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Reportaje:

La sombra blanca de Mandela

La redenci¨®n, el amor, pobreza y riqueza: los elementos cl¨¢sicos de los cuentos de hadas est¨¢n todos presentes en la historia de Zelda La Grange, una joven surafricana que surgi¨® de la ceguera pol¨ªtica de la clase media blanca en tiempos del apartheid y se gan¨® el afecto y la confianza de un hombre negro que en otro tiempo hab¨ªa sido el enemigo m¨¢s temido de su familia y de su tribu los afrik¨¢ners y que hoy es, por consenso general (los afrik¨¢ners incluidos), el pol¨ªtico vivo m¨¢s grande del mundo.

La Grange, de 37 a?os, ha pasado m¨¢s tiempo que nadie en compa?¨ªa de Nelson Mandela desde que ¨¦ste lleg¨® a la presidencia de Sur¨¢frica, hace 14 a?os. S¨®lo su tercera mujer, Gra?a Machel, pasa m¨¢s tiempo con ¨¦l.

La Grange ha sido su secretaria, mayordomo, ayuda de campo, portavoz, compa?era de viaje, confidente y "como dice ella, y ¨¦l est¨¢ de acuerdo" nieta honoraria, y ha tenido una relaci¨®n cada vez m¨¢s estrecha con ¨¦l desde el d¨ªa en que empez¨® a trabajar como an¨®nima mecan¨®grafa en la oficina presidencial en 1994. Cuando Mandela dej¨® su cargo, en 1999, ella se convirti¨® en su guardiana de facto, un puesto que le dio un enorme poder, adem¨¢s de acceso a todo tipo de gente famosa. Porque no ha habido -ni hay todav¨ªa- un l¨ªder pol¨ªtico, un actor de Hollywood, un cantante moderno, un futbolista famoso, que no haya so?ado con hacerse una fotograf¨ªa con ¨¦l. Lo cual quiere decir que todo el mundo, desde Bill Clinton hasta Robert de Niro, desde Elton John hasta David Beckham, ha tenido, hasta cierto punto, que congraciarse con ella. Y que, cada vez que una celebridad ha mantenido una audiencia con el noble anciano, ella siempre ha estado a su lado y ha participado en la entrevista, no como alguien del servicio, sino con todo el reconocimiento y la deferencia dignos de lo que es, un miembro del c¨ªrculo m¨¢s ¨ªntimo de Mandela.

Desde que Mandela se retir¨® formalmente de la vida p¨²blica -aunque, la verdad, s¨®lo se retir¨® a medias- en 2004, el vasto volumen de trabajo de Zelda, hasta entonces de siete d¨ªas a la semana, ha disminuido un poco. Contin¨²a organiz¨¢ndole la agenda y los dos est¨¢n permanentemente en contacto. Pero ahora Zelda tiene tiempo de ampliar sus actividades m¨¢s all¨¢ de la agenda personal de ¨¦l, y se dedica tambi¨¦n a recaudar fondos en nombre de las organizaciones ben¨¦ficas de Mandela, en especial 46664, la organizaci¨®n que toma el nombre de su n¨²mero de preso durante los 27 a?os que vivi¨® en la c¨¢rcel y cuyo objetivo es luchar contra el sida en Sur¨¢frica, el pa¨ªs con m¨¢s v¨ªctimas de la enfermedad, y en el mundo. Como tal, Zelda ha visitado varias veces Londres en los ¨²ltimos meses y es una de las principales organizadoras de las festividades por el 90? cumplea?os de Mandela.

Es durante una de esas visitas cuando acepta hablar conmigo. Me hab¨ªan advertido que le daba miedo conceder entrevistas, que le preocupaba que no se traspasaran ciertos l¨ªmites, y eso me puso doblemente en guardia. La hab¨ªa conocido brevemente en el curso de varias entrevistas y algunos encuentros ocasionales con Mandela, y me hab¨ªa parecido una temible sargento de polic¨ªa. Recordaba haber vislumbrado algo de encanto y dulzura bajo la dureza hiperprotectora, pero hab¨ªa sido precisa cierta generosidad por mi parte para detectarlo.

Mi sorpresa es total, por consiguiente, cuando me encuentro con ella en un selecto hotel de Park Lane en el que Mandela y ella suelen alojarse cuando van a Londres y, desde el momento en el que nos damos la mano, veo que es una mujer cordial, segura de s¨ª misma, decididamente m¨¢s atractiva en todos los aspectos de lo que yo recuerdo haber pensado cuando la conoc¨ª durante una entrevista que le hice a Mandela en su casa de Johanesburgo hace cinco a?os. Enseguida empiezo a hablar con ella como con cualquiera de los magn¨ªficos amigos afrik¨¢ners que hice durante los seis a?os que pas¨¦ en Sur¨¢frica. La diferencia es que este hotel constituye su h¨¢bitat natural y el m¨ªo no, ni tampoco el de mis viejos amigos afrik¨¢ners, como no lo hab¨ªa sido de ella, ni remotamente, antes de que el azar la colocara en la ¨®rbita de Mandela en agosto de 1994, tres meses despu¨¦s de que a ¨¦ste le designaran el primer presidente negro de Sur¨¢frica.

