En el interior del 'campo-justicia'
En la sala 1A de la base de Guant¨¢namo se juzga al ch¨®fer de Osama Bin Laden
La sala de juicios 1A est¨¢ en lo alto de una colina, en un edificio amarillo con torre¨®n flanqueado por una inmensa bandera de EE UU. Desde all¨ª se divisa todo Camp Justice, la peculiar ciudad de la justicia contra el terrorismo de la base militar estadounidense de Guant¨¢namo, en la isla de Cuba. Hay una nave del tama?o de un estadio y una zona de m¨¢xima seguridad rodeada de alambradas. Las casas son decenas de tiendas de campa?a con aire acondicionado y capacidad para seis personas alineadas como en un campamento del Ej¨¦rcito romano. Alrededor, iguanas, un paisaje casi des¨¦rtico, un calor sofocante y el mar Caribe.
Podr¨ªa ser cualquier lugar de cualquier isla de cualquier oc¨¦ano. El ¨²nico rastro de civilizaci¨®n son unos molinos de viento que se divisan al fondo. Y sobrecoge pensar que, en alg¨²n lugar cercano, centenares de presos han sido y est¨¢n siendo aislados, privados de cualquier derecho, algunos torturados.
El letrado de Hamdan dice que el proceso s¨®lo es normal en apariencia
El juez descart¨® pruebas obtenidas bajo condiciones "muy coercitivas"
Pero lo que est¨¢ ocurriendo en la sala 1A, donde Estados Unidos celebra desde el lunes su primer juicio por cr¨ªmenes de guerra en m¨¢s de 50 a?os, no parece tener que ver con la barbarie.
Los muebles son de madera color caoba. Preside su se?or¨ªa Keith J. Allred, un juez militar con toga de apariencia seria y concienzuda. A un lado se sienta el jurado, formado por cuatro hombres y dos mujeres, oficiales de alta graduaci¨®n del Ej¨¦rcito. Hay un equipo de fiscales, otro de abogados defensores y una veintena de observadores entre periodistas y miembros de asociaciones de defensa de los derechos humanos. La sala entera se pone en pie cada vez que entra y sale el jurado.
El doble control de seguridad es el ¨²nico elemento que recuerda que lo que all¨ª est¨¢ sucediendo no es del todo normal.
La escenograf¨ªa judicial es impecable. El Gobierno del presidente George Bush sabe que, como dijo un juez federal la semana pasada, "los ojos del mundo est¨¢n puestos en Guant¨¢namo", as¨ª que se ha propuesto demostrar que los procesos contra los "combatientes enemigos ilegales" no son una farsa. El problema es que por debajo de estas formas aparentemente exquisitas subyace un fondo que no lo es. La persona a la que se est¨¢ juzgando, el yemen¨ª Salim Ahmed Hamdan, ex ch¨®fer de Osama Bin Laden, ha sido privado durante a?os de los derechos m¨¢s elementales.
"Aunque el juicio se parezca a los que se celebran en EE UU, en realidad no lo es", se?ala Steve David, uno de los letrados militares de la defensa de Hamdan. "Los presos de Guant¨¢namo han pasado a?os sin asistencia jur¨ªdica, no se les aplican los derechos que tendr¨ªa un prisionero de guerra normal y los abogados ni siquiera tienen acceso a todas las pruebas. Eso lo invalida todo".
El proceso est¨¢ siendo sometido al escrutinio p¨²blico. En Camp Justice hay en estos momentos una treintena de periodistas, que para dar paso deben ir escoltados. Pueden entrar en el juicio mediante un sistema de turnos rotatorios o verlo retransmitido en la sala de prensa con 20 segundos de retraso, por si alguno de los participantes dice algo que, seg¨²n las autoridades, pueda comprometer la seguridad nacional. Los empleados de la base, hombres y mujeres muy j¨®venes, son de una amabilidad casi ilimitada. Hablan de transparencia, pero las facilidades se interrumpen cuando se trata de visitar los campos de prisioneros. Los reporteros no pueden ir.
El primer d¨ªa del juicio, Salim Hamdan, con ropa clara y un turbante blanco cubri¨¦ndole la cabeza, se declar¨® no culpable. Tiene unos 40 a?os -ni ¨¦l mismo sabe con exactitud la fecha de su nacimiento-, esposa y dos hijos. Sigue las sesiones a trav¨¦s de auriculares con traducci¨®n simult¨¢nea. Parece cansado. Lo acusan de conspiraci¨®n y "entrega de soporte material para terrorismo" y podr¨ªa ser condenado a cadena perpetua. Sus abogados insisten en que no era m¨¢s que un mero conductor que trabajaba para Osama Bin Laden en Afganist¨¢n por 200 d¨®lares (126 euros) al mes.
El juez Allred tuvo que decidir el primer d¨ªa hasta d¨®nde hab¨ªa sido legal que los interrogadores presionaran a Hamdan. Y descart¨® como pruebas, por las "altamente coercitivas condiciones bajo las que fueron hechas", las declaraciones que ¨¦ste hizo en las bases a¨¦reas de Bagram y del valle de Panshir en Afganist¨¢n, donde fue trasladado despu¨¦s de su captura en 2001.
El magistrado no acept¨®, sin embargo, rechazar en bloque los interrogatorios de Guant¨¢namo, donde est¨¢ desde 2002, a pesar de que sus abogados alegaron que aqu¨ª su cliente se hab¨ªa visto obligado a hablar despu¨¦s de estar sometido a aislamiento, privaci¨®n de sue?o y humillaciones sexuales. De hecho, ayer Hamdan pidi¨® salir de la sala porque no quer¨ªa ver el v¨ªdeo de uno de sus interrogatorios.
El juicio puede durar a¨²n semanas. En los pr¨®ximos meses habr¨¢ m¨¢s, incluyendo el del presunto cerebro del 11-S. Pero sea cual sea el resultado de estos procesos, despu¨¦s de que el Tribunal Supremo decidiera hace semanas que los prisioneros de Guant¨¢namo pueden defenderse ante los tribunales ordinarios, al Gobierno se le avecina una marea de demandas.
De los 800 presos que han pasado por la base quedan dentro casi 300, y todos ellos pueden pedir que un juez civil revise su detenci¨®n. El presidente Bush, aunque siga ense?ando orgulloso su campo-justicia, tendr¨¢ que decidir en los pr¨®ximos meses c¨®mo ordena este caos. Y los ojos del mundo estar¨¢n pendientes.
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