?Por qu¨¦ puede matar un ni?o?
La ni?a se llamaba Mili Balizan y ten¨ªa apenas dos a?os. Los curtidos forenses que hicieron la autopsia tuvieron que echar mano de toda su capacidad de contenci¨®n para que la cabeza no les diera vueltas. Y los tambi¨¦n curtidos agentes que interrogaron a los presuntos asesinos quedaron estupefactos por la forma en que, apenas sin resistencia, explicaron los desgarradores detalles del crimen. No s¨®lo la hab¨ªan asesinado. La hab¨ªan torturado s¨¢dicamente. Y tanto como la brutalidad del asesinato, lo que conmocion¨® a los agentes fue la edad de los autores: dos ni?os de siete y nueve a?os.
Sucedi¨® el domingo 18 de mayo pasado, en un barrio muy pobre de los arrabales de Buenos Aires. C¨¦sar y Ezequiel. Dos nombres m¨¢s para la estremecedora lista de los ni?os asesinos. Pobres diablos convertidos en demonios, cuya existencia nubla la raz¨®n; porque si hay algo m¨¢s horrible que un horrible crimen es que quien lo cometa sea un ni?o. Criminales en la edad de la inocencia. ?C¨®mo es posible semejante contrasentido?
"Ni?os violentos, ciertamente los hay, pero casos en los que esa violencia se lleve al extremo de matar son muy excepcionales. Lo que ocurre es que nos sobrecogen especialmente porque se supone que son inocentes, como nos sobrecoge la idea de que un ni?o, que todav¨ªa no ha vivido, pueda suicidarse", afirma Enrique Echebur¨²a, catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa Cl¨ªnica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco. "Los ni?os asesinos son la excepci¨®n de la excepci¨®n", corrobora Antonio Andr¨¦s Pueyo, catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa de la Universidad de Barcelona. "La violencia nos repugna porque en el proceso de socializaci¨®n hemos desarrollado mecanismos de inhibici¨®n, de manera que, cuando vemos comportamientos violentos, nos parecen antinaturales, y mucho m¨¢s si se dan en ni?os. En realidad, hay muchos ni?os dif¨ªciles, pero s¨®lo unos cuantos llegan a ser violentos, y muy pocos, poqu¨ªsimos, llevan esa violencia a situaciones extremas".
Son muy pocos, ciertamente, pero cuando ocurre, todo nuestro andamiaje moral se nos tambalea. ?C¨®mo es posible? El crimen de Buenos Aires ha tra¨ªdo a la memoria la imagen borrosa de aquel otro ni?o de dos a?os que era llevado de la mano por dos muchachos algo mayores que ¨¦l hacia la salida de un supermercado de Merseyside, en las afueras de Liverpool. El peque?o James Bulger fue encontrado muerto, destrozado, en las v¨ªas del tren, y su imagen sigue grabada a fuego en la memoria de muchos padres, que agarran con fuerza la mano de sus hijos cuando entran en un lugar que les recuerde aquel escenario.
El crimen ocurri¨® un g¨¦lido 12 de febrero de 1993. El ni?o hab¨ªa sido tan salvajemente torturado que el juez dio instrucciones de que en el sumario se omitieran los detalles m¨¢s escabrosos. Los asesinos, Robert Thomson y Jon Venables, ten¨ªan 10 a?os. Parec¨ªa un suceso tan incomprensible como excepcional, y, sin embargo, apenas un a?o despu¨¦s, otros dos ni?os de seis a?os mataron a uno de cinco en Noruega, y en marzo de 2003, en Nueva Jersey (Estados Unidos), otro ni?o de 10 rapt¨®, viol¨®, golpe¨® y mat¨® a Amir Beeks, de apenas tres a?os, que hab¨ªa quedado al cuidado de su hermanita en una biblioteca mientras su madre iba al lavabo.
