La eleg¨ªa del volc¨¢n: Tom Waits
El autor californiano de 'Rain dogs' llega por fin a Espa?a - Su esperada presencia evoca las grandes actuaciones de bandas y solistas legendarios en nuestro pa¨ªs
Percibo la vejez porque los recuerdos se difuminan, confundes fechas, sientes conveniente distancia ante recuerdos imborrables, te duelen las partes con las que siempre has jugado (lo dec¨ªa el sabio Leonard Cohen), embelleces los recuerdos porque tal vez sean lo ¨²nico que te ayudar¨¢ a sobrevivir al invierno, te ha llegado la informaci¨®n en medio de un pavoroso insomnio (gracias, Martin Amis) de que la muerte ya no es un coqueto y prestigioso juego de adolescencia ilustrada o tibiamente kamikaze. Esta ah¨ª, se est¨¢ zampando por m¨²ltiples razones biol¨®gicas, accidentales, inevitables o vocacionales a los que siempre tuviste cerca, a los que perdiste de vista aunque existiera algo muy fuerte, a los que dejaste, a los que te dejaron, a los que os dejasteis, a esas malditas sensaciones asociadas a la p¨¦rdida, la traici¨®n y el abandono.
Actuar¨¢ ma?ana en San Sebasti¨¢n, y el lunes y martes en Barcelona
Waits es m¨¢s que un cantante, m¨¢s que un actor. Es un estado de ¨¢nimo
Y relaciono mi vida, como otros lo hacen por razones infinitamente m¨¢s l¨®gicas y humanas, como el siempre m¨¢gico nacimiento de los hijos o la certidumbre de que encontraste definitivamente tu refugio, con los mercaderes mundiales de f¨²tbol y con la mitol¨®gica presencia en vivo y en directo de gente que hac¨ªa m¨²sica maravillosa en vinilo, en ese formato tan imperfecto como vital que los fenicios de la industria discogr¨¢fica nos exigieron que desterr¨¢ramos, en nombre de una cosita tan irrompible como as¨¦ptica llamada compact.
Nos privaron de las fascinantes portadas de los discos, del manoseo ritual del fetiche, de acomodar tus ciclot¨ªmicos estados de ¨¢nimo al surco rayado o malsonante de ese objeto que reproduc¨ªa voces y sonidos impagables, de que te quedaras frito por exceso de emociones, de alcohol o de otras drogas, y al despertarte siguieras escuchando el hipn¨®tico runr¨²n de la aguja, alguien circunstancial y hermoso (en lo segundo hay que tener suerte, o estilo, o dinero), o t¨² mismo, o tu inconsolable soledad te planteara soluciones, recetas de n¨¢ufrago, murallas contra la desolaci¨®n: "Hay que poner la otra cara del disco".
Y recuerdas en brumas los primeros conciertos en esta ciudad paralelamente amurallada y abierta, en el complejo "pongamos que hablo de Madrid". Recuerdas porros que provocaban hambre, risa y sexo. Y la sensaci¨®n volc¨¢nica de que nada era lo que parec¨ªa con el primer tripi, del pavor de no regresar a la tierra, del ¨¦xtasis amenazado por una inquietud sobrenatural. Y recuerdas los primeros conciertos, de la madera haciendo patri¨®tica guardia ante olores o disturbios mosqueantes, de la entusiasmada percepci¨®n del espectador ante la seguridad de que los tiempos estaban cambiando.
Y recuerdo a Soft Machine en una sala pionera al lado de Torres Blancas (que eran y son negras), y a Robert Fripp y a Brian Eno cont¨¢ndonos lo que ocurr¨ªa en la corte del rey Crimson, y a la guitarra de Carlos Santana poniendo cachondo a todo el personal con Abraxas, y a Leonard Cohen sentado en un taburete, sin acompa?amiento, revel¨¢ndonos que la gente dice que Suzanne est¨¢ loca pero ¨¦l ha amado su cuerpo perfecto con su pensamiento.
Y en 1976 lleg¨® la simpat¨ªa hacia el diablo a Barcelona. Antes la hab¨ªamos saboreado con el enga?osamente destruido Lou Reed. Los universales Rolling Stones dieron un recital pasable, pero todos los provincianos volvimos encantados. Ten¨ªan que juntarse los rayos, el calor intolerable, la lluvia purificadora, la convicci¨®n de que ellos expresaban mejor que nadie el ritmo de la calle, las ganas de dar la bronca y de follar, la inaplazable satisfacci¨®n para que todo el personal tuviera orgasmos con el perdurable concierto en el Calder¨®n en 1982. Y a?os m¨¢s tarde, el gran jefe Dylan se estrenaba en el campo del Rayo Vallecano. Y el gran cabr¨®n de Van Morrison se esforz¨® en ser huidizo y p¨¢lido con los Chieftains en el Rock¨®dromo. Y el sonido de la resignaci¨®n y la melancol¨ªa, o sea, Miles Davis, se empe?¨® en dejarnos constancia de que era genial en al menos 10 actuaciones. Y Sinatra tambi¨¦n cant¨® en Madrid.
S¨®lo faltaba uno de los m¨¢s grandes. Es m¨¢s que un m¨²sico, que un cantante excepcional, que un showman, que un actor, que un s¨ªmbolo. Es un estado de ¨¢nimo, es el delirio y el analg¨¦sico del perdedor, es llenar de belleza el volc¨¢n y el desastre cotidiano, es de las cosas m¨¢s profundas que te pueden ocurrir cuando tienes el h¨ªgado roto y el coraz¨®n jodido, es el coraz¨®n del s¨¢bado noche, es el ¨²ltimo tren a la ciudad, es las cosas del coraz¨®n, es el suelo inmensamente fr¨ªo, son los halcones nocturnos en el diner, es la chica de Jersey, es noviembre, es el tiempo, es nadie, es la hermosa enfermedad, es la droga que logra establecer una tregua con mis dolores m¨¢s profundos, es la autodestrucci¨®n y la necesidad de vivir, es la autocompasi¨®n y el desgarro, es las entra?as de la soledad y del desamparo, es la chuler¨ªa indefensa y la sensualidad del amanecer, es la necesidad de irse y de quedarse, es la eleg¨ªa y la obsesi¨®n, es un individuo de pinta inquietante y voz incomparable llamado Tom Waits.
Y no puedo ver al m¨¢s ansiado, al sonido que ha hecho llevaderas mil madrugadas amenazadas por el v¨¦rtigo, por las sucias salvaciones cotidianas, porque tengo que llenar con intensidad y criterio de palabras, micr¨®fonos y c¨¢maras el trabajo excelentemente pagado de hablar de los otros. Pero no s¨¦ cu¨¢ntas veces he llorado escuchando a Tom Waits, las que que he sentido en lo m¨¢s ¨ªntimo la expresividad incomparable de lo que le ha ocurrido tantas veces a mi cuerpo y a mi alma.
Y, por supuesto, detesto al dodecaf¨®nico, al s¨¢dicamente ruidoso, al borracho estruendoso y al cocain¨®mano abrasivo, al ¨ªdolo de modernos en cualquier ¨¦poca.
Yo no soy de ese tipo de admiradores, aunque me haya comportado a veces como un irremediable imb¨¦cil. Pero cuando gimes, cuando vomitas en alma y cuerpo, cuando eres l¨ªrico, cuando sufres de verdad, cuando el sarcasmo alivia la melancol¨ªa, yo le amo, se?or Waits.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.