Men¨² de nueve euros
Yo ten¨ªa por norma no dar consejos. Lo he llevado a rajatabla hasta hace cosa de dos a?os. Pero el tiempo me ha arrojado a la madurez y ahora los doy, aun sabiendo que en mi juventud no me sirvieron de nada. A mi actual estado de consejera se une el que aqu¨ª, a Nueva York, me llega gente muy joven con la intenci¨®n de hacerse un hueco en eso que llaman el mundo art¨ªstico. Yo, cuando puedo, los disuado. Querer ser artista es, a mi juicio, un error de consecuencias incalculables; el resultado de esa educaci¨®n que, con la falsa coartada de la igualdad, ense?a a las criaturas que lo importante es el deseo, por encima de las capacidades que se tengan para lograrlo. Con Nueva York hay que tener cuidado porque es la ciudad en la que se puede sobrevivir haciendo gilipolleces que no llevan a ninguna parte. De esa avalancha que llega, un uno por ciento (o menos) encuentra una ocupaci¨®n s¨®lida, la mayor parte regresa a casa, y luego hay una serie de gente que se queda lampando, actores de quinta, artistas pl¨¢sticos de tercera que exponen en gimnasios, m¨²sicos que no llegan ni a pasar el examen que se exige para tocar en el metro. Hace catorce a?os conoc¨ª aqu¨ª a uno de esos artistas emergentes, un extreme?o que hac¨ªa arte con el fax. S¨®lo con el fax. ?A ¨¦l no le hablaras de otro soporte! Era la suya una especializaci¨®n a cara de perro. Pero la era dorada del fax pas¨®. No s¨¦ si semejantes obras de arte acabar¨ªan en la basura, pero mucho me temo que el muchacho, que se ten¨ªa por artista conceptual, buscar¨ªa otro soporte al que aferrarse. Y a lo mejor ten¨ªa raz¨®n en su empe?o, hay muchos como ¨¦l que acaban en las bienales del Whitney. Cuando yo era peque?a y dec¨ªas que quer¨ªas ser artista la cosa sonaba como a Concha Velasco. Los artistas eran las estrellas del cine, el resto eran pintores, escultores, modistas o escritores. Oficios. Con la ampliaci¨®n de la palabra "artista" a cualquier actividad que implique algo de imaginaci¨®n, el t¨¦rmino se ha abaratado. Los padres mismos est¨¢n pendientes de que el ni?o haga el m¨¢s m¨ªnimo garabato para declarar que les ha salido artista. Imposible meterles en la cabeza que cualquier criatura menor de diez a?os tiene un talento art¨ªstico fuera de toda duda, l¨¢stima que el talento se pierda y que lo m¨¢s com¨²n es que el ni?o artista se convierta en un adolescente amelonao. No, se?ores, en general, las personas no somos artistas. Mejor nos ir¨ªa si reserv¨¢ramos el t¨ªtulo para esos tozudos creadores que, no teniendo m¨¢s pretensi¨®n que la de hacer bien su oficio, llevan toda su vida perpetrando obras duraderas. Artista. Prefiero esa palabra cuando la oigo en Valle-Incl¨¢n o en la Zarzuela: "?Artista!", siempre tiene algo de cachondeo en la pronunciaci¨®n. Una muchacha aventurera, guapa y talentosa me ense?¨® el otro d¨ªa la tarjeta que se ha hecho para el tiempo que va a pasar en Nueva York estudiando interpretaci¨®n. Debajo del nombre hab¨ªa impreso su oficio: "actriz". La pobre not¨® que torc¨ª el gesto y me dijo, ?queda un poco hortera, verdad? Y me sali¨® otro consejo: "Pues mira, s¨ª". En nuestros oficios hay que dejar que el tiempo te conceda esa categor¨ªa, y no nombrarse a s¨ª mismo como parte de un gremio: nosotros, los actores; nosotros, los poetas; nosotros, los artistas conceptuales. Agggg, la democratizaci¨®n de la palabra "artista" tuvo la culpa. A esa dudosa denominaci¨®n los j¨®venes valientes de la aventura neoyorquina unen una actividad que creen que les hace ¨²nicos: todos tienen blog. Fotos y experiencias contadas al instante. Informaci¨®n entorno al Yo sagrado, que parece ignorar que hay miles de Yoes que cuentan lo mismo. Y nadie, menos a¨²n la gente de mi generaci¨®n que practica el juvenilismo de forma pat¨¦tica, es capaz de afirmar que s¨®lo el tiempo permite narrar una experiencia de forma ¨²nica. Asumo que suena antiguo. Soy esa mujer de mediana edad que cree que la experiencia es un grado. Lo peor. Soy esa mujer que sobrevive en un mundo infestado de artistas. Tambi¨¦n soy esa mujer que cree que un cocinero no debiera calificarse como artista. No debiera un cocinero, como he le¨ªdo, declarar que mientras ellos, los creadores, proporcionan experiencias culinarias, los restaurantes de men¨²s de nueve euros simplemente alimentan. No debiera decirse en un pa¨ªs cuya tradici¨®n culinaria se forj¨® en la escasez. Y esa es nuestra maravilla, no s¨¦ si es exportable pero s¨ª envidiable. Se acaba de publicar un estudio sobre el consumo de vino en Nueva York, en ¨¦l se cuenta que los clientes de los buenos restaurantes son tan esnobs que, por sistema, nunca eligen el vino m¨¢s barato. El cr¨ªtico que lo escribe afirma que los exquisitos se han olvidado de apreciar el contexto. Cierto. Un vino italiano barato es el mejor compa?ero de una buena pasta; un tinto de verano de una paella al aire libre. ?Es eso s¨®lo alimentarse, cebarse? Los manifiestos debieran reservarse para la defensa de los necesitados; en el caso de los cocineros de altos vuelos, siendo el placer que ofrecen tan prohibitivo para la gente normal, cabe entenderse como una rebeli¨®n de los privilegiados que, aunque sea el ¨²ltimo grito en rebeliones, puede generarles cierta antipat¨ªa entre ese pueblo soberano que reba?a con pan el plato del men¨² de nueve euros.
Los padres est¨¢n pendientes de que el ni?o haga un garabato para declarar que les ha salido artista
En nuestros oficios hay que dejar que el tiempo te conceda esa categor¨ªa, y no nombrarse a s¨ª mismo
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