Retrato ¨ªntimo de un adi¨®s
Durante las navidades masc¨® la idea, y en el s¨¦ptimo d¨ªa del a?o 2002 el gran t¨ªmido cit¨® a la prensa en su estudio de la Avenue Marceau. Quer¨ªa anunciar que el desfile de alta costura previsto para dos semanas despu¨¦s ser¨ªa el ¨²ltimo. Las c¨¢maras le filmaron al llegar, fumando en el asiento del copiloto, y al sentarse, con traje y corbata negra, en una mesa verde. Le filmaron, con los ojos h¨²medos, tembloroso y melanc¨®lico, pasando las p¨¢ginas de un discurso emotivo y dolido. "Os abandono, pero os amo".
Tambi¨¦n dej¨® que las c¨¢maras le siguieran los 15 d¨ªas siguientes. Que asistieran a la preparaci¨®n del que iba ser su ¨²ltimo y majestuoso recital. Tal vez porque sab¨ªa que, cuando los focos se apagaran, ¨¦l se desvanecer¨ªa con ellos. "Espero que Yves tenga el coraje y la fuerza para soportar los a?os vac¨ªos que se avecinan", afirm¨® Hubert de Givenchy tras los 15 minutos de ovaci¨®n. El dise?ador, retirado siete a?os antes, sab¨ªa de lo que hablaba. Saint Laurent no volvi¨® a tocar un l¨¢piz, y ¨¦sa fue su primera muerte. Poco o nada se le vio entre el 22 de enero de 2002 y la noche de su definitiva despedida, el pasado 1 de junio, cuando muri¨® con 71 a?os. Hace un a?o, por casualidad y tras una ca¨ªda, le detectaron un c¨¢ncer de cerebro inoperable e incurable. Perdi¨® la facultad de hablar y de alimentarse solo. No sufri¨®: lo ¨²nico bueno de la enfermedad es que quien la padece no es consciente del mal que le carcome.
Uno de los fot¨®grafos que compartieron aquellos d¨ªas de 2002 con Yves Saint Laurent, sus ¨²ltimas horas en la luz p¨²blica, fue Carlos Mu?oz-Yag¨¹e. "Le vi tranquilo. No estaba todav¨ªa enfermo de c¨¢ncer y se comportaba como en un desfile m¨¢s. Incluso se le notaba un poco liberado", cuenta desde Par¨ªs al d¨ªa siguiente del funeral. Para el modista, Mu?oz-Yag¨¹e, de 45 a?os, no era, una presencia extra?a: es el hijo de madame Mu?oz, que fue su mano derecha durante casi cinco d¨¦cadas. "Yves siempre me vio como a un ni?o: me segu¨ªa llamando con mi mote infantil".
Nacido en Or¨¢n, en la entonces colonia francesa de Argelia, Saint Laurent conoci¨® a Anne Marie al llegar a Par¨ªs en los cincuenta, cuando ambos eran poco m¨¢s que unos ni?os a las ¨®rdenes del emperador de la alta costura, Christian Dior. Ella se casar¨ªa luego con un espa?ol y se ir¨ªa a trabajar a Guy Laroche. ?l ser¨ªa sucesivamente llamado a relevar al maestro y a abandonar la empresa; pero en cuanto tuvo dinero para emplearla, se la llev¨® a su propia y joven compa?¨ªa. Permanecieron juntos hasta esa ¨²ltima colecci¨®n del a?o 2002. "Fue muy emotivo para m¨ª, porque tambi¨¦n significaba presenciar la despedida de mi madre de su gran pasi¨®n. Nos han hecho vivir una vida en tecnicolor, pero tambi¨¦n un psicodrama. En su vida ha habido momentos infernales, que yo he conocido a trav¨¦s de mis padres".
