La coalici¨®n de los vivos
Todo el debate acerca de la llamada justicia intergeneracional se resume en las siguientes preguntas: ?qui¨¦nes tienen m¨¢s derechos, nosotros o nuestros hijos? ?Es justo formular una "preferencia temporal por los actualmente vivos"? ?No ser¨ªa esto una versi¨®n temporal del privilegio que algunos quieren realizar en el espacio, una especie de colonialismo temporal? En ambos casos se establece una complicidad del nosotros a costa de un tercero: si en el exclusivismo de los espacios era el de fuera, en el imperialismo temporal es el despu¨¦s quien corre con los gastos de nuestra preferencia. Y esto es precisamente lo que ocurre cuando el horizonte temporal se estrecha: que tiende a configurarse una especie de "coalici¨®n de los vivos" que constituye una verdadera dominaci¨®n de la generaci¨®n actual sobre las futuras. Se ha invertido aquel asombro del que hablaba Kant cuando observaba lo curioso que era que las generaciones anteriores hubieran trabajado penosamente por las ulteriores. Hoy parece m¨¢s bien lo contrario: que con nuestra absolutizaci¨®n del tiempo presente hacemos que las generaciones futuras trabajen involuntariamente a nuestro favor.
Hacemos del futuro el basurero del presente. Nuestros hijos heredar¨¢n problemas
Deber¨ªamos dejar a nuestros sucesores alguna posibilidad de elegir en libertad
Puede estar ocurriendo que los actualmente vivos estemos ejerciendo una influencia sobre el futuro que cabe entender como una rapi?a del futuro. Hay una especie de impunidad en el ¨¢mbito temporal del futuro, un consumo irresponsable del tiempo o expropiaci¨®n del futuro de otros. Somos okupas del futuro. Cuando los contextos de acci¨®n se extienden en el espacio hasta afectar a personas del otro punto del mundo y en el tiempo condicionando el futuro de otros cercanos y distantes, entonces hay muchos conceptos y pr¨¢cticas que requieren una profunda revisi¨®n.
Este entrelazamiento, espacial pero tambi¨¦n temporal, debe ser tomado en consideraci¨®n reflexivamente, lo que significa hacer transparentes los condicionamientos impl¨ªcitos y convertirlos en objeto de procesos democr¨¢ticos. Una de las exigencias ¨¦ticas y pol¨ªticas fundamentales consiste precisamente en ampliar el horizonte temporal. Dicho sumariamente: dejar de considerar al futuro como el basurero del presente, como un lugar donde se desplazan los problemas no resueltos y se alivia as¨ª al presente.
Este tipo de evidencias ha puesto en marcha todo un conjunto de nuevas reflexiones acerca de la justicia intergeneracional. Las discriminaciones que est¨¢n vinculadas a la edad o condici¨®n generacional (que una generaci¨®n se imponga sobre otra o viva a costa de ella) plantean unos desaf¨ªos particulares al ejercicio de la justicia. La mayor parte de las decisio
nes pol¨ªticas que adoptamos tiene un impacto sobre las generaciones futuras. Por ejemplo, los problemas de la seguridad social (salud, pensiones, desequilibrios demogr¨¢ficos, seguros de desempleo) necesitan un marco temporal amplio y un enfoque cognitivo que considere los posibles escenarios futuros. ?Es moralmente aceptable transmitir a las generaciones futuras los residuos nucleares o un medio ambiente degradado o una deuda p¨²blica considerable o un sistema de pensiones insostenible? Se trata de examinar con criterios de justicia las transferencias que se realizan de una generaci¨®n a otra, la herencia y la memoria, pero tambi¨¦n las expectativas y posibilidades que se entregan a las generaciones futuras, en t¨¦rminos de capital f¨ªsico, ambiental, humano, tecnol¨®gico e institucional. Habr¨ªa que pasar de una propiedad "privada", generacional, sobre el tiempo a una colectivizaci¨®n intergeneracional del tiempo, y especialmente del tiempo futuro.