Se cri¨®, cuenta, "en un barrio residencial al norte de Pretoria, en una t¨ªpica familia afrik¨¢ner de clase media, muy poco concienciada y muy poco interesada en la situaci¨®n pol¨ªtica del pa¨ªs; muy c¨®modos en nuestra vida protegida, muy normal y muy inspirada en los valores calvinistas afrik¨¢ners".

Su padre era un ejecutivo de las Cervecer¨ªas Surafricanas que posteriormente tuvo su propia carnicer¨ªa; su madre era profesora. Votaban reflexivamente por el Partido Nacional, la formaci¨®n gobernante e inventora del apartheid, y los domingos acud¨ªan a los servicios religiosos en la Iglesia Holandesa Reformada y luego se ba?aban en la piscina familiar. "Est¨¢bamos muy ajenos a lo que pasaba pol¨ªticamente, s¨ª", confiesa La Grange, que reconoce sin reparos que su familia sab¨ªa poco y pasaba bastante de la situaci¨®n de la mayor¨ªa negra del pa¨ªs, condenada por las leyes del apartheid a ser ciudadanos de tercera clase, sin derecho a voto, sin acceso a la calidad de educaci¨®n, vivienda, trabajo, playas, parques, hoteles, restaurantes y aseos p¨²blicos que los blancos reservaban celosamente "y a menudo de forma brutal" para s¨ª mismos.

COMO ERA HABITUAL entre los afrik¨¢ners de clase media en los a?os setenta y ochenta, la familia ten¨ªa una criada negra interna. No la trataban mal, ni tampoco especialmente bien. La Grange se esfuerza en dejar claro que de ni?a no atesoraba ni un ¨¢pice de la incipiente sensibilidad pol¨ªtica que algunos surafricanos blancos a los que ha conocido aseguran haber tenido en su d¨ªa. Sin embargo, como era frecuente entre los ni?os blancos, guardaba mucho cari?o a la criada, y pasaba muchas horas en su compa?¨ªa. La vida, incluso en los m¨¢s oscuros tiempos del apartheid, ten¨ªa siempre sus matices, no era todo blanco o negro.

"Ella ten¨ªa una peque?a habitaci¨®n aparte, lo b¨¢sico, como todos los empleados dom¨¦sticos por aquel entonces, pero era frecuente que mi madre fuera a buscarme all¨ª cuando llegaba la hora de irme a la cama. Ir¨®nicamente, para m¨ª era una especie de refugio. Sin embargo, tambi¨¦n es verdad que ella viv¨ªa con arreglo a las normas de separaci¨®n que reg¨ªan entonces en Sur¨¢frica. Dispon¨ªa de su propio plato, su propia taza, sus propios cubiertos; para una ni?a, aquello no ten¨ªa especial importancia. Pero tampoco la maltratamos nunca. Nunca la tratamos de forma indigna y todav¨ªa hoy llama a mis padres de vez en cuando para preguntarles c¨®mo est¨¢n, y viceversa".

La primera vez que pens¨® en algo vagamente parecido a la pol¨ªtica fue en 1985, cuando ten¨ªa 14 a?os y llamaron a su hermano para que se incorporase al servicio nacional, que en aquel tiempo significaba servir con el ej¨¦rcito en las ciudades negras, reprimir a los que se manifestaban en favor del encarcelado Mandela y su partido prohibido, el Congreso Nacional Africano. "Entonces empec¨¦ a hacer preguntas, a querer saber por qu¨¦ ten¨ªa que hacer mi hermano aquello. Me dijeron que hab¨ªa una guerra, pero no consegu¨ª saber contra qui¨¦n". Entendi¨® algo m¨¢s cuando su hermano y ella escucharon al brutal presidente de aquella ¨¦poca, P. W. Botha, anunciar en la radio la imposici¨®n de un estado de emergencia nacional. "Recuerdo aquel momento con claridad", dice La Grange. "Y el miedo que sentimos a que, por la noche, los negros fueran a matarnos. Eso es lo que entendimos de la situaci¨®n".

?Por qu¨¦ -le pregunto- pens¨® aquella adolescente que los negros quer¨ªan matarla? "Porque lo que s¨ª sab¨ªamos era que lo que pasaba en Sur¨¢frica era siempre un problema de los negros contra los blancos. Era lo que nos hab¨ªan ense?ado la Iglesia, el colegio y el sistema, la historia que nos hab¨ªan contado".

?Significaba algo para ella el nombre de Mandela en aquel tiempo? "Creo que me enter¨¦ de su existencia m¨¢s o menos cuando se declar¨® el estado de emergencia, m¨¢s de 20 a?os despu¨¦s de que le metieran en la c¨¢rcel. Quiz¨¢ hab¨ªa o¨ªdo el nombre y que estaba en Robben Island, pero no ten¨ªa ni idea de por qu¨¦. No sab¨ªa si hab¨ªa robado un coche, para ser sincera", dice, y estalla en carcajadas. Sin sentimiento de culpa, porque Mandela, con quien ha hablado de estas cosas, la absolvi¨® hace tiempo con su propia risa. "S¨ª, bromeo con frecuencia sobre ello para dejar clara la ignorancia que ten¨ªa entonces", dice. "Crecimos en un pa¨ªs en el que no sab¨ªamos lo que estaba pasando".