El plural que utiliza el fot¨®grafo incluye a una presencia inevitable en la vida y la carrera de Saint Laurent: Pierre Berg¨¦. El franc¨¦s culto y autoritario, tan exquisito como irascible, que levant¨®, con el mismo af¨¢n, un gran negocio y una torre de marfil alrededor de un genio. Berg¨¦ tambi¨¦n lleg¨® a Par¨ªs muy joven, anhelando ser pintor, pero acab¨® convertido en empresario. Gestion¨® la carrera de su amante Bernard Buffet, antes de conocer a Saint Laurent, y Jean Cocteau le dej¨® a cargo de su legado. Hombre de voraz curiosidad, a los 77 a?os acredita una vida agitada y siempre cerca del poder. Ha invertido en peri¨®dicos y restaurantes, ha sido una destacada figura en la lucha contra el sida y un leal defensor de su gran amigo Fran?ois Mitterrand, que le hizo presidente de la ?pera de la Bastilla. Fue en los ochenta cuando incluso prob¨® suerte en pol¨ªtica. "Pero se dio cuenta de que ah¨ª no pod¨ªa mandar como en la moda. Lo dej¨® porque no ten¨ªa la diplomacia necesaria. Siempre ha querido ser el jefe de todo, pero es mucho m¨¢s fr¨¢gil de lo que la gente imagina", seg¨²n Mu?oz-Yag¨¹e.
Antes de todo eso form¨® parte de la escena art¨ªstica de la ciudad en los a?os cincuenta. Por su cercan¨ªa con Christian Dior, tras su muerte fue invitado al primer desfile de su sucesor en 1958. Aquel d¨ªa, con 21 a?os, Saint Laurent alcanz¨® la gloria y deslumbr¨® con su atrevimiento, y Berg¨¦ conoci¨® al hombre que cambiar¨ªa su vida. Es un dato que le gustaba subrayar cuando alguien trataba de simplificar la ecuaci¨®n present¨¢ndole como el creador de Saint Laurent. Nunca neg¨® su vocaci¨®n de Pigmali¨®n, pero siempre acentu¨® que fue cuesti¨®n de necesidad mutua. "Todo el mundo piensa que Yves es el d¨¦bil y yo el fuerte. Pero no me importa, yo s¨¦ la verdad", dec¨ªa a todo el que le quisiera escuchar en los ¨²ltimos tiempos.
La relaci¨®n de Yves Saint Laurent y Pierre Berg¨¦ ha sido una compleja mezcla de amor, posesi¨®n y dependencia. Aguas pantanosas para levantar una empresa; pero la f¨®rmula funcion¨® aun a pesar de que dejaron de vivir juntos en 1976. Tan grande se hizo la compa?¨ªa que Gucci desembols¨® 690 millones de euros en 1999 por hacerse con ella. "Cuando empezamos, en 1962, ten¨ªa la experiencia de Dior", explicaba Berg¨¦ en su despacho parisiense a El Pa¨ªs Semanal. "Era la casa de un gran amigo, un taller moderno que siempre respet¨¦ y del que aprend¨ª mucho. Fue una inspiraci¨®n para muchas cosas". "Todo el mundo deber¨ªa estar agradecido a Pierre Berg¨¦, que cuid¨® de Yves durante tanto tiempo", afirmaba hace unas semanas la periodista Suzy Menkes en The New York Times. "Lo interesante no es que tuvieran un romance o que ¨¦ste se acabara, sino que aguantaran tanto juntos en t¨¦rminos de negocio. Eso cre¨® un modelo en la moda: mira la relaci¨®n entre Valentino y Giammetti, y tantas otras. Y hay que recordar que en muchos pa¨ªses la homosexualidad era todav¨ªa ilegal. Saint Laurent cont¨® que nunca hablaba con su padre de la situaci¨®n. Simplemente le dijo una vez: "Ya sabes, p¨¨re, no soy como otros hombres". Un v¨ªnculo de cinco d¨¦cadas del que, poco antes de la muerte del modista, decidieron dejar constancia legal uni¨¦ndose como pareja de hecho. Para ser heredero uno del otro y "por razones simb¨®licas", seg¨²n revelaba Berg¨¦ en Paris Match.
