Encrucijada nuclear en Oriente Pr¨®ximo
Israel no renuncia al monopolio de la bomba at¨®mica en la regi¨®n, pero Ir¨¢n mantiene un programa que le permitir¨ªa construir la suya. Existe riesgo de un choque frontal
A lo largo de las ¨²ltimas semanas ha ido tomando cuerpo uno de los episodios m¨¢s delicados para la paz y la seguridad mundiales desde el final de la Guerra Fr¨ªa. El viceprimer ministro israel¨ª, Shaul Mofaz, declaraba el 6 de junio que "ser¨¢ inevitable atacar a Ir¨¢n para detener su programa at¨®mico". Otros miembros del Gabinete de Ehud Olmert lo desmintieron de inmediato, se?alando que las declaraciones de Mofaz no reflejaban la posici¨®n oficial del Gobierno israel¨ª y situ¨¢ndolas en el contexto de una lucha electoral que se considera inminente. Pero el momento escogido por el viceprimer ministro no fue casual: el d¨ªa anterior hab¨ªan concluido unas maniobras militares israel¨ªes que, aunque secretas, se llevaron a cabo de manera que no pasaran desapercibidas, seg¨²n fuentes norteamericanas. M¨¢s de un centenar de aviones de combate, adem¨¢s de helic¨®pteros y aeronaves nodriza, se desplegaron en un radio de 900 millas desde sus bases. Es decir, la distancia que, de acuerdo con los expertos, deber¨ªan recorrer los aparatos israel¨ªes para bombardear objetivos en Ir¨¢n.
Miembros del Gobierno israel¨ª consideran inevitable un ataque directo a Ir¨¢n
Irak y Afganist¨¢n han puesto a EE UU al l¨ªmite de su capacidad militar convencional en esa zona
Estas maniobras militares, m¨¢s a¨²n que la literalidad de las declaraciones de Mofaz, demuestran hasta qu¨¦ punto conviene tomarse en serio la interminable partida de p¨®quer que se viene desarrollando en torno al programa nuclear iran¨ª. No se trata de un programa nuevo, sino de una vieja aspiraci¨®n que Teher¨¢n empez¨® a acariciar en los a?os sesenta, todav¨ªa bajo el Gobierno del Shah. La llegada al poder del ayatol¨¢ Jomeini, tras la revoluci¨®n de 1979, interrumpi¨® las investigaciones, que s¨®lo se retomaron algo despu¨¦s. Pero las alarmas no se encendieron para Estados Unidos hasta 2002, cuando un grupo de exiliados iran¨ªes inform¨® de los progresos que llevaba a cabo Teher¨¢n. Los tratos con el Gobierno de Jatam¨ª condujeron a una moratoria en 2003, rota dos a?os m¨¢s tarde, tras la victoria del actual presidente, Ahmadineyad. Desde entonces, ninguna mediaci¨®n, ninguna ronda de contactos, ning¨²n r¨¦gimen de sanciones, ha conseguido arrancar de Teher¨¢n el compromiso de detener el programa. El Gobierno iran¨ª insiste, y por el momento no falta del todo a la verdad, en que sus iniciativas est¨¢n cubiertas por el Tratado de No Proliferaci¨®n, del que Ir¨¢n es firmante. Los procedimientos para enriquecer uranio con fines civiles son los mismos, sin embargo, que los necesarios para fabricar bombas at¨®micas, y ah¨ª reside el temor de los norteamericanos, los europeos y, por descontado, Israel, un pa¨ªs contra el que Ahmadineyad no deja de dirigir una incendiaria ret¨®rica b¨¦lica.
Aunque el miedo suele ser un sentimiento irracional, en este caso, existen c¨¢lculos estrat¨¦gicos con fundamento. La pol¨ªtica de aislamiento internacional a la que, con intensidad variable, se ha venido sometiendo a Ir¨¢n desde la revoluci¨®n jomeinista no ha hecho al pa¨ªs m¨¢s d¨¦bil, sino que lo ha consolidado como una de las grandes potencias de la regi¨®n. Y lo peor es que este fiasco no se debe tanto a los aciertos del r¨¦gimen iran¨ª como a los errores cometidos por sus principales oponentes, con Estados Unidos e Israel a la cabeza. Hoy existe un alto grado de acuerdo en que Teher¨¢n no s¨®lo se siente m¨¢s fuerte, sino que es, de hecho, m¨¢s fuerte desde que Bush adopt¨® la decisi¨®n de invadir Irak. Pero el acuerdo cede cuando, en lugar de limitarse a constatar esta evidencia, observadores y expertos tratan de explicar las razones por las que una guerra que jam¨¢s debi¨® emprenderse ha reforzado la posici¨®n regional e, incluso, internacional de Ir¨¢n.
Mucho se ha especulado, a este respecto, sobre el papel del chiismo, dando a entender que la presencia en Irak de grupos armados fieles a esta rama del Islam ha puesto en manos del r¨¦gimen iran¨ª un potente instrumento para hostigar a Estados Unidos, convirti¨¦ndolo en ¨¢rbitro de la situaci¨®n tanto para activar la insurgencia como, en su caso, para detenerla. Se trata, seguramente, de un an¨¢lisis equivocado, de un simple espejismo. Puede que Ir¨¢n est¨¦ en condiciones de instigar a los insurgentes chi¨ªes en Irak, y es incluso probable que lo haya hecho. Pero lo que no resulta tan seguro es que, con o sin un eventual acuerdo con Estados Unidos, pueda desactivarlos: los grupos chi¨ªes de Irak que han optado por la violencia no s¨®lo responden a est¨ªmulos religiosos, sino tambi¨¦n nacionales, como ya se demostr¨® en tiempos de Sadam. Insistir en el espejismo de que Teher¨¢n puede mover los hilos de Irak seg¨²n su conveniencia, de que la lealtad religiosa de los iraqu¨ªes chi¨ªes es superior a la lealtad nacional, a la b¨²squeda del poder en su propio pa¨ªs, impide en gran medida advertir el c¨²mulo de razones militares y estrat¨¦gicas por las que Ir¨¢n ha reforzado su posici¨®n tras la ca¨ªda de Sadam.