?QU? REACCI?N TUVO cuando Mandela sali¨® en libertad, en febrero de 1990? "Cuando el presidente F. W. de Klerk anunci¨® que iba a dejar en libertad a los presos pol¨ªticos? nunca lo olvidar¨¦. Estaba en la piscina, y mi padre sali¨® y dijo: "Ahora vamos a pasarlo mal". Y yo pregunt¨¦: "?Qu¨¦?". Y ¨¦l respondi¨®: "No, el terrorista va a quedar en libertad". Le insist¨ª: "?Qui¨¦n es ¨¦se?". Y ¨¦l dijo: "Nelson Mandela". No hac¨ªa falta preguntar nada m¨¢s, comprend¨ª que era una persona que representaba el miedo, que provocaba miedo, que era alg¨²n tipo de amenaza?".

Ten¨ªa 20 a?os y estaba pensando en su futuro. Ten¨ªa aspiraciones de ser actriz, pero su padre le advirti¨® de que, salvo que llegara a Hollywood, ser¨ªa pobre como una rata, de modo que tal vez le conven¨ªa tener una segunda opci¨®n. "Por una vez le hice caso y estudi¨¦ para ser secretaria ejecutiva". Con el tiempo hizo lo mismo que muchos otros j¨®venes afrik¨¢ners de Pretoria: consigui¨® un puesto en la burocracia del Gobierno. Primero como mecan¨®grafa en el departamento de gastos estatales y luego como secretaria. En 1994, mientras el pa¨ªs experimentaba su revolucionaria transici¨®n pol¨ªtica, las principales preocupaciones de La Grange eran econ¨®micas, especialmente c¨®mo pagar el alquiler de su piso. Necesitaba encontrar un trabajo m¨¢s cerca de casa y se enter¨® de que hab¨ªa quedado libre un puesto de mecan¨®grafa en las oficinas del presidente, no directamente con Mandela, sino con su oficina econ¨®mica, de modo que lo solicit¨®. Sin embargo, al ir a entrevistarse a Union Buildings, se vio acorralada por la secretaria privada de Mandela, Mary Mxadana, que buscaba desesperadamente a gente que trabajara con ella. Sin darse cuenta, La Grange se convirti¨® en mecan¨®grafa del equipo personal del presidente.

"Llevaba dos semanas trabajando all¨ª -esto era en agosto de 1994- cuando me encontr¨¦ con ¨¦l por primera vez, mientras iba al despacho de Mary a coger un documento. ?l sal¨ªa cuando yo entraba, y me dieron escalofr¨ªos. Para entonces hab¨ªa empezado a leer sobre ¨¦l. Sab¨ªa que era un hombre cordial. Le hab¨ªa visto saludar a otras personas, pero nunca hab¨ªa hablado con ¨¦l. Pero entonces me top¨¦ con ¨¦l, como digo, y empez¨® a dirigirse a m¨ª en afrikaans, y no le entend¨ª a la primera porque lo ¨²ltimo que me esperaba era que me hablase en mi propia lengua. Su afrikaans era perfecto, pero yo estaba tan nerviosa que no entend¨ª lo que me dec¨ªa. Estaba toda temblorosa".

?Por qu¨¦? "Porque ten¨ªa miedo, no sab¨ªa qu¨¦ esperar de ¨¦l, si iba a despedirme, a humillarme? e inmediatamente me entr¨® ese sentimiento de culpa que tienen todos los afrik¨¢ners". ?Culpa? ?Respecto a los negros en general, o a ¨¦l en concreto? "No, respecto a ¨¦l en concreto, porque estaba claro que ya no ten¨ªa 60 a?os, ten¨ªa 75 en aquel momento, y que era un anciano, y lo primero que una pensaba era: "?Yo envi¨¦ a este hombre a la c¨¢rcel!. ?Mi gente envi¨® a este hombre a la c¨¢rcel! Yo hab¨ªa sido parte de aquello incluso aunque no pudiera votar. Hab¨ªa sido parte de aquello, de los que hab¨ªan encerrado a una persona como ¨¦l toda su vida. As¨ª que empec¨¦ a llorar. Y ¨¦l me cogi¨® la mano".

?DE VERDAD EMPEZ? A LLORAR? "S¨ª, bueno... no con sollozos, pero me emocion¨¦ mucho, s¨ª, y derram¨¦ unas cuantas l¨¢grimas. No pude impedirlo. Sali¨® todo a la vez. Seguramente, tambi¨¦n el hecho de que no sab¨ªa qu¨¦ hacer -ten¨ªa 23 o 24 a?os-. No hab¨ªa hablado con ning¨²n presidente en mi vida. Pero ¨¦l se limit¨® a cogerme de la mano y a seguir habl¨¢ndome, y, cuando vio que segu¨ªa tan emocionada, me puso la otra mano en el hombro y dijo: "No, no, no... no es necesario, es una reacci¨®n excesiva". Me calm¨¦, quiz¨¢ sonre¨ª, y empez¨® a preguntarme cosas. ?D¨®nde hab¨ªa crecido? ?A qu¨¦ se dedicaban mis padres? Acabamos hablando unos cinco minutos. Pero no es que me tratase de forma especial, hablaba igual con todos los miembros del equipo, negros y blancos; les preguntaba por su historia, su familia...".

