Sobrevivir al m¨®vil adolescente
Los j¨®venes van a usar el celular el resto de su vida; ?por qu¨¦ los padres no van a ense?arles a hacerlo de forma responsable?
Suele ir m¨¢s o menos as¨ª: tienes un beb¨¦, empieza a balbucear, luego a andar, acumula primeras veces, aprende a leer, sopla velas en tartas azucarad¨ªsimas y, de repente, un d¨ªa est¨¢ a punto de cumplir 12 a?os y de comenzar el instituto.
Es una fecha marcada en rojo en un calendario imaginario. El paso del colegio al instituto supuso la compra del m¨®vil a su hermana y el ni?o, que lo sabe, reclama el suyo. Un tel¨¦fono propio. La l¨ªnea que separa la ni?ez de esta otra cosa que ahora imagina fascinante.
Conseguimos esquivar el m¨®vil hasta el mes de septiembre. A alguien que no tenga cr¨ªos cerca puede parecerle un m¨¦rito discutible, pero en plenos a?os veinte del siglo XXI, cr¨¦anme, resistir tiene algo de haza?a. Hemos superado la infancia sin usar el m¨®vil como sonajero en viajes largos, salas de espera o berrinches en restaurantes. A veces sent¨ª flaquear mi fuerza de voluntad, como la ex fumadora que se pregunta en una boda cu¨¢nto de malo ser¨ªa dar un par de caladas. Seis horas de viaje fingiendo entusiasmo por una misma canci¨®n de los Cantajuego o enganchando pegatinas en un cuaderno pueden hacer tambalear a la m¨¢s estoica. Pero resist¨ª.
No me malinterpreten, no trato de postularme a madre del a?o. En esto de la maternidad se aprende pronto que cada una hace lo que puede. Lo que me asustaba era, y es, la facilidad tirana del tel¨¦fono para secuestrar mi atenci¨®n y mi tiempo, su habilidad para dejarnos zombis, e intent¨¦ ofrecerles otras maneras para soportar las esperas y el aburrimiento. Mi batalla siempre ha sido contra los m¨®viles. Quiero decir que mis hijos no fueron ni?os sin tele. No s¨¦, de hecho, c¨®mo hubi¨¦ramos sobrevivido al teletrabajo pand¨¦mico sin decir que s¨ª a otro episodio de Ladybug.
Meses antes de comprar el tel¨¦fono a mi hijo, las noticias se llenaron de grupos de padres antim¨®vil. ?Por qu¨¦ no retrasar la llegada de los tel¨¦fonos hasta los 16?, se preguntaban esas familias empu?ando estudios y porcentajes. Y el runr¨²n lleg¨® al parque. Qu¨¦ vais a hacer vosotros, nos interrog¨¢bamos unos a otros, mirando de reojo a los ni?os subidos al tobog¨¢n y contando mentalmente los meses que faltaban hasta el nuevo curso.
Los datos sobre m¨®viles y adolescentes son demoledores, ya lo saben. Los chavales pasan hasta seis horas diarias apantallados, cuatro m¨¢s del l¨ªmite fijado por la Organizaci¨®n Mundial de la Salud. El uso abusivo de los smartphones provoca problemas de sue?o y de salud mental, a lo que hay que a?adir los peligros de las redes sociales y la amenaza del porno a golpe de clic. Un informe reciente elaborado por un comit¨¦ de expertos a petici¨®n del Gobierno aconseja evitar las pantallas los tres primeros a?os de vida, administrarlas a cuentagotas y con supervisi¨®n hasta los seis y no dar tel¨¦fonos con internet hasta que cumplan los diecis¨¦is.
Estamos sobreinformados, conocemos los riesgos y aun as¨ª, para nosotros, esperar no era una opci¨®n viable. Por un lado, estaba el precedente de su hermana. Por el otro, ir al instituto implica moverse solos por la ciudad, horarios incompatibles con nuestras jornadas laborales y la necesidad de comunicarnos a lo largo del d¨ªa para resolver imprevistos. Cuando explicas esto, siempre aparece un tipo de persona muy militante del puesnosotrosismo. Son aquellos que constantemente entonan la cantinela encabezada por un ¡°pues nosotros a su edad¡± y lo que toque (¡°no ten¨ªamos m¨®viles y nunca nos pas¨® nada¡±). Tambi¨¦n los hay suscritos a la aleccionitis. Son los que defienden que si a un ni?o le surge un problema fruto de un despiste, solo sin ayuda aprender¨¢ la lecci¨®n. O no, respondo yo, que vivo rodeada de adultos despistados a los que nadie les castiga sin caf¨¦ cuando se olvidan la cartera en casa. Es asombrosa la facilidad con la que pedimos y reprochamos a los ni?os lo que no se nos ocurrir¨ªa exigir ni afear a los adultos.
Nuestros hijos nos imitan. Hasta cierta edad (luego la cosa decae, lamento el spoiler) somos sus referentes. Nos llenamos la boca con discursos sobre su adicci¨®n a los m¨®viles cuando nosotros acumulamos tiempos de uso inconfesables.
Nos toca dar ejemplo. Y educar. Les ense?amos desde beb¨¦s a lavarse las manos antes de comer, les embadurnamos de protector solar, les abrochamos el casco antes de subir al patinete¡ ?por qu¨¦ no deber¨ªamos hacer lo mismo con algo que les acompa?ar¨¢, nos guste o no, lo aplacemos mucho o poco, el resto de su vida?
El m¨®vil es uno de los regalos estrella cada Navidad. Si han decidido que ha llegado el momento, seguro que ya han hecho acto de presencia los aprendices de Nostradamus para vaticinar que est¨¢n a punto de cometer un error garrafal. Pero es que no se trata de entregarles el tel¨¦fono y desentenderse. Vivir tranquilo es bastante incompatible con tener hijos.
Escribo este texto un trimestre despu¨¦s de la llegada del tel¨¦fono. Hemos instalado control parental, establecido un tiempo m¨¢ximo diario y horarios. Nada de redes sociales ni juegos. Hay un pacto, condiciones, l¨ªmites, consecuencias, supervisi¨®n y tambi¨¦n confianza.
El d¨ªa que le dimos el tel¨¦fono sent¨ª que algo cambiaba para siempre, claro. La crianza consiste en eso, en asumir que todo cambia todo el rato. Pero sigo pensando que si sobrevivimos al hit en bucle de la taza, la tetera, la cuchara y el cuchar¨®n, tambi¨¦n podremos con esto. Ll¨¢menme optimista.
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