El peso de Ir¨¢n en la regi¨®n no depende tanto de las actividades de los grupos insurgentes chi¨ªes al otro lado de su frontera como del hecho de que Estados Unidos, con el ej¨¦rcito m¨¢s poderoso del mundo, se ha empantanado en Irak. Durante los meses previos a la invasi¨®n, el Pent¨¢gono, animado por Rumsfeld, evaluaba las posibilidades de librar dos guerras al mismo tiempo, y la respuesta fue afirmativa. Las dificultades en Irak -a las que, para remate, se suma ahora el deterioro en Afganist¨¢n- demuestran exactamente lo contrario: tanto por razones militares como tambi¨¦n pol¨ªticas y econ¨®micas, Estados Unidos se encuentra al l¨ªmite de su capacidad militar convencional en la regi¨®n. Todo parece indicar que el Gobierno de Teher¨¢n es consciente de esta moment¨¢nea debilidad de los norteamericanos, a la que vino a sumarse el error israel¨ª cuando, en el verano de 2006, lanz¨® un ataque masivo contra Hezbol¨¢ en el L¨ªbano. Como Estados Unidos en Irak, Israel no perdi¨® la guerra, pero tampoco la gan¨®, y el resultado fue similar al que Washington lleva digiriendo desde hace cinco a?os: aunque los israel¨ªes no est¨¢n en el l¨ªmite de su capacidad militar convencional, Hezbol¨¢ les demostr¨® que, en cualquier caso, esa capacidad tiene un l¨ªmite. En definitiva, Ir¨¢n cuenta, o cree contar, con un margen suficiente para continuar con su programa nuclear antes de verse confrontado a un ataque.
La apreciaci¨®n iran¨ª sobre la situaci¨®n militar de Estados Unidos e Israel en Oriente Pr¨®ximo tal vez se haya visto confirmada, adem¨¢s, por la secuencia de las estrategias empleadas en su contra desde 2001. En el curso de pocos a?os, el r¨¦gimen iran¨ª ha debido de percibir una gradaci¨®n descendente en el discurso de Washington, y en mucha menor medida de Israel. Su inclusi¨®n en el Eje del Mal durante la campa?a de propaganda que precedi¨® a la invasi¨®n de Irak, y que tuvo por efecto convertir el programa nuclear en una cuesti¨®n nacional para todas las tendencias pol¨ªticas iran¨ªes, sin distinci¨®n, dej¨® paso a un sistema de sanciones. Por duras que fueran o, incluso, por duras que puedan ser a¨²n en el futuro, a ojos de Ir¨¢n se trata de una atenuaci¨®n de la amenaza, que se traslada desde el ¨¢mbito militar al diplom¨¢tico. En este mismo sentido se debieron de interpretar entre los estrategas iran¨ªes las declaraciones del candidato Barack Obama en las que se compromet¨ªa a establecer un di¨¢logo directo con Teher¨¢n si ganaba las elecciones. Aunque el anuncio de Obama va en la buena direcci¨®n -en realidad, en la ¨²nica direcci¨®n que puede conducir a una soluci¨®n-, el r¨¦gimen iran¨ª s¨®lo ha podido interpretarlo como un nuevo descenso del riesgo, como una nueva atenuaci¨®n de la amenaza.
Es dif¨ªcil suponer que, en este contexto, Ir¨¢n encuentre motivo alguno para renunciar a su programa nuclear. Pero, al mismo tiempo, es dif¨ªcil que Israel pueda avenirse a cualquier soluci¨®n que no pase por su detenci¨®n, justo porque su evaluaci¨®n del contexto es sim¨¦trica a la de Teher¨¢n. Estos dos ejes son los que definen la encrucijada nuclear en Oriente Pr¨®ximo, cuya evoluci¨®n ser¨¢ sin duda determinante en todos y cada uno de los conflictos de la regi¨®n, pero tambi¨¦n para la paz y la seguridad mundiales. Con la disuasi¨®n convencional estancada tras los errores de la guerra de Irak y la del L¨ªbano, el monopolio de la capacidad nuclear se ha convertido, en la perspectiva estrat¨¦gica de Israel, en una irrenunciable garant¨ªa existencial, sobre la que no cabe compromiso alguno. A esta percepci¨®n se une el pron¨®stico, por lo dem¨¢s, altamente veros¨ªmil, de que un Ir¨¢n nuclearizado abrir¨ªa las puertas a la proliferaci¨®n en otros pa¨ªses del ¨¢rea, como Arabia Saud¨ª, Siria o Egipto.
La salida es hoy tan dif¨ªcil que palabras como las de Shaul Mofaz hacen saltar las alarmas; tanto como las amenazas iran¨ªes contra Tel Aviv, respaldadas estos mismos d¨ªas con el ensayo de nuevos misiles.
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