?C¨®mo es posible que un ni?o pueda llegar a matar de esa forma? Para que un ni?o se convierta en asesino han de darse, seg¨²n Echebur¨²a, una serie de condiciones: "Que haya un da?o cerebral que afecte a los mecanismos reguladores de la conducta y provoque una impulsividad extrema, o que tenga alguna vulnerabilidad de tipo biol¨®gico o psicol¨®gico". Andr¨¦s Pueyo a?ade que para que una acci¨®n acabe en un homicidio se requieren dos tipos de componentes: de personalidad y de oportunidad. "El ni?o que mat¨® a su hermano de tres meses llen¨¢ndole la boca de arena hizo algo que no puede extrapolarse a otros tipos de violencia. Lo mismo que la ni?a alemana que acab¨® tirando por la ventana a una hermanita a la que persegu¨ªa para arrancarle los pendientes. Son ni?os, y en estos casos no hay intencionalidad de matar. Lo que sucede es que, en una situaci¨®n emocional determinada -de celos, por ejemplo-, se encadena una serie de actos que pueden incluir la violencia, y que si se dan ciertas circunstancias pueden acabar en un homicidio. En la violencia infantil, los componentes de oportunidad son muy importantes", insiste.
La peque?a Kayla Rolland fue v¨ªctima de uno de esos componentes de oportunidad. La mat¨® en marzo de 2000, en un colegio de Michigan (EE UU), un ni?o se seis a?os, compa?ero de clase, con el que se hab¨ªa peleado un d¨ªa antes. El ni?o viv¨ªa en una chabola, en un entorno familiar ca¨®tico dominado por las drogas. Quiso vengarse de su compa?era y encontr¨® su oportunidad: cogi¨® sin problemas una pistola de sus padres, se fue al colegio, y en medio de la clase sac¨® el arma y dispar¨® contra la ni?a. Luego corri¨® a encerrarse en los lavabos.
Adem¨¢s de oportunidad, en muchos homicidios infantiles hay tambi¨¦n elementos de imitaci¨®n, porque la violencia puede ser muy contagiosa. Para que ese ni?o pudiera matar a Kayla ten¨ªa que haber visto una pistola en su casa, saber c¨®mo se carga y c¨®mo se dispara, y haber interiorizado como algo normal que ¨¦sa es una forma de resolver los conflictos. No todos los ni?os asesinos viven en ambientes degradados, pero en la corta biograf¨ªa de muchos de ellos aparece un elemento en com¨²n: abandono y malos tratos.
En los informes psiqui¨¢tricos, el asesino de la biblioteca de Nueva Jersey fue calificado como un ni?o conflictivo y solitario, que no ten¨ªa amigos y siempre estaba en la calle con su bicicleta, insultando a todo el que le dirigiera la palabra. La madre hab¨ªa muerto tiempo atr¨¢s y viv¨ªa s¨®lo con el padre, que hab¨ªa sido acusado de abusos. Tambi¨¦n C¨¦sar y Ezequiel merodeaban todo el d¨ªa por las calles del suburbio de Buenos Aires en el que viv¨ªan. Hab¨ªan sido abandonados por su padre y estaban al cuidado de una madre que, sin medios de vida, se hab¨ªa refugiado con sus cinco hijos en la chabola de la abuela. Absolutamente sobrepasada, ten¨ªa tantos problemas para controlarlos como para controlarse; cuanto peor se portaban, m¨¢s les golpeaba.
Robert Thompson, el dominante de la pareja de asesinos de Liverpool, era el quinto de siete hermanos. El padre les hab¨ªa abandonado tambi¨¦n cuando ¨¦l ten¨ªa seis, y la madre se hab¨ªa hundido en el alcohol. Se sent¨ªa maltratada por la vida, y con frecuencia descargaba sobre sus hijos la furia que sent¨ªa. El informe social relataba que la violencia se hab¨ªa convertido en algo muy com¨²n en aquella ca¨®tica casa en la que imperaba la ley del bulling, seg¨²n la cual el mayor tiraniza al menor. En el caso de Jon Venable, el ambiente familiar era bastante mejor y la madre era considerada una buena mujer, pero el ni?o ten¨ªa grandes carencias emocionales porque su madre, que tambi¨¦n estaba sola, apenas pod¨ªa ocuparse de ¨¦l: bastante ten¨ªa con los otros dos, que eran discapacitados.
