Torer¨ªsimo Perera
Miguel ?ngel Perera sali¨® a morir y consigui¨® la vida. Qu¨¦ otra cosa, si no, es la puerta grande de Madrid para un torero. La gloria, acaso, fuerza necesaria para ser figura. Y Perera ya lo es, vaya que s¨ª, porque s¨®lo siendo figura puede entenderse su firmeza y disposici¨®n ante el quinto toro de la tarde, con casta, recorrido y nobleza, al que hab¨ªa que poder y someter. Y torear, que es lo m¨¢s dif¨ªcil.
Perera no tard¨® ni esto en decirle a la plaza que sal¨ªa a hombros o acababa en la enfermer¨ªa. Y esos mensajes no escritos se captan en un segundo. Miren: se ech¨® el capote a la espalda, se cruz¨® de verdad delante del toro, alete¨® suavemente los vuelos, y susurr¨® ?eh...! Y el toro se arranc¨® como una bala. Imp¨¢vido qued¨® el torero, asido a la arena, y los pitones despertaron los hilos de seda de la taleguilla; y otra gaonera, y otra, hasta cuatro, ce?id¨ªsimas, imposibles. Y cuando remat¨® entre el entusiasmo popular, ya estaba todo el mundo convencido: Perera viene a por la puerta grande.
Cuvillo/El Cid, Perera, Talavante
Toros de N¨²?ez del Cuvillo, desiguales de presentaci¨®n, ¡ªel primero, anovillado¡ª, inv¨¢lidos los dos primeros; encastados y nobles tercero y quinto; aplomados, cuarto y sexto.
Manuel Jes¨²s, El Cid: estocada (silencio); pinchazo, estocada que asoma y un descabello (ovaci¨®n).
Miguel Angel Perera: pinchazo y estocada (palmas); estocada ¡ªaviso¡ª (dos orejas). Sali¨® a hombros por la Puerta Grande.
Alejandro Talavante: casi entera atravesada y un descabello (oreja); ¡ªaviso¡ª, tres pinchazos y estocada (silencio).
Plaza de las Ventas. 6 de junio. Cuarta corrida de la Feria del Aniversario. Lleno.
Perera no tard¨® en decirle a la plaza que sal¨ªa a hombros o a la enfermer¨ªa
Las Ventas vibr¨® como en la tarde ya hist¨®rica por unos momentos
El toro ten¨ªa tranco y alegr¨ªa, lo que demostr¨® en el caballo y banderillas, y all¨¢ que cogi¨® el torero la muleta y se fue al centro a brindar. El toro que lo ve y galopa hacia la boca de riego. El coraz¨®n que se encoge -el de los espectadores-, y el torero recibe a su oponente con dos pases cambiados por la espalda aut¨¦nticamente escalofriantes.
Y llega el toreo de verdad. Perfecto de colocaci¨®n, valent¨ªsimo, con una entrega total y trasfigurado en un maestro, Perera hilvan¨® unos derechazos largos y ajustados, el toro embebido en la muleta, con fijeza y recorrido, y con un poder¨ªo total del torero. La segunda tanda fue vibrante y espectacular; casi con toda seguridad, de los mejores muletazos que se han dado este a?o en esta plaza.
Lo intent¨® con la zurda, y s¨®lo brot¨® un largo natural, porque el toro sal¨ªa de la suerte con la cara muy alta y desluc¨ªa el encuentro. Volvi¨® a la diestra y tuvo tiempo de volver a demostrar la pureza y hondura de su mu?eca. Concluy¨® su obra con unas bernardinas ajustad¨ªsimas. Mont¨® la espada y se volc¨® en el morrillo del toro con su alma, coraz¨®n y vida. Porque es verdad que estaba dispuesto a morir. Y el que muri¨® fue el toro tras una agon¨ªa lenta, es verdad, pero sin puntilla.
Las dos orejas, sin lugar alguno a la discusi¨®n, fueron a las manos de Perera. Era una figura del toreo que hab¨ªa encandilado a la plaza con un toro encastado para el que se pidi¨® la vuelta al ruedo, honor que hubiera sido inmerecido.
Por unos momentos, Las Ventas vibr¨® como en la tarde ya hist¨®rica. Es lo que suele ocurrir cuando un se?or sale a jugarse la vida a sabiendas de que puede perderla.
El resto no fue igual. La misma plaza, la misma gente, toreros hechos y derechos, pero faltaba algo. Faltaba el misterio, ese halo invisible que lo envuelve todo; algo inexplicable, pero que pone los vellos de punta y la tensi¨®n a flor de piel.
El resto de la corrida tuvo algunos detalles importantes, pero falt¨® el misterio. Para empezar sali¨® un novillo impresentable en primer lugar y le toc¨® a El Cid. ?Qu¨¦ decepci¨®n m¨¢s grande! ?C¨®mo pod¨ªa presentar batalla con semejante gato...! Un novillo, adem¨¢s, amuermado que s¨®lo produc¨ªa verg¨¹enza. Y el torero sevillano quiso enmendarlo todo en el cuarto, al que Alcalare?o banderille¨® de lujo, y lo tore¨® con hondura en dos tandas muy cortas por el lado derecho, pero aquello no lleg¨® a cuajar porque el animal se aburri¨®. Se esperaba mucho de El Cid. ?Aceptar¨ªa el reto que le hab¨ªan lanzado el d¨ªa anterior? ?Se dejar¨ªa matar para vivir y mandar? Todo qued¨® diluido en una tarde sin suerte y gris¨¢cea.
Antes, Perera y Talavante hab¨ªan competido en quites en el segundo por gaoneras y chicuelinas, y el extreme?o no pas¨® de una labor insulsa ante un toro con poca clase.
Y Talavante cort¨® una oreja al tercero. Hab¨ªa comenzado por estatuarios, y unos magn¨ªficos naturales, templad¨ªsimos y largos, hac¨ªan presagiar un nuevo misterio. Mand¨®, y mucho, por la derecha, y lig¨® -¨¦sa fue su principal cualidad- muletazos de excelente factura. Todo esto es verdad, pero falt¨® vibraci¨®n. Talavante tiene sentido del temple y valor, pero parece que le falta sangre en las venas y que le puede una especie de mangla caribe?a que lo entristece todo. Algo de eso parece que le ocurri¨® ante el soso sexto, al que pas¨® con celeridad, limpieza y grandes dosis de aburrimiento.
Pero, de verdad, de verdad, el ¨²nico misterio lo dijo Miguel Angel Perera. Por eso, quiz¨¢, su triunfo fue incontestable. Y se lo llevaron a hombros. Lo que son las cosas...
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