"Soy condesa de una familia de samur¨¢is abiertos al mundo"
Presentar a una mujer como "gran dama" es algo ca¨ªdo en desuso y rayando en la cursiler¨ªa. Pero al cronista no se le ocurre mejor manera de definir a la condesa Setsuko Klossowski de Rola, hija y nieta de samur¨¢is y viuda de Balthus, uno de los grandes nombres del arte del siglo XX. Una se?ora cuya elegancia y maneras nos llevan por arte de magia a la corte imperial de Kioto; aunque se excusa por "el desorden y el polvo" provocados por la reforma en su casa.
Una casa ¨²nica en Europa: el Grand Chalet de Rossini¨¨re, entre Montreux y Gstaad, en un valle cuya belleza quita el aliento. "Es la construcci¨®n m¨¢s grande en madera de Suiza", explica Setsuko, como le gusta ser llamada. De hecho, aclara con una sonrisa: "Nada de condesa, pues el t¨ªtulo va asociado a la posesi¨®n de tierras, lo que ya no es el caso. Hoy s¨®lo tengo este chalet". Un chalet con 20 metros de altura y 113 ventanas que Balthus adquiri¨® en 1977, lugar de peregrinaje para personas como David Bowie, Bono o Richard Gere.
La viuda de Balthus cree que Occidente tiene mucho que aprender de Jap¨®n
"Nac¨ª en una familia de samur¨¢is abiertos al mundo", explica en un franc¨¦s fluido, aunque marcado por un suave acento. "Mi familia me envi¨® a los jesuitas, pues eran los mejores para ense?ar la lengua y cultura francesas. Me fascinaban Stendhal y Balzac". Por cierto, la condesa franc¨®fila es artista y embajadora de la Unesco, adem¨¢s de escritora y columnista en peri¨®dicos. Y mientras explica su trabajo se inquieta: "?Yo no sab¨ªa que los lectores iban a ver lo que hemos comido! Hubiera preparado algo m¨¢s interesante". Inquietud injustificada, pues los canap¨¦s de langosta, la mozzarella y el dulce casero son excelentes.
Este mes se inaugura en Suiza la mayor retrospectiva de la obra de su marido, del que se cumplen cien a?os del nacimiento. Y as¨ª es como Balthus entra en la charla. El artista viaj¨® a Kioto en 1962, enviado por el ministro de Cultura franc¨¦s Andr¨¦ Malraux, para traer "lo mejor del arte japon¨¦s para una gran muestra en Par¨ªs". De arte no sabemos, pero, a juzgar por la historia de amor, lo que s¨ª hall¨® fue una esposa.
?Y una hija del ¨²nico pa¨ªs que sufri¨® el horror at¨®mico no ten¨ªa resentimiento hacia Occidente? "En absoluto", exclama casi escandalizada. "Tras la guerra, todo Jap¨®n quiso seguir las formas occidentales. A pesar de Hiroshima y Nagasaki, no hab¨ªa odio. Jap¨®n ten¨ªa, y sigue teniendo, sed de cultura europea". Pero el amor a la tradici¨®n es visible en su quimono, al que define como "un tesoro con historia, heredado de mi abuela".
Antes de despedirnos hay una pregunta que se impone. ?Qu¨¦ piensa que Occidente puede aprender de una cultura milenaria como la japonesa? "Algo muy importante, y es que nosotros no nos imponemos a la naturaleza, ni tratamos de conquistarla. Los japoneses vivimos con la naturaleza y no contra ella", sentencia.
"En Jap¨®n un t¨¦ no es s¨®lo un t¨¦, y una flor no es s¨®lo una flor. Todo tiene un significado especial". ?Y c¨®mo expresa el amor una sociedad tan refinada? "Decir te amo es una brutalidad para nosotros. Si quiero seducir a un hombre, lo har¨¦ con peque?os gestos: un haiku, una comida especial o una disposici¨®n particular de las flores. Es algo muy sutil". ?Y si el hombre no comprende tanta sutileza? "Entonces", concluy¨® con una sonrisa c¨®mplice, "ese hombre no es digno de mi amor".
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