Fiesta y coartada
El cubata, la m¨²sica y la compa?¨ªa no parecen ¨²ltimamente suficiente. Para dinamizar el negocio nocturno hacen falta buenos aditivos.
O coartadas, seg¨²n se mire. Como ¨¦stas.
- Era... El disfraz. A finales de los noventa, la programaci¨®n de los garitos arrincon¨® a los pinchadiscos de cach¨¦ en favor del concepto. Las fiestas tem¨¢ticas se convirtieron en el mejor reclamo estampado en un flyer. Las school disco (donde disfrazarse de colegial/a o de capit¨¢n del equipo de rugby), las silent parties (sin decibelios, cada uno con sus cascos, bailando en silencio en la pista) o la plaga burlesque promulgada por Dita von Teese le dieron una vuelta de tuerca al gesto de sostener la copa.
- Es... La farsa. Clubes como The Box, en Nueva York, cobran 2.000 d¨®lares por una mesa (bebidas aparte) en un teatro decadente donde cada n¨²mero acaba con alguien en pelotas. Su secreto: subvertir los c¨®digos del underground para convertirlo en exclusivo.
- Ser¨¢... El guateque port¨¢til. Ya que ha tenido que renunciar a las fiestas
sin horario y a los locales que cierran tarde, la nueva generaci¨®n acabar¨¢ por asumir los h¨¢bitos de sus propios padres: sustituyendo a los siete pulgadas, el iPod nos ha convertido a todos en un pinchadiscos en potencia para montar la fiesta en cualquier parte. El ponche es opcional. Recuperar la conversaci¨®n, del todo necesario.-
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