La interdependencia de las generaciones exige un nuevo modelo de contrato social. El modelo del contrato social que regula ¨²nicamente las obligaciones entre los contempor¨¢neos ha de ampliarse hacia los sujetos futuros respecto de los cuales nos encontramos en una completa asimetr¨ªa. Hay una desigualdad b¨¢sica entre el presente y el futuro que no existe entre los contempor¨¢neos. Si ¨²nicamente tenemos en cuenta el significado de nuestras acciones para nuestros intereses presentes, no seremos capaces de comprender de qu¨¦ modo incidimos en el futuro y hasta qu¨¦ punto esta repercusi¨®n nos apela en un sentido ¨¦tico y pol¨ªtico.
La cuesti¨®n de la responsabilidad frente a las generaciones futuras deber¨ªa estar en el centro de lo que podr¨ªa denominarse una "¨¦tica del futuro". Y la primera reflexi¨®n que esta nueva textura del mundo nos impone es preguntarnos a qui¨¦n hemos de considerar como "pr¨®jimo": en definitiva, pasar de una responsabilidad de las "relaciones cortas" (Paul Ricoeur) a otra cuya regla sean "las cosas m¨¢s lejanas" (Nietzsche), que el pr¨®jimo no sean simplemente los m¨¢s cercanos en el espacio o en el tiempo. El principio de responsabilidad est¨¢ orientado precisamente al futuro lejano. Y parte de la conciencia de que nos ha sido confiado algo que es fr¨¢gil: la vida, el planeta o la polis.
Los revolucionarios franceses y americanos formularon un principio que podr¨ªa denominarse de autodeterminaci¨®n generacional y que exig¨ªa el respeto ante las voluntades futuras. La historia es escenario de la libertad para todas las naciones y para todas las generaciones; por eso, nuestras decisiones deben estar abiertas a la ratificaci¨®n y la revocaci¨®n. No podemos asegurar qu¨¦ querr¨¢n los que vengan despu¨¦s, y por eso hemos de arbitrar procedimientos para dejar el futuro a su libre disposici¨®n. En ese contexto, Jefferson llega a plantear la cuesti¨®n de si todas las leyes deben ser aprobadas de nuevo, seg¨²n el ritmo de las generaciones. Afirmaba incluso que podemos considerar a cada generaci¨®n como una naci¨®n diferente con un derecho a tomar decisiones vinculantes, pero sin el poder de obligar a las siguientes, de la misma manera que no pueden obligar a los habitantes de otro pa¨ªs. Los contratos mueren con quienes los han firmado. Una posici¨®n similar parece defender actualmente el fil¨®sofo moral Peter Singer cuando se pregunta, por ejemplo, si nuestros descendientes valorar¨¢n la vida en la naturaleza o se sentir¨¢n mejor en centros comerciales climatizados, frente a juegos de ordenador incomprensibles para nosotros.
Ambos son, a mi juicio, planteamientos abstractos, ya que no toman en suficiente consideraci¨®n el solapamiento y la interacci¨®n entre las generaciones, como tampoco la imposibilidad de delimitarlas estrictamente. Aunque est¨¢ claro que debe haber cl¨¢usulas y procedimientos de revisi¨®n, cualquier interrogaci¨®n sobre la justicia entre las generaciones ha de tomar en cuenta tambi¨¦n su interacci¨®n, el hecho de que la historia no es una sucesi¨®n de discontinuidades, sino que hay v¨ªnculos entre ellas sin los cuales la idea misma de una sociedad ser¨ªa incomprensible, como los deberes de memoria o la legitimidad de configurar el futuro colectivo.
El tema no es tanto dejar libertad a las generaciones siguientes como la necesidad de legitimar nuestro inevitable condicionamiento del futuro y configurarlo de acuerdo con criterios de justicia que vayan m¨¢s all¨¢ de los intereses actuales. No podemos abandonarnos a la comodidad de manejar como ¨²nico criterio de actuaci¨®n el respeto a las decisiones futuras de la posteridad, porque incluso esa libertad de elecci¨®n de las generaciones venideras exige de nosotros la adopci¨®n de muchas decisiones. La paradoja del respeto intergeneracional podr¨ªa formularse as¨ª: hemos de tomar ahora determinadas decisiones para que ellos tengan despu¨¦s la libertad de elegir.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza y autor de El nuevo espacio p¨²blico.
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