El punto de inflexi¨®n en la vida de ambos ocurri¨® en septiembre de 1960, cuando Yves Saint Laurent se vio obligado a cumplir el servicio militar. Hab¨ªa evitado el trago por dos ocasiones, dado que 2.000 puestos de trabajo en Dior, una fuerza mayor de las exportaciones francesas, depend¨ªan de ¨¦l. "No fue capaz ni de sujetar un fusil", explica Mu?oz-Yag¨¹e. Sufri¨® la primera de tantas crisis nerviosas y fue ingresado en el hospital de Val-de-Grace, donde dos personas le visitaron cada d¨ªa: su madre y Berg¨¦. ?ste fue el encargado de comunicarle que hab¨ªa sido sustituido en Dior por un dise?ador mucho m¨¢s conservador y complaciente con los deseos del propietario. Y ¨¦se fue el momento en que Berg¨¦ tom¨® el mando. "Vend¨ª mi apartamento y me puse a buscar dinero. Fue muy dif¨ªcil. Pero mi motivaci¨®n no era enriquecerme, sino que Yves reencontrara su trabajo y volviera a ser el de antes. No era nada m¨¢s que amor".
El empuje de Berg¨¦ le permiti¨® a Yves Saint Laurent desarrollar sus revolucionarias ideas. Quer¨ªa que la moda se empapara de la fuerza de la juventud que agitaba las aceras de la Rive Gauche en los a?os sesenta. Les dio a las mujeres pantalones para que caminaran hacia la libertad, les inst¨® a disfrutar de su sexualidad sin complejos ni prejuicios y les trajo la riqueza de lejanas culturas para que ampliaran su visi¨®n del mundo. Los primeros a?os fueron una sucesi¨®n de hitos: el esmoquin, la sahariana, las transparencias, la ropa de Catherine Deneuve en Belle de jour, y los vestidos inspirados en Piet Mondrian y el arte pop. Decidido a vestir el esfuerzo de una generaci¨®n por acabar con las convenciones de sus padres, abri¨® en 1966 la primera tienda de pr¨ºt-¨¤-porter de un gran costurero. Un local en la Rue Tournon que abr¨ªa hasta media noche, vend¨ªa barato y cambiaba por completo las normas del juego. "La moda real sale de la gente joven en las calles", declaraba, visionario, en una entrevista de 1968.
Mientras jugaba con las referencias al arte, coqueteaba con lo andr¨®gino y ampliaba el negocio hacia la ropa para hombre y los perfumes, el fr¨¢gil adolescente, que lleg¨® a Par¨ªs a los 17 a?os de la mano de su madre, daba paso a un adulto bello y robusto. Se tiende a pintarle como un hombre rom¨¢ntico, sensible y delicado, pero hace falta algo m¨¢s para defender con valent¨ªa ideas tan audaces. Como declar¨® el editor John Fairchild en 2000, "en el fondo es muy inteligente, superagresivo y muy combativo". En 1971 se retrat¨® desnudo para el anuncio de su primer perfume masculino y Andy Warhol le encumbr¨® como "el ¨²nico artista verdadero de Francia". En la cima de su creatividad, en 1976, cre¨® la que tal vez fuera su colecci¨®n m¨¢s redonda, inspirada en el ballet ruso. "Necesitaba una violenta explosi¨®n de fantas¨ªa", declar¨® un mes despu¨¦s. "He so?ado con esta colecci¨®n durante mucho tiempo, incluye todo lo que amo en la vida".