No fue, como dice La Grange, una conexi¨®n instant¨¢nea. El momento decisivo lleg¨® al a?o siguiente, en 1995. ?Entr¨¦ un d¨ªa en su despacho a ponerle un t¨¦ y me dijo: "Quiero que vengas a Jap¨®n conmigo". Entonces no conoc¨ªa bien la mec¨¢nica del Gobierno, por no decir nada, y mi respuesta fue: "Muchas gracias, se?or presidente [se r¨ªe al recordarlo] pero, por desgracia, no tengo dinero suficiente para ir a Jap¨®n". Y ¨¦l empez¨® a re¨ªrse de mi ingenuidad. Me dijo: "No, tienes que ir a ver al profesor Gerwel [el director general de la presidencia], y ¨¦l te explicar¨¢ el pago y el protocolo". Despu¨¦s comprend¨ª que se trataba de uno de esos casos en los que Madiba [el nombre tribal honorario por el que muchos conocen a Mandela] demostr¨® lo gran estratega que es. Sab¨ªa que en aquel momento era importante ense?ar al mundo que ¨ªbamos a aceptar todas las culturas, que iba a haber blancos trabajando con nosotros".

Es verdad, le digo. La gente, a veces, ha preferido considerarle una especie de presidente por azar, una especie de Chauncey Gardner [el personaje de la novela y la pel¨ªcula Bienvenido, Mr. Chance], lleno de bondad, pero sin ninguna astucia. Y nada est¨¢ m¨¢s lejos de la verdad. Es, como dec¨ªa su amigo y bi¨®grafo oficial, el difunto Anthony Sampson, -un maestro de las im¨¢genes pol¨ªticas-, alerta y consciente del poder de persuasi¨®n del simbolismo.

"S¨ª, s¨ª, ¨¦se es ¨¦l, cien por cien", dice La Grange. "De modo que fuimos a Jap¨®n. Para m¨ª fueron unas vacaciones. Despu¨¦s seguimos a Corea del Sur y yo ?no hice nada! Me limitaba a aparecer en las cenas mientras otros hac¨ªan todo el trabajo. Fue verdaderamente una cosa estrat¨¦gica, llevarme en el viaje. No trabaj¨¦ absolutamente nada y me limit¨¦ a que me presentaran a jefes de Estado y de Gobierno, emperadores y una lista de personas importantes, como si yo fuera fundamental para la existencia del planeta. No escrib¨ª nada a m¨¢quina, no hice nada".

Pero despu¨¦s de aquel viaje las cosas cambiaron. "Empez¨® a llamarme cada vez m¨¢s para hacer cosas personales, escribir cartas a m¨¢quina, asistir a reuniones para tomar notas. Entonces, en 1996, insisti¨® en que fuera con ¨¦l durante su visita de Estado a Francia; segu¨ªa siendo mecan¨®grafa, pero en esta ocasi¨®n no se llev¨® a ninguna otra secretaria. De pronto me encontr¨¦ con que ten¨ªa que hacer todo el trabajo de las secretarias en el extranjero, yo sola. No me qued¨® m¨¢s remedio que esforzarme en aprender c¨®mo se hac¨ªan las cosas, en qu¨¦ consist¨ªa una visita de Estado, lo que ten¨ªamos que hacer. Y a partir de ah¨ª fui participando cada vez m¨¢s, por ejemplo, en las cosas relacionadas con su vida privada. ?l insist¨ªa en que le acompa?ara a todas partes: cuando iba a visitar una comunidad afrik¨¢ner t¨ªpica, quer¨ªa que fuera con ¨¦l. A sus ojos, yo era la personificaci¨®n de la t¨ªpica b¨®er, y a m¨ª me encantaba. No dejaba de aprender".

Deb¨ªa de ser mucho m¨¢s que un trabajo normal de oficina, ?verdad? "S¨ª, por supuesto. Trabajaba a todas horas. Cambiaron mi t¨ªtulo por el de secretaria privada adjunta. El presidente trabajaba much¨ªsimo. Estaba en pie hasta la una o las dos de la madrugada, hablando y llamando por tel¨¦fono, a veces toda la noche, y nunca recuperaba el sue?o perdido. Y yo siempre estaba all¨ª, lista para reaccionar a toda prisa. Facilit¨® las cosas el hecho de que ten¨ªa una edad en la que dispon¨ªa de mucha energ¨ªa y no ten¨ªa m¨¢s compromisos que mi trabajo". La rapidez de reacci¨®n de La Grange fue lo primero que llam¨® la atenci¨®n sobre ella a Mandela, que es un obseso de la puntualidad. "Siempre ha sido muy puntual, no le gusta hacer perder el tiempo a nadie. Es seguramente la ¨²nica cosa que verdaderamente le desagrada, que la gente llegue tarde a una reuni¨®n y cualquier falta de honradez. Yo estoy de acuerdo. Los dos ten¨ªamos la misma sensaci¨®n de urgencia. Adem¨¢s, yo ten¨ªa una cosa muy afrik¨¢ner, que es el respeto a las ¨®rdenes del jefe y a los mayores, la sumisi¨®n ante la persona que est¨¢ al mando, y estaba muy contenta porque me hab¨ªan educado as¨ª. Pero s¨ª, quiz¨¢ lo m¨¢s importante fue que yo respond¨ªa con m¨¢s rapidez que otros colegas y que prestaba una atenci¨®n minuciosa a los detalles".

