?Est¨¢ justificada la mentira en pol¨ªtica?
Una pregunta ¨¦tica fundamental para el sucesor del presidente estadounidense George W. Bush es ¨¦sta: ?Debe mentir un presidente? ?Hay alguna circunstancia en la que la mentira est¨¦ justificada?
El ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger no tiene problemas para justificar las mentiras. Kissinger opina que el Estado -y, por consiguiente, el estadista- tiene una moral diferente a la del ciudadano corriente. Lo demostr¨® en la pr¨¢ctica durante sus a?os en el Gobierno de Nixon y luego defendi¨® esta opini¨®n en su libro de 1994, Diplomacy, en el que menciona a figuras hist¨®ricas que admira: entre otros, Richelieu, Metternich, Bismarck y Theodore Roosevelt.
Cuando le dije en una ocasi¨®n que esa visi¨®n del ejercicio del poder pol¨ªtico me parec¨ªa inaceptable, ¨¦l replic¨®, no sin iron¨ªa, que el te¨®logo ve las cosas "desde arriba" y el estadista "desde abajo".
Los pol¨ªticos y el Estado no deben tener reglas morales distintas a las de la ciudadan¨ªa
Por supuesto que existen pol¨ªticos y estadistas honrados
Le hice esa misma pregunta sobre la mentira y la moral pol¨ªtica a un buen amigo de los dos, el ex canciller de Alemania Federal Helmut Schmidt, cuando pronunci¨® una conferencia sobre ¨¦tica mundial en la universidad de Tubinga en 2007: "Henry Kissinger dice que el Estado posee una moral distinta de la del individuo, la vieja tradici¨®n desde Maquiavelo. ?Es verdad que el pol¨ªtico que se ocupa de asuntos exteriores debe atenerse a una moral especial?".
Schmidt me respondi¨®: "Estoy firmemente convencido de que no existe una moral distinta para el pol¨ªtico, ni siquiera el pol¨ªtico que se ocupa de asuntos exteriores. Muchos pol¨ªticos de la Europa del siglo XIX cre¨ªan lo contrario. Quiz¨¢ Henry sigue viviendo en el siglo XIX, no s¨¦. Tampoco s¨¦ si hoy seguir¨ªa defendiendo ese punto de vista".
Por lo visto, s¨ª. Al recomendar, hace poco, m¨¢s participaci¨®n militar en las guerras de Irak y Afganist¨¢n, Kissinger ha demostrado que sigue siendo un pol¨ªtico que piensa desde el punto de vista del poder y en la tradici¨®n de Maquiavelo. Aunque por otro lado, ha dicho que est¨¢ en favor del desarme nuclear total. ?Es una contradicci¨®n o un signo de la sabidur¨ªa que da la edad?
En las reuniones del Consejo Interacci¨®n de ex jefes de Estado y de Gobierno, del que soy asesor acad¨¦mico, se discuten problemas de ¨¦tica. Recuerdo que en 1997 no hubo ninguna cuesti¨®n relacionada con la Declaraci¨®n Universal de las Responsabilidades Humanas del consejo que se debatiera con tanta intensidad como la de "?No mentir?". El art¨ªculo 12 de la declaraci¨®n trata sobre la veracidad, y dice: "Nadie, por importante o poderoso que sea, debe mentir". Sin embargo, inmediatamente sigue una puntualizaci¨®n: "El derecho a la intimidad y a la confidencialidad personal y profesional debe ser respetado. Nadie est¨¢ obligado a decir toda la verdad constantemente a todo el mundo". Es decir, por mucho que amemos la verdad, no debemos ser fan¨¢ticos de la verdad.
Pero no exageremos. Los pol¨ªticos tambi¨¦n son seres humanos, e incluso una persona veraz puede mentir cuando se encuentra en una situaci¨®n dif¨ªcil. No hablo de las mentiras que se cuentan por diversi¨®n ni de las mentiras piadosas, sino de las mentiras deliberadas. Una mentira es una afirmaci¨®n que no coincide con la opini¨®n de la persona que la hace y que pretende enga?ar a otros en beneficio personal. O como dicen los Diez Mandamientos en ?xodo 20:16: "No dar¨¢s falso testimonio contra tu vecino".
