Cazadores de b¨²nkeres
Apenas se ven porque fueron construidos para fundirse con el paisaje, y con el paisaje est¨¢n fundidos. Est¨¢n ah¨ª, y son arte y parte de la historia reciente m¨¢s tr¨¢gica de un pa¨ªs y un continente. Su sola visi¨®n remite a guerra y muerte, a ataque o defensa, a parapeto, y tambi¨¦n a refugio en medio del campo, a lo largo de la costa o en los alrededores de la ciudad. Est¨¢n ah¨ª a miles, y algunos ojos curiosos se posaron un d¨ªa, se posan a¨²n sobre ellos, accidental o intencionadamente, con inter¨¦s de estudio, contemplaci¨®n o protecci¨®n; alguien ?un excombatiente que los recuerda, un experto que los busca entre la maleza o el agua, un excursionista que tropieza con ellos en la monta?a? se detiene ante sus entradas, ventanucos o troneras en un acto potencialmente peligroso para la seguridad del que mira. ?Para el hombre de guerra, la funci¨®n del arma es la funci¨®n del ojo?, escribi¨® el fil¨®sofo Paul Virilio, que sobre b¨²nkeres lo supo todo muy pronto.
Hubo un tiempo en que colocarse ah¨ª, delante de ellos, significaba lanzar a la muerte en busca de cacer¨ªa. ?Bocas de ira. / Ojos de acecho. / Perros aullando. / Perros y perros. / Todo bald¨ªo. / Todo reseco. / Cuerpos y campos, / cuerpos y cuerpos?, escribi¨® el poeta Miguel Hern¨¢ndez describiendo el ambiente de la contienda civil espa?ola (1936-1939), de la que ¨¦l mismo fue part¨ªcipe y luego muerto. Y as¨ª parecen a¨²n hoy muchas de estas fortificaciones ?bocas y ojos perdidos en medio de la nada? que no fueron precisamente pensadas para la contemplaci¨®n cuando los ingenieros militares las levantaron a conciencia: eran la prueba ¨²ltima del poder sobre el territorio.
?El viento sopla entre las troneras con un punzante silbo que atraviesa el ¨¢nimo. Ya ha ca¨ªdo la noche? Voces lejanas, m¨¢s all¨¢ de la tierra sin due?o, delatan la presencia de las posiciones contrarias; a veces, a apenas cien metros de distancia? A ambos lados del puesto de guardia serpentea la trinchera? Ante ellas, invisible a veces, se extiende una l¨ªnea con cuerdas y latas para delatar las infiltraciones enemigas. Al lado est¨¢n los puestos de los escuchas?, que dan la alerta en caso de ataque enemigo? M¨¢s all¨¢, si ha dado tiempo, un campo de minas?. As¨ª describe el frente Pedro Corral en su libro Desertores. La guerra civil que nadie quiere contar.
B¨²nkeres, fortines, casamatas? Los hay por toda Europa, delimitando territorios, fronteras perdidas o ganadas, posiciones que son de unos y terminan siendo de otros por lucha o abandono: ?28 de septiembre de 1936. Poco antes del amanecer nos dieron la noticia de que una de nuestras avanzadillas se hab¨ªa pasado al enemigo. La compon¨ªan 18 individuos del Regimiento n¨²mero 20?, escribi¨® en sus memorias Antonio Cobos, voluntario falangista aragon¨¦s (recogido en el libro Los tiempos dif¨ªciles). ?El soldado que se aprende los turnos de guardia, la posici¨®n de los centinelas o la zona a cubierto del tiro de las ametralladoras no lo hace por celo combativo, sino para asegurar su supervivencia cuando llegue el momento de saltar el parapeto o lanzarse a correr por tierra de nadie?. Cuenta Corral que esto pasaba mucho, y que el desertor m¨¢s sonado, por la cantidad y calidad de informaci¨®n de que dispon¨ªa, fue el capit¨¢n de Ingenieros Alejandro Goicoechea, que luego dise?¨® el Talgo: ?Coordin¨® la construcci¨®n del Cintur¨®n de Hierro, la l¨ªnea defensiva en torno a Bilbao, y se evadi¨® con los planos, lo que permiti¨® al bando franquista conocer los puntos m¨¢s d¨¦biles de esa l¨ªnea fortificada y culminar su asalto el 12 de junio de 1937? .