CUANDO MANDELA se retir¨® de su cargo de presidente en 1999, un a?o despu¨¦s de cumplir 80 a?os y de haberse casado -precisamente el d¨ªa de su cumplea?os- con Gra?a Machel, la relaci¨®n de La Grange con ¨¦l pas¨® a un plano completamente nuevo. "Cuando dej¨® la presidencia, le permitieron llevarse a una persona con ¨¦l. Era un privilegio que el Gobierno daba a todos los ex presidentes, y me pregunt¨® si quer¨ªa ser la que siguiera trabajando para ¨¦l". Trasladaron sus oficinas de Union Buildings, un enorme complejo de principios del siglo XX sobre una colina que domina Pretoria, a la que hab¨ªa sido la casa de Mandela antes de ser presidente en Houghton, un barrio acomodado de Johanesburgo. "De la noche a la ma?ana perdimos nuestra infraestructura. No m¨¢s l¨ªneas de tel¨¦fono ni de fax, y, sin embargo, todo el mundo esperaba mucho de ¨¦l y cada vez hab¨ªa m¨¢s peticiones para verle, para que participase en cosas, y yo no daba abasto. Ten¨ªamos de 150 a 300 llamadas de tel¨¦fono, solicitudes por fax y propuestas diarias, as¨ª que nombramos a uno o dos ayudantes m¨¢s. Al final creamos la Fundaci¨®n Nelson Mandela, que nos permiti¨® empezar a construir otra vez nuestra propia estructura".

Mandela se dedic¨® personalmente a recaudar dinero para la fundaci¨®n -que funciona junto al Fondo Nelson Mandela para la Infancia, la Fundaci¨®n Mandela Rhodes, un programa de becas africanas y 46664-, con la misma energ¨ªa obstinada que hab¨ªa exhibido en sus 50 a?os de lucha para liberar a su pueblo. En La Grange encontr¨® a una persona que ten¨ªa la misma energ¨ªa y el mismo celo que ¨¦l.

"SE DESARROLL? ENTRE NOSOTROS un respeto mutuo. Madiba valoraba que yo intentaba proporcionarle lo que necesitaba para lograr lo que quer¨ªa sin la gran estructura de apoyo con la que hab¨ªamos contado durante la presidencia, ve¨ªa que yo intentaba hacerlo lo mejor posible. Era muy tolerante y se convirti¨® en el mejor mentor que se pod¨ªa desear. Por supuesto, empec¨¦ a saber de antemano c¨®mo iba a reaccionar ¨¦l ante cualquier situaci¨®n concreta porque, cuando se ve a una persona todos los d¨ªas durante un periodo de 10 a?os, una aprende a prever lo que piensa y c¨®mo va a responder; y eso facilit¨® las cosas. Tambi¨¦n se dio cuenta de que le ten¨ªa afecto como ser humano, e intimamos a¨²n m¨¢s, como un abuelo y una nieta. Por eso empec¨¦ a llamarle khulu, que significa abuelo en xhosa [la lengua de Mandela]. No era s¨®lo el trabajo de oficina. Era tambi¨¦n viajar juntos, a menudo con largos trayectos de avi¨®n. Entre mis deberes en esos viajes figuraba asegurarme de que le sirvieran el desayuno a la hora debida y con las cosas m¨¢s parecidas posibles a lo que le gustaba. Luego me sentaba a desayunar con ¨¦l. Era inevitable que intim¨¢semos. Otros ex presidentes viajan con delegaciones de, al menos, cinco ayudantes, y algunos de ellos tienen un perfil mucho menor que Madiba. Yo ten¨ªa que desempe?ar muchas tareas, y s¨®lo llev¨¢bamos el personal m¨¦dico y el de seguridad. Sigo pensando que es un milagro que logr¨¢ramos mantener un equipo tan simple a su alrededor, pero me gustar¨ªa pensar que adem¨¢s hemos hecho cosas, pese a la categor¨ªa que tiene y todo lo que se exige de ¨¦l".

A La Grange y Mandela les un¨ªa tambi¨¦n lo fren¨¦tico de sus agendas. Desarrollaron una solidaridad como la de los soldados que est¨¢n en primera l¨ªnea de combate. "De 1999 a 2004, cuando anunci¨® su supuesta jubilaci¨®n, fueron los que yo llamo los a?os locos. Entonces, a pesar de la enorme atenci¨®n que prestaba a la fundaci¨®n, el proceso de paz de Burundi y otras expectativas, la vida se guiaba en gran parte por los acontecimientos mundiales. Ten¨ªa libertad, hasta cierto punto, para hacer lo que quer¨ªa, pero tambi¨¦n se ve¨ªa abrumado por cosas que no eran prioritarias, y eso le robaba gran cantidad de energ¨ªa. Llegaba al despacho a las 8.30, ten¨ªa cinco o seis citas con gente -cada visitante quer¨ªa una foto, un aut¨®grafo y toda la atenci¨®n- y luego se iba a casa a comer, y despu¨¦s ten¨ªa m¨¢s reuniones por la tarde, o se montaba en un avi¨®n para ir a alg¨²n sitio. Hac¨ªamos 12 o 13 viajes internacionales largos al a?o, incluso cuando estaba a punto de cumplir 85 a?os. Me alegraba cuando la se?ora Machel pod¨ªa acompa?arnos. Iba muchas veces, pero tambi¨¦n estaba muy ocupada con su propia fundaci¨®n y su labor internacional".