Una vez, el ex ministro de Asuntos Exteriores de un pa¨ªs del Sureste Asi¨¢tico me cont¨®, con una sonrisa, que en su ministerio corr¨ªa esta definici¨®n de embajador: "Un hombre al que se env¨ªa al extranjero para que mienta". Pero hoy ya no puede construirse ninguna diplomacia eficaz a partir de esa idea. En la ¨¦poca de Metternich y Talleyrand, dos diplom¨¢ticos pod¨ªan decirse mentiras a la cara. Pero hoy, en la diplomacia secreta, es necesaria la franqueza, por m¨¢s que se emplee todo tipo de t¨¢cticas astutas en la negociaci¨®n.
El juego sucio y los enga?os no salen rentables a largo plazo. ?Por qu¨¦? Porque minan la confianza. Y, sin confianza, la pol¨ªtica constructora de futuro es imposible.
Por consiguiente, la primera virtud diplom¨¢tica es el amor a la verdad, seg¨²n dice el diplom¨¢tico brit¨¢nico sir Harold Nicolson en su cl¨¢sica obra de 1939, Diplomacy, que, por cierto, Kissinger menciona a rega?adientes en su libro, en la p¨¢gina del copyright, pero luego no vuelve a citar en ninguna parte.
Eso significa que algunos estadistas como Thomas Jefferson ten¨ªan raz¨®n: no existe m¨¢s que una sola ¨¦tica sin divisiones. Ni siquiera los pol¨ªticos y hombres de Estado tienen derecho a una moral especial. Los Estados deben regirse por los mismos criterios ¨¦ticos que los individuos. Los fines pol¨ªticos no justifican medios inmorales.
O sea, la veracidad, que est¨¢ reconocida desde la Ilustraci¨®n como condici¨®n previa fundamental para la sociedad humana, no s¨®lo es un requisito para los ciudadanos individuales sino tambi¨¦n para los pol¨ªticos; especialmente para los pol¨ªticos.
?Por qu¨¦? Porque los pol¨ªticos tienen una responsabilidad especial respecto al bien com¨²n y adem¨¢s disfrutan de una serie de privilegios considerables. Es comprensible que, si mienten en p¨²blico y faltan a su palabra (sobre todo, despu¨¦s de unas elecciones), luego se les eche en cara y, en las democracias, tengan que pagar el precio, en p¨¦rdida de confianza, p¨¦rdida de votos en las elecciones e incluso p¨¦rdida de su cargo.
Las mentiras personales, como las que cont¨® el ex presidente estadounidense Bill Clinton durante el caso de Monica Lewinsky, son malas. Pero lo peor es la falsedad, que afecta al fondo de las personas y sus actitudes esenciales (como puede verse en la actitud del presidente George W. Bush durante los cinco a?os de la guerra de Irak). Y lo peor de todo es la mendacidad, que puede impregnar vidas enteras. Seg¨²n Mart¨ªn Lutero, una mentira necesita otras siete para poder parecerse a la verdad o tener aspecto de verdad.
Ahora bien, por supuesto que tambi¨¦n existen pol¨ªticos y estadistas honrados. Yo conozco a unos cuantos. Adem¨¢s de la virtud de la sinceridad, tienen que practicar la sagacidad. Sobre todo, deben ser perspicaces, inteligentes y perceptivos, estrategas h¨¢biles e ingeniosos y, si es necesario, astutos y ladinos, pero no maliciosos, intrigantes ni canallas.
Deben saber cu¨¢ndo, d¨®nde y c¨®mo hablar... o callarse. No todos los circunloquios y exageraciones son mentiras en s¨ª mismos. No hay duda de que, en determinadas situaciones, puede haber conflictos de responsabilidades en los que los pol¨ªticos deben decidir de acuerdo con su propia conciencia.
"Muchas veces era dif¨ªcil: no pod¨ªamos decir toda la verdad y, con frecuencia, deb¨ªamos ocultarla o permanecer callados", me dijo el ex presidente estadounidense Jimmy Carter tras una sesi¨®n del Consejo Interacci¨®n. Y me impresion¨® profundamente cuando a?adi¨®: "Pero, durante mi mandato, en la Casa Blanca no mentimos nunca".
Hans Kung es catedr¨¢tico em¨¦rito de Teolog¨ªa Ecum¨¦nica en la Universidad de Tubinga (Alemania) y presidente de la Global Ethic Foundation (www.global-ethic.org). Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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