Eduardo Terr¨¦n Lalana, soci¨®logo
Investig¨® la organizaci¨®n escolar y la educaci¨®n de los inmigrantes
Nacido en Jaca hace 46 a?os, Eduardo Terr¨¦n perdi¨® la vida al caer por un barranco mientras ascend¨ªa con su esposa el Garmo Negro, en Panticosa.
Tras titularse en filosof¨ªa se vio atra¨ªdo por la sociolog¨ªa con una segunda licenciatura y su tesis doctoral por la Universidad Complutense. Pronto se convirti¨® en profesor titular de la Universidad de A Coru?a y luego en Salamanca.
Su primer trabajo (Educaci¨®n y modernidad: de la utop¨ªa a la burocracia) fue sobre la evoluci¨®n de los sistemas escolares en la posmodernidad, pero luego se interes¨® prioritariamente por la escolarizaci¨®n de los inmigrantes y la organizaci¨®n de la educaci¨®n (mencionar¨¦ s¨®lo Incorporaci¨®n o asimilaci¨®n: la escuela como espacio de inclusi¨®n, y El contacto intercultural en la escuela, dos libros recientes).
Yo tuve el orgullo de acompa?ar parte de su carrera acad¨¦mica, desde la direcci¨®n de su tesis en la primera mitad de los noventa (aunque ya entonces sab¨ªa volar solo), pasando por su incorporaci¨®n a Salamanca y por media docena de trabajos de investigaci¨®n compartidos, hasta una reciente compilaci¨®n conjunta sobre organizaci¨®n escolar y otra sobre educaci¨®n de los inmigrantes, y puedo decir sin resquicio de duda que se ha perdido un magn¨ªfico soci¨®logo, riguroso en su trabajo, exigente consigo mismo, de gran potencia intelectual y compromiso ¨¦tico, a quien no podremos sustituir.
Pero Eduardo fue tambi¨¦n alguien de gran calidad humana, dentro y fuera del trabajo. En esa fase vital en que los profesionales junior se sobresaltan cuando ven llegar al senior, los j¨®venes investigadores del grupo me dicen que con ¨¦l era distinto, por su proximidad y su empat¨ªa. Los mensajes y comentarios ante su muerte recuerdan siempre su energ¨ªa, su afectividad, sus ganas de trabajar y de vivir. Y fue tambi¨¦n un inmejorable hermano, marido, padre y amigo. Hu¨¦rfano desde los doce a?os, sus cuatro hermanas lo recuerdan como el hermano mayor que siempre las arrop¨®. Con su mujer, Elia, comparti¨® no s¨®lo una vida intensa hasta el ¨²ltimo d¨ªa, sino un gran inter¨¦s com¨²n por la cultura ¨¢rabe y la inmigraci¨®n magreb¨ª. Para sus hijos, Alberto y Eduardo, que hoy quedan hu¨¦rfanos a la misma edad que ¨¦l, fue un padre muy cari?oso y de una gran dedicaci¨®n. Un magn¨ªfico ejemplo, por cierto, de conciliaci¨®n de vida familiar y laboral, que lo mismo se presentaba a una reuni¨®n de trabajo con los ni?os en bicicleta que los involucraba en llevar un cuaderno de campo de su experiencia escolar, siempre en una relaci¨®n de complicidad. Quienes disfrutamos de su amistad recordaremos siempre su nobleza, su buen car¨¢cter y su generosidad.
Se antoja inveros¨ªmil lo sucedido. En la distancia larga, por ver truncada la vida de un hombre en su mejor momento vital y profesional y quebradas las de su mujer y sus hijos. En la corta, porque se trataba de un monta?ero experto, prudente y meticuloso en un ascenso f¨¢cil para ¨¦l, que simplemente estaba disfrutando. Queda el consuelo de que no s¨®lo llev¨® una vida buena, ¨ªntegra, sino tambi¨¦n una buena vida, feliz, hasta breves instantes antes de expirar en brazos de Elia.
Mariano Fern¨¢ndez Enguita es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa en la Universidad de Salamanca.
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