Otro cantar
Una estudiante de Periodismo me pregunta por los personajes nuevos de Am¨¦rica Latina, y me habla de Hugo Ch¨¢vez, del presidente ecuatoriano Correa, de Evo Morales y Cristina Kirchner. Y yo me pregunto si los personajes nombrados, y los fen¨®menos pol¨ªticos que representan, son tan nuevos como parecen a primera vista. Veo a Ch¨¢vez como un rebrote tard¨ªo, menos completo, m¨¢s primario, con niveles mucho menores de dominio total de la sociedad, del viejo castrismo. Y no creo que los controles de precios para combatir la inflaci¨®n, los intentos de amordazar a la prensa, las intervenciones de diverso orden de los aparatos estatales, que pueden llegar al extremo de las medidas confiscatorias, tengan nada de nuevo. Por el contrario, observo que el izquierdismo y hasta el ultraizquierdismo de hace treinta y tantos a?os, el que no hab¨ªa sabido ni querido tomar en cuenta los problemas del socialismo real de aquella ¨¦poca, resurgen con inusitada fuerza y con extra?a ceguera en muchos pa¨ªses de la regi¨®n, y hasta en sectores todav¨ªa marginales de Chile. Es como si fu¨¦ramos, en este complicado Nuevo Mundo, incapaces de aprender de la experiencia hist¨®rica, y como si estuvi¨¦ramos, en consecuencia, a diferencia de lo que ocurre en la Europa de hoy, condenados a repetir nuestros antiguos excesos y errores.
Ingrid Betancourt es una garant¨ªa de honestidad, lucidez pol¨ªtica, autoridad moral
No me gusta la idea de cambiar las normas para poder reelegir a Uribe
Lo que me parece, en cambio, in¨¦dito, sorprendente, claramente esperanzador, es la liberaci¨®n de Ingrid Betancourt y sus compa?eros de cautiverio, haza?a extraordinaria del presidente Uribe y de las fuerzas armadas colombianas, que una propaganda insidiosa y cuyo origen no necesitamos investigar demasiado trata de opacar por todos los medios, y, m¨¢s all¨¢ del episodio en s¨ª mismo, la r¨¢pida aparici¨®n de una figura pol¨ªtica latinoamericana de nivel mundial y que antes ni siquiera habr¨ªamos podido imaginar: la de la propia Ingrid Betancourt. Como lo explic¨® en forma brillante un breve ensayo del fil¨®sofo franc¨¦s Andr¨¦ Glucksmann, Betancourt represent¨® en todo este caso el deseo de libertad absoluto, sin concesiones. Mientras su familia, por razones comprensibles, por miedo a una acci¨®n armada que pusiera en peligro la vida de los rehenes, confiaba en los poderes de Ch¨¢vez como mediador y tomaba sus distancias con respecto a Uribe, Ingrid, que pod¨ªa mandar alg¨²n mensaje a sus parientes, guardaba hasta el final un terco silencio y trataba de escapar cada vez que pod¨ªa. Un correo interno captado en los computadores de Ra¨²l Reyes, el segundo hombre de las FARC sorprendido y muerto en un campamento en el interior de Ecuador, advert¨ªa a sus compa?eros de que se trataba de una mujer fuerte, "de temperamento volc¨¢nico", por lo cual los guerrilleros ten¨ªan que proceder con sumo cuidado en su custodia. Esto lo demostr¨® ella en su primer instante de libertad.
Como si hubiera estado perfectamente preparada para cualquier evento, agradeci¨® y celebr¨® de inmediato, sin la menor ambig¨¹edad, la decisi¨®n del presidente Uribe y la magn¨ªfica actuaci¨®n del Ej¨¦rcito de Colombia. Antes de su cautiverio hab¨ªa criticado a su Gobierno, y con razones s¨®lidas, pero aqu¨ª se trataba de valores superiores, que no admit¨ªan recelos, reservas, suspicacias. Ella no pensaba que una vida miserable, degradada, esclavizada, constituyera un mal menor que la muerte.