Blocaos, nidos de ametralladoras, puestos de observaci¨®n y artilleros levantados por zapadores, civiles, presos? Aparecen situados a veces en forma de l¨ªneas-muralla; hilos que cosen el desarrollo de los combates o el efecto del miedo, tanto en Espa?a (Ruta Orwell, en Arag¨®n; L¨ªnea XYZ en Valencia, o L¨ªnea Guti¨¦rrez, en Pirineos: m¨¢s de 5.000 fortificaciones construidas por Franco hasta 1953 por temor a una invasi¨®n aliada) como en Europa: la L¨ªnea Maginot, francesa, de la I Guerra Mundial, que fue un fracaso, o la Atl¨¢ntica, alemana, de la segunda, un prodigio de ingenier¨ªa militar: 15.000 fortificaciones, al m¨¢s puro y s¨®lido estilo hitleriano, desde Noruega hasta la frontera espa?ola, levantadas por la Organizaci¨®n Todt, dirigida por el mism¨ªsimo arquitecto Albert Spree, que result¨® ser otro coladero tras el desembarco de los aliados en Normand¨ªa. ?La forma aplastada, atortugada, de estas construcciones recuerda las arquitecturas aztecas, y ello no s¨®lo en lo externo. Lo que en estas ¨²ltimas era el Sol, eso es aqu¨ª el intelecto, y ambas cosas est¨¢n relacionadas con la sangre, con el poder de la muerte?, presum¨ªa el escritor alem¨¢n Ernst J¨¹nger.
Una ?geograf¨ªa de hormig¨®n? pensada para dominar o ser dominado, cre¨ªa el fil¨®sofo franc¨¦s Paul Virilio, izquierdista, cristiano, radical y preocupado siempre por el poder destructivo de las nuevas tecnolog¨ªas. A Virilio le fascin¨® desde ni?o el paisaje de la costa atl¨¢ntica, salpicado de esas construcciones de guerra rotundas y amenazantes? Supo pronto que aquella muralla megal¨ªtica dec¨ªa mucho sobre el poder, el hombre y el territorio. Con su c¨¢mara inventari¨® todo aquello, y escribi¨® en 1975 el libro de referencia en la materia, Bunker archeology. La naturaleza de la guerra y de la existencia all¨ª expresada. Esa naturaleza de la que hab¨ªa escrito ya C¨¦line en su Viaje al fin de la noche: ?A lo lejos en la carretera? se distingu¨ªan dos puntos negros? eran dos alemanes muy ocupados en disparar desde hac¨ªa un cuarto de hora? Nuestro coronel sab¨ªa, quiz¨¢, por qu¨¦ disparaban; los alemanes, quiz¨¢ tambi¨¦n; pero yo, verdaderamente, no? En suma, la guerra era lo que no se comprend¨ªa?.