Fueron tiempos de euforia y tambi¨¦n de grandes excesos. Las tormentas de coca¨ªna y alcohol no le hicieron ning¨²n favor a su car¨¢cter maniaco-depresivo. Tambaleante, para salir a saludar en su siguiente desfile tuvo que ser sujetado por las modelos. Se entreg¨® con igual compulsi¨®n a la creaci¨®n que a la autodestrucci¨®n. Rodeado por una corte de fieles que le proteg¨ªa del exterior y le mimaba, se dedic¨® a ser "el rey de la fiesta". "Su c¨ªrculo era una fortaleza", explica Mu?oz-Yag¨¹e. "Berg¨¦ y Saint Laurent ten¨ªan una relaci¨®n muy fuerte de posesi¨®n mutua aun cuando ya no viv¨ªan juntos. Yves construy¨® una familia a su alrededor que le permitiera perpetuarse en el adolescente que no quer¨ªa dejar de ser. Berg¨¦ se fue porque quer¨ªa vivir su vida: estar con ¨¦l era dif¨ªcil. Cuando estaba peor desaparec¨ªa por las discotecas, y hab¨ªa que salir a buscarlo en plena noche. Yo he visto a mi padre hacerlo".
La madre de Carlos, Anne Marie, fue quien present¨® a Saint Laurent a Karl Lagerfeld. Lagerfeld, el ¨²ltimo de esa generaci¨®n formada en los talleres de alta costura que a¨²n queda en activo, mantuvo una relaci¨®n peculiar con ¨¦l. Fueron ¨ªntimos, pero acabaron seriamente enfrentados. Coincidieron en 1954 en un premio organizado por el International Wool Secretariat, que uno gan¨® en la categor¨ªa de mejor vestido, y el otro, de abrigo. Pero no se hicieron amigos hasta que, por casualidad, Anne Marie los present¨® en una comida en el bar Des Artistes. Entre otras cosas, se supone que los separ¨® competir por el amor de Jacques de Bescher, con quien Saint Laurent se obsesion¨® en los setenta. "Compartieron un c¨ªrculo de amistades y de amantes. Fueron muy amigos, pero siempre rivales. Es algo que ocurre muchas veces entre hombres. Lo que pasa es que, cuando se enfadaron, todo lo que uno dec¨ªa del otro aparec¨ªa amplificado en la prensa", apunta Mu?oz-Yag¨¹e. Carlos, por cierto, debe su nombre a su padrino: Karl.
Tras el desfile del 22 de enero de 2002, los ac¨®litos de Saint Laurent, con Berg¨¦ a la cabeza, se entregaron a una nueva misi¨®n. La misma fiereza que hab¨ªa protegido al genio del mundo exterior, se dedic¨® a velar por su legado. Una herencia que va mucho m¨¢s all¨¢ de la ropa y que incluye una extraordinaria colecci¨®n de arte, con piezas de Goya, Picasso o Van Gogh. Hay algo ag¨®nico en la forma en que Berg¨¦ ha buscado asegurar la trascendencia e inmortalidad de Saint Laurent. D¨ªas despu¨¦s de que se tomaran las fotograf¨ªas que ilustran este reportaje, los salones de la Avenue Marceau cesaron su actividad de creaci¨®n y se convirtieron en un mausoleo. Se transformaron en la sede de la Fundaci¨®n Pierre Berg¨¦-Yves Saint Laurent, y all¨ª se trasladaron los archivos de la casa: m¨¢s de 5.000 vestidos conservados como obras de arte, que s¨®lo se tocan con guantes de algod¨®n.
La fundaci¨®n, que preside Berg¨¦, se ha entregado a una fren¨¦tica actividad. Se han organizado muestras dedicadas al esmoquin o a la relaci¨®n con el arte. Esta ¨²ltima, ampliada gracias a la Fundaci¨®n Caixa Galicia, se vio hasta el 29 de abril en A Coru?a. "El d¨ªa antes de la inauguraci¨®n, cuando vio la exposici¨®n montada, Berg¨¦ estaba realmente emocionado", apunta Teresa Porto, la directora de la instituci¨®n. "Yo dir¨ªa que su alegr¨ªa part¨ªa de que hab¨ªa revivido la figura de Saint Laurent. En alg¨²n momento dijo que se sent¨ªa como en su momento de mayor grandeza. Les qued¨® muy mal sabor de boca al cerrar la casa de alta costura, y con la fundaci¨®n tratan de recuperar los tiempos de gloria y hacer perdurar la leyenda".
