Los buenos vecinos
Los llamados medi¨¢ticamente monstruos -pero no son deformes, sino malvados- pasan y vuelven y vuelven a pasar. Los buenos vecinos quedan. Pasan y vuelven esos canallas que, en la calma y -sobre todo- el silencio de su hogar, violan, asesinan, descuartizan, preparan zulos, construyen prisiones, se deshacen de cuerpos; o que s¨®lo propinan palizas, sistem¨¢ticas, iracundas palizas: a sus mujeres, a sus novias, a sus ex mujeres, a sus ex novias, a sus amantes, a sus ex amantes; a sus hijos tambi¨¦n, o delante de sus hijos; mudas palizas, pues cuando se ejerce el terror se requiere tambi¨¦n el silencio de la v¨ªctima.
Y el silencio, amigos m¨ªos, es lo que m¨¢s agradecemos los buenos vecinos, esa nueva especie crecida al amparo del dedo pulgar, convertido en ¨®rgano pensante que, por manejo de un mando a distancia, puede recibir instrucciones e interiorizarlas en fracciones de segundo. Formamos una sociedad que se enorgullece de su individualismo gregario, arracimada en cub¨ªculos contiguos, pero fieramente defensora de su intimidad. Solos, pero conformes. Incomunicados, pero agraciados con el mismo malet¨ªn de mercanc¨ªas para la satisfacci¨®n inmediata de que disfrutan los dem¨¢s. Aislados, bloqueados, pero felizmente amontonados como gominolas en el escaparate de la felicidad.
De gente as¨ª est¨¢n los buenos vecindarios llenos. A su amparo act¨²an los malvados silenciosos. Porque al buen vecino lo que le importa es que a sus alrededores nadie haga ruido. Que nadie ponga un bar en donde la gente se divierta hasta las tantas y grite. O que el chico de la puerta de al lado no d¨¦ fiestas nocturnas. O que el perro de los de arriba no ladre. Ah, las grandes trifulcas entre vecinos anteriores al bienestar. Eran un sinvivir, pero nos enter¨¢bamos. Cada vecino sab¨ªa qui¨¦n pegaba en la escalera, en la calle. Qui¨¦n beb¨ªa. Qui¨¦n era bueno. No pod¨ªamos hacer nada. Nada m¨¢s que abrir la puerta y dejar que la mujer se refugiara en nuestra casa, o acompa?arla a poner la denuncia en comisar¨ªa. En comisar¨ªa, al p¨¢jaro lo dejaban suelto. Iba a volver a las andadas, posiblemente esa misma noche. Pero sab¨ªamos: no pod¨ªamos encogernos de hombros.
De aquella ¨¦poca me queda la costumbre de escuchar siempre los ruidos ins¨®litos e interpretarlos: paro la oreja, que decimos los catalanes. As¨ª, cuando la vecina de arriba ten¨ªa una noche inquieta, lo sab¨ªa porque no paraba de arrastrar los muebles de un sitio a otro, a los 90 a?os, y llamaba a la portera para dec¨ªrselo. As¨ª, cuando los j¨®venes que la sucedieron al irse ella a la residencia patinaban por el pasillo, me cabreaba de lo lindo, y al final siempre me dec¨ªa: pero bueno, son j¨®venes, y en el ascensor resultan educados, y son hijos de otros vecinos muy buenos? Dondequiera que vivo procuro no olvidar que en la escalera de mi infancia est¨¢bamos al corriente de las vidas de los otros. ?Por cotilleo, curiosidad? Desde luego. Sin duda. Lo cual propag¨® entre nosotros cierta solidaridad y evit¨® determinados extremos, en tiempos en que exist¨ªa menos justicia para los desvalidos.
Y ahora lo monstruoso habita entre nosotros. No saber lo que ocurre a nuestro alrededor es quiz¨¢ la consecuencia de estar demasiado bien informados. Pasamos tanto tiempo enganchados a las tragedias que se suceden, nos fiamos tanto de lo que se nos conf¨ªa en un recuadro de papel o de pantalla, que el mundo real, esas part¨ªculas que env¨ªan sus mensajes a nuestro alrededor, ese dolor y esos sentimientos y esas emociones que crujen, en silencio, pero crujen lo suficiente como para estirarnos la oreja, ya no podemos reconocerlas.
Ver¨¢n: una v¨ªctima es una mujer con el peinado enhiesto en laca que, sentada entre los otros invitados a un reality show, desvela su calvario. Si el maltratador la mata pocos d¨ªas despu¨¦s, puede decirse que estamos al cabo de la calle: "?Es la de la tele!". Sin embargo, ?c¨®mo reconocer a la que se cruza con nosotros con los ojos bajos, sumisa, puede que con un moret¨®n en el p¨®mulo?
Hitchcock no podr¨ªa rodar hoy La ventana indiscreta. Ya nadie esp¨ªa al asesino de enfrente.
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