Un partido que se despe?a
A dos meses y medio de la derrota electoral, el PP se halla sumido en una crisis imparable
El viernes, frente a la sede central del PP, en la calle de G¨¦nova, una se?ora exaltada grit¨® mirando al balc¨®n del presidente:
-?Rajoy, dimisi¨®n!
Un grupo que la rodeaba core¨®:
-?Rajoy, dimisi¨®n!
La se?ora, animada por la acogida, atac¨® de nuevo:
-?Rajoy, traidor!
El grupo le respondi¨®:
-?Rajoy, traidor!
La se?ora, enfervorizada, peg¨® un tercer alarido:
-?Rajoy, ladr¨®n!
Y un hombre que estaba al lado envuelto en una bandera espa?ola, le respondi¨®:
-Hombre, no; ladr¨®n, no.
-Pues s¨ª, oiga. Es un ladr¨®n. Un ladr¨®n...?De votos, de nuestros votos!
S¨®lo han pasado dos meses desde la derrota electoral del PP. Jam¨¢s un grupo de simpatizantes y militantes, ni del PP ni del PSOE, ni de IU, se hab¨ªa congregado enfrente de la sede nacional de su partido para pedir a gritos la dimisi¨®n del presidente en medio de un torrente de insultos y de agresividad expl¨ªcita. Una espiral cada vez m¨¢s acelerada de luchas de poder, cambio generacional y corrimiento ideol¨®gico, unida a una presi¨®n medi¨¢tica cada vez m¨¢s violenta y contraria a Rajoy, han colocado a un PP esquizofr¨¦nico al borde de la escisi¨®n.
"Esto va a ser un infierno", dijo un dirigente tras saber que Rajoy seguir¨ªa
?Qu¨¦ ha pasado?
El domingo 9 de marzo, poco despu¨¦s de que Zapatero ganara las elecciones, un batall¨®n de seguidores del PP (en este caso tambi¨¦n de su presidente) se congregaron en el esquinazo de la calle de G¨¦nova para animar y confortar al l¨ªder. Un Rajoy con la derrota pintada en la cara se asom¨® al inestable balc¨®n del edificio y les salud¨®, abrazado a su esposa. Se despidi¨® de ellos con un "adi¨®s" cargado de sentimiento que son¨® demasiado a definitivo, a dimisi¨®n inminente. Rajoy no fing¨ªa: a esa hora estaba decidido a abandonar. Cerca, maquillada para evitar los brillos en la televisi¨®n, por si la invitaban a salir al balc¨®n a saludar, lo que no sucedi¨®, Esperanza Aguirre, uno de los aspirantes a la sucesi¨®n, observaba al vencido Rajoy dirigirse al p¨²blico.
Al d¨ªa siguiente el peri¨®dico El Mundo, la cadena Cope y el entonces presentador del telediario nocturno de Telemadrid, Fernando S¨¢nchez Drag¨®, ped¨ªan a Rajoy su renuncia. ?ste permaneci¨® todo el d¨ªa recluido. Entonces se dio cuenta de que los medios que hasta ese momento le hab¨ªan apoyado se volv¨ªan en bloque contra ¨¦l; tambi¨¦n supo esa ma?ana que un escudero de Aguirre, el consejero Francisco Granados, actuando de avanzadilla, reclamaba para su jefa "buena parte de buen resultado electoral del PP en Madrid".
Sin embargo, Rajoy decidi¨® continuar. Seg¨²n explican en su entorno, fue precisamente el viraje del paisaje medi¨¢tico hasta entonces af¨ªn y las advertencias de miembros relevantes del partido contrarios a que Aguirre se hiciera con el tim¨®n del PP lo que le convenci¨®. Unas horas despu¨¦s de anunciarlo, un veterano dirigente preconizaba:
-Esto va a ser un infierno.
En efecto. Desde aquella ma?ana casi no ha habido d¨ªa en que el l¨ªder del PP no haya sentido que no habita en ¨¦l.
Tres semanas despu¨¦s de las elecciones, con la silente amenaza de Esperanza Aguirre como oponente en la sombra, Rajoy efectu¨® el primer movimiento t¨¢ctico, que result¨® revelador: el lunes 31 de marzo coloc¨® al frente del grupo parlamentario, y en sustituci¨®n del correoso y multifac¨¦tico Eduardo Zaplana, a una mujer de una nueva generaci¨®n, de 37 a?os, formada enteramente como pol¨ªtica a su lado, de su entera y total confianza, perteneciente a su c¨ªrculo m¨¢s estrecho: Soraya S¨¢enz de Santamar¨ªa.
Al siguiente lunes, Aguirre contraatac¨®. En una conferencia multitudinaria a la que acudi¨® envuelta en una nube de fot¨®grafos y de expectaci¨®n, la presidencia de la Comunidad de Madrid y aspirante al mando favorita de El Mundo y la COPE amagaba con presentar una candidatura alternativa a la de Rajoy al congreso de junio. El presidente escuchaba desde la primera fila c¨®mo su oponente, con una sonrisa algo c¨ªnica, le declaraba la guerra de poder para liderar un partido de 700.000 militantes y diez millones de votos.
Rajoy, hasta entonces cauto, con fama de hombre de car¨¢cter timorato, ambiguo y cobard¨®n, pens¨® que no hab¨ªa m¨¢s remedio que recoger el guante. Y una semana despu¨¦s (la cadencia de la crisis del PP era por entonces semanal), en un mitin celebrado en Elche, arropado por dos importantes barones regionales, Francisco Camps, presidente valenciano, y Javier Arenas, l¨ªder del PP en Andaluc¨ªa, solt¨®, entre otros, dos bombazos dirigidos a la presidenta de la Comunidad de Madrid y a sus aliados medi¨¢ticos, respectivamente: "Si alguien quiere irse al partido liberal o al conservador, que se vaya". "Me presento porque me lo han pedido los compa?eros; a m¨ª no me lo han pedido ning¨²n peri¨®dico o ninguna radio".
