El guionista que quiere dirigir
Kaufman debuta como realizador con una pel¨ªcula atractiva, pero irregular
Desde hace m¨¢s de una d¨¦cada existen determinadas pel¨ªculas firmadas por directores variados y pertenecientes al cine independiente norteamericano que te incitan a conocer el nombre del guionista, ya que esas historias ins¨®litas, imaginativas, retorcidas, l¨ªricas, delirantes y complejas llevan una transparente marca de f¨¢brica, la sensaci¨®n de que han salido del mismo cerebro, de que se las ha inventado la misma persona. Los cin¨¦filos, los profesionales y la industria saben qui¨¦n es este hombre, pero sospecho que incluso los espectadores virginales y sin referencias se dan cuenta de la hermandad que existe entre esas historias, que tienen que haber salido del cerebro de ese exclusivo autor. Se llama Charlie Kaufman y era el guionista, entre otros t¨ªtulos, de C¨®mo ser John Malkovich, El ladr¨®n de orqu¨ªdeas y Human nature, dirigidas por Spike Jonze y Michael Gondry.
Kaufman ya no se conforma con la certidumbre de los fans de que sus guiones son las verdaderas estrellas de esas pel¨ªculas de culto y ha decidido ponerse detr¨¢s de la c¨¢mara y controlar absolutamente el desarrollo de su criatura en su tard¨ªa ¨®pera prima como director, Synecdoche, New York. El resultado es atractivo, pero tambi¨¦n irregular. La imaginaci¨®n de este hombre permanece torrencial y su sensibilidad muy afilada, pero al disponer de la autor¨ªa absoluta corre el peligro de desbocarse, de caer en la confusi¨®n, el exceso o la autocomplacencia por pretender contar tantas cosas a la vez y sin que nadie le recuerde que por intentar ser sublime sin interrupci¨®n se puede caer en lo pat¨¦tico.
Durante los 30 minutos iniciales de esta alternativamente fascinante, enrevesada y repetitiva pel¨ªcula, Charlie Kaufman te mantiene hipnotizado. Est¨¢ hablando con fuerza expositiva, humor, talento y pesadumbre de cosas que tememos o con las que nos podemos identificar. Un director de teatro cuya existencia familiar y profesional parece pl¨¢cida descubre una ma?ana que no quiere levantarse de la cama, que la hipocondr¨ªa se le dispara, que la depresi¨®n le ronda, que tiene mucho miedo a la enfermedad, a la muerte, a la p¨¦rdida, a la soledad, al rechazo, al fracaso. Esos intolerables fantasmas se le van a materializar parcialmente, poco despu¨¦s, al sufrir el abandono de su mujer y la p¨¦rdida de su hija.
Llega el l¨ªo
A partir de este arranque tan brillante como emotivo, Charlie Kaufman se l¨ªa y nos l¨ªa en el desarrollo de la historia. Al comprobar que su existencia se est¨¢ difuminando tr¨¢gicamente, este hombre intentar¨¢ exorcizar a sus demonios ps¨ªquicos y f¨ªsicos montando una obra de teatro en un decorado gigantesco en el que los actores deber¨¢n construir artificialmente la vida del autor como ¨¦l hubiera deseado que transcurriera. Es el imperio de eso tan dif¨ªcil de que funcione y de que sea clarificador consistente en jugar con el espacio y el tiempo, mezclar la realidad con la ficci¨®n, los sue?os con la cotidianeidad.
Como Kaufman no es un impostor y posee una inteligencia extrema, Synecdoche, New York combina la diarrea mental con momentos emocionantes, los delirios vacuos con la lucidez, los pasotes absurdos y los sentimientos en carne viva. Tambi¨¦n dispone de ese inaudito actor cuyas composiciones son siempre impecables llamado Philip Seymour Hoffman, alguien que dota de autenticidad, comprensi¨®n y vida a su enfermizo, alucinado, apesadumbrado y muy humano personaje. Y le arropan varias actrices que son m¨¢s que solventes, como Dianne Wiest, Emily Watson, Catherine Keener, Samantha Morton, Michelle Williams y Sarah Jessica Parker. Si algo queda claro es que Charlie Kaufman sabe un mont¨®n de escribir historias y de los int¨¦rpretes adecuados para encarnar a sus criaturas. Lo que resulta dudoso es su futuro camino como director. Es capaz en la misma pel¨ªcula de lo mejor y de lo peor.
El director italiano Paolo Sorrentino utiliza el esperpento y una provocadora e impactante imaginer¨ªa visual para describir a un personaje tan turbio como siniestro llamado Giulio Andreotti en Il divo. Maneja de forma agresiva el gui?ol para analizar la obsesi¨®n de este temible profesional de la pol¨ªtica en el mantenimiento del poder durante toda su vida, su maquiavelismo, su cinismo glacial, sus pavorosas alianzas con la Mafia, su implacabilidad con todo lo que pudiera amenazar a su trono. El estilo desaforado de Sorrentino funciona, acaba siendo corrosivo, hace a¨²n m¨¢s inquietante y verdadero a un fulano demoniaco, experto en cloacas y disimulos, dispuesto a ejercer permanentemente el mal en nombre del ficticio bien com¨²n.
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