El Dos de Mayo y la naci¨®n
Con sentimientos encontrados se est¨¢ celebrando el segundo centenario del Dos de Mayo; los sentimientos son encontrados porque mientras los que lo celebran en general lo hacen atribuy¨¦ndole el origen del sentimiento nacional espa?ol, otros no lo celebran precisamente por esa raz¨®n: porque les parece que el nacionalismo espa?ol no es digno de encomio sino de execraci¨®n. A las personas que, como yo, que creen que una naci¨®n es algo convencional cuya existencia debe obedecer a consideraciones racionales, tales celebraciones les parecer¨¢n deseables si estiman conveniente la existencia de tal naci¨®n. Conversamente, a las que no les parece conveniente no compartir¨¢n el j¨²bilo de tales conmemoraciones.
La naci¨®n de la Revoluci¨®n Francesa son los ciudadanos, no el territorio tribal
En mi modesta opini¨®n, los espa?oles que no se sienten tales y que quieren demoler o trocear el pa¨ªs son como los pasajeros de un barco que quisieran desguazar la nave en plena traves¨ªa y construirse ellos otra a su gusto con los materiales del desguace y con total indiferencia acerca de la suerte de sus compa?eros de traves¨ªa, alegando con insuperable frivolidad que "no se sienten c¨®modos" en el nav¨ªo que los transporta. Y los que los dejan hacer para no ser llamados centralistas, o para no herir susceptibilidades, se me antojan dignos tripulantes de "la nave de los locos".
Todo ello no es ¨®bice para que en ocasiones las manifestaciones que se hacen sobre la naci¨®n espa?ola y el Dos de Mayo me parezcan desorbitadas y algo pueblerinas. A menudo se habla y se escribe como si el ¨²nico nacionalismo que hubiera aparecido sobre la faz de la Tierra a principios del siglo XIX fuera el espa?ol. En realidad se trata de un fen¨®meno universal, o casi. El t¨¦rmino "naci¨®n" es utilizado por los revolucionarios franceses en un sentido muy diferente del que hoy se le concede: los revolucionarios contrastan "la naci¨®n" como conjunto de ciudadanos libres e iguales frente a la monarqu¨ªa del Antiguo R¨¦gimen cuyos componentes eran s¨²bditos no libres, sino sometidos a la voluntad de un monarca. El t¨¦rmino "naci¨®n" de los revolucionarios franceses se asimilaba m¨¢s al actual de "democracia" o de "ciudadan¨ªa" o de "pueblo" en el sentido de la Constituci¨®n de Estados Unidos (We, the People) que a la acepci¨®n tribal o comarcal, cuando no racista, que adquiri¨® m¨¢s tarde y que casi siempre tiene ahora.
Lo original del Dos de Mayo espa?ol y del alzamiento en armas que sigui¨® fue que se luch¨® contra el invasor franc¨¦s haciendo uso de los conceptos y la ret¨®rica que la Revoluci¨®n Francesa hab¨ªa alumbrado. Cierto es que en el alzamiento hubo diferentes idearios, y que en unos domin¨® la xenofobia, el apego a la monarqu¨ªa y la religi¨®n tradicional, mientras que para otros la naci¨®n espa?ola significaba un pa¨ªs moderno y constitucional de ciudadanos libres e iguales. Pero contradicciones hubo en todas partes: los propios franceses eran una mezcla de s¨²bditos imperiales y republicanos jacobinos, y muchos de los que vitoreaban al Emperador poco despu¨¦s aceptaron de buen grado ser siervos de la monarqu¨ªa restaurada. Lo mismo ocurri¨® en toda Europa: la simpat¨ªa hacia el igualitarismo y la libertad proclamados por la revoluci¨®n se mezclaban con el odio al invasor y al h¨¦roe tornado d¨¦spota: recordemos que Beethoven dud¨® si dedicar o no su Sinfon¨ªa Heroica a Napole¨®n.
El Estado-naci¨®n es producto de la gran revoluci¨®n moderna que se inicia en Holanda e Inglaterra en el siglo XVII y que se generaliza un siglo m¨¢s tarde con la independencia de Estados Unidos y la Revoluci¨®n Francesa, que, en realidad, es una Revoluci¨®n Europea. Todo esto ya lo establecieron hace medio siglo Louis Gottschalk y Jacques Godechot, entre otros. Lo interesante del caso espa?ol no me parece ser su pugna por ser una naci¨®n moderna en el siglo XIX. Eso les ocurre a todas, empezando por Francia, e incluyendo a las anglosajonas, donde tambi¨¦n hay una larga y compleja pugna por la modernidad.
La originalidad espa?ola estriba en que, siendo un pa¨ªs atrasado econ¨®mica e intelectualmente a comienzos del siglo XIX, lucha con una gallard¨ªa extraordinaria por preservar su identidad a la vez que se esfuerza por adoptar y adaptar lo mejor del programa revolucionario: el parlamentarismo, la Constituci¨®n, la soberan¨ªa popular, las libertades b¨¢sicas. Lo que Espa?a logra en ausencia de Fernando VII y en nombre de ese "rey fel¨®n" es algo que se antoja muy por encima de sus flacas fuerzas econ¨®micas, sociales y militares: combatir a la potencia hegem¨®nica con sus mismas armas intelectuales y pol¨ªticas. Que la haza?a estaba por encima de su fuerza real lo prueba la dificultad con la que a lo largo del siglo XIX se alcanz¨® el ideal pol¨ªtico de las Cortes de C¨¢diz, el continuo tejer y destejer constitucional y la propensi¨®n al golpe de Estado. La lentitud del progreso econ¨®mico llev¨® consigo el estancamiento social y pol¨ªtico.
La paradoja absurda es que hoy, alcanzada la madurez social y econ¨®mica, contemplemos con indiferencia c¨®mo se intenta derrocar piedra a piedra un edificio tan trabajosamente construido.
Gabriel Tortella es catedr¨¢tico em¨¦rito de Historia Econ¨®mica en la Universidad de Alcal¨¢.
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