Tras el debate sobre la crisis
El reciente debate sobre la crisis en el Congreso de los Diputados no ha sido tan esclarecedor como muchos deseaban. En parte, no lo ha sido porque esta crisis tiene caracter¨ªsticas tan complejas que es muy dif¨ªcil precisar cu¨¢ndo y c¨®mo se producir¨¢ su superaci¨®n. Y aunque Zapatero anunci¨® un rosario de medidas tomadas o previstas para afrontarla, la acumulaci¨®n de cifras y porcentajes hac¨ªa muy abstruso su discurso. En cuanto a la oposici¨®n, no discuti¨® las medidas concretas que fueron expuestas. Se centr¨® sobre todo en que el Gobierno hab¨ªa ocultado deliberadamente la crisis para ganar las elecciones.
Si Rodr¨ªguez Zapatero quer¨ªa evitar la alarma de ciudadanos y sectores econ¨®micos neg¨¢ndose a hablar de crisis, supongo que a estas horas se habr¨¢ dado cuenta, viendo su aislamiento parlamentario, de que se equivoc¨®. De todas formas, no se puede reducir el debate a algo que recuerde la f¨¢bula: si son galgos o podencos, si una crisis o una desaceleraci¨®n. La cuesti¨®n es otra: ?pod¨ªa el Gobierno tomar medidas preventivas para impedir el desencadenamiento de la crisis? ?Estaba esto dentro de sus posibilidades, como parece desprenderse del discurso de Rajoy?
Claro que hay una pol¨ªtica econ¨®mica de izquierdas y otra de derechas
En las situaciones favorables al crecimiento, todos los Gobiernos terminan apunt¨¢ndose los resultados positivos. Aunque estos est¨¦n m¨¢s bien propiciados por el ciclo, los presentan como un resultado de su buena gesti¨®n. Y la gente no muy bien informada lo entiende as¨ª. Pero igualmente, cuando vienen mal dadas, esa gente a quien culpa es al Gobierno.
En realidad, en el sistema globalizado en que vivimos, la mayor parte de los Gobiernos nacionales tienen muy escaso papel en el hecho de que el ciclo econ¨®mico sea o no positivo. Los poderes que realmente dirigen la econom¨ªa son los centros de las finanzas y del alto empresariado. Por eso, al enjuiciar la crisis, acusar de ella al Gobierno es una trampa. Tras la II Guerra Mundial, y a¨²n m¨¢s claramente despu¨¦s del hundimiento del llamado "socialismo real", la libertad de mercado se ha impuesto rotundamente. Han triunfado las tendencias a la privatizaci¨®n de las actividades econ¨®micas y se ha negado a los Estados -y, por consiguiente, a los Gobiernos- toda intervenci¨®n en estas cuestiones.
La libertad de mercado significa hoy que quien tiene el poder sobre la econom¨ªa son unos individuos que han tenido la habilidad de convertirse en los due?os de las finanzas y las grandes empresas y que proceden, con arreglo al criterio del m¨¢ximo beneficio, a su antojo, sin ning¨²n control p¨²blico efectivo. Y cuando se equivocan, pueden provocar se¨ªsmos econ¨®micos y sociales, como el que estamos viviendo.
En su mayor¨ªa, los Estados y los Gobiernos han perdido soberan¨ªa y autoridad. Porque los organismos supranacionales la han limitado seriamente y, adem¨¢s, velan cuidadosamente por la estricta aplicaci¨®n de la libertad de mercado.
Es decir, la globalizaci¨®n tal como existe hoy ha ido distanciando los poderes econ¨®micos del poder pol¨ªtico. El poder pol¨ªtico va siendo relegado en este ¨¢mbito a un papel secundario. La pol¨ªtica ya no dirige la econom¨ªa; son los poderes econ¨®micos los que deciden aut¨®nomamente.
Recuerdo los tiempos en que los partidos burgueses condenaban a los marxistas por su determinismo econ¨®mico, lo que llamaban su materialismo, mientras ellos se consideraban idealistas. Ahora son los capitalistas los que han convertido en regla el determinismo econ¨®mico. La econom¨ªa -y, por tanto, ellos que la poseen- es lo que determina todo.
Zapatero y su Gobierno tienen muy poco que ver con las causas de esta crisis. Si alg¨²n Gobierno espa?ol tuvo algo que ver, ser¨ªa, en todo caso, el de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar por su implicaci¨®n en la guerra de Irak, acontecimiento que s¨ª tiene influencia sobre los problemas que vivimos. Pero ni en esa guerra, ni en la carest¨ªa de la vida -originada por la del petr¨®leo-, ni en el estallido de la burbuja inmobiliaria pueden atribuirsele responsabilidades particulares al Gobierno de Zapatero. El Estado no tiene poderes para frenar la especulaci¨®n capitalista.
Estos factores no fueron tenidos en cuenta en el debate parlamentario. Sin embargo, en el discurso de Zapatero hubo algo esencial que la izquierda tiene que sostener: las medidas previstas por el Gobierno tienen una pauta progresista: tratan de conseguir que no resulte afectado el gasto social, quieren mantener al mejor nivel posible las condiciones de vida de los trabajadores y las gentes modestas. Es lo que Zapatero denomin¨® "una estrategia socialdem¨®crata frente a la crisis".
Y esto es en el fondo lo que no gust¨® a Rajoy y a la derecha, que inmediatamente han sacado el t¨®pico de que frente a la crisis no hay pol¨ªtica de izquierda o de derecha. Es falso: frente a la crisis del 29 en Estados Unidos hubo estrategias diferentes, la de Hoover y la del New Deal, que prevaleci¨® con Roosevelt y que fue una estrategia progresista que ha dejado honda huella. Pienso que la izquierda y los progresistas estamos obligados a apoyar a Zapatero en la estrategia por ¨¦l definida y a evitar caer en el juego de la derecha que consiste en supervalorar errores secundarios para lograr lo de siempre: que la crisis la paguen las capas m¨¢s modestas de la sociedad.
Lo inquietante a este respecto es la debilidad parlamentaria del Gobierno. Zapatero debe ser consciente de ello y tomar la iniciativa de la comunicaci¨®n a los ciudadanos, a la calle. A su vez, ¨¦stos, por su propio inter¨¦s, tendr¨ªan que apoyarle.
Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista pol¨ªtico.
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