Abandono, pobreza, carencias emocionales y malos tratos son ingredientes comunes de muchas de estas tragedias. Pero miles de ni?os viven en esa misma situaci¨®n y no se convierten en homicidas. ?Por qu¨¦ ellos s¨ª? Un ni?o maltratado puede llegar a ser un maltratador si queda atrapado en la telara?a del sufrimiento. No es, ni mucho menos, una ley inexorable. La capacidad de resiliencia de los ni?os, la capacidad de recuperarse y hasta de salir reforzado de la adversidad, es extraordinaria, como explica Boris Cyrulnik en su libro Los patitos feos. Una infancia dif¨ªcil no determina la vida. S¨®lo as¨ª se explica que, pese a tanta desgracia, la humanidad siga progresando hacia cotas cada vez mayores de civilizaci¨®n. Pero es cierto que en la biograf¨ªa de muchos ni?os asesinos hay una historia de malos tratos, y algunos psic¨®logos han visto, en el ensa?amiento con que matan, el deseo inconsciente de destruir esa imagen de vulnerabilidad que les recuerda su propia condici¨®n de v¨ªctimas.
Los mecanismos del cerebro humano son un gran misterio que justo ahora comienza a desvelar sus secretos. Uno de los m¨¢s interesantes es c¨®mo afectan los impactos emocionales de la vida en la estructura mental que heredamos en nuestros genes. ?Pueden estos impactos llegar a modular el desarrollo del cerebro? Jos¨¦ Sanmart¨ªn, director del Centro Reina Sof¨ªa para el Estudio de la Violencia, de Valencia, y autor de obras como La violencia y sus claves o La mente de los violentos, ha revisado esos estudios para un cap¨ªtulo de su nuevo libro y no tiene dudas: los estudios muestran que determinadas condiciones de vida pueden llegar a alterar las estructuras cerebrales que controlan los impulsos. Es decir, que una situaci¨®n de maltrato reiterado puede dejar huella en el cerebro del ni?o, todav¨ªa en fase de maduraci¨®n.
"Ni?os sometidos a malos tratos sistem¨¢ticos tienen la am¨ªgdala hasta un 12% m¨¢s reducida", explica. "El maltrato puede da?ar los circuitos cerebrales que controlan los instintos agresivos. La diferencia entre un instinto agresivo y un acto de violencia aparece cuando reacciones normalmente instintivas se convierten en acciones voluntarias destinadas a da?ar a otro. ?sa es la gran diferencia. La am¨ªgdala de un ni?o maltratado puede estar afectada y no controlar bien el comportamiento", a?ade.
"Sabemos que los ni?os maltratados tambi¨¦n presentan afectaci¨®n de las conexiones entre los dos hemisferios a trav¨¦s del cuerpo calloso. Las conexiones entre la am¨ªgdala o el hipocampo y la corteza prefrontal son muy importantes, porque la corteza es el lugar donde residen los mecanismos de la conciencia. En ella comparamos opciones, evaluamos consecuencias, elegimos entre disyuntivas, y decidimos llevarlas a la pr¨¢ctica o no. Luego impregnamos de sentimiento esas acciones. Y todo eso lo hace la corteza prefrontal, que lee e interpreta los impulsos que llegan de la am¨ªgdala y los potencia o los inhibe seg¨²n esa valoraci¨®n".
Pero tambi¨¦n hay casos de violencia extrema inexplicable de ni?os o adolescentes que no pertenecen a una familia desestructurada ni han sido v¨ªctimas de violencia. El ¨²nico estudio que hay en Espa?a sobre esta cuesti¨®n, realizado por el soci¨®logo Ram¨®n Quilis Alemany sobre una muestra de 74 ni?os y adolescentes condenados en Espa?a entre 1994 y 2001 por homicidio, ofrece datos reveladores: el 54% de los homicidas presentaba alg¨²n tipo de trastorno de la personalidad o conducta antisocial y otro 4% hab¨ªa actuado bajo los efectos de un brote psic¨®tico, es decir, un trastorno mental severo que anula la voluntad. Pero el restante 42% eran chicos aparentemente normales que viv¨ªan en familias tambi¨¦n aparentemente normales.
Lo cual nos lleva a otra pregunta: la violencia, ?se hereda o se aprende? Desde luego, se hereda parte y tambi¨¦n se aprende. Lo que no est¨¢ claro es en qu¨¦ proporci¨®n se combinan ambos factores en cada caso. ?El cerebro del ni?o tiene un elevado grado de plasticidad?, responde Juan Carlos Navarro, profesor de Psicolog¨ªa de la Violencia y la Delincuencia de la Universidad de Barcelona. "Hay una parte biol¨®gica sobre la cual inciden los condicionantes ambientales, y si durante la infancia el ni?o est¨¢ sobreexpuesto a situaciones de violencia, puede incorporar estos mecanismos de respuesta como una conducta normal. Pero, como muestra Lykken en Las personalidades antisociales, para que eso ocurra tiene que haber una potencialidad, una predisposici¨®n previa".