DA LA IMPRESI?N de que no s¨®lo ten¨ªa un trabajo de siete d¨ªas a la semana, sino de 24 horas al d¨ªa. "S¨ª, pr¨¢cticamente, durante esos a?os locos. Estaba en el despacho a las siete de la ma?ana, porque a ¨¦l le gusta tener ordenada su mesa de determinada forma, sus bol¨ªgrafos, sus peri¨®dicos y el programa del d¨ªa, y le gusta que las cosas se hagan en un orden determinado. A las ocho empezaban a sonar los tel¨¦fonos y, a partir de ese momento, era el no parar, as¨ª que prefer¨ªa preparar todo para su llegada antes de que se desatara la locura diaria. Los visitantes eran todo tipo de gente, un primer ministro, un presidente, un ex presidente, un l¨ªder mundial, alguien de fama mundial, un sindicalista, un DJ, jefes rebeldes de Burundi, gente normal como un ciego que le escribi¨® una carta y entonces Mandela le invit¨® a visitarle. Yo organizaba los programas, la log¨ªstica, el protocolo, los viajes, los medios, etc¨¦tera. Lo m¨¢s agradable del trabajo era asistir con ¨¦l a las reuniones; lo peor, las peticiones y llamadas telef¨®nicas interminables, la continua necesidad de responder correos electr¨®nicos de cualquier oportunista persistente. Muchas veces estaba hasta la noche desbrozando todo aquel volumen de cosas. No pod¨ªa dejarlo para el d¨ªa siguiente porque entonces llegaba otro tanto. De todas partes llegaban peticiones para que les dedicara su tiempo".

Pese a todo, siempre daba gusto trabajar con Mandela, insiste. "Una de las personas m¨¢s agradables del mundo, aunque pone sus condiciones b¨¢sicas. Le gusta un agua determinada, siempre tiene que tener un reposapi¨¦s en la habitaci¨®n y las comidas hay que serv¨ªrselas a una hora concreta. La comida tiene que ser muy sencilla, como la que le preparan en casa, alimentos cocinados, fruta y cosas sanas. No siempre es f¨¢cil conseguir una comida sencilla en un hotel de cinco o seis estrellas, y en todos los viajes ech¨¢bamos enseguida de menos la comida del cocinero xhosa que tanto tiempo lleva con ¨¦l, Xoliswa".

?Alguna an¨¦cdota especial? "Uf, hay tantas... pero he aqu¨ª una. Hubo un caso en los tribunales con el que tuvo algo que ver, contra el presidente de la federaci¨®n de rugby, Louis Luyt. Fui con ¨¦l al juzgado y lo primero que hizo fue acercarse a los abogados, la gente de Luyt, y darles la mano. Pens¨¦: "?Por qu¨¦ hace eso? ?Esa gente es el enemigo!". Y en la pausa para el t¨¦ le pregunt¨¦: "?Por qu¨¦ lo ha hecho?". Contest¨®: "No, no, no. Si haces eso, haces que la gente se sienta c¨®moda". Lo que quer¨ªa decir era que no hay que dejar que el enemigo decida el terreno de batalla, y ¨¦sa se convirti¨® en una de las lecciones m¨¢s importantes que he aprendido en la vida. Pero volvi¨® a sorprenderme porque, despu¨¦s de que ganaran el caso en los tribunales -aunque luego el tribunal constitucional lo desestim¨®-, tuvimos una visita del presidente Chirac de Francia. Todo el mundo quer¨ªa ir al banquete de Estado y a m¨ª me toc¨® elaborar la lista de invitados. El presidente me llam¨® y me dijo: "?Tenemos que invitar a los abogados de Louis Luyt!". Al principio no lo hice y confi¨¦ en que no estuviera hablando en serio, pero ¨¦l volvi¨® a record¨¢rmelo y no tuve m¨¢s remedio que incluirlos. Ellos no supieron qu¨¦ decir cuando vieron que les hab¨ªan invitado, pero as¨ª es Madiba. Venga de donde venga una persona, siempre tiende la mano y ofrece su amistad".