De todo tipo y tama?o, quedan restos de b¨²nkeres esparcidos por Espa?a en lo que fueron frentes de franquistas y republicanos. El Grupo de Estudios del Frente de Madrid (Gefrema), por ejemplo, se empe?a en encontrarlos y preservarlos, y calcula 1.000 en los alrededores de la capital, unos 500 bien conservados. La Asociaci¨®n para la Recuperaci¨®n de la Arquitectura Militar Asturiana 1936/1937 (Arama) cifra en medio millar los de su comunidad? B¨²nkeres que para muchos fueron tumbas: a Florentino Garc¨ªa le bombardearon encima, y bajo los escombros le creyeron muerto; su propio hermano fue a desenterrarle ata¨²d en mano tres d¨ªas despu¨¦s, y ¨¦l apareci¨® all¨ª, tan vivo, que ya supera los 90 a?os, y deja su testimonio en la web de Arama, donde andan ahora preparando un documental dramatizado de cuatro cap¨ªtulos (con Huella Producciones) para mostrar el valor del patrimonio militar desperdigado por el territorio asturiano. Otro excombatiente del mismo batall¨®n que Garc¨ªa, del Asturias XIII (Juventudes Libertarias), Adolfo Rodr¨ªguez, habla del b¨²nker como espacio de hechuras imposibles; cuenta las estrecheces de la vida all¨ª dentro, de las incomodidades cuando deb¨ªan permanecer en la misma posici¨®n 24 horas hasta que llegaba el relevo, o la comida, o el agua, o la charla.
Aparte de los inventarios, c¨¢lculos o recuentos efectuados a iniciativa de asociaciones como las citadas (hay muchas m¨¢s), no existe catalogaci¨®n com¨²n ni completa de las fortificaciones de la Guerra Civil en todo el Estado, como no existe tampoco, de forma definitiva, del patrimonio mueble o inmueble, sea en forma de aer¨®dromos, refugios antia¨¦reos, f¨¢bricas, l¨ªneas defensivas?, al contrario de lo que sucede en Italia, Francia o Alemania, donde abundan las actuaciones de recuperaci¨®n o su conversi¨®n en rutas o museos. Algunos dicen que por desidia; otros, que adrede. A veces se ha intentado protegerlos con el empuje privado, y otras, con el p¨²blico: comunitario, como en Arag¨®n, Catalu?a o Andaluc¨ªa, donde se consideran bien de inter¨¦s cultural (v¨¦ase el trabajo del Instituto de Estudios Almerienses, por ejemplo), o municipal, con iniciativas de ayuntamientos como el de Lopera (Ja¨¦n), Luque (C¨®rdoba) o los madrile?os de Arganda del Rey, Guadarrama o Fresnedillas de la Oliva, cuya web indica: ?Patrimonio cultural: Fortines de la Guerra Civil situados en propiedades particulares. En la M-521, en las cercan¨ªas del cementerio, y en la M-532, km 5,8?.
B¨²nkeres integrados, asimilados en el paisaje; arqueolog¨ªa b¨¦lica transitable, convertida en ruta tur¨ªstica al modo de la costa francesa de Normand¨ªa o de ese Berl¨ªn subterr¨¢neo repleto de refugios que se visitan en excursiones tem¨¢ticas; pasadizos repletos de historias, bien explotadas por el cine y la literatura?, as¨ª hasta definir ese ?campo de batalla como un plat¨® cinematogr¨¢fico?, que escribi¨® Virilio.
No fueron de cine, pero si una pura aventura las fortificaciones de la guerra para Artemio Mortera. ?Cuando estudiaba en el colegio Santo Domingo, en Oviedo, los alrededores eran ruinas b¨¦licas; los recreos, para nosotros, eran estupendos: constantemente avis¨¢bamos de los proyectiles o granadas de mano que encontr¨¢bamos?, recuerda el que es hoy presidente de Arama. Su afici¨®n y dedicaci¨®n naci¨® all¨ª. La del autor de las im¨¢genes de estas p¨¢ginas, Alfredo C¨¢liz, creci¨® en la carretera: ?Me he ido encontrando los b¨²nkeres cada d¨ªa; los ve¨ªa camino de casa, una y otra vez. Lo llamativo en medio del paisaje cotidiano. La sierra de Madrid est¨¢ llena, y recuerdo haber jugado de ni?o en alguno de ellos; en el de Navalagamella, por ejemplo?.
