Receta
Fue en Shanghai, en el jard¨ªn del templo de Buda de Jade. A la sombra de un sicomoro estaba sentado un monje ciego casi centenario, que dada su avanzada edad parec¨ªa estar exonerado de las reglas del monasterio. En ese momento discurr¨ªa por el claustro una recua de monjes rapados haciendo sonar una esquila. Hasta el jard¨ªn emergi¨® poco despu¨¦s desde el recinto del altar el murmullo sincopado de su oraci¨®n junto con el perfume de s¨¢ndalo que los monjes quemaban bajo la inmensa barriga del Buda de Jade. Al ver a aquel anciano solo no resist¨ª la tentaci¨®n de aprovecharme un poco de su sabidur¨ªa. Me acerqu¨¦. Tal vez por el olfato el monje ciego supo que ten¨ªa delante a un ne¨®fito lleno de traumas occidentales. Le ped¨ª a la int¨¦rprete que le explicara m¨¢s o menos qui¨¦n era yo y que le preguntara qu¨¦ deb¨ªa hacer para ser feliz el resto de mi vida, una pregunta extra¨ªda del manual del turista en busca de una receta para el esp¨ªritu muy barata. El anciano centenario se tom¨® un tiempo. Mientras elevaba sus c¨®rneas desvariadas hacia lo alto sin direcci¨®n alguna, yo contemplaba su hombro desnudo con la clav¨ªcula transparente. Murmur¨® unas palabras. La int¨¦rprete tradujo su respuesta. El monje ciego con cien a?os de experiencia me hab¨ªa dicho: "No te duelas nunca de las cosas que no has conseguido. No luches por las cosas que sabes que nunca podr¨¢s alcanzar". La primera parte del or¨¢culo estaba clara. A los 18 a?os pens¨¦ en fugarme a Par¨ªs. No lo hice. A los 30 me cre¨ªa capaz de escribir como Scott Fitzgerald. No lo consegu¨ª. A los 50 me propuse cambiar de vida. Me dio pereza. El monje me recomendaba que diera esos sue?os por perdidos, pero yo los consideraba como un pasto primordial de la memoria que me manten¨ªa vivo y en realidad a¨²n me sigo alimentado de ellos. Las cosas que no hice en esta vida son mi mejor caudal. En cambio, la segunda sentencia del monje hab¨ªa dado de lleno en mi neurosis. No luchar por las cosas que no se pueden alcanzar me libraba espiritualmente de cualquier esfuerzo. El monje de Shanghai coincid¨ªa con la sabidur¨ªa de Horacio. Todo se disuelve en la nada. Deja que fluyan los d¨ªas y aprovecha sus placeres sin m¨¢s. El monje me adivin¨® dentro de sus c¨®rneas blancas y disolvi¨® su sabidur¨ªa en una sonrisa.
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