Si un ni?o tiene un temperamento proclive a la violencia y nadie le pone l¨ªmites desde muy peque?o, las posibilidades de que la educaci¨®n pueda llegar a modular su comportamiento son cada vez menores. Peque?as transgresiones que no se han controlado a los tres a?os pueden dar lugar a una conducta incorregible a los 10. "La mayor¨ªa de los ni?os peque?os pega para conseguir algo, pero la mayor¨ªa de ellos aprende que la agresi¨®n f¨ªsica no es una conducta tolerable. Empiezan a aprenderlo en la guarder¨ªa y cada vez pegan menos, hasta que dejan de hacerlo", apunta Antonio Andr¨¦s Pueyo.
Por la raz¨®n que sea, en los ni?os violentos estos elementos de control social no han funcionado. Son ni?os que pueden llegar a la adolescencia sin haber tenido un buen desarrollo moral, sin haber aprendido a diferenciar lo que est¨¢ bien de lo que est¨¢ mal, y a decidir, en caso de conflicto, el mal menor. Eso es algo que se aprende con la educaci¨®n, pero muchos ni?os no han tenido la oportunidad de recibirla o son especialmente resistentes a ella, con lo que pueden caer en conductas antisociales y violentas, de las que su propia familia puede ser la primera v¨ªctima. En el 22% de los casos estudiados por Quilis, la v¨ªctima era el padre, la madre o alg¨²n hermano.
Jos¨¦ Sanmart¨ªn ha estudiado a fondo a este tipo de ni?os maltratadores, cuya conducta no se debe tanto a las carencias sociales o emocionales como a un d¨¦ficit educativo. "Estos ni?os, especialmente los que agreden a sus padres, suelen tener un egocentrismo muy marcado y claras deficiencias de empat¨ªa. Es ese ni?o que se considera el centro del mundo, que aprende a ver a los dem¨¢s como meros instrumentos para satisfacer sus deseos. A veces los padres contribuyen a consolidar esta personalidad d¨¢ndole siempre lo que pide, m¨¢s all¨¢ de lo que necesita e incluso de lo que pueden permitirse", explica. Como no toleran la frustraci¨®n y no est¨¢n acostumbrados a esforzarse para resolver los problemas, tienen brotes de ira cada vez m¨¢s frecuentes, que acaban en un estado de descontrol y, al final, de violencia.
En el estudio de Quilis, un 4% de los ni?os y adolescentes homicidas hab¨ªa actuado bajo el efecto de un brote psic¨®tico, es decir, una situaci¨®n de delirio y desconexi¨®n de la realidad causada por una enfermedad mental grave. Pero hab¨ªa otro 54% que presentaba s¨ªntomas de alg¨²n tipo de trastorno mental. Sab¨ªan desde luego lo que hac¨ªan, pero su conducta era anormal. "B¨¢sicamente se pod¨ªan distinguir cuatro tipos de trastorno: de la personalidad, antisocial, antisocial precoz persistente y psicopat¨ªa", indica Ram¨®n Quilis, trastornos todos ellos que suelen dar signos suficientes de alarma.
En adultos es relativamente f¨¢cil llegar a diagnosticar una psicopat¨ªa, pero ?se puede hablar de psicopat¨ªa en el caso de los ni?os? "?sta es una discusi¨®n abierta", responde Andr¨¦s Pueyo, "pero yo creo que no, ni en el caso de los ni?os, ni en el de los preadolescentes. La psicopat¨ªa es un trastorno de la personalidad, y ¨¦sta no acaba de madurar hasta el final de la adolescencia, aunque es dif¨ªcil establecer l¨ªmites precisos porque es un proceso". Para el m¨¦dico forense Jos¨¦ Antonio Garc¨ªa Andrade, no se puede hablar de psic¨®patas hasta los 18 a?os: "Antes de esa edad podemos hablar de trastornos de la personalidad o personalidad inmadura, pero no de psicopat¨ªa". Quilis se?ala, sin embargo, una contradicci¨®n: "Muchos psiquiatras consideran que s¨ª se puede hablar de psicopat¨ªa en menores. El problema es que la psicopat¨ªa no afecta a la voluntad -el agresor sabe lo que hace-, pero la legislaci¨®n considera que los menores, hasta cierta edad, son irresponsables, y ah¨ª tenemos un l¨ªo".
