Leguineche, frente al mar de aire
Ah¨ª est¨¢, sentado ante un bosque, en Brihuega, en la plaza que se llama como ¨¦l, en el caser¨®n donde vive desde hace diecis¨¦is a?os este mocet¨®n de Arrazua, al lado de Gernika. Da gusto ver a Manu Leguineche; siempre fue as¨ª este reportero que adem¨¢s es el poeta que cuando se encontr¨® con la tierra, despu¨¦s de darle diez veces la vuelta al mundo, encontr¨® que aqu¨ª, junto a los p¨¢jaros, a los gatos y a los perros, el hombre respira una felicidad que ni se regala ni se compra, se siente, viene del sonido de la tierra. Los ¨¢rboles que le contemplan son la frontera de su casa con el resto del pueblo, y es una frontera cuyo sonido a ¨¦l se le antoja parte del mar que s¨®lo ve ya cuando va a Almer¨ªa, otro de sus territorios. Y ese mar de ¨¢rboles, este mediod¨ªa, antes de que Gabriela, una b¨²lgara que le ayuda en la casa, nos sirva unas chuletas de cordero, unos pimientos y unas alubias de Arrazua, se mueve como si saludara al mundo. Ahora a Manu, dice ¨¦l, le aburre el mundo. Pero ah¨ª tiene la radio, como un amuleto, por ah¨ª sabe de qu¨¦ va la cosa. La tiene ah¨ª, junto a un vaso de vino Diezmo, que ¨¦l apura como si estuviera esperando un tren antiguo. Y en la casa, en las escaleras, en la cocina, en los cuartos de ba?o, se mezclan los reconocimientos que ha tenido con recortes de peri¨®dicos, con colecciones de diarios que guarda como si un d¨ªa fuera a entrar en ellos para escribir un reportaje sobre el medio siglo del que ha sido apasionado testigo. Pero m¨¢s que las noticias y lo que sucede ahora, lo que le emociona es admirar la exactitud con la que los picatroncos que le visitan en este jard¨ªn advierten sobre el cambio del tiempo. El picatronco, que tambi¨¦n llaman picarro, "?pica con la lengua, ?te imaginas?!", y ah¨ª est¨¢, dormido a su lado, el perro Negrito, lejos de la gata, que, c¨®mo no, se llama Mus, juego del que su due?o es pentacampe¨®n. Y algo mucho m¨¢s interior le emociona a este mocet¨®n que interrumpe el recuento de las penas para gritar "?brindemos!", y es la visita reciente de sesenta paisanos de Arrazua, que le llevaron el aire de su pueblo como si le llevaran la tierra que pisa para ser feliz. Le preguntamos si tiene alg¨²n libro entre manos, y nos mir¨® como quien ya lo hizo todo: "Ya vendr¨¢, cuando tenga ganas. Ahora me siento c¨®modo oyendo a los pajaritos y llamando al perro para que se siente a mi lado". Hablamos de periodismo, de c¨®mo se hace hoy, y Manu manifest¨® su rabia por la reciente muerte de Peru Egurbide, "Mi paisano, qu¨¦ periodista admirable". Cuando llegamos, le pregunt¨¦: "?Y c¨®mo est¨¢s, Manu?". Riendo a carcajadas, ante la c¨¢mara, alzando la copa de vino, el reportero m¨¢s atrevido del ¨²ltimo medio siglo repiti¨® una frase de Cela, que fue su amigo y su vecino: "Jodido, pero contento".
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