AL O?R LA GRABACI?N de la entrevista, me sorprende darme cuenta de que La Grange utiliza la primera persona del plural para referirse a cosas que, en principio, uno podr¨ªa pensar que s¨®lo tienen que ver con Mandela. Por ejemplo, hablando del caso en los tribunales. Verdaderamente se convirtieron en familia; ella hab¨ªa nacido dentro de la vieja raza opresora, pero ¨¦l se convirti¨® en su khulu. "S¨ª, ha pasado a ser parte de mi vida. Es como un abuelo que se interesa por mi vida personal". Habr¨ªa sido extra?o en caso contrario, porque, seg¨²n los c¨¢lculos de La Grange, hicieron juntos m¨¢s de 96 viajes. Y por el camino conocieron pr¨¢cticamente a todas las personas famosas del mundo (ninguna m¨¢s famosa que el propio Mandela).

Ahora que Mandela se dispone a cumplir 90 a?os, La Grange no tiene ya una relaci¨®n tan obsesiva con ¨¦l. Todav¨ªa le organiza el programa diario y la oficina, se encarga de las relaciones p¨²blicas y de mantenerse en contacto con quienes donan generosamente a las organizaciones ben¨¦ficas de Mandela. "Cada vez me absorben m¨¢s otros deberes dentro de la fundaci¨®n, sobre todo 46664, porque siento apasionadamente la necesidad de hacer algo para mitigar la crisis del sida en nuestro pa¨ªs, que afecta a los derechos humanos. El sida puede evitarse y, sin embargo, destruye millones de vidas cada a?o. Y todav¨ªa me preocupo por los detalles. Si planeamos una cena, me encargo de que las cosas se hagan como le gusta a Madiba. Siempre ha sido muy minucioso para los detalles".

Mandela es seguramente lo m¨¢s parecido que tiene el mundo a un santo laico, pero ?es de suponer? no va a vivir eternamente. La Grange est¨¢ resignada a su mortalidad, a la que se supone que ser¨¢ una muerte razonablemente inminente, con un sentido fatalista bastante africano. ?Nos llega a todos?, es lo ¨²nico que dice cuando saco el tema. "La verdad es que est¨¢ tan bien como puede estar una persona de 90 a?os. Est¨¢ deseando asistir a los actos, donde se ver¨¢ rodeado por viejos partidarios y amigos. Est¨¢ excepcionalmente bien. Su presi¨®n sangu¨ªnea es seguramente mejor que la m¨ªa o la suya, y el coraz¨®n, los pulmones y otros ¨®rganos vitales est¨¢n en mejor forma que los de la mayor¨ªa de los j¨®venes de hoy. Claro que, a los 90 a?os, si uno tiene un problema en la rodilla, se deja notar. Tambi¨¦n el o¨ªdo, la vista y esos dolores y molestias de los que todos nos quejamos a medida que cumplimos a?os. Pero su sentido del humor es tan agudo como siempre".

?Qu¨¦ es lo mejor de ¨¦l? "Muy f¨¢cil. Su humanidad. C¨®mo es un magn¨ªfico ser humano. La pregunta que m¨¢s veces hace la gente es si verdaderamente no guarda resentimiento, y es muy f¨¢cil de responder: ?No! No ha mostrado nunca ni una grieta. Si hubiera sido yo, ?ni hablar! ?l es un ser humano especial, extraordinario. Muy generoso, y se ve en el inter¨¦s que tiene por la gente corriente. Cuando te pregunta c¨®mo est¨¢ tu padre, verdaderamente quiere saberlo. Siempre me pregunta c¨®mo est¨¢n los m¨ªos, c¨®mo est¨¢ mi hermano; me pregunta por los novios que puedo tener en un momento dado, un tema sobre el que me toma el pelo sin cesar. Todo mi equipo est¨¢ compuesto por mujeres y ¨¦l nos toma el pelo a todas sobre cuestiones personales, como har¨ªa cualquier aut¨¦ntico abuelo".

?QU? VALOR HA TENIDO ESTAR tan cerca de ¨¦l durante los ¨²ltimos 14 a?os? ?Es mejor persona? "?Oh, desde luego! No quiero ponerme filos¨®fica, pero a veces me pregunto: -?Qu¨¦ ten¨ªa mi vida de malo que he tenido que cambiar tanto?-. La verdad, no creo que una sola persona merezca todos los privilegios que yo he tenido en estos 14 a?os. Me ha hecho distinta, me ha hecho pensar y abordar la vida de forma distinta, equilibrada y positiva. Me gusta pensar que mi padre me educ¨® en el sentido com¨²n, pero ahora veo que adem¨¢s hay que meditar bien las cosas, desde lo m¨¢s peque?o que te rodea hasta los grandes temas pol¨ªticos, para comprender verdaderamente la vida y sus retos. Mandela es una persona asombrosa. El presidente Clinton dijo una vez que nos inspira a todos a ser las mejores personas posibles, y es verdad".

Gracias tambi¨¦n a ¨¦l, dice, es una persona m¨¢s amable que antes. "Desde luego, me ha ense?ado a ser respetuosa con toda criatura viviente".

Le hago, pues, una pregunta sencilla y directa: ?Le quiere? No duda en su respuesta: "Desde luego", dice. ?Se puede hablar de amor? "S¨ª, sin ninguna duda". De modo que la siguiente pregunta es c¨®mo consigue conciliar el papel de nieta con lo que sigue siendo formalmente, una empleada remunerada. "Hay que aprender a guardar el equilibrio. Nunca he invitado a Madiba a mi casa para una braai [barbacoa] familiar, nunca le he pedido una foto de los dos salvo cuando es ¨¦l quien me pide que posemos juntos. Soy una empleada y nunca lo olvido. Respeto los l¨ªmites, nunca adopto un tono demasiado familiar ni creo que tengo derecho a algo, y trato de darle el espacio que necesita, lo cual hace que le proteja ferozmente".