Se suceden, a lo largo de una semana, los gestos escenificados de una reconciliaci¨®n inveros¨ªmil. Y el martes 29 de abril, a las diez de la ma?ana, a Rajoy le suena el m¨®vil, ve que es Eduardo Zaplana y contesta. As¨ª se entera de que ¨¦ste, que fue el anterior portavoz parlamentario, la cara del PP en el Congreso durante la anterior legislatura, va a dimitir en unos minutos y que se marcha de asesor a Telef¨®nica a ganar 600.000 euros al a?o. El gesto le explota a Rajoy en las manos. El partido comienza a naufragar. Un diputado con sentido del humor dice ese mismo d¨ªa: "El partido no es que est¨¦ en funciones: est¨¢ en defunciones". El martes siguiente, con la cadencia semanal funcionando con la exactitud de un metr¨®nomo, otro peso pesado de la anterior legislatura, ?ngel Acebes, decide dar el portazo: comunica a Rajoy que no piensa continuar de secretario general a partir del congreso de junio. En p¨²blico no da ninguna raz¨®n. En privado confiesa que se ha cansado de comprobar que no cuentan con ¨¦l. En ese momento, Rajoy se convierte en el ¨²nico dirigente del PP de la ¨¦poca de Aznar que contin¨²a en activo, en el l¨ªder de un cambio generacional que ¨¦l, parad¨®jicamente, encabeza pero del que, por edad, no forma parte.
El domingo siguiente, un torpedo en forma de comunicado procedente del Pa¨ªs Vasco estalla en la l¨ªnea de flotaci¨®n del torturado barco con el que Rajoy intenta alcanzar sin hundirse el congreso extraordinario: Mar¨ªa San Gil, la presidenta del PP en Euskadi, anuncia que abandona la presentaci¨®n de la ponencia pol¨ªtica de dicho congreso. San Gil no es una dirigente m¨¢s: es una suerte de s¨ªmbolo vivo para el Partido Popular. Era la secretaria del carism¨¢tico Gregorio Ord¨®?ez. Y se encontraba comiendo en la misma mesa que ¨¦ste cuando el etarra Francisco Javier Garc¨ªa Gaztelu, Txapote, entr¨® en el restaurante y, tras ponerse a su espalda, dispar¨® a bocajarro tras apoyarle la pistola en la nuca. Tres meses despu¨¦s entraba en pol¨ªtica. Desde entonces no ha habido un solo d¨ªa de su vida en que no haya caminado seguida de escolta. El desplante de San Gil al nuevo rumbo m¨¢s centrado de Rajoy desata un cataclismo en el PP, cada vez m¨¢s debilitado.
La espiral de la crisis se agudiza, girando cada vez m¨¢s r¨¢pido hacia el abismo: el lunes salen en defensa de San Gil Esperanza Aguirre y Ana Botella; el martes, el ex ministro Jaime Mayor Oreja y el diputado Gustavo de Ar¨ªstegui. El mi¨¦rcoles, la misma San Gil reafirma que ha perdido la confianza en Rajoy.
Todo se acelera. La cadencia semanal que marcaba los vaivenes de la crisis se convierte en una frecuencia casi diaria y se exaspera vertiginosamente: el pasado lunes, el ex presidente del Gobierno, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, que hasta entonces hab¨ªa guardado silencio, es el que se alinea con la facci¨®n frente a un Rajoy cada vez m¨¢s aislado.
El martes, el l¨ªder del PP se revuelve y anuncia que cuenta con el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallard¨®n, enemigo ¨ªntimo de Esperanza Aguirre, para la direcci¨®n del partido. El mi¨¦rcoles, San Gil anuncia que dimite como presidenta del Pa¨ªs Vasco y como parlamentaria del PP en Vitoria. El jueves, renuncia a su militancia Jos¨¦ Ortega Lara, el funcionario de prisiones que fue secuestrado en un zulo durante 535 d¨ªas por ETA, tambi¨¦n considerado un s¨ªmbolo por los militantes populares. Ese mismo d¨ªa Aznar se confiesa "profundamente disgustado" por la deriva del partido, Esperanza Aguirre afirma que "algo se est¨¢ haciendo muy mal", Rodrigo Rato se niega a reunirse con Rajoy y Pedro J. Ram¨ªrez, director de El Mundo, invita desde la COPE a los militantes del PP "a una sublevaci¨®n" contra su l¨ªder.
Al d¨ªa siguiente, el viernes, cerca de 200 personas se apostaron frente a la sede de G¨¦nova para pedir a gritos y con insultos la renuncia de Rajoy. La mayor¨ªa de ellas hab¨ªa acudido, con las mismas banderas de Espa?a, con la misma actitud agresiva, con insultos parecidos, a las manifestaciones organizadas por el PP o por la Asociaci¨®n de V¨ªctimas de Terrorismo (AVT) celebradas durante la legislatura pasada.
El mismo Rajoy, que encabez¨® muchas de esas protestas, se convert¨ªa el viernes a su vez en un emblema de su propio y resquebrajado partido al abandonar la sede del PP escondido en su coche oficial, oculto a los insultos de sus antiguos seguidores, casi huyendo hacia la calle desde el garaje subterr¨¢neo de la calle de G¨¦nova.
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