El despertar econ¨®mico de Cenicienta
Tras la inmobiliaria, se est¨¢ cebando otra burbuja: la de una confianza econ¨®mica que el Gobierno no acaba de aclarar en qu¨¦ se apoya. O peor a¨²n, que parece sustentar en un uso abusivo de los eufemismos para describir la situaci¨®n. El celo con el que se evitan t¨¦rminos como "crisis" resulta tan evidente en las declaraciones oficiales que, al final, est¨¢ produciendo el efecto contrario al que se busca. Por otra parte, los pron¨®sticos sobre la mejora inminente de la econom¨ªa est¨¢n perdiendo credibilidad: algunos de ellos, como el de la pr¨®xima reactivaci¨®n del crecimiento o el de la contenci¨®n de la inflaci¨®n que deber¨ªa haberse producido en estas fechas, se est¨¢n revelando demasiado optimistas, cuando no abiertamente infundados. Tanto, que si a¨²n se siguen tomando por pron¨®sticos y no por simple gesticulaci¨®n es porque, ante realidades que nadie desea ver confirmadas, la credulidad suele aumentar al mismo ritmo que se deteriora la credibilidad.
Ante un panorama econ¨®mico como el que empieza a perfilarse, las medidas que pueda adoptar un Gobierno son, sin duda, la decisi¨®n m¨¢s importante, con la limitaci¨®n de que es escasa la capacidad de un solo pa¨ªs para influir sobre factores externos como las consecuencias de las hipotecas basura en el sistema financiero mundial o las del alza sin precedentes del precio del petr¨®leo. Pero junto a las medidas es necesario encontrar el discurso pol¨ªtico que las acompa?e, y que, en el caso de Espa?a, no puede seguir bas¨¢ndose en una mezcla de eufemismos cada vez m¨¢s transparentes y pron¨®sticos cada vez m¨¢s improbables. Las declaraciones de un Gobierno, de ¨¦ste o de cualquier otro, determinan en gran medida el comportamiento de los agentes econ¨®micos, desde las grandes empresas hasta los simples ciudadanos que deben decidir acerca de sus ahorros y sus gastos. Si esas declaraciones no encuentran el tono y el ¨¢ngulo adecuado, si no reafirman el liderazgo del Gobierno en materia econ¨®mica, corren el riesgo de convertirse en un factor negativo adicional.
La cuesti¨®n de encontrar un discurso pol¨ªtico para enfrentarse a la situaci¨®n econ¨®mica no se limita, como pretende la oposici¨®n, a que el Gobierno hable con mayor o menor crudeza de lo que est¨¢ pasando: la crudeza, sin m¨¢s, puede desencadenar el p¨¢nico, y s¨®lo una oposici¨®n irresponsable desear¨ªa llegar al poder en brazos de un severo deterioro econ¨®mico. Pero tampoco es un asunto que pueda confiarse a los omnipresentes expertos en comunicaci¨®n: ahora no se trata de provocar que los ciudadanos piensen o no piensen en elefantes de uno u otro color. ?stos y otros suced¨¢neos han podido tener ¨¦xito mientras Gobierno y oposici¨®n s¨®lo jugaban en el terreno de la politique politici¨¨nne, como ocurri¨® con tanta frecuencia durante la anterior legislatura. Pero ha terminado la hora del marketing y ha llegado la de gobernar.
Adoptar un discurso pol¨ªtico ante la situaci¨®n econ¨®mica significa, entre otras cosas, insertar los datos que se est¨¢n conociendo en una descripci¨®n veros¨ªmil de lo que sucede, que sirva a los agentes econ¨®micos, y en particular a los ciudadanos, para conocer sus opciones. Hasta ahora, parece como si los datos fueran por un lado y la descripci¨®n que realiza el Gobierno, por otro. No puede ser, por ejemplo, que la econom¨ªa espa?ola se est¨¦ comportando peor que la europea en paro e inflaci¨®n mientras que, al mismo tiempo, el Gobierno asegura que est¨¢ mejor preparada para hacer frente a la "desaceleraci¨®n" o al eufemismo que corresponda emplear. Tampoco tiene sentido invocar las altas tasas de crecimiento en el pasado cuando lo que hay que explicar es por qu¨¦ est¨¢n cayendo hoy m¨¢s que las de nuestro entorno. Y menos a¨²n seguir insistiendo en que se garantizar¨¢n las prestaciones sociales sin distinci¨®n, cuando algunas de ellas, precisamente las m¨¢s electoralistas y menos sociales, son producto de recientes alegr¨ªas a cuenta del super¨¢vit y no es seguro que se deban ni que se puedan mantener. Entre otras cosas, porque nunca deb¨ªan haberse establecido.
El final de la burbuja inmobiliaria, que desde 1998 todos los Gobiernos conoc¨ªan y ninguno combati¨®, es responsable en gran medida del preocupante comportamiento de la econom¨ªa espa?ola, sobre la que cada vez se ciernen nubes m¨¢s cerradas. No tiene mucho sentido que, cuando el pa¨ªs empieza a desembarazarse del sue?o del ladrillo y a advertir sus consecuencias, se comience a cebar otra burbuja: la burbuja de una confianza econ¨®mica sin otra base que proclamar el optimismo. Ser¨¢ menos visible que la otra pero no menos real, y est¨¢ igualmente condenada a provocar graves efectos. Si lo que se pretende a golpe de eufemismos y pron¨®sticos es que el pa¨ªs afronte una crisis sin enterarse de que lo est¨¢ haciendo, a la espera de inducir un letargo que, como el de Cenicienta, dure hasta que llegue otra vez el pr¨ªncipe de la bonanza, puede que lo ¨²nico que se est¨¦ propiciando sea un amargo despertar.
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