?Hay algo de Mandela que no le guste? "No. Nada. Nada". ?Al menos alg¨²n defecto que le haya encontrado? Por ejemplo, le digo, su gran amigo de toda la vida y compa?ero de c¨¢rcel, el gran y difunto Walter Sisulu, me dijo en una ocasi¨®n que, si ten¨ªa una debilidad, era quiz¨¢ su tendencia a confiar demasiado en la gente. "Es verdad, es verdad. Es muy confiado. Tiene una frase: "No dudes de la integridad de otra persona sin motivo, porque podr¨ªa ser un reflejo de la tuya". No pone en duda la integridad de otra persona hasta que las pruebas se lo demuestran, y eso ha hecho a veces que tuvi¨¦ramos diferencias, porque ¨¦l es demasiado amable con la gente y yo le insto a ver sus verdaderas intenciones m¨¢s deprisa. Yo soy c¨ªnica, a veces demasiado, al pensar en los motivos que mueven a las personas". ?Y su cinismo y la extrema generosidad de ¨¦l han chocado alguna vez? "S¨ª, pero ¨¦l no ve m¨¢s que lo mejor de cada uno. ?Cree que alguna vez se le acerca alguien para mostrarle sus peores aspectos? No. En cambio, los dem¨¢s s¨ª los vemos. Yo veo todas las ideas que llegan, las ideas aprovechadas y oportunistas con las que a veces se le acerca la gente, que indican claramente una explotaci¨®n. La Fundaci¨®n Nelson Mandela se ha propuesto protegerle contra la explotaci¨®n comercial. As¨ª que yo tengo una actitud diferente. Tengo un gigantesco sistema de banderas rojas. Es parte de mi trabajo".

Este papel de guardiana debe hacer que la gente se enfade con ella, ?no? "?Oh, s¨ª! Creo que tengo m¨¢s enemigos que cualquier otra persona que conozco. Lo pienso a menudo, porque no me gusta decepcionar a la gente. Se vuelve un poco negativo cuando hay que decir a la gente no, no, no, 200 veces al d¨ªa. Una gran parte de este trabajo consiste en decir: "No, no puede verle". Pero luego pienso que no asum¨ª este puesto para ganar un concurso de popularidad y que mi principal objetivo es proteger los intereses de Madiba y hacer realidad su deseos; mientras lo haga, no debe importarme qui¨¦n se enfada conmigo ni por qu¨¦".

?A qu¨¦ puede dedicarse despu¨¦s de esto? "Seguramente trabajar¨¦ como consultora, asesorar¨¦ a empresas sobre la estructura de sus oficinas para contribuir a apoyar y mejorar las funciones de sus directivos, organizar actos, ese tipo de cosas, y siempre est¨¢ 46664. No me veo trabajando para otra persona, como un presidente, o un famoso, o alg¨²n otro ex presidente. No podr¨ªa".

Dice que a veces ha luchado para creerse los privilegios que ten¨ªa. Sin embargo, como prueba de que nadie est¨¢ nunca totalmente satisfecho, confiesa que lamenta algunas cosas, que tiene deseos no cumplidos. "Es verdad. He tenido mucha suerte. Pero por el camino ha habido muchos sacrificios personales. Por ejemplo, no tener ninguna vida social durante mucho tiempo, y tengo 37 a?os. El trabajo ha hecho que me fuera muy dif¨ªcil confiar en las personas y en lo que pretend¨ªan, y he aprendido algunas lecciones muy caras. He viajado por todo el mundo, he conocido a mucha gente y s¨¦ que soy extraordinariamente privilegiada, pero mis amigos han encontrado satisfacci¨®n con las cosas normales, y yo no; tienen hijos, y yo no. Ser¨ªa bonito llevar a mis hijos al colegio. Despu¨¦s de vivir una vida tan extraordinaria, hay tendencia a desear las cosas sencillas. No obstante, tengo tres Boston terriers que son mis hijos en todos los sentidos? aunque les resulta dif¨ªcil cuando viajo. Si tuviera que volver a vivir mi vida, me gustar¨ªa que volviera a pasar lo mismo, pero me pregunto si no me gustar¨ªa tener unos hijos a los que contar todas mis historias. Es humano?".

Lo que es evidente es que ha recorrido un largo camino desde el norte de Pretoria. La Grange, que ya no es ignorante ni aislada, que ya no es -ni por asomo- corriente, se despide afectuosamente de m¨ª en la puerta del hotel, bajo la mirada serena de los porteros con sus libreas verdes, y se va paseando al sol de la tarde en direcci¨®n sur por Park Lane, una mujer enormemente segura y elegante, con un pasado fabuloso detr¨¢s y un rico futuro por delante que, con suerte, incluir¨¢ un regalo que habr¨ªa sido algo asombroso -y m¨¢s- cuando era ni?a: un bisnieto blanco para Nelson Mandela.

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