No hubo en sus palabras, por eso, ni el menor gui?o a la pol¨ªtica c¨®mplice de Ch¨¢vez. Reconoci¨® sin vacilar el triunfo aplastante de la acci¨®n de ?lvaro Uribe, que hab¨ªa implicado un riesgo muy serio, sin la menor duda, pero un riesgo que val¨ªa la pena correr y que ten¨ªa sentido. A este prop¨®sito, Glucksmann evoc¨® el caso de los prisioneros jud¨ªos en los campamentos de concentraci¨®n nazis, que ansiaban a toda costa un ataque a¨¦reo de los bombarderos aliados. Era una alta posibilidad de morir, pero tambi¨¦n una posibilidad cierta de libertad, y ese valor era superior a todo el resto. Ingrid resisti¨® y nunca pareci¨® acobardarse o hacer concesiones. Al mismo tiempo, demostr¨® un esp¨ªritu noble: habl¨® de sus carceleros en forma compasiva y pidi¨® con insistencia que los rehenes todav¨ªa presos no fueran olvidados.
Parece un discurso f¨¢cil, obvio, pero ella estuvo colocada en una situaci¨®n extrema, l¨ªmite, donde reaccionar con racionalidad, con equilibrio, era un desaf¨ªo extraordinario.
Hugo Ch¨¢vez, despu¨¦s de largas horas de silencio, no tuvo m¨¢s remedio que llamar por tel¨¦fono a su colega Uribe, a quien ahora trat¨® ante los medios de "hermano". Pero ahora ya sabemos que parte del enga?o a los guerrilleros de las FARC consisti¨® en que bajaran del helic¨®ptero falsos periodistas que llevaban los emblemas y distintivos de la televisi¨®n oficial venezolana: en otras palabras, la notoria complicidad de Ch¨¢vez con las FARC, conocida desde hace a?os, archicomprobada por el contenido de los ordenadores de Ra¨²l Reyes y su grupo, qued¨® reiterada ahora en forma ir¨®nica con estos soldados colombianos disfrazados de periodistas de Venezuela. Salvo, claro est¨¢, que el drama y el peligro del momento no admit¨ªan algo parecido a la iron¨ªa o el humor negro.
No puedo saber ahora, en la distancia, sin todos los elementos de juicio en la mano, qui¨¦n ser¨ªa la carta mejor para las elecciones presidenciales colombianas de 2010. Desde luego, no me gusta nada la idea de modificar las normas constitucionales para permitir la reelecci¨®n de ?lvaro Uribe. Pienso que a ninguna persona de cultura democr¨¢tica, en la Am¨¦rica Latina de hoy, puede gustarle esta alternativa. Estoy seguro de que si el presidente entrega el poder despu¨¦s de cumplir su periodo presidencial, su influencia se fortalece. La norma de la no reelecci¨®n, de la no perpetuaci¨®n en el poder y desde el poder, tiene un sentido profundo en la historia latinoamericana desde los tiempos de la independencia. No hay espacio ahora para insistir en este punto, pero tengo, en cambio, la convicci¨®n de que la norma hist¨®rica no admite excepciones. En cuanto a la candidata chavista, la senadora Piedad C¨®rdoba, me parece que ya ha sido, en las circunstancias recientes, ampliamente derrotada.
Quedan el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, hombre joven cuya actuaci¨®n en el terreno militar y pr¨¢ctico fue brillante, e Ingrid Betancourt. Ella, a trav¨¦s del lenguaje de los hechos, nos da una garant¨ªa de honestidad a toda prueba, de lucidez pol¨ªtica, de autoridad moral impecable. Quiz¨¢ no sea todo, pero me atrevo a decir que en la realidad actual de nuestra regi¨®n, ?y en la del mundo contempor¨¢neo?, no es poco.
Tampoco me parece mal que haya viajado a reunirse con su familia en Francia, que le haya agradecido sus esfuerzos al presidente Sarkozy, que tenga una relaci¨®n privilegiada con un gran pa¨ªs europeo. ?Por qu¨¦ no? Es hija de un diplom¨¢tico distinguido de Colombia, a quien en ¨¦pocas pasadas conoc¨ª en Par¨ªs m¨¢s o menos bien, y es, por decirlo de alg¨²n modo, heredera aut¨¦ntica de la cultura francesa. Europa nos falla a menudo, pero acercarse al legado intelectual del Viejo Mundo no nos hace ning¨²n da?o.
Desecho detalles y me digo algo esencial: mientras m¨¢s lejos me encuentre de los reyes Ub¨² de nuestros laberintos selv¨¢ticos, y m¨¢s cerca de Miguel de Montaigne, de Ren¨¦ Descartes, de Denis Diderot, m¨¢s tranquilo me podr¨¦ sentir en mi larga y angosta faja chilena. Otro asunto es que los franceses del a?o 2008 lean todav¨ªa a Montaigne, a Descartes, a Diderot. Otra cosa, otro cantar.
Jorge Edwards es escritor chileno
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