Hoy que el campo se ha transformado, ?muchos se han quedado a apenas unos metros de la carretera, incluso partidos en dos, como sucede con uno que est¨¢ Brunete?, dice sobre una zona-bot¨ªn que ya atrajo en su d¨ªa a otros cazadores de fortificaciones: el escritor Juan Benet, por ejemplo, ten¨ªa por la zona una casa desde la que se deleitaba con esa afici¨®n suya por la catalogaci¨®n y el listado profuso. Para Benet fue el impulso de enumerar; para muchos, el de fotografiar. Y as¨ª, quiz¨¢, atrapar, no olvidar. ?Es tan fotog¨¦nico el b¨²nker?, se?ala la urbanista Mar¨ªa Fern¨¢ndez. Ella y el arquitecto Jos¨¦ Forj¨¢n sintieron una atracci¨®n irresistible hacia su imagen, su esencia y relaci¨®n con el territorio en el que se ubica por su profesi¨®n, pero tambi¨¦n por los textos y fotos de la costa atl¨¢ntica realizados por Virilio en los setenta. Nueve viajes han efectuado ya por toda la ruta ??en coche, cargados de planos y c¨¢maras?? hasta completar la exposici¨®n Atlanticwall, que ha organizado la Fundaci¨®n Luis Seoane de A Coru?a (el cat¨¢logo, de Abada Editores, incluye textos de Fernando R. de la Flor y Alberto Ruiz). Casi medio centenar de fotos en blanco y negro y dos partes: ?Una m¨¢s de arqueolog¨ªa, de tipolog¨ªas del b¨²nker, con detalles, planos y espacios, y otra en la que se le muestra como elemento aislado, ensimismado o integrado en el paisaje?.
Para Mar¨ªa Fern¨¢ndez, leer o hablar de este tipo de construcciones es una cosa, y verlas in situ, otra, con ?la cantidad de sentimientos encontrados que llegan a producir?. Un caso extremo, el b¨²nker que m¨¢s le impresiona: la bater¨ªa submarina de Saint-Nazaire, en la costa de Breta?a. ?Es inmensa, un punto de defensa estrat¨¦gico para los alemanes que fue la ruina para la ciudad porque los aliados la bombardearon sin piedad. As¨ª, tras la guerra, los habitantes decidieron dinamitarla, y no pudieron; luego ignorarla, y tampoco. Como est¨¢ ubicada sobre el agua, ellos intentaron vivir de espaldas al mar? Pero nada. Hasta que en los noventa han decidido, al fin, integrarla en la vida de la ciudad. Hoy hay terrazas, zonas de conciertos??.
Y ning¨²n b¨²nker ha sido nunca tan b¨²nker como el de Hitler, en Berl¨ªn; all¨ª donde el que manda y mata, el due?o de la maquinaria, decide darse muerte a s¨ª mismo. Y ning¨²n otro b¨²nker tan triste como el que se mantiene despu¨¦s de guardadas las armas, por ignorancia, represi¨®n, amenaza o miedo. Incluso en la propia casa. Aqu¨ª en Espa?a hubo casos. ?Ante el delirio de venganza de los franquistas (?), muchos hombres optaron por desaparecer, ausentarse del mundo?, cuenta Bartolom¨¦ Benassar en su El infierno fuimos nosotros. La guerra civil espa?ola 1936-42. ?Se ocultaron bajo tierra, se les apod¨® topos. Por ejemplo, Saturnino de Lucas, alcalde de Murdri¨¢n, cerca de Segovia, o Manolo Cort¨¦s, alcalde socialista de Mijas, cerca de M¨¢laga; tambi¨¦n Eulogio de la Vega, alcalde socialista de Rueda, en Valladolid, y el alcalde de Sotrondio (Asturias), Paulino Rodr¨ªguez. El primero permaneci¨® bajo tierra durante 34 a?os; el segundo, 30; el tercero, 28?. Una vida confinada entre cuatro paredes, sin sol ni estrellas, sin voz, sin otra relaci¨®n con el mundo? Sin una tronera siquiera para mirar cara a cara al enemigo.
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