En todo caso, lo que s¨ª hay, seg¨²n Andr¨¦s Pueyo, "son unos elementos temperamentales que podr¨ªan favorecer las conductas violentas". ?Qu¨¦ elementos? "B¨¢sicamente tres: dureza emocional, impulsividad y ausencia de miedo". La dureza emocional implica que son ni?os que se conducen siempre con una cierta frialdad. Ni?os que no muestran empat¨ªa, que no se conmueven ante el dolor de los dem¨¢s. En un ambiente de malos tratos, carencias emocionales y falta de cuidado, muchos ni?os aprenden a inhibir las emociones; a no sentir miedo, o rabia, o soledad como un mecanismo de defensa psicol¨®gica. Si no sienten, no sufren. Otras veces, esa insensibilidad forma parte del temperamento del ni?o, y con frecuencia se expresa maltratando a los animales.
Son, en segundo lugar, ni?os con un alto nivel de impulsividad y atrevimiento. Siempre est¨¢n bordeando los l¨ªmites, siempre al filo del precipicio. Tienen muchas dificultades de autocontrol. Y esto se combina con el tercer elemento: la falta de miedo, una cierta incapacidad para comprender o visualizar los efectos de las acciones que emprenden. ?ste es, en opini¨®n de Andr¨¦s Pueyo, el elemento m¨¢s preocupante: "En estos ni?os, el castigo no sirve de nada. Ni el castigo f¨ªsico, ni la amenaza, les produce el m¨¢s m¨ªnimo impacto". Impasibles a la bronca, suelen sufrir frecuentes accidentes porque siempre transitan por el filo de la navaja.
"En los casos de comportamiento violento suelen darse, con mayor o menor intensidad, los tres elementos. Si adem¨¢s se a?ade una capacidad cognitiva limitada, el riesgo es entonces muy, muy alto, porque cuando se presenta una situaci¨®n de conflicto pueden resolverla de la peor manera posible", advierte Andr¨¦s Pueyo. El caso de Maials es seguramente el ejemplo m¨¢s desgraciado. El agresor ten¨ªa entonces 17 a?os, pero una edad mental bastante inferior. Llev¨® al campo a un ni?o de 10 e intent¨® abusar de ¨¦l, pero el ni?o se resisti¨®, y cuando se dio cuenta de lo que hab¨ªa hecho, le entr¨® el terror. Para evitar que el ni?o lo contara, le mat¨® y le tir¨® a un pozo.
Hay ni?os de 12 a?os que parecen adultos y j¨®venes de 18 que parecen cr¨ªos. Desde el punto de vista evolutivo, la infancia se prolonga hasta los 10 o 12 a?os y luego llega la adolescencia, con una fase intermedia, la preadolescencia, en la que todav¨ªa quedan muchos rasgos infantiles.
A los 10 a?os, los ni?os pueden distinguir el bien del mal, pero no saben qu¨¦ es moralidad. Ryszard Kapuscinsky se sorprend¨ªa en su libro The shadow of the sun de lo "terriblemente sanguinarios" que pod¨ªan llegar a ser los ni?os soldados de ?frica, precisamente porque no tienen una noci¨®n clara ni de moralidad, ni de lo que representa la muerte, y tampoco tienen conciencia de peligro. Ni siquiera instinto de conservaci¨®n. Son tan amorales como atrevidos, y si se dan las condiciones de oportunidad, ¨¦se puede ser un c¨®ctel letal. Quienes padecen anomia, ausencia total de valores morales, pasan con mucha facilidad de oprimidos a opresores y pueden ser terriblemente sanguinarios.
Para Echebur¨²a, "un ni?o no ha madurado todav¨ªa los elementos psicol¨®gicos necesarios para adoptar de forma consciente una conducta violenta. Pero puede albergar sentimientos de verg¨¹enza, humillaci¨®n o baja autoestima, y como son acumulativos, el conflicto suele estallar en la adolescencia. Son esos chicos acomplejados, irritables, con baja autoestima y relaciones sociales y familiares deficientes, que no han desarrollado sentimientos de empat¨ªa". ?ste era justamente el perfil de los adolescentes que en abril de 1999, queriendo vengarse del mundo, causaron 13 muertes antes de suicidarse en el instituto Columbine (EE UU).
