Se evapor¨® la maldici¨®n
Los italianos han visto mucho. En cuesti¨®n de f¨²tbol, todo. Tienen f¨®rmulas para cualquier situaci¨®n. Una de las m¨¢s sabias, y hablamos del f¨²tbol, fue la de aquel entrenador al que alguien, antes del partido, espet¨® el viejo t¨®pico deportivo: "Que gane el mejor". La respuesta super¨® el terreno del deporte y entr¨® de lleno en esa ciencia inexacta que llamamos f¨²tbol: "Esperemos que no".
No existe un rival mejor que Italia cuando se busca la gesta. No basta con jugar mejor, nunca ha bastado. De ah¨ª, que los cuartos de ayer no fueran los cuartos de siempre: Espa?a tocaba su hist¨®rico l¨ªmite, su c¨¦lebre gafe, y lo tocaba adem¨¢s ante la nazionale, interlocutor sarc¨¢stico y unidad de medida. Italia racanea en los partidos mezquinos y apura el diccionario de gram¨¢tica parda, pero sabe ser gloriosa si el rival lo merece.
Los italianos no s¨®lo lucen cuatro estrellas en el pecho por los cuatro Mundiales ganados. Casi tan importantes como las estrellas son los partidos inolvidables. Aquella semifinal frente a Alemania, 4-3, en 1970, o aquella joya frente a Brasil, 3-2, en 1982. O, con perd¨®n, aquellos cuartos contra Espa?a, 2-1, en 1994. Desde el punto de vista espa?ol, el codazo de Tassotti a Luis Enrique constituy¨® una ofensa intolerable. Desde el punto de vista italiano, fue una exhibici¨®n de recursos. F¨²tbol es f¨²tbol. ?D¨®nde est¨¢ escrito que tenga que ganar el mejor? Gana quien gana, y basta. Lo dem¨¢s son an¨¦cdotas, notas a pie de p¨¢gina.
La selecci¨®n espa?ola encar¨® a los azzurri de la forma m¨¢s italiana: de miedo a miedo, de prudencia a prudencia, en una batalla por el cent¨ªmetro. Dicho as¨ª, puede parecer miserable. Lo ser¨ªa si no habl¨¢ramos de Italia. En el caso que nos ocupa, se trata de una operaci¨®n de alto riesgo. Un cruce de navajas en el callej¨®n oscuro. Casi una heroicidad.
El regodeo alcanza lo supremo cuando el aspirante se atreve a bailar con Italia en la zona Cesarini, la pista resbaladiza de los minutos de descuento. El aspirante, Espa?a, no s¨®lo hizo eso. Cerr¨® los ojos y empuj¨® hasta la pr¨®rroga, una provincia de tradicional soberan¨ªa italiana. Pr¨®rroga con empate a cero, sed, asfixia, piernas de plomo: se lleg¨® a la agon¨ªa, al cuerpo a cuerpo, la tesitura futbol¨ªstica (recu¨¦rdese: no hablamos de deporte, sino de algo m¨¢s complejo) sobre la que Italia ha fabricado su voluminoso historial.
El gui¨®n exig¨ªa apurar el c¨¢liz hasta el final y se apur¨®. Se lleg¨® a los penaltis. Donde m¨¢s duele.
?Que gane el mejor? Pues s¨ª. Por una vez. La maldici¨®n se evapor¨® sinuosa, como un suspiro. Como el tiro de Cesc. Ante Italia, nada menos.
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