La obra de Saint Laurent entr¨® pronto en los museos. Ten¨ªa 47 a?os cuando el Metropolitan de Nueva York le dedic¨® la primera retrospectiva a un dise?ador vivo. "No creo que Diana Vreeland le hiciera un favor con eso", afirma Suzy Menkes. "Porque le hizo mirar atr¨¢s a su propio trabajo". Por exceso de autorreferencias o mero agotamiento, sus ¨²ltimos a?os en activo fueron mucho m¨¢s sombr¨ªos de lo que las cr¨®nicas aparecidas tras su muerte reflejan. Pas¨® los noventa sobrio, pero aletargado. Sus desfiles parec¨ªan momificados. Perfectos y caducos.
Duraban el doble que el resto, y un presentador segu¨ªa anunciando cada modelo. El hombre que supo anticipar como nadie los grandes movimientos de su tiempo se hab¨ªa convertido en un fantasma. Llevaba a?os recluido, saliendo lo justo de sus casas en Par¨ªs y Marraquech. "Me he convertido en un monje. Salir es mi idea de una tortura", explicaba en una entrevista ya en 1982. "Trabajo porque estoy obligado a hacerlo por la gente que depende de m¨ª. Si no creo una colecci¨®n tras otras acabar¨¢n en la calle".
Si algo marc¨® la existencia de Saint Laurent fue la urgencia vital. Su madre pensaba que sus problemas part¨ªan de haber encontrado el ¨¦xito tan joven y haberse quedado sin juventud. En todo caso, ella le dio alas pronto a sus sue?os. Lucienne Mathieu-Saint-Laurent fue el gran amor de su hijo, su inspiraci¨®n constante, su confidente y su gu¨ªa. Lucienne, que tiene hoy 95 a?os, le cri¨®, en una infancia soleada, en una casa de mujeres (ten¨ªa otras dos ni?as), y a los 17 a?os le llev¨® de la mano a Par¨ªs para conocer a Michael Brunhoff, director de la edici¨®n francesa de Vogue. Era, y todav¨ªa es, la viva y coqueta estampa de la elegancia burguesa, y ninguna musa posterior (de Catherine Deneuve a Laetitia Casta, pasando por Paloma Picasso) fue capaz de hacerle sombra.
Lucienne, escoltada por sus hijas Brigitte y Mich¨¨le, asisti¨® el 5 de junio al funeral del mayor de sus v¨¢stagos. "Nadie siente hoy tanto la p¨¦rdida de Saint Laurent como ella y Berg¨¦", apunta al d¨ªa siguiente Carlos Mu?oz-Yag¨¹e. Aun as¨ª, muchos quisieron acompa?arles: m¨¢s de 600 estaban invitados, y los que no, colapsaron los alrededores del Museo del Louvre. En la puerta de la iglesia de Saint Roch, Pierre Berg¨¦ recib¨ªa con un abrazo al presidente franc¨¦s, Nicolas Sarkozy, y a su mujer, Carla Bruni, que fue una de las modelos favoritas de Yves. "No s¨¦ c¨®mo decirte adi¨®s porque nunca podr¨¦ dejarte", ley¨® Berg¨¦ durante un servicio f¨²nebre que termin¨® con La canci¨®n de los viejos amantes, de Jacques Brel. "Las casas de alta costura de verdad fueron las de Yves Saint Laurent, Dior, Chanel y Balenciaga", dec¨ªa en enero. "Eran el sol alrededor del cual orbitaba todo lo dem¨¢s. Antes hab¨ªa incluso m¨¢s de uno a la vez, y pod¨ªa resultar incluso demasiado deslumbrante. Ahora es dif¨ªcil encontrar el sol. Estamos sumidos en la oscuridad".
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