La humillaci¨®n, sea motivada o no, es algo muy doloroso, y puede desencadenar un mecanismo mental por el que se atribuye a los dem¨¢s la causa de todos los males. El agresor va incubando deseos de venganza: "Tienden a fantasear y acaban confundiendo la fantas¨ªa con la realidad, o mejor dicho, haciendo realidad su fantas¨ªa", indica Enrique Echebur¨²a.
Klara Garc¨ªa Casado fue v¨ªctima de un mecanismo de este tipo. Era una estudiante aplicada, se llevaba bien con su familia, ten¨ªa novio y muchos proyectos para el futuro. Muri¨® en un descampado de La Isla de San Fernando (C¨¢diz) el 26 de mayo de 2000, apu?alada por dos compa?eras de instituto, Ir¨ªa, de 16 a?os, y Raquel, de 17, por personificar aquello que sus agresoras detestaban, aunque la raz¨®n que ellas dieron fue mucho m¨¢s desgarradora: probar el placer de matar.
En el detallado relato que Manuel Marlasca y Luis Rendueles hacen en su libro As¨ª son, as¨ª matan, basado en el historial judicial, aparecen muchos de los elementos descritos hasta ahora: personalidad dif¨ªcil, desconexi¨®n del entorno, pobre autoestima y ausencia de empat¨ªa. Las dos hab¨ªan protagonizado peque?os episodios de crueldad hacia sus hermanos menores: Raquel le hab¨ªa clavado un bol¨ªgrafo a su hermana y hab¨ªa aplastado con sus manos un pollito para fastidiarla, Ir¨ªa hab¨ªa echado a su hermano peque?o al cubo de la basura cuando ten¨ªa siete a?os.
Pero aqu¨ª se acaban las coincidencias: en todo lo dem¨¢s eran completamente distintas. Raquel pertenec¨ªa a una familia m¨¢s que desestructurada. Hija de una madre adolescente de 16 a?os que tuvo que irse de casa al quedar embarazada, se cr¨ªo con las t¨ªas abuelas que les dieron cobijo, y con ellas se qued¨® cuando su madre se fue a vivir con un drogadicto. La t¨ªa abuela que era su referente adulto muri¨® al cumplir Raquel 14 a?os, una edad dif¨ªcil. De repente se encontr¨® conviviendo de nuevo con su madre y con el padre, que hab¨ªa vuelto enfermo de sida y cirrosis. Raquel no soportaba que nadie la controlara. Vestida siempre de negro, se ve¨ªa gorda y fea, y cuanto m¨¢s rechazada se sent¨ªa, m¨¢s alimentaba la idea de que el mundo era una inmundicia. S¨®lo Ir¨ªa la hac¨ªa sentirse valorada.
Ir¨ªa pertenec¨ªa a un mundo muy distinto. No hab¨ªa tenido carencias materiales. Su padre era marino y la madre se ocupaba de los hijos en sus largas ausencias. Pero era una ni?a muy cerrada. Hasta el extremo de que en las entrevistas que mantuvo con los psiquiatras en la prisi¨®n de Alcal¨¢ de Guadaira despach¨® la relaci¨®n con su madre con esta lac¨®nica frase: "A los siete a?os dej¨¦ de hablar con ella". A diferencia de Raquel, era buena estudiante, pero sus compa?eros la describieron como manipuladora y cargada de complejos. Y su cabeza era un polvor¨ªn de fantas¨ªas. La polic¨ªa encontr¨® en su ordenador relatos escritos por ella de un descarnado terror esot¨¦rico.
Cuando vieron en la televisi¨®n a Jos¨¦ Rabad¨¢n, el asesino de la catana de Murcia, quedaron prendadas de ¨¦l y hasta le escribieron su admiraci¨®n. Ellas tambi¨¦n pod¨ªan hacerlo. Vicente Garrido, el psiquiatra que las atendi¨® en prisi¨®n, relata c¨®mo surgi¨® la idea de matar: "Fue una pel¨ªcula la que encendi¨® la l¨ªnea de p¨®lvora que se hab¨ªa ido formado en su mente". La pel¨ªcula se llamaba Asesinos del m¨¢s all¨¢,y estaba basada en la novela Reino de tinieblas, un bodrio en el que el protagonista mata a su mejor amigo cuando tiene 12 a?os porque considera que le profesa una amistad hip¨®crita. Poco a poco, la imagen de Klara, que hab¨ªa sido su amiga, pero se hab¨ªa distanciado, fue ocupando el centro de sus delirantes fantas¨ªas.
