de cuestionamiento y crisis. Nuestro presente ser¨ªa algo as¨ª como un momento cr¨ªtico, entre el ya no y el todav¨ªa no. Ya no creemos las grandes representaciones del pasado, pero todav¨ªa no hemos conseguido sustituirlas por otras. El presente ser¨ªa una especie de tierra de nadie entre las seguridades tranquilizadoras del pasado y las que s¨®lo podemos esperar del futuro. Creo que este an¨¢lisis es completamente ilusorio; responde a una ilusi¨®n que, por cierto, no es un invento nuestro, sino probablemente una caracter¨ªstica m¨¢s o menos com¨²n a todo tipo de presente.
Lo cierto es que desde hace alg¨²n tiempo, los principales partidos de nuestras sociedades democr¨¢ticas, sean conservadores o progresistas, parecen tentados por volver a dar un lugar central a la defensa de los "valores morales". Esta apelaci¨®n jug¨® un papel determinante en la reelecci¨®n de Bush en noviembre de 2004, pero tampoco se trata de una peculiaridad norteamericana, pues hace tiempo que los valores morales ocupan tambi¨¦n un lugar central en las campa?as electorales europeas.
Este fen¨®meno de "moralizaci¨®n" de la vida p¨²blica se puede observar en manifestaciones muy diferentes, y cualquiera podr¨ªa a?adir otras muchas a las pocas que voy a mencionar aqu¨ª. Las pastorales de los obisposdeclinan una cruzada contra un supuesto relativismo moral y ofrecen unas orientaciones que en su literalidad no reflejan m¨¢s que lugares comunes y en su contexto funcionan como tomas de partido. Por otro lado, la creciente judicializaci¨®n de la pol¨ªtica no tiene su origen en la garant¨ªa de los derechos y libertades, sino en la protecci¨®n de unos valores que son entendidos de manera que precariza tales derechos y libertades.
Tambi¨¦n el fallido Tratado Constitucional de la Uni¨®n Europea apelaba a los valores comunes, concitando en torno a ellos la aprobaci¨®n tanto de sus partidarios como de sus detractores. De esta manera, parec¨ªa darse a Europa una suerte de identidad sentimental m¨¢s all¨¢ de los intereses econ¨®micos y de las abstracciones jur¨ªdico-pol¨ªticas. Debi¨® parecer m¨¢s afectivo que el lenguaje fr¨ªo de los derechos y los principios, m¨¢s f¨¢cil de comprender y susceptible de generar la adhesi¨®n.
Este ¨¦nfasis en los ideales y valores sobre las reglas y derechos no deja de ser significativo. En estos y otros ejemplos se advierte c¨®mo el recurso a la moral debilita otros puntos de vista y otros niveles de realidad que son muy importantes, como la pol¨ªtica o el derecho, cuya l¨®gica espec¨ªfica no se acierta a respetar.
Pero tampoco en el inventario de los valores preferidos est¨¢n todos los que son. De entrada, lo que en estos debates se llaman "valores morales" suelen ser aquellos que conciben tradicionalmente los conservadores y del modo como los conciben (familia, patria, vida, seguridad, m¨¦rito, orden, autoridad...), pero no otros que est¨¢n m¨¢s bien en el campo contrario y que no parecen menos importantes, como servicio p¨²blico, universalidad, libre consentimiento, responsabilidad o solidaridad. Probablemente, el hecho de que la agenda p¨²blica del debate acerca de los valores se centre m¨¢s en los primeros que en los segundos sea una concesi¨®n intelectual de los progresistas a los conservadores, una de las m¨¢s flagrantes, ni la primera ni la ¨²nica.
Mientras no se revisen esta y otras concesiones, el espacio de la discusi¨®n pol¨ªtica seguir¨¢ sembrado de esas ventajas y desigualdades en materia de reputaci¨®n que dificultan enormemente una confrontaci¨®n equilibrada. No es tanto la abstenci¨®n lo que perjudica a la izquierda, como suele decirse, sino la selectividad con la que se definen las prioridades morales.
Hay quien s¨®lo ver¨¢ en esta apelaci¨®n generalizada a los valores un ejercicio de oportunismo y, si esta interpretaci¨®n fuera la correcta, no tendr¨ªamos demasiados motivos para preocuparnos. A lo largo de la historia, los seres humanos hemos justificado hasta lo menos justificable apelando a los valores morales. Pero habr¨ªa que preguntarse si con la actual inflaci¨®n de discursos morales no se est¨¢ poniendo de manifiesto algo m¨¢s ideol¨®gico e inquietante para las democracias contempor¨¢neas. Y es que el discurso de los valores puede ser la expresi¨®n de un cuestionamiento de la prioridad que en una sociedad democr¨¢tica le corresponde a los derechos, el consentimiento, las garant¨ªas y las libertades individuales. Cuando hay una cultura pol¨ªtica d¨¦bil, la apelaci¨®n a los valores en general, incluso aunque est¨¦ aparentemente destinada a fundar los derechos y libertades, acaba parad¨®jicamente en el resultado opuesto: contestando los derechos y fragilizando las libertades individuales. El lenguaje de los valores es utilizado para reducir el espacio de la pol¨ªtica, no para fundar los derechos sino para ponerlos en cuesti¨®n, como es el caso, por ejemplo, de la apelaci¨®n a la familia, al trabajo o a la seguridad.
Tal vez no sea moralmente correcto llamar la atenci¨®n sobre la falta de evidencia de unos valores a los que se apela como realidades incontrovertibles, o advertir que el acuerdo s¨®lo durar¨¢ lo que tardemos en abandonar la generalidad de los principios y descender al ¨¢spero terreno de las concreciones. Se arriesga uno a pasar por alguien de convicciones escasas. Pero si hay que tener cuidado con los valores no es porque no existan, sino porque hay demasiados, es decir, en competencia, necesitados de concreci¨®n y equilibrio.
El cuidado con los valores es la mejor prueba de que se los aprecia y respeta. En la an¨¦cdota maliciosa que contaba al principio, el profesor de Oxford estaba pensando en otra cosa cuando hablaba de crisis de valores; nuestros actuales orientadores en materia moral est¨¢n pensando en c¨®mo recortar alg¨²n derecho o en c¨®mo introducir un punto de vista particular y discutible como si fuera una verdad evidente. Se olvidan interesadamente de que hay un debate sobre el "valor de los valores", e incluso un uso expresamente ideol¨®gico del lenguaje moral frente a la l¨®gica de los derechos y deberes. No respetan a quien discrepa porque tampoco respetan la riqueza y complejidad de esos valores bajo cuya protecci¨®n se encuentran siempre instalados con tanta comodidad.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza y autor de El nuevo espacio p¨²blico.
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