"Llamemos a esto por su nombre: me he hecho mayor"
?En un hind¨² con un tinerfe?o? Sorpresa, pero s¨ª. El Massala fue uno de los hallazgos de Pedro Guerra y su compa?era y representante, Mar¨ªa, cuando los s¨¢bados tocaba sesi¨®n cin¨¦fila y cenita fuera de casa. Los tiempos han cambiado desde hace un par de veranos: lleg¨® el ni?o Pedro y la pareja hubo de modificar su orden de prioridades. "Ahora hay s¨¢bados que nos toca cena de Telepizza", desvela entre risas. Mar¨ªa iba a apuntarse al almuerzo, pero el chiquillo anda acatarrado.
Parece otro. Dulce, sensato y tan razonablemente optimista como siempre, pero m¨¢s sereno, m¨¢s maduro. Le ha ca¨ªdo bien entrar en los 40, que celebr¨® concedi¨¦ndose un a?o sab¨¢tico. "Hab¨ªa entrado en la rutina, la crispaci¨®n y el cansancio. Si te pasas la vida metido en una furgoneta, de un pueblo a otro, ?de qu¨¦ cantas, de qu¨¦ hablas?", razona.
El cantautor vuelve a grabar tras un par¨®n en el que ha sido padre. Y le ha costado
Ahora, con 42 reci¨¦n cumplidos, retoma la actividad con un disco de corte ac¨²stico, vitalista e ¨ªntimo, Vidas, con el peque?o Pedro acompa?¨¢ndole en la foto de portada. Y hoy grabar¨¢ en directo su pr¨®ximo ¨¢lbum, Vidas en vivo. Ser¨¢ en Rivas, la ciudad de la periferia madrile?a donde reside, junto a amigos como Luis Pastor, Bebe, Miguel R¨ªos o Quique Gonz¨¢lez.
"Llamemos a las cosas por su nombre: me he hecho m¨¢s mayor", se sonr¨ªe. Lo nota en que cuando escucha algunas canciones de su primer disco, Golosinas (1995), no se imagina cant¨¢ndolas, por inmaduras. "Bueno, en eso y en que ya s¨®lo voy a conciertos de sentado", concede con ese buen humor tierno y discreto que se gasta.
No es de mucho comer -ya se lo habr¨¢n imaginado-, pero picotea con paladar curioso de aqu¨ª y all¨¢. Picotear: un verbo que hace buenas migas con este eterno observador. Rebusca ignotos artistas africanos, ¨¢rabes o brasile?os en la tienda virtual del iTunes, y disecciona los diarios con esp¨ªritu de taxidermista. "De ah¨ª salen ideas aprovechables". Como la de 5.000 a?os, una de sus mejores nuevas composiciones, que habla sobre dos esqueletos que encontraron abrazados en una excavaci¨®n arqueol¨®gica.
Locuaz en grado prudente, hombre tranquilo y feliz dentro de su pellejo, Pedro aparenta tener m¨¢s de Mansito, su segundo apellido, que del primero. Pero con la inyecci¨®n de cafe¨ªna parece volverse m¨¢s confesional. "Puedo escribir sobre cualquier cosa", medita, "pero siempre con enjundia; desde la superficialidad nunca escrib¨ª nada". Y revela cu¨¢l es su particular control de calidad: Luis Pastor, hom¨®logo, cu?ado y confidente. "Tras el par¨®n, le ense?¨¦ mis primeros temas nuevos y ¨¦l me contest¨®, demoledor: 'Pedro, hay que trabajar m¨¢s'. Me dej¨® casi destruido, pero ahora se lo agradezco...".
A la salida, como si todo estuviera preparado (y palabra que no) irrumpe en la acera la tambi¨¦n cantautora Rosana Arbelo, risue?a como de costumbre. S¨®lo el recuerdo del timplista grancanario Jos¨¦ Antonio Ramos, reci¨¦n fallecido de manera repentina, les ensombrece. Pero se despiden con un intercambio de m¨®viles. Algo anda tramando la magia canaria en Madrid.
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