Las fantas¨ªas suelen ser la antesala de la muerte. As¨ª fue tambi¨¦n en el caso del asesino de la catana. Jos¨¦ Rabad¨¢n ten¨ªa 16 a?os y era un chico aparentemente normal, pero hab¨ªa sufrido un proceso de reclusi¨®n mental en un mundo poblado de armas y artes marciales. Las cosas no iban bien en casa: no estudiaba, y su padre, camionero, le hab¨ªa amenazado con ponerle a trabajar. Se sent¨ªa terriblemente presionado. No pod¨ªa estudiar y tampoco quer¨ªa trabajar. Una noche terrible convirti¨® en realidad sus fantas¨ªas. Era la madrugada del 1 de abril de 2000. Aquella noche cen¨® solo en su habitaci¨®n y luego estuvo chateando con Sonia, una chica de Barcelona, hasta las tres. Sus padres y su hermana de nueve a?os, con s¨ªndrome de Down, dorm¨ªan. Cogi¨® la catana y se meti¨® con ella en la cama. Hab¨ªa decidido que se librar¨ªa para siempre de sus padres y emprender¨ªa una nueva vida en Barcelona. Cuando comenz¨® a clarear se levant¨® dispuesto a hacerlo. Vacil¨®, pero finalmente se decidi¨®: atac¨® con tanta furia primero al padre y luego a la madre, que sus cuerpos quedaron destrozados. Luego fue a buscar a su hermana, que lloraba en la cama.
En el historial consta el pormenorizado relato que el propio agresor hace de los hechos. Mejor no leerlo. Fue una explosi¨®n, pero calculada. Confes¨® que hab¨ªa empezado a fantasear con la idea de matar a su familia una semana antes. Se preguntaba qu¨¦ pasar¨ªa si lo hiciera, y poco a poco la idea fue adoptando tintes positivos: pens¨® que era lo mejor para ¨¦l, que podr¨ªa hacer su vida, y lo mejor para ellos, que dejar¨ªan de sufrir. A la peque?a la mat¨® tambi¨¦n porque ?qu¨¦ iba a ser de ella sin sus padres?
Se fue de casa sin coger siquiera las llaves, pero lo primero que hizo fue llamar a la polic¨ªa para decir que hab¨ªa matado a su familia y dar la direcci¨®n. Luego llam¨® a Sonia, la chica con la que hab¨ªa estado chateando y con la que pensaba reunirse en Barcelona. Como no le hab¨ªan hecho mucho caso, volvi¨® a llamar a la polic¨ªa y luego a un amigo. "Lo he hecho, he matado a mis padres, avisa a la polic¨ªa". ?C¨®mo alguien que ha cometido un crimen tan horrible piensa que podr¨¢ irse tan tranquilo a vivir su vida, sin que la polic¨ªa vaya a buscarle?
Epilepsia. ?sta es la explicaci¨®n que el forense Jos¨¦ Antonio Garc¨ªa Andrade ofreci¨® al tribunal. "En este tipo de epilepsia, cuando se comete el acto en situaci¨®n de alteraci¨®n completa, los sentimientos, las sensaciones tambi¨¦n est¨¢n alteradas, es como si no te pertenecieran", explica. "Recuerdo que la primera vez que le entrevist¨¦ me impresion¨® mucho su cara. Estaba literalmente cubierta de acn¨¦. Cuando le dije: t¨² no eres un asesino, t¨² eres un enfermo, dej¨® caer los hombros aliviado. Y cuando volv¨ª a visitarle, al cabo de 15 d¨ªas, el acn¨¦ hab¨ªa desaparecido por completo. Es una enfermedad, y una vez tratado no tiene por qu¨¦ repetir la conducta violenta. Puede ser una persona normal", asegura Garc¨ªa Andrade.
