La preocupaci¨®n de la jefa de ventas
La directora de comunicaci¨®n y el consejero delegado se la quedaron mirando con un id¨¦ntico gesto de extra?eza cuando se reuni¨® con ellos en el and¨¦n.
-?Qu¨¦ te pasa? -ella ten¨ªa m¨¢s confianza, y habl¨® primero.
-?A m¨ª? Nada. ?Qu¨¦ me va a pasar?
-No s¨¦, hija, pero tienes una cara de preocupada?
-Bueno, cosas m¨ªas.
?l fue m¨¢s discreto y la abord¨® a solas, en la cafeter¨ªa.
-Mira, Marta, quiero que sepas que conf¨ªo plenamente en ti. Estoy seguro de que vas a hacer un papel estupendo en la reuni¨®n. Anoche revis¨¦ tu informe y me qued¨¦ con la boca abierta.
-Gracias, Pedro. Yo tambi¨¦n creo que hemos hecho un buen trabajo.
-?Pues rel¨¢jate, mujer! Que parece que vas a tu propio entierro?
Ella sonri¨®, como quit¨¢ndole importancia al comentario; pero cuando se acab¨® el caf¨¦, se meti¨® en el ba?o y estudi¨® su rostro como si fuera el de otra persona. No lo entend¨ªa ni ella, pero sus compa?eros ten¨ªan raz¨®n. ?Era posible que una mujer con su capacidad, con su formaci¨®n, con su experiencia, con su nivel de ingresos, con su poder adquisitivo, con su poder¨ªo vital y con m¨¢s de cuarenta a?os a cuestas, estuviera angustiada por un asunto como ¨¦se? Pues s¨ª, era posible, y no s¨®lo posible, tambi¨¦n era verdad. Eso era lo ¨²nico que la importaba aquel d¨ªa y el motivo de que hubiera dormido tan mal la noche anterior, pero nadie lo entender¨ªa. Por eso no le quedaba m¨¢s remedio que disimular, y disimul¨®. Se estir¨® el traje, se retoc¨® la cara y volvi¨® a su asiento; pero mientras miraba el peri¨®dico sin enterarse de lo que le¨ªa, repasaba sin cesar la misma cuenta, cuatro m¨¢s cuatro veinticinco, ocho veinticinco, m¨¢s cinco con setenta y cinco, catorce, entre tres, cuatro con seis? Cuatro con seis, maldita sea.
La reuni¨®n fue un ¨¦xito, pero eso ya lo sab¨ªa, porque hab¨ªa trabajado mucho y sobre todo muy bien. Su vida, en la medida en que depend¨ªa de s¨ª misma, no le causaba problemas, ni siquiera cuando las cosas sal¨ªan mal, porque era fuerte y lo suficientemente inteligente como para aprender de sus errores. El problema eran las zonas de su vida que depend¨ªan de otros factores, de la suerte, del azar, de la voluntad o la actitud de las personas a las que quer¨ªa. Por eso, su ¨¦xito personal no la alivi¨®, y a pesar de que el restaurante era excelente, comi¨® poco y habl¨® menos. Cuando trajeron los caf¨¦s, mir¨® el reloj, y sus socios catalanes creyeron darle la raz¨®n al decir que s¨ª, que era verdad, que conven¨ªa que salieran ya para la estaci¨®n, no fueran a perder el tren. Ella no les desminti¨®, pero estaba pensando en otra cosa: ya queda menos de una hora, catorce entre tres sigue dando cuatro con seis, y antes de llegar a Madrid, la suerte estar¨¢ echada?
A las cinco menos cinco, ya hab¨ªan ocupado sus asientos. A las cinco y media, mientras su est¨®mago no era tal, sino una madeja de hebras ardiendo al rojo vivo, sac¨® su tel¨¦fono del bolso y lo dej¨® sobre la mesita. Son¨® una vez, y era una de sus cu?adas, y no lo cogi¨®. Son¨® otra vez y no reconoci¨® el n¨²mero. Contest¨®, por si acaso, y habl¨® durante diez minutos con el presidente de su comunidad de vecinos sin ninguna llamada en espera. A las seis se levant¨® y se fue a la plataforma sin mirar hacia atr¨¢s, para no ver las miradas ya abiertamente at¨®nitas de sus compa?eros. Tom¨® aire y marc¨® el n¨²mero de su casa.
-?S¨ª?
-Hola, soy mam¨¢.
-?Un ocho con veinticinco, un ocho con veinticinco, porque hice el problema para subir nota y me sali¨® bien, un ocho con veinticinco, mam¨¢, un ocho? !
-?S¨ª? ?Qu¨¦ bien, cari?o, qu¨¦ alegr¨ªa! Dile a tu hermana que se ponga, anda.
De su hijo peque?o no se fiaba mucho, pero su hija mayor le confirm¨® que s¨ª, que s¨ª, que era verdad, que la nota del examen era ¨¦sa, siete con veinticinco m¨¢s uno, en total, ocho con veinticinco. El cuerpo se le afloj¨® como si en alguna parte hubiera estallado una v¨¢lvula capaz de liberar dos toneladas de aire, y volvi¨® a su asiento con las piernas blandas como la gelatina y un c¨¢lculo glorioso en la cabeza, catorce m¨¢s ocho con veinticinco, veintid¨®s con veinticinco, entre cuatro, cinco con cincuenta y cinco, y el ni?o aprueba las matem¨¢ticas, saca el curso, nos vamos a la playa?
Tendr¨ªa que matarlo, pens¨® mientras se sentaba, pero lo dio todo por bien empleado: las clases particulares, los fines de semana midiendo ¨¢ngulos, las amenazas, los castigos, y total, para que saque un ocho en cuanto que se lo propone? Tendr¨ªa que matarlo, se repiti¨®, y entonces se ech¨® a re¨ªr ella sola.
-?Ha pasado algo?
-Nada, nada?
El secretario general mir¨® a la directora de comunicaci¨®n, y ella le sonri¨® asintiendo con la cabeza. Los dos estaban seguros de que la jefa de ventas ten¨ªa un l¨ªo. Si ella les hubiera contado la verdad, ninguno de los dos la habr¨ªa cre¨ªdo.
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