El tribunal acept¨® la tesis de la epilepsia. A veces, la justicia tambi¨¦n escribe recto con renglones torcidos: el diagn¨®stico de epilepsia era el que m¨¢s oportunidades de reinserci¨®n ofrec¨ªa, pero no todos pensaban que la epilepsia pudiera explicar el crimen. "Ten¨ªa muchos rasgos de personalidad psicop¨¢tica", afirma el psic¨®logo criminalista Vicente Garrido, que tambi¨¦n fue consultado durante el proceso. "Mat¨® porque pens¨® que era lo que m¨¢s le conven¨ªa en ese momento, para librarse de una situaci¨®n que para ¨¦l era l¨ªmite. Pero no creo que reincida. Fue un impulso defensivo, no era fruto de la maldad".
Todos los peritos coincid¨ªan en que ten¨ªa muchas posibilidades de reinserci¨®n. ?se es el principal objetivo de las medidas que los jueces adoptan en estos casos, y la mayor¨ªa de las veces lo consiguen. "Cuanto m¨¢s peso tengan en cada caso los factores ex¨®genos, los factores ambientales y educativos, m¨¢s posibilidades de recuperaci¨®n. Y al rev¨¦s, cuanto m¨¢s pesen los factores internos, es decir, de temperamento o personalidad, peor es el pron¨®stico. Si presenta rasgos que en un adulto ser¨ªan catalogados como de psicopat¨ªa, como insensibilidad o falta de arrepentimiento, el pron¨®stico es peor", explica Vicente Garrido. Pero incluso con mal pron¨®stico se puede lograr que lleven una vida normal sin representar un peligro para los dem¨¢s. "Una personalidad psicop¨¢tica lo seguir¨¢ siendo, seguir¨¢ manipulando y buscando siempre su conveniencia, pero puede llegar a interiorizar que hay unos l¨ªmites que no debe traspasar".
Entre el suceso de Buenos Aires, con que se iniciaba este relato, y el de Liverpool han transcurrido 15 a?os, tiempo suficiente para que Robert y Jon hayan crecido, pero dif¨ªcilmente olvidado aquel d¨ªa en que se convirtieron en asesinos. ?Qu¨¦ ha sido de ellos? Condenados a 15 a?os de prisi¨®n, la sentencia fue revisada despu¨¦s de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminara que no se les pod¨ªa juzgar como adultos. Tras ocho a?os y medio internos, la Junta de Libertad Condicional los consider¨® rehabilitados, y acord¨® en 2001 que al cumplir los 18 a?os quedaran en libertad vigilada de por vida bajo estricto control: no pueden verse entre ellos, no pueden acercarse a Merseyside, y si incurren en el m¨¢s m¨ªnimo problema de conducta ser¨¢n enviados a la c¨¢rcel.
A diferencia de la madre del peque?o muerto en Noruega, que no s¨®lo perdon¨® a los ni?os, sino que abog¨® para que quedaran al cuidado de sus padres, Denise Fergus, la madre de James Bulger, nunca fue capaz de ver en ellos a dos adultos rehabilitados y por eso se opuso a que quedaran en libertad. Ahora tienen 25 a?os y ya no son Robert y Jon. Viven con una nueva identidad en alg¨²n lugar de Inglaterra alejado del escenario del crimen. La buena noticia es que no han vuelto a ser noticia. Lo ¨²nico que ha trascendido es que Robert, despu¨¦s de superar su adicci¨®n a la hero¨ªna, ha sido padre de un ni?o. Pero esta informaci¨®n debe ser tomada con cautela, porque las escasas personas que conocen su nueva identidad nunca la han confirmado ni lo van a hacer. Ni siquiera la madre del beb¨¦ puede ser informada del pasado de Robert.
Jos¨¦ Rabad¨¢n sali¨® en libertad en 2006, y despu¨¦s de ser acogido en una organizaci¨®n humanitaria en Santander se fue a vivir con Ver¨®nica, una chica que iba a visitarle a la c¨¢rcel. Ir¨ªa trata de llevar una vida normal, y hasta se la ha visto colaborar en actos de una ONG. Muchos otros han sido olvidados, y sus vidas transcurren ahora en el anonimato. En las familias de las v¨ªctimas quedar¨¢ siempre una dolorosa cicatriz, pero ellos seguir¨¢n caminando y su historia se disolver¨¢ como una l¨